La Navidad

UNA REFLEXIÓN SOBRE LA NAVIDAD

Por:

Diana Atehortúa

Docente

Nuevamente diciembre. Otra oportunidad para celebrar. Entonces hay que hacer preparativos: comprar lo que falta para decorar la casa, para hacer las comidas, para recibir a los que llegan o para que todo esté bien en el viaje. En el ambiente ronda la idea de tener todo lindo y de que todos estemos bien. No hay razones para restarle valor al despliegue de buenas intenciones o actos que nos hacen movilizar en diciembre porque, entre muchas otras cosas, somos seres de rituales y este rito que se ha formado en torno a la navidad nace precisamente de lo que hay más bueno, bello y verdadero en el hombre: la esperanza de experimentar el amor en nuestras vidas.

Sin embargo conviene hacer explícita la pregunta sobre el verdadero valor de todo ello: ¿qué tanto dura el bienestar que nos ofrecen los objetos que compramos?, ¿qué tan sentidos o significativos nos resultan los gestos de dar o recibir regalos?, ¿qué tan gratos terminan siendo los encuentros con las personas con las que nos reunimos a propósito de la navidad?

Si el centro de la navidad es el recuerdo de la promesa del Padre según la cual en cada uno de los hombres puede nacer, germinar y encarnarse el amor -cumplida en el testimonio del nacimiento y vida de Jesús-, ¿qué de esta promesa se ha cumplido del diciembre pasado a hoy en tu vida y en la mía?, ¿ya le compramos el regalo a la tía, primo, sobrina, hermano, o en fin, que siempre encuentra algo feo para decirnos?, ¿ya pensamos cuál día vamos a visitar o a compartir con esa persona que nunca tiene tiempo para ayudarnos con algún favor?, ¿ya nos dispusimos para abrazar a quien ha hablado mal de nosotros?

Jesús no nos compró nada pero nos alcanzó la posibilidad de experimentar lo más bueno, bello y verdadero de la vida: el amor.

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