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Etimologia


Enviado por   •  20 de Octubre de 2013  •  2.019 Palabras (9 Páginas)  •  374 Visitas

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OPCIÓN CREYENTE

C. ECLESIOLOGIA FUNDAMENTAL

1. La Traición y la Revelación

1.1 Etimología

La palabra tradición corresponde al termino griego paradosis (de para-didomi, que significa entregar, tanto en el sentido de dar algo, como de dar a alguien, o sea, de traicionar).

1.2 Objeto y sujeto

Tradición puede indicar ya sea el objeto constitutivo de una tradición – aquello que se transmite – ya sea el hecho mismo de la transmisión, o sea, el proceso de transmitir algo.

1.3 Tradición como concepto cultural

Tanto el objeto como el sujeto de la tradición pueden tener diversidad de contenidos y de agentes culturales. Ello debido a que la tradición es de por si un elemento esencial de toda cultura, sea profana o religiosa. Todo presente y, por supuesto, todo futuro, lleva en si un pasado. En otras palabras, el pasado es de la esencia misma del presente; por supuesto me refiero al presente como realidad o verdad, no como simple apariencia.

La tradición es, así, la transmisión de la esencia verdadera y presente de un grupo humano, discernir la tradición es, pues, discernir lo esencial de un proceso cultural o religioso.

1.4 Tradición como categoría teológica

El concepto teológico de tradición presupone el concepto cultural más amplio indicado antes. Pero especifica esa transmisión tanto en cuanto al objeto como en cuanto al sujeto.

El objeto de la tradición, en la perspectiva teológica, es la revelación, entendiendo por revelación lo que Dios ha querido decir al hombre para que este pueda ser salvado, y cuya constancia se encuentra explicita o implícitamente en la Escritura.

2. Escritura tradición

Al preguntarse sobre la relación entre Escritura y tradición, se suscita el debate típico católico-protestante. En su forma clásica – que puede de hecho constituir una caricatura – el debate se pondría en los siguientes términos: los protestantes aceptarían la sola Escritura como vehículo de revelación; mientras que los católicos postularían dos vehículos o fuentes de revelación, a saber; la Escritura y la tradición. La relación Escritura-tradición no parece poder sostenerse. Ni la sola Escritura, entendida como excluyente de la tradición.

Si bien el concilio de Trento distingue “libros escritos” y tradiciones no escritas que transmitidas como de mano en mano han llegado hasta nosotros desde los apóstoles”, habla de una sola “fuente de toda saludable verdad y de toda disciplina de costumbres”; y esa fuente es, en el texto, “la pureza misma del evangelio”

La Escritura es la expresión escrita de un proceso de tradición oral previo. La exegesis actual ha mostrado esto en forma concluyente, la fe apostólica en Jesús no se expreso exclusivamente en los textos escritos. Sin embargo, esos textos nos dan como sedimentada la fe transmitida por los apóstoles.

La sagrada Escritura es la palabra de Dios en cuanto se consigna por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo, y la sagrada tradición transmite íntegramente a los sucesores de los apóstoles la Palabra de Dios para que fielmente la expongan y la difundan con su predicación. Así pues, hay una sola fuente de la revelación: la Escritura, a la cual es reducible toda la tradición apostólica legada oralmente, “de mano en mano”. La revelación esta contenida por completo en la Escritura, la cual y solo la cual es inspirada.

3. La Iglesia

Por tradición eclesiástica hemos entendido el proceso de transmisión y explicitación de la palabra, animada por el Espíritu, recibida de los apóstoles por parte de la comunidad postapostólica.

¿Qué relación hay entre el origen de la iglesia y el hecho de Jesús? ¿Cuál es la racionalidad inherente al hecho mismo de la iglesia?

3.1 Jesús y la Iglesia

Jesús llamo especialmente a algunas personas para seguirlo durante su vida publica; los doce. Este grupo constituye ciertamente una “institución” pre-pascual, establecida por Jesús en su vida terrena. Y subiendo a la montaña, llamo a quien él quiso, y vinieron hacia él, e instituyo a doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar, parece claro que pensó en una comunidad de discípulos para prolongar su obra después de muerto. Solo así puede explicarse que textos de la primera generación cristiana, tales como los Hechos de los apóstoles o el evangelio de Juan, hayan podido ser elaborados. Luego de la muerte de Jesús los discípulos comprendieron que el significado mismo del mensaje de Jesús estaba la misión de hacerlo llegar a todo hombre.

La tradición Evangélica muestra que Jesús había asignado un papel especial a Pedro. Es el primero de los doce. Lucas además, recoge una tradición especialmente interesante según la cual Jesús se dirigió a Pedro con estas palabras “Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para zarandearos como el trigo en la criba; pero yo he recogido por ti para que no se apague tu fe.

Sobre la base bíblica original la más primitiva tradición de la iglesia concuerda en afirmar la ida de Pedro a Roma y su martirio en esa ciudad, sobre cuyo sepulcro se construyo una capilla que después determinaría la edificación de la basílica constantiniana previa a la actual basílica de San Pedro el Vaticano. Es, pues, históricamente razonable sostener que no es ajena al deseo de Jesús la institución de una comunidad jerarquizada de creyentes en él, el que prolongara su mensaje después de su muerte, animada por su mismo Espíritu.

3.2 Razón de ser de la Iglesia

La Iglesia aparece como una mediación objetivamente necesaria para que las personas de tiempos y lugares distintos a la palestina que conoció Jesús hace dos mil años, puedan “conectarse”” con ese acontecimiento en forma históricamente objetiva.

Palabra y sacramento constituyen, pues, la substancia de la iglesia, su razón de ser, lo que ella transmite “por nuestra salvación”. Estos son los dos aspectos que deben ser integrados en la eclesiología, superando así el riesgo de la unilateralidad de una eclesiología de la sola palabra, a la cual ha tendido la tradición protestante, o la unilateralidad eclesiológica del solo sacramento. El Espíritu Santo permite, pues, que la palabra y el sacramento no sean palabras y gestos “muertos”, sino realidades salvíficas.

3.3 Las “Notas”

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