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El Mito De Pablo Machista


Enviado por   •  2 de Agosto de 2013  •  910 Palabras (4 Páginas)  •  389 Visitas

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El mito del “Pablo machista”

Rebuscando entre la basura digital me he encontrado con un curiosísimo post (http://blogs.periodistadigital.com/elpulpito.php/2009/07/21/el-error-y-el-horror-de-la-iglesia-angli), cuyo autor, presbítero y especialista en el insulto fácil (una de sus últimas hazañas: decir que “Martini o chochea o chochea” por pedir un nuevo Concilio dentro de la Iglesia Católica; cf. http://blogs.periodistadigital.com/elpulpito.php/2009/06/28/el-chocheo-impertinente-de-martini-) enviste ferozmente contra la ordenación de mujeres dentro de la jerarquía anglicana (y también contra la ordenación de homosexuales, por supuesto: de hecho asocia ambos motivos – machismo y homofobia - al afirmar que “Cuando uno las ve no sabe bien si se trata de algo serio o de una escena sacada de un desfile del Gay Pride”).

Pero lo que más me llamó la atención del post no es el tono chabacano y retrógrado al que el blogger nos tiene acostumbrados, sino que, ante la posibilidad de que dentro del catolicismo también surjan voces a favor de la ordenación femenina - como si no las hubiera ya…-, apele a la traducción latina de I Cor XIV,34 (versículo en el que se dice que las mujeres deben callarse en las asambleas).

Me gustaría extenderme a este respecto, ya que además de tener que cargar con el sambenito de homófobo, Pablo también tiene que cargar con el de machista. Ya he escrito en otras ocasiones sobre la falta de fundamento de la primera acusación y querría ahora, aunque sea de pasada, mostrar que tampoco la otra se sostiene.

Así, los/as estudiosos/s del Corpus Paulino coinciden en señalar que I Cor XIV,33b-36 es uno de los muchos fragmentos que se interpolaron a los escritos originales de Pablo. Lo cual, aclaro, no equivale a decir que no es canónico: autoría y canonicidad son temas distintos. Su validez para nosotros viene en función no de quién lo escribió sino de su armonía o confrontación con el Canon dentro del canon que es la propia praxis de Jesús. Y en este caso el choque es más que evidente: frente a otras posturas vigentes en su contexto que consideraban a las mujeres eternas menores de edad, Jesús las invita a expresarse libremente, toma en consideración lo que dicen – o lo que hacen -, conversa con ellas (Mt XX,21 y XVI,12-23; Mc V,33-34 y VII,27-29; Lc VII,44-50 y X,40-42; Jn IV,7-27; XI,21-40; etc.); y aunque los propios evangelios, redactados por varones, intenten silenciarlo, nos llega la tradición de que Cristo tuvo, junto a sus discípulos varones (doce por las doce tribus), cinco discípulas (¿por las esposas de los tres patriarcas contando a Agar, o bien incluyendo como patriarca a José y añadiendo al cómputo a su esposa?): María Magdalena, Juana, Susana (Lc VIII,2-3), María la madre de Santiago y Salomé la esposa de Zebedeo (Mc XV,40).

Sería interesante aclarar (si ya lo hice en el foro antiguo, perdón por repetirme), como guía de lectura para las epístolas paulinas, que sólo siete de las que se conservan son admitidas universalmente por los/as exegetas como obra del propio Pablo: Rom, I-II Cor, Gál, Flp, I Tes y Flm. El estatuto de II Tes es discutido, mientras que Ef/Col son claramente obra de una generación posterior de discípulos de Pablo, que escriben cuando el apóstol ya ha sido martirizado para mantener vivo su espíritu dentro de la comunidad cristiana: por ello se les conoce como “cartas de segunda generación”. Las “pastorales” (I-II Tim y Tt) reflejan a su vez una “tercera generación” paulina.

Esto es bastante conocido. No lo es tanto el hecho de que, de entre las siete cartas “auténticas”, sólo Gál, I Tes y Flm son escritos unitarios, escritos (mejor dicho, dictados: Pablo sabía escribir perfectamente en griego pero sufría de un problema en la vista) y enviados “de una pieza”, tal como hoy las conservamos – salvo por las interpolaciones de Gál V,18-23; VI,6 y I Tes II,15-16 (algunos/as tampoco aceptan la autenticidad de I Tes V,1-11) -.

No mucho después de la muerte de Pablo – probablemente antes de que se redactaran las cartas de “segunda generación” -, ya corría por las comunidades cristianas una colección de siete cartas del apóstol. El siete fue elegido por su simbolismo: como acabo de decir, sólo tres de estos escritos eran en realidad cartas unitarias. En las otras cuatro se agruparon diversos textos que luego pasaré a analizar. Esta colección de siete cartas tampoco nos ha llegado en su edición original, sino en el formato definitivo que adquirió a manos de un autor de la “tercera generación” (sin duda, el de I Tim), quien añadió a la recopilación algunas interpolaciones tan notorias como I Cor VI,9-11.

Cabe señalar por último que todos los textos auténticos recopilados en dicha colección procederían, según el consenso general, de la etapa previa a la prisión en Roma – Flp y Flm fueron dictadas en una cárcel, pero en Éfeso, donde el apóstol también había estado preso -; prisión a la que sobrevivió cumpliendo su deseo de viajar a Hispania, como testimonia Clemente Romano hacia el año 96. Surge entonces la pregunta de en qué medida las cartas de segunda y tercera generación puedan reflejar la evolución del pensamiento del apóstol en esta etapa final de su ministerio, recoger alusiones verídicas a personas con las que contactó y lugares en los que estuvo antes de sufrir el martirio, o incluso contener algunos fragmentos auténticos que la colección de las siete cartas no había recogido. Se trata de un debate abierto y demasiado pormenorizado para abordarlo aquí.

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