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El año Liturgico

Andreiitafer16 de Enero de 2013

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EL AÑO LITÚRGICO

En la liturgia, la Iglesia no celebra sino un único misterio: el de Cristo muerto y resucitado, que nos comunicó su vida divina por medio de los sacramentos de la fe, en especial el Bautismo y la Eucaristía. Cada vez que celebramos la cena del Señor, participarnos en su Pascua. Mas, al hacerse hombre, Cristo se sometió a la condición humana y por lo mismo, a las leyes de la comunicación entre los hombres.

Ahora bien, el hombre se halla inmerso en el tiempo y no puede descubrir la grandeza y profundidad del misterio de Cristo sino desarrollándolo en el tiempo. Los ritmos periódicos de semanas y años han configurado nuestra psicología. Por consiguiente, no nos tiene que extrañar el encontrarnos con ellos en el culto divino.

La Iglesia celebra cada domingo el misterio pascual de la muerte y resurrección de Cristo. Pero cada año hay un domingo en el que el pueblo cristiano celebra la Pascua con un gozo y una disponibilidad excepcionales: el domingo de Pascua. La Pascua es «la fiesta de las fiestas» y «la solemnidad de las solemnidades», por valernos de las expresiones entusiastas de Oriente. Nadie ignora que la fiesta es una de las expresiones más espontáneas de la vida social y que, en todas las civilizaciones, ha revestido desde un principio una forma religiosa. El pueblo de la Antigua Alianza celebró sus fiestas en honor del Señor. El de la Nueva Alianza celebra en la Pascua la fiesta que le otorga su identidad cristiana, y cuya alegría se difunde a todo lo largo de los domingos y fiestas del año.

Las solemnidades pascuales

El lazo de unión que Cristo quiso establecer entre su sacrificio y la celebración de la Pascua judía hace que la Pascua cristiana entronque con el Antiguo Testamento. La Pascua cristiana, más que la del Éxodo, supone una liberación de la servidumbre y constituye el nacimiento de un pueblo, el nuevo pueblo de Dios. Ya San Pablo da testimonio de que, desde el año 57, los fieles de Cristo daban una interpretación cristiana a la celebración de la Pascua judía: «Nuestro cordero pascual, Cristo, ha sido inmolado. Así que, celebremos la fiesta, no con vieja levadura, ni con levadura de malicia y perversidad, sino con ázimos de pureza y verdad» (1 Cor 5, 7-8).

Precisamente por esta unión con la Pascua judía fue por lo que la fiesta cristiana de Pascua se estableció no según el calendario solar -como las restantes fiestas-, sino de acuerdo con un calendario solar y lunar a un mismo tiempo -lo cual puede hacer que la Pascua varíe, según los años, entre el 22 de marzo y el 25 de abril-. Además, la divergencia en la computación de las fechas hace que los cristianos de Oriente y Occidente apenas celebren nunca la Pascua en un mismo día. Con todo, median negociaciones entre las diversas Iglesias con miras a fijar la Pascua en el segundo o tercer domingo de abril. De llegar a buen término, todos los bautizados, diseminados por el mundo entero, podrían celebrar juntamente la resurrección del Señor.

Triduo pascual

La solemnidad pascual está unida desde el principio a la Noche Santa, en la que «la Iglesia vela con amor» a la escucha de la palabra de Dios, y en la celebración los sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía. Es el momento en que todos los fieles de Cristo renuevan junto con Él su caminar hacia el Padre. La Vigilia pascual constituye el culmen del año cristiano.

Pero «también el corazón posee sus razones». Por consiguiente, aun hallando en la celebración de los sacramentos durante la Noche Santa lo esencial de la gracia pascual, la Iglesia siente la necesidad de seguir paso a paso al Señor Jesús en su Pasión redentora, desde la cena en que instituyó la Eucaristía hasta las apariciones por medio de las cuales dio a conocer su resurrección a los discípulos.

El triduo pascual de Cristo muerto, sepultado y resucitado nace de esa necesidad. Tiene lugar desde la tarde del "Jueves santo hasta el Domingo de Pascua: el jueves, a la tarde, se celebra la Misa de la Cena santa; el viernes, en las primeras horas de la tarde, la Pasión de Jesús; el sábado, honra -con la ausencia de toda celebración litúrgica- el misterio de Cristo en el sepulcro, y en la Misa del domingo damos gracias a Dios por la maravilla que ha obrado al resucitar a su Hijo de entre los muertos y al franquearnos, mediante ese mismo hecho, las puertas de la vida.

Tiempo pascual

No basta un solo día para expresar la alegría de la Resurrección. Por consiguiente, la Iglesia celebra la solemnidad pascual durante los cincuenta días que separan la Pascua de Pentecostés. Guiada por la lectura diaria de los Hechos de los Apóstoles y del Evangelio Según San Juan, descubre durante siete semanas todo lo que la muerte y la resurrección del Señor han supuesto para el mundo, y hace elevarse a Dios la alabanza de los redimidos por medio del canto del Aleluya.

