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La Conciencia


Enviado por   •  17 de Agosto de 2013  •  6.570 Palabras (27 Páginas)  •  247 Visitas

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La conciencia (P. Gonzalo Miranda)

1.- Enfoque

Dios llama al hombre a realizarse como persona, como sujeto moral, y alcanzar de ese modo su propia salvación eterna. Dios llama a cada hombre, y lo hace ante todo a través de su misma realidad como persona, creada por Él. Y específicamente, a través de su conciencia.

Vamos, pues, a estudiar ese tema central de la moral, desde este enfoque: la conciencia como un “instrumento” puesto por el Creador en todo ser humano, a través del cual le llama a ser lo que debe ser actuando como debe actuar.

Aclararemos en primer lugar el concepto de conciencia, primero a partir del lenguaje popular y luego considerando el origen etimológico del término. Comprenderemos así que la conciencia es un “saber” relacionado con el bien o el mal moral; un saber habitual o un saber actual.

Luego profundizaremos en la realidad moral de la conciencia en cuanto instrumento de la llamada moral de Dios a todo hombre. Y veremos que la dignidad de quien desea actuar según su conciencia pasa por el deseo sincero de escuchar y obedecer a la voz de Dios que le habla en ella.

En tercer lugar habrá que distinguir los diversos tipos de conciencia y los diferentes estados en que se puede hallar.

Finalmente analizaremos cuáles son las diversas “exigencias” morales para el sujeto según el estado de su conciencia, especialmente cuando su conciencia es errónea o se encuentra en estado de duda.

2.- El concepto de “conciencia”

2.1.- Análisis del lenguaje común

La “conciencia” es una verdadera protagonista en la cultura y en la sociedad actual. Continuamente se hace referencia a ella de distintas formas y en ambientes muy diversos; con significados también discordantes.

Esquematizando la complejidad de las diversas visiones de la conciencia que pululan entre la gente, podríamos identificar dos sentidos antagónicos: la conciencia como “árbitro” y como “arbitrio”.

La conciencia como árbitro. En una ocasión un niño de unos 12 años me dijo que la conciencia es como una “campanita” que suena dentro de uno cuando se pasa una determinada línea. Todos los chicos del grupo asintieron. Hay muchas expresiones populares que van en el mismo sentido: la conciencia es un “ojo” que ve siempre lo que haces, vayas donde vayas; o una “voz” que te indica de vez en cuando lo que debes hacer o dejar de hacer (“la voz de la conciencia”); o bien, un “gusano” que te remuerde dentro cuando has hecho algo malo; o un “juez”, un “testigo”, un “apuntador” como los del teatro, que te “sopla” lo que tienes que hacer...

Hay en todas esas expresiones una comprensión de la conciencia como algo que tiene que ver con el juicio sobre el bien o el mal de nuestros actos; algo que en su juicio no depende totalmente de nuestro querer. Ese algo suena, ve, habla, remuerde, juzga, atestigua o dicta, de algún modo independientemente de nuestros deseos, planes, intereses, gustos y decisiones. Si dependiera totalmente de nuestro querer, las cosas serían mucho más sencillas: sería bueno todo lo que quisiéramos que fuera bueno, todo lo que nos gustara o interesara... y ¡se acabaron los “problemas de conciencia”! Pero no, la conciencia no se doblega fácilmente a nuestro propio yo. Se tiene la impresión de que se trata de un “árbitro” moral, diverso de nosotros mismos.

La conciencia como arbitrio. No es raro oír, cuando se discute sobre la moralidad o inmoralidad de una determinada acción, una frase de este tipo: “Digan lo que digan, yo hago lo que me dice mi conciencia”; o bien: “hizo bien, porque actuó en conciencia”. Ese “hago lo que me diga mi conciencia” podría a veces traducirse como “hago lo que me dé la gana”. Como veremos más adelante, se debe efectivamente hacer lo que dice la conciencia; pero muchas veces esa expresión indica una actitud que parte de una visión de la conciencia personal como instancia decisional, más que como juez del bien o del mal. Haga yo lo que haga, está bien si lo hago en conciencia, es decir, coherentemente con mi propio modo de pensar. Aquí la conciencia no es “árbitro” sino “libre arbitrio”.

En las dos acepciones presentadas hay algo de correcto y algo de equivocado. La conciencia es árbitro, pero no ajeno, externo al sujeto mismo; y se debe seguir la propia conciencia, pero no como si el bien o el mal dependieran de la propia decisión. El análisis etimológico del término mismo nos ayudará a comprender mejor el concepto.

2.2.- La conciencia como “saber moral”

La palabra “conciencia” proviene del latín “conscientia”, palabra compuesta de “cum” y “scientia”: significa, en primera estancia, “saber con”; un saber o conocimiento común a varias personas, confidencia o complicidad. Es exactamente el mismo significado del vocablo griego referido a la conciencia, que significa saber con otro, confidencia o complicidad.

Por lo tanto, la conciencia es un saber, y no un querer o decidir. Tiene que ver con el intelecto de la persona, no con su voluntad.

Se distinguen dos tipos elementales de conciencia: la conciencia psicológica, que es el saber en cuanto presencia de la realidad en el sujeto, y la conciencia moral, en cuanto conocimiento del bien/mal moral implicado en una determinada acción humana. Algunos idiomas tienen palabras propias para cada uno de esos dos tipos de ese saber. En castellano existe la palabra “consciencia” para designar propiamente la realidad psicológica: soy consciente de que estoy escribiendo estas notas (aunque se puede decir también que “tengo conciencia” de ello). En cambio cuando se trata del saber moral se usa sólo el término conciencia. Del mismo modo, en inglés se utiliza el término consciousness para designar el primero y conscience para el segundo.

1.3.- Conciencia habitual y conciencia actual

Nos interesa aquí la conciencia en cuanto saber moral, es decir, en cuanto conocimiento del bien y del mal en relación con el actuar humano. Ahora bien, ese conocimiento puede ser un conocimiento habitual, permanente, que nos da la capacidad de discernir lo que es o no conforme a la razón moral: es la conciencia habitual; o puede ser un conocimiento actual, un juicio particular sobre el bien o mal de una determinada acción, especialmente sobre una acción cuyo sujeto soy yo que juzgo: es la conciencia

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