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Dialogos Del Espiritu


Enviado por   •  6 de Abril de 2015  •  2.773 Palabras (12 Páginas)  •  239 Visitas

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-No te preocupes del cómo. En todo caso, mi querido y asustado J, pregúntate por qué...

-Sabes bien a qué me refiero..., mis pequeñuelos de hoy, terminarán por alterar involuntariamente mi mensaje...

-Maestro, yo soy un científico. ¿Cómo puedo comprender y transmitir tu resurrección? Tú estabas muerto.-

-Hay realidades que difícilmente podrán ser probadas por la ciencia o por las deducciones de la razón pura. Nadie puede concebir esas verdades mientras permanezca en el reino de la experiencia humana. Cuando hayáis acabado aquí abajo, cuando completéis vuestro recorrido de prueba en la carne, cuando el polvo que forma el tabernáculo mortal sea devuelto a la tierra de donde procede, entonces, sólo entonces, el Espíritu que os habita retornará al Dios que os lo ha regalado y tu pregunta quedará plenamente satisfecha.

-Entonces -insistí sin ocultar mi incredulidad-, ¿es cierto que la muerte es sólo un paso.

-Tan natural y obligado como la calma que sucede a la tempestad. -Pero los hombres de ciencia no creen...

Esta vez fue Él quien se adelantó a mi exposición.

-La correa de hierro de la verdad, que vosotros calificáis de invariable, os mantiene ciegos en un círculo vicioso. Técnicamente se puede tener razón en los hechos y, sin embargo, estar eternamente equivocados en la Verdad.

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…- Todo el mundo piensa que la desaparición del cuerpo fue un milagro...

-A ti sí puedo decírtelo -susurró al fin-. Los milagros, tal y como los conciben muchos seres humanos, no existen. El poder de mi Padre es tan inmenso que no necesita alterar el orden de lo creado. El verdadero milagro es vuestra ciega creencia en los milagros.

-¿Cuándo comprenderéis que el tiempo es sólo la imagen en movimiento de la eternidad? ¿Cuánto más necesitaréis para considerar que el espacio es sólo la sombra fugitiva de las realidades del Paraíso? Os enorgullecéis de vuestros hallazgos y pensáis que la Verdad absoluta está a vuestro alcance. No comprendéis que sois como niños recién llegados a un orden inmensa-mente viejo e inconcebiblemente sabio.

-¡Todo parece tan sencillo!... Hablas de la muerte sin miedo... Sin embargo, nosotros...

-Vosotros os empeñáis en apagar la «luz» que late en cada uno de los corazones y que fue depositada ahí, precisamente para vencer el miedo. Si los hombres escucharan su propia voz, nadie temería ese paso. ¿Por qué crees que he vuelto? Es preciso que unos pocos me vean ahora para que otros muchos crean y aprendan a mirar hacia sí mismos. La muerte, hijo mío, es sólo una puerta. No temáis cruzarla.

-Algunos seres humanos -esbocé con dificultad- temen más la incógnita del «después» de la muerte que al hecho físico de la misma...

-Ésos -se apresuró a intervenir-, en el escandaloso tronar de sus dudas, silencian la íntima y sabia «voz» de sus conciencias. Dejad que sea ella quien os guíe. Todo, en la creación de mi Padre, está meticulosa y misericordiosamente dispuesto para vuestro bien. Nadie muere. Nada muere. Todo es un continuo progreso hacia el Paraíso. Y ni siquiera ése es el fin...

-Pero las religiones y algunas Iglesias predican la salvación y la condenación...

Fue la única vez que su rostro se endureció.

-No midas a nuestro Padre Universal con la vara de los hombres. Ni confundas la religión de la autoridad con la del espíritu. Algún día, todos los mortales comprenderán que sólo la carrera de la experiencia y de la búsqueda personal es digna de la «chispa» divina que os alimenta a cada uno de vosotros. Hasta que las razas no evolucionen, el mundo asistirá a esas ceremonias religiosas, infantiles y supersticiosas, tan características de los pueblos primitivos. Hasta que la Humanidad no alcance un nivel superior, reconociendo así las realidades de la experiencia espiritual, muchos hombres y mujeres preferirán las religiones autoritarias, que sólo exigen el asentimiento intelectual. Estas religiones de la mente, apoyadas en la autoridad de las tradiciones religiosas, ofrecen un cómodo cobijo a las almas confusas o asaltadas por las dudas y la incertidumbre. El precio a pagar por esa falsa y siempre provisional seguridad es el fiel y pasivo asentimiento intelectual a «sus» verdades. Durante muchas generaciones, la Tierra acogerá a mortales tímidos, temerosos y vacilantes que preferirán este tipo de «pacto». Y yo te digo que, al unir sus destinos al de las religiones de la autoridad, pondrán en peligro la sagrada soberanía de sus personalidades, renunciando al derecho a participar en la más apasionante y vivificante de todas las experiencias humanas: la búsqueda personal de la Verdad y todo lo que ello significa...

-¿Y qué representa esa «búsqueda personal»?

Aquel increíble Hombre abrió sus brazos y, mostrándome las luces del lago, la infinita belleza del firmamento y el crepitar del fuego, sentenció vibrante:

-¿Y tú, embarcado en esta apasionante aventura, me lo preguntas? ¿Qué me dices de la alegría y de las emociones que conllevan vuestros descubrimientos? ¿No ha merecido la pena?

Guardé silencio. Una vez más estaba en lo cierto.

-Los descubrimientos intelectuales, amigo mío, constituyen siempre una «aventura» y un riesgo. Pero sólo los audaces, los que obedecen a su propio «yo», están capacitados para enfrentarse a ello. Sólo ésos, los auténticos «buscadores» de la Verdad, saben explorar con resolución y sin miedo las realidades de la experiencia religiosa personal. ¡Tú mismo y tu hermano estáis experimentando la suprema satisfacción del triunfo de la fe sobre las dudas intelectuales!

-Y estas victorias, único objetivo de la existencia humana, sólo conducen a un fin: la búsqueda personal de Dios. En verdad, en verdad te digo que todo hombre que se empeñe en esa suprema aventura encontrará a mi Padre, incluso en el desaliento de las dudas. La religión del espíritu significa lucha, conflicto, esfuerzo, amor, fidelidad y progreso. La dogmática, por el contrario, sólo exige de sus fieles una parte ínfima de ese esfuerzo. No olvides, que la tradición es un sendero fácil y un refugio seguro para las almas tibias y temerosas, incapaces de afrontar las duras luchas del espíritu y de la incertidumbre. Los hombres de fe viajan siempre

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