A los cuarenta días de la Pascua -o el domingo siguiente, en algunas regiones- celebramos la Ascensión del Señor. Desde ese día, en la celebración litúrgica se une el recuerdo de la venida del Espíritu Santo a la alegría pascual.

Cuaresma

La solemnidad pascual se prepara, desde el miércoles de ceniza hasta el jueves santo, con cuarenta días de penitencia, a lo largo de los cuales toda la comunidad acompaña a los catecúmenos en su preparación para el Bautismo y se dispone, por su Parte, a renovar su profesión de fe bautismal durante la Noche Santa. La liturgia diaria de la misa y las celebraciones penitenciales de Cuaresma, invitan al cristiano a someter a juicio ante Dios las directrices fundamentales de su vida, a fin de abrirse a la gracia de la renovación pascual.

El último domingo de Cuaresma -el Domingo de Ramos- comienza la Semana Santa: la procesión en que revivimos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén y la lectura de la Pasión, que nos pone ante la vista a Cristo en cruz, forman el pórtico majestuoso de las solemnidades de nuestra redención.

Durante los tres meses que separan el primer domingo de Cuaresma del domingo de Pentecostés, la comunidad de los cristianos vive el período más intenso del año. Por importante que sea la celebración de las fiestas de la venida del Señor entre nosotros, no admite comparación con las de la Pascua. En el año cristiano sólo hay dos polos: Pascua y Navidad. Y un punto culminante, Pascua.

Tiempo de Navidad

Con toda legitimidad la piedad moderna ha revestido la fiesta de la Natividad de Jesús con la ternura y poesía propias del recuerdo del Niño. En un principio, sin embargo, constituyó una fiesta casi austera, una reclamación solemne de la divinidad de Cristo ante aquellos que la negaban (siglo IV): en el hijo de la virgen María adoramos al hijo de Dios.

Las fiestas de la Epifanía y del bautismo de Jesús, así como la de la Maternidad divina de María, afirman -cada una a su manera– el mismo dogma de nuestra fe, en tanto que en la fiesta de la Sagrada Familia, descubrimos las implicaciones más humanas del misterio de la Encarnación.

Tiempo de Adviento

Son 4 domingos de Adviento. El primero, que da comienzo a este tiempo y al mismo Año Litúrgico, coincide con el último domingo de noviembre o el primero de diciembre.

Las cuatro semanas del tiempo de Adviento supusieron, al inicio una preparación para las celebraciones de la Natividad. Mas si Cristo vino a los hombres haciéndose como uno de ellos y manifestó su gloria en las diversas «epifanías» que encuadran su infancia y los comienzos de su predicación, un día volverá como juez de vivos y muertos. Por consiguiente, la liturgia del Adviento evoca alternativamente ambas venidas del Señor, haciendo notar a la vez que Cristo no cesa de venir al mundo y de manifestarse a los hombres a través de la vida y el testimonio de los que creen en Él.

Tiempo ordinario

Además de los tiempos litúrgicos que acabamos de presentar, quedan aún en el año treinta y tres o treinta y cuatro semanas que no poseen ninguna configuración especial. Se las denomina Tiempo ordinario. Este tiempo se desarrolla en dos períodos, cuya duración varía según la fecha de la Pascua, desde el 7 de enero hasta la Cuaresma y desde Pentecostés hasta el Adviento.

Las fiestas del Señor y de los Santos

A lo largo del año, celebramos varias fiestas del Señor, que vienen a sumarse a las solemnidades mayores ligadas al tiempo de Pascua y Navidad: tales como, por ejemplo, la del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, la del Sagrado Corazón de Jesús, la de la Transfiguración del Señor y la de la Exaltación de la Santa Cruz. También se celebran fiestas de la Santísima Virgen María y de los Santos.

Si bien la liturgia del domingo no cede su puesto más que a las solemnidades del Señor, de la Virgen María y otros Santos, los restantes días de la semana están consagrados con frecuencia, a excepción de la Cuaresma, a los aniversarios de los Santos. De este modo proclama la Iglesia «el misterio pascual cumplido en ellos, que sufrieron y fueron glorificados con Cristo; propone a los fieles sus ejemplos, y, por los méritos de los mismos, implora los beneficios divinos»

Ornamentos litúrgicos

1- Amito. El diácono y el subdiácono -que son los servidores inmediatos del sacerdote-, el mismo sacerdote y hasta el Obispo, que es el clérigo que posee la plenitud del sacerdocio, cuando van a revestirse de sus ornamentos propios se ponen el amito, que es un trozo de tela blanca rectangular y lo suficientemente ancha para que cubra el cuello y los hombros. Lleva en su centro pintada o bordada una cruz, que siempre debe

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