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Evangelium vitae

Cinthia HerreraEnsayo1 de Marzo de 2018

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EVANGELIUM VITAE

Publicada el 25 de marzo de 1995. 

Consta de IV capítulos.

Autor San Juan Pablo II es su 11ª encíclica.

Esta cíclica hace un llamado a cada uno de nosotros en nombre de Dios para demostrar el valor de la vida humana.

CAPÍTULO II

HE VENIDO PARA QUE TENGAN VIDA

Este capítulo nos habla sobre la vida nos demuestra cómo debemos ser fieles a la vida desde la concepción hasta la muerte natural

La vida humana es tan valiosa que dios la asumió para la salvación esta nos invita por medio de la encarnación a participar de su vida misma. Nuestra vida es sujeta de salvación

Vemos como tiene valor la vida humana desde el punto de vista teológico y como Dios nos invita a participar de su misma vida.

Dios tiene un amor preferencial para los más vulnerables, los más pobres:

La experiencia del pueblo de la alianza antigua y de la nueva se repite en todos los seres humanos del pueblo que constantemente es buscado por dios, los pobres que se encuentran a Jesús de Nazaret así como el dios amante de la vida había confortado a Israel en medio de los peligros, así ahora el Hijo de Dios anuncia, a cuantos se sienten amenazados e impedidos en su existencia, que sus vidas también son un bien al cual el amor del Padre da sentido y valor. Eso viene a consolar de forma preferencial a quienes están más necesitados, a los marginados y a los pobres. Esto hace que nos conmovamos más con las personas más necesitadas como médicos que estamos estudiando debemos tener más conciencia ya que si un pobre necesita de nuestro servicio debemos tomar conciencia y brindarles nuestro apoyo ayudándolos a tratar cualquier enfermedad que se les presente sin pensar recibir algo a cambio.

A cada uno pediré cuentas de la vida de su hermano: veneración y amor por la vida de su hermano.

En esta parte nos habla que somos imágenes de Dios, somos don de dios y por lo tanto nuestra vida proviene de dios y no podemos disponer de ella esto quiere decir que solo Dios puede dar vida y dar muerte.

«¡Tengo fe, aún cuando digo: “Muy desdichado soy”!» (Sal 116 115, 10): la vida en la vejez y en el sufrimiento 46. También en lo relativo a los últimos momentos de la existencia, sería anacrónico esperar de la revelación bíblica una referencia expresa a la problemática actual del respeto de las personas ancianas y enfermas, y una condena explícita de los intentos de anticipar violentamente su fin. En efecto, estamos en un contexto cultural y religioso que no está afectado por estas tentaciones, sino que, en lo concerniente al anciano, reconoce en su sabiduría y experiencia una riqueza insustituible para la familia y la sociedad. La vejez está marcada por el prestigio y rodeada de veneración (cf. 2 M 6, 23).

Incluso en el momento de la enfermedad, el hombre está llamado a vivir con la misma seguridad en el Señor y a renovar su confianza fundamental en Él, que «cura todas las enfermedades» (cf. Sal 103 102, 3). Cuando parece que toda expectativa de curación se cierra ante el hombre —hasta moverlo a gritar: «Mis días son como la sombra que declina, y yo me seco como el heno» (Sal 102 101, 12)—, también entonces el creyente está animado por la fe inquebrantable en el poder vivificante de Dios. La enfermedad no lo empuja a la desesperación y a la búsqueda de la muerte, sino a la invocación llena de esperanza: «¡Tengo

La misión de Jesús, con las numerosas curaciones realizadas, manifiesta cómo Dios se preocupa también de la vida corporal del hombre. «Médico de la carne y del espíritu»,37 Jesús fue enviado por el Padre a anunciar la buena nueva a los pobres y a sanar los corazones quebrantados (cf. Lc 4, 18; Is 61, 1). Al enviar después a sus discípulos por el mundo, les confía una misión en la que la curación de los enfermos acompaña al anuncio del Evangelio: «Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios» (Mt 10, 7-8; cf. Mc 6, 13; 16, 18). Ciertamente, la vida del cuerpo en su condición terrena no es un valor absoluto para el creyente, sino que se le puede pedir que la ofrezca por un bien superior; como dice Jesús, «quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará» (Mc 8, 35). A este propósito, los testimonios del Nuevo Testamento son diversos. Jesús no vacila en sacrificarse a sí mismo y, libremente, hace de su vida una ofrenda al Padre

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