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La Oración De Moisés


Enviado por   •  2 de Marzo de 2014  •  12.894 Palabras (52 Páginas)  •  635 Visitas

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La oración de Moisés

Meditar sobre la oración de Moisés suena como una «oración al cuadrado», porque es hacer oración sobre otra oración, sobre la manera de orar de otra persona. Hasta se puede pensar que esta meditación se debe despachar con brevedad, porque el tema no da más de sí. La misión de Moisés consiste en sacar a los israelitas de Egipto, y esto evoca, ante todo, a un hombre de acción. En términos clásicos, se podría pensar que su vida tiene mucho de activa y poco de contemplativa y que el capítulo dedicado a su contemplación ha de tener necesariamente un carácter secundario.

Y, sin embargo, lo primero que sugiere una primera lectura es la profusión de textos que nos presentan a Moisés en actitud de dirigirse a Dios. No vamos a incorporar en este capítulo los temas de la muerte de Moisés, que son de alguna manera un diálogo con Dios; prescindimos igual-mente de todo el diálogo de la vocación que supone la entrada de Dios en juego, para fijarnos en momentos muy específicos en los que Moisés se dirige a Dios y Dios, de alguna manera, le responde. Y lo primero que salta a la vista es la densidad y frecuencia con que Moisés ora.

Hemos apuntado ya que Moisés es hombre de acción, y esto le lleva a actuar frente al Faraón y a organizar la conducción del pueblo; pero su tarea, su vocación específica, no es contemplar.

A esta primera dificultad responden los relatos del Pentateuco, donde se presenta a Moisés como un hombre de oración, sin ser hombre de largas oraciones. El libro del Exodo y el Deuteronomio hablan reiteradamente de los cuarenta días pasados en la montaña, que suponen una larga oración. En esos tiempos largos, que llamaríamos hoy tiempos fuertes, Moisés vive entregado a la contemplación, al trato personal con Dios. El texto bíblico nada dice en particular, constatando escuetamente el hecho de que se retiró a la montaña y estuvo allí cuarenta días. Sabemos que cuarenta es número redondo; pero es altamente significativo saber que este hombre de acción, llamado a la empresa épica y claramente activa de sacar al pueblo de Egipto, dedique cuarenta días al trato íntimo con Dios, libre de estorbos y del ruido preocupante de su pueblo. ¿Ficción narrativa? Quizá, pero indica en todo caso la concepción bíblica de que el liberador es, ante todo y sobre todo, un hombre de oración. Dada la multiplicidad de casos y situaciones, intentaremos poner orden, repartiendo la materia en tres grupos asimétricos y desiguales. El primer grupo lo titulamos intercesión: recoge los momentos en que Moisés ora por otras personas distintas de sí mismo; el segundo grupo contempla la súplica personal. Todo es, naturalmente, personal, pero aquí la súplica no recae sobre otras personas, sino sobre asuntos personales suyos; finalmente, una tercera parte, la más breve y la más alta, estudiará la figura de Moisés como contemplador, lo cual nos hace recaer nuevamente en la paradoja del Moisés activo, pero hombre de oración.

Moisés podría pensar así: si soy el hombre de Dios, ya tengo la promesa de Dios, y esto me basta; si debo cumplir órdenes recibidas para las que Dios me ha pro-metido su asistencia, no necesito recurrir a él. Y como garantía, tengo en las manos el bastón capaz de operar prodigios. Podría él pensar que está perfectamente equipado de promesas y poderes, lo cual le exime de recurrir en cada momento al que lo envía. Pero no es así. A pesar de todas esas garantías —misión, promesa, asistencia, bastón—, Moisés recurre constantemente a Dios cuando se encuentra frente a un problema o dificultad. En esos momentos levanta el corazón, extiende las manos y ora: esto es ya una gran enseñanza.

Sin entrar en el Deuteronomio, y orillando los textos antes aludidos, a los que dedicaremos un tiempo particular, nos encontramos con diez momentos de intercesión menor y otros dos de intercesión mayor, y luego con no menos de seis momentos de súplica especial. Este hecho estadístico nos lleva a una primera conclusión de que el libertador Moisés es, ante todo, hombre de oración.

Esta introducción nos permite abordar ya el primer punto, el tema de la intercesión.

1. INTERCESIÓN POR EXTRANJEROS

Interceder es pedir por otro —del latín inter-cedere—; es meterse o situarse entre dos personas. Intercesión indica mediación: uno pide a un segundo en favor de otro tercero. Moisés va a actuar en esta forma triangular, situándose en un ángulo para servir de enlace entre el pueblo y Dios.

Hemos hablado antes de intercesiones mayores y menores. Comenzamos por éstas en ritmo ascendente y nos encontramos con un primer grupo nada menos que en favor del Faraón. El lenguaje es repetitivo y variante, incomprensible sin adentrarse antes en la mentalidad del Faraón y en posibles descuidos por parte del narrador. Se impone ensayar este esfuerzo previo.

El Faraón no es ateo ni agnóstico ni monoteísta; es, por el contrario, un hombre profundamente religioso, con un variado repertorio de divinidades egipcias a las que da culto. Todo pueblo tiene sus divinidades con el deber providencial y protector de velar por ese pueblo. Las divinidades egipcias velan y protegen a Egipto; el Faraón, representante del pueblo, tiene que mediar, ofrecer sacrificios, tratar con los sacerdotes de esos dioses; pero ese monarca totalitario no tiene en el catálogo de sus dioses al Dios de los israelitas, a quien considera el dios de otra comunidad, sin relación ni compromiso alguno con él. El Faraón no niega su existencia; lo que niega es que Yahveh tenga algo que decir a Egipto, por la simple razón de que es un dios de otra región y de otro pueblo. Se le respeta como dios extranjero, pero él, el monarca totalitario e imperial de Egipto, prohibe a ese dios extranjero interferir en los asuntos de este pueblo. Tal es la mentalidad del Faraón. El lector posee el texto bíblico, y nosotros prescindimos de parte de la historia para saltar al momento de la segunda plaga: Las ranas han empezado a multiplicarse de manera inaudita; saltan del Nilo y están infestando todos los sembrados, las casas, los palacios... No se pueden aguantar, no dejan vivir.

«El Faraón llama a Moisés y a Aarón —a veces se habla en singular sólo de Moisés, a veces en plural de los dos— y les pide suplicando: Interceded al Señor para que retire las ranas, y después yo os dejaré marchar.

Le contesta Moisés: Dígnate indicarme cuándo tengo que interceder por ti...

El Faraón le responde: Mañana.

Moisés replica: Así se hará, para que comprendas que no hay otro como el Señor, nuestro Dios. Y

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