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Hijo Del Diablo Y Diabla


Enviado por   •  26 de Mayo de 2013  •  2.049 Palabras (9 Páginas)  •  386 Visitas

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Hijo de diablo y diabla

Martín Faunes

DE COMIENZO, ELLA LA PASABA CALLADITA, mirando siempre a un lado y al otro.

Gacela acechada por el león, eso parecía. Y era linda, de verdad que era linda. Linda y distinguida, se las arreglaba lo más bien para demostrarlo a pesar de la falda del uniforme que, no obstante su dureza, ella hacía flamear descubriendo delicadamente sus piernas. Gacela acechada o asustada, no sé. Sí sé que iba siempre con sus ojos saltarines siempre atentos, quizá por eso a los pocos días ya sabía hacer de todo y todo lo hacía bien. Si hasta escribía con letra parejita y con tan buena ortografía. Lo digo con toda mi experiencia: profesionalmente era lo mejor del cuartel, aunque no por eso iba yo a aceptar algo como lo que me ofrecían.

"Asuma", dijo mi comandante, pero yo me negué. No sé si era o no mi obligación como decía él, pero continué negándome, y no me importó que me repitiera treinta veces que era una cuestión de honor. "No ha sido cosa mía", fue una de las pocas cosas que pude responder en la discusión, porque él no me dejaba argumentar amenazándome con cortes marciales y las penas del infierno. Pero yo tenía razón, no había sido mi culpa, todo lo contrario; era su culpa, su propia culpa. «Gato encerrado» andaban diciendo: una escribiente puede demorarse, pero no todas las veces, y cuando el gordo Moreno se atrevió a comentarlo, ya casi todos lo sabían. Se encerraba con mi comandante y ya no parecía la gacela asustada de los primeros días, pero yo igual me la quedaba mirando. Para mi fatalidad, mi escritorio estaba frente al suyo: escritorio para damas con un tablado para cubrirle las piernas.

Pero cómo ignorarla, si tras ese tablado, imaginaba sus rodillas blancas y una sombra más oscura hacia donde terminaban las medias.

Claro que mi comandante no tenía necesidad de imaginar nada, ella se encerrada con él, todos lo sabíamos. Por eso cuando vino con lo del honor y esas tonterías, sentí que era mi deber negarme. Me salió con que yo era el único soltero y que además no aceptaban madres sin marido en la institución, "si no, la enviarás a la cesantía, y será el sino que va a marcarte y te estará persiguiendo". Qué hacer, qué decir. En un momento de rabia me trató de homosexual, "lo que faltaba es que se nos llenara la institución de maricones", dijo en voz alta para que escucharan mis compañeros, pero agregó más bajo "sé que no eres maricón, he visto cómo la observas". Le respondí que no era ningún maricón y que si estaba soltero era por no dejar sola a mi madre. Y él, "te la llevas a vivir con tu vieja, para que aproveche de cuidar al nieto". Qué remedio. Podrán pensar que soy un simplón, pero eso no es tan cierto, se me habían terminado los argumentos; pero además, desde otro punto de vista, podría cumplir un sueño: rozar su piel por las noches antes de dormirnos, tal vez una caricia, un beso furtivo. Por qué no amor verdadero.

Todo el cuartel vino a nuestro casamiento, algo que no necesariamente me honraba. Tampoco a mi mujer que trató a las mujeres de mis compañeros con desprecio. Quizá esperaba ver allí esa noche a las esposas de los otros oficiales, pero ellas, por supuesto, no se presentaron. La torta la puso mi propio comandante que nos envió también un televisor de regalo, aunque puso en la tarjeta que era un presente de toda la unidad, algo que yo no creería.

Pese a todo, en la fiesta estaba como embobado. Feliz, pero embobado.

Embobado y borracho. A uno le hace falta a veces emborracharse para desenredar los sentimientos; así que borracho como estaba, aproveché para resolver el primero de ellos: secreteé para mi madre que mi novia estaba embarazada. La pobre cambió su expresión censuradora de todos esos días, para dibujar en sus ojos la ternura que poseen las abuelas: excelente; el otro problema no había cómo solucionarlo.

El comandante la sacó a bailar después del vals, y bailó con ella tres piezas seguidas, para entonces retirarse como un triunfador. Y es que él era realmente un triunfador. Mi comandante un triunfador y yo un payaso. Pero no tendría por qué seguir siéndolo: me acerqué a la que ya era mi mujer para tratar de arreglar el problema que de verdad me importaba. Ella estaba en la mesa de honor, tal como se sentaba en su escritorio frente al mío, pero nada había de la gacela asustada de antes; esta vez se me quedó mirando como las leonas que desafían al macho, y como nada me atreví a decirle, después de una pausa de horas, se recogió un poco la falda para que pudiera verle las piernas. Yo amaba sus piernas, pero no así, yo quería admirarlas con una sonrisa en su rostro, besarlas con una sonrisa en su rostro. Se las habría acariciado por noches enteras, por todos sus recovecos; en realidad por días y noches, por las tardes, temprano en las mañanas, pero no sin una sonrisa, no con esa mirada dura que yo no me atrevía desafiar ni siquiera con todo el alcohol que ya había tragado. Pese a eso, en el pequeño cuarto de residencial de la playa Las Cruces, donde pude llevarla, todo pareció enmendarse: mientras la observaba desde la cama, ella se desnudó, y luego, con una pequeña reverencia y el brazo extendido, dibujó un semi círculo horizontal con el dedo índice, para que entonces todo cambiara. No tuve tiempo siquiera de razonar ni de preguntarme si la ex gacela asustada había

lanzado acaso un encantamiento, porque mucho antes de eso, me rodeó entre sus piernas y se apropió de mí como boa con su presa.

Tuve noche buena aunque no por amor verdadero. De mi parte sí, lo reconozco, pero no de la suya: nadie me saca de

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