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Espiritu Santo

irvingvazte30 de Noviembre de 2011

2.245 Palabras (9 Páginas)816 Visitas

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"Si queremos aportar algo trascendente a la

sociedad..., ofrezcámosle hijos amados,

porque estaremos ofreciendo

personas honestas, productivas,

buenas y felices."

Los padres proyectamos en nuestros hijos nuestras expectativas

de la vida, nuestras frustraciones, nuestras etapas de la infancia o

adolescencia sin resolver, nuestros "hubiera" y nuestras

necesidades insatisfechas, esperando inconscientemente que ellos

se conviertan en una extensión de nosotros mismos y que cierren

esos asuntos inconclusos. Conocer la "parte oculta" de nuestra

relación, comprender por qué ese hijo, específicamente ése, nos

saca tan fácil de nuestras casillas, por qué nos desagrada, por qué

nos es tan difícil amarlo, por qué estamos empeñados en

cambiarlo, por qué lo presionamos con tal insistencia para que

haga o deje de hacer, nos abre la puerta a la posibilidad de un

cambio profundo en la relación con él. Darnos cuenta

contribuye a transformar los sentimientos de rechazo, rencor y

su consecuente culpa, que pueden resultar devastadores,

facilitando el paso al único sentimiento que sana, une y

transforma: el amor.

MARTHA ALICIA CHA VEZ MARTÍNEZ

es psicóloga, con entrenamiento en

psicoterapia sistémica, hipnoterapia

ericksoniana, programación neurolingüística

y terapia en alcoholismo y

adicciones. Participa en diversos

programas de radio y televisión. Con

base en su experiencia como psicoterapeuta

individual y familiar —y

como expositora en múltiples cursos

y conferencias— la autora comparte

importantes observaciones sobre las

relaciones padres-hijos. Su profundo

y honesto compromiso con su propio

crecimiento interior, le permite

transmitirlas de manera congruente y

realista, abriendo los corazones y

tocando las fibras de quienes la leen o

escuchan.

TU HIJO, TU ESPEJO

Un libro para padres valientes

Introducción

En mi ciudad natal vivían una mujer y su hija que caminaban

dormidas.

Una noche, mientras el silencio envolvía al mundo, la mujer

y su hija caminaron dormidas hasta que se reunieron en el

jardín envuelto en un velo de niebla.

Y la madre habló primero:

—¡Al fin! ¡Al fin puedo decírtelo, mi enemiga! ¡A ti que

destrozaste mi juventud y que has vivido edificando tu vida

en las ruinas de la mía! ¡Tengo deseos de matarte!

Luego la hija habló, en estos términos:

—¡Oh, mujer odiosa, egoísta y vieja! ¡Te interpones entre

mi libérrimo ego y yo! ¡Quisieras que mi vida fuera un eco de

tu propia vida marchita! ¡Desearía que estuvieras muerta!

En aquel momento cantó el gallo y ambas mujeres

despertaron. La madre dijo, amablemente:

—¿Eres tú, tesoro?

Y la hija respondió con la misma amabilidad:

—Sí, soy yo, querida mía.1

1 Gibrán Jalil Gibrán, "Las sonámbulas", en El Loco, Editorial

Orion, México, 1972, pp. 37-38.

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Recuerdo todavía el impacto que este relato causó en mí

cuando en la adolescencia lo leí. ¿Sería eso posible? Me

pregunté: "¿Podían existir sentimientos como esos entre

una madre y una hija o entre un padre y un hijo?". Pero

dentro de mi asombro sabía que ese relato mostraba en

su más dramática expresión una realidad que de una

forma visceral yo intuía.

Luego me convertí en madre y después en psicoterapeuta,

y en estos diez años en que he acompañado a

tantas madres y padres en un tramo de su andar por la

vida he constatado muchas veces que hay una "parte

oculta" en la relación padres-hijos, conformada por una

variedad de facetas de la vida de los padres,

proyectadas de manera inconsciente en la vida de sus

hijos, proyecciones que se desconocen y se niegan,

porque descubrirlas a veces asusta y casi siempre

avergüenza.

¿Qué caso tendría entonces adentrarnos en este

laberinto? ¿Para qué leer este libro y correr el riesgo de

sentir culpa, dolor o vergüenza? La respuesta es simple:

de todas maneras sentimos esto en muchos momentos

de la relación con nuestros hijos, sobre todo después de

esas explosiones donde surgen los sentimientos

reprimidos y negados, donde nos agredimos

mutuamente y dejamos la marca de esas ofensas que el

tiempo casi nunca borra, y que se van acumulando una

sobre otra dañándonos profundamente, tanto a nosotros

como a nuestros hijos.

¿No es mejor entonces conocer esa "parte oculta" de

nuestra relación? ¿No es mejor saber por qué ese hijo,

específicamente él, te saca tan fácil de tus casillas, por

qué te desagrada tanto, por qué te es tan difícil amarlo,

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por qué estás empeñado en cambiarlo, por qué lo

presionas con tal insistencia para que haga o deje de

hacer?

Darte cuenta de qué te pasa con tu hijo te abre la puerta a

la posibilidad de un cambio profundo en tu relación con

él y a veces, mucho más frecuentemente de lo que te

imaginas, darse cuenta transforma, casi en segundos,

estos sentimientos de rechazo, rencor y culpa, que

pueden resultar devastadores. Muchas veces he sido

testigo del profundo cambio de percepción y sentimientos

de los padres respecto a sus hijos con el solo hecho de

descubrir y reconocer esa "parte oculta". Mientras no la

reconozcamos, difícilmente podremos solucionar los

problemas de forma real, profunda y permanente, ya que

aun cuando llevemos a cabo cambios de comportamiento,

de relación o de comunicación, la sombra de esa "parte

oculta" seguirá contaminando y eclipsando cualquier

intento de solución.

Vivimos en un mundo con muchos problemas y en el

fondo de ellos hay una enorme carencia de amor. Si

quieres aportar algo trascendente a la sociedad y al mundo

en el que vives, ofréceles hijos amados, inmensamente

amados, porque estarás ofreciendo personas honestas,

productivas, buenas y felices.

Te invito pues, únete a todos nosotros, padres y madres

que, como tú, estamos dispuestos a descubrir esa "parte

oculta" de la relación con nuestros hijos, a correr el

riesgo de incomodarnos por un rato si esto nos lleva a

vivir mejor y amarnos más. Exploremos esto juntos y

divirtámonos mientras lo hacemos.

Mi deseo es que este trabajo contribuya a cultivar y

fortalecer el amor entre padres e hijos. Bienvenido seas a

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este libro, escrito para padres valientes como tú. Porque

para reconocer la verdad es necesario ser valiente, pero

vale la pena, pues la recompensa es enorme. Basta ya de

mentirnos, de voltear la cara cada vez que vislumbramos

una realidad desagradable. La verdad da sosiego, abre

puertas; la verdad nos hace libres.

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1. Las defensas

Para comprender todo este asunto de la "parte oculta" de la

relación padres-hijos necesitamos hablar primero de los

mecanismos de defensa. Éstos son medios que

utilizamos inconscientemente para afrontar las

situaciones difíciles, distorsionando, disfrazando o

rechazando la realidad y así reducimos la ansiedad.

Existen alrededor de trece mecanismos de defensa, sin

embargo, para los fines de este libro nos enfocaremos en

tres de ellos: la proyección, la negación y la formación

reactiva. De esta última hablaré en el capítulo 5.

Si bien todos, en ciertos momentos, utilizamos algún

mecanismo de defensa, esto sucede en mínimo grado en

las personas psicológicamente sanas y maduras, ya que

tienen un muy buen grado de autoconocimiento y manejo

de sus propios procesos. De tal manera que mientras más

sana es una persona, menos utiliza los mecanismos de

defensa y, cuando lo hace, casi siempre es consciente de

ello.

Debido a que en este libro revisaremos las diferentes

formas de proyección que los padres activamos con

nuestros hijos y cómo la negación nos impide

reconocerlos, a

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continuación explicaré en qué consisten estos dos

mecanismos de defensa que son además muy

interesantes.

La proyección es el proceso de atribuir a otros lo que

pertenece a uno mismo, de tal forma que aquello que

percibimos en los demás es en realidad una proyección

de algo que nos pertenece; puede ser un sentimiento,

una carencia, una necesidad o un rasgo de nuestra

personalidad. Si bien la proyección

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