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Los Diez Mandamientos

magataby6 de Abril de 2015

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Aquí tenemos, pues la entrega de la Ley. Los Diez Mandamientos fueron presentados en primer lugar, aunque ellos son solo una parte de la ley. También se incluyeron instrucciones con respecto al altar. La Ley y el altar se consideraban conjuntamente. Es que la Ley revelaba que el ser humano era un pecador que necesitaba un Salvador. Por lo tanto, tenía que haber un altar sobre el cual ofrecer el sacrificio, porque debía realizarse un derramamiento de sangre por el pecado. Cuando en el cuarto de baño nos contemplamos en un espejo, que es una figura de la ley, vemos que hay un lavabo debajo del mismo. El espejo nos revela la suciedad, así como la ley es el espejo que nos muestra nuestro pecado. Por eso resulta necesario tener al lavabo inmediatamente al lado. Este me recuerda un himno que dice:

Hay una fuente sin igual

Que mi Jesús abrió

Y en ese puro manantial

Mis culpas el borró

El primer párrafo de este capítulo describe

La entrega de los diez mandamientos

Que eran la primera parte de la Ley dada a Israel, constituyendo el código moral. Leamos los versículos 1 y 2:

"Y habló Dios todas estas palabras, diciendo: Yo soy el Señor tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre."

Dios les estaba recordando que les había sacado de las tierras de Egipto y que, en base a esa liberación quería darles su Ley. El pueblo había pedido la ley y Dios les complació entregándoles primeramente los Diez Mandamientos.

Al leer los Diez Mandamientos, debemos mencionar ciertos aspectos. El primero se refiere a la "nueva moralidad". La llamada "nueva moralidad" se remonta a tiempos anteriores a la entrega de la Ley. En efecto, surgió justamente en el Jardín del Edén, cuando el ser humano desobedeció a Dios. La nueva moralidad existió antes y después del Diluvio. Por todo ello, debemos reconocer que en la actualidad estaría lejos de considerarse nueva, aunque nos guste considerarnos como pecadores refinados y sofisticados. La cruda realidad nos recuerda que somos pecadores en nuestro estado original, Los Diez Mandamientos colocan delante de nosotros las normas y el modelo de Dios. Nadie puede jugar con estos principios y eludir las consecuencias.

En el mundo cristiano con frecuencia se ha reprochado que aquellos que predican sobre la gracia de Dios, no muestren un aprecio adecuado por la ley. Al contrario, cada predicador que enseña la gracia de Dios con la verdadera perspectiva de la salvación por la fe, comprende el elevado carácter de la ley. El apóstol Pablo enfrentaba este problema cuando en su carta a los Romanos 6:1,2, escribió:

"¿Qué diremos, entonces? ¿Continuaremos en pecado para que la gracia abunde? ¡De ningún modo! Nosotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?"

Si alguien piensa que puede continuar viviendo en el pecado y quebrantando los Diez Mandamientos a voluntad, entonces, esa persona no ha sido salvada por la gracia de Dios. Cuando eres realmente salvo, deseas agradar a Dios y hacer Su voluntad, la cual está revelada en los Diez Mandamientos. Por lo tanto, creo que todos aquellos que predican la gracia de Dios sienten respeto y reverencia por la ley de Dios. Como lo expresa adecuadamente el autor del Salmo 119:97,

"¡Cuánto amo tu ley! Todo el día es ella mi meditación."

Pero, ¿qué es la Ley? Alguien la ha definido como una transcripción de la mente de Dios. Esta es una definición defectuosa. La ley es la expresión de la mente de Dios en relación a lo que el ser humano debiera ser. En la ley no hay gracia ni misericordia en absoluto. La ley es la expresión de la voluntad santa de Dios. El autor del Salmo 19:7, dijo:

"La ley del Señor es perfecta, que restaura el alma;"

¿Es la ley del Señor justa, buena? Nuestras nociones de lo que es justo e injusto están influenciadas por nuestro medio ambiente o entorno y por el hecho de tener una naturaleza caída. La ley es una revelación de Dios. El ha trazado la línea entre lo que está bien y lo que está mal. ¿Cómo sabemos lo que es bueno? Dios nos lo dice. La generación actual, desea la libertad y algunos cuestionan mucho y de forma equivocada lo que es justo. ¿Por qué es malo hacer tal o cual cosa? se preguntan muchos. Y hay quienes no se preocupan mucho del robo, la mentira, el adulterio y llegarían, incluso, a justificar la violencia y el asesinato. ¡Cuanta incoherencia e ignorancia hay sobre la ley! ¿Por qué está mal robar o mentir? Porque Dios lo ha dispuesto así. Podría alguien preguntar, ¿y esa disposición es buena para la humanidad? Por su puesto que lo es. Sería maravilloso que el ser humano pudiese cumplir la ley. Pero no es así. Las cárceles, las cerraduras en las puertas, las garantías que deben firmarse a la hora de pedir un préstamo porque nadie confía en nadie, constituyen testimonios de esa realidad. Hubo lejanos tiempos en que la palabra dada era considerada como un compromiso serio y fiable lo cual, evidentemente, ya es historia pasada. Así es que, las conductas humanas que hemos mencionado son malas porque Dios lo ha especificado así.

La ley no se impone por sí misma. El Legislador debe tener el poder para ponerla en vigor. Dios mismo da fuerza a Sus leyes de forma indiscutible y eficaz. Tomemos, por ejemplo, la ley de la gravitación. Podemos escalar llegando tan alto como nos lo permitan nuestras fuerzas, y con tal que no nos soltemos, porque dicha ley está operando y no podemos modificar ni invertir esa fuerza.

Muchísimas personas creen que pueden quebrantar los Diez Mandamