Cultos Marianos
marytoni334412 de Enero de 2015
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El culto a la Virgen María
El culto a la Virgen María,
por Samuel Vila
Es, indudablemente, la más bendita y santa de las mujeres, habiendo sido la madre del Hijo de Dios en su encarnación; por tal motivo merece ser amada, honrada e imitada.
Es necesario, además, aceptar lo que declara el Evangelio respecto a su milagrosa concepción de la Persona de Nuestro Señor Jesucristo por obra del Espíritu Santo, que hizo de esta santa doncella la Virgen Madre a que se refieren las profecías del Antiguo Testamento.
Todo esto creen y reconocen, por lo general, los fieles de las iglesias evangélicas, salvo, naturalmente, aquellos que han caído bajo un exagerado modernismo teológico.
Sobre este asunto nos sentimos de una misma mente y corazón con los católicos más adictos al dogma básico de la Iglesia Cristiana en todos los siglos: el nacimiento virginal de Nuestro Señor Jesucristo por obra del Espíritu Santo. Desafiamos a los teólogos modernistas, católicos o protestantes, a que nos prueben, con citas de la Biblia o de los primeros escritores cristianos, que no fue la concepción virginal de Jesucristo una doctrina creída y enseñada desde los mismos orígenes del Cristianismo. Ni los más disparatados sectarios de los primeros siglos de la Era cristiana se atrevieron a ponerlo en duda. Por tanto, estamos, en este punto, de perfecto acuerdo con la inmensa mayoría de los católicos.
Sin embargo,
La Iglesia Católica Romana continúa enseñando:
Que la misma Virgen María nació por concepción milagrosa y sin pecado original, al igual que el propio Hijo de Dios.
Que Dios la ha nombrado y hecho Reina de los Ángeles (Letanía de la Virgen).
Últimamente, el papa Pío XII decretó como dogma de fe, en el año 1950, la Asunción de la Virgen, o sea la doctrina de que ella fue resucitada y ascendió al Cielo, igualándola así con las prerrogativas del santo y eterno Hijo de Dios.
El libro de san Alfonso María de Ligorio titulado Las glorias de María, obra sumamente popular entre los católicos romanos, declara que:
«Seremos a veces más presto oídos y salvos acudiendo a María e invocando su santo nombre que el de Jesús nuestro Salvador. Más pronto hallamos la salud acudiendo a la madre que al Hijo» (página 82).
«Muchas cosas se piden a Dios y no se alcanzan; se piden a María y se consiguen. No porque María sea más poderosa que Dios, sino porque Jesucristo decretó honrar así a su madre.»(29)
«María se llama puerta del cielo porque ninguno puede entrar en esta dichosa mansión si no pasa por ella» (página 99).
«Todos obedecen los preceptos de María, aun Dios» (página 115). (30)
Jesucristo dijo: «Nadie viene a mí si mi madre no le atrae primero por sus ruegos.»(31)
Dice María: «El que acude a mí y oye lo que le digo, no se perderá» (página 140). (32)
Aunque existe una saludable tendencia de reforma en la Iglesia Católica Romana a este respecto, como hacíamos notar en el capítulo dedicado al culto de los santos en general, todavía hay muchos católicos que pretenden que la bienaventurada Virgen se complace en verse reverenciada y honrada por medio de imágenes, en muchos casos más que el mismo Redentor, y que no desaprueba el que se dediquen inmensas fortunas para vestir y coronar a las tales figuras de su persona con un lujo que ella jamás ostentó, mientras millones de pobres carecen de lo más necesario y millones de paganos mueren en la ignorancia del amor de Dios por no haber suficientes misioneros que les prediquen las buenas nuevas.
Pero el Santo Evangelio dice:
Que la Virgen María, a pesar de su inigualable perfección moral, necesitó, como todos los mortales, un Salvador: «Engrandece mi alma al Señor —declara ella misma—; y mi espíritu
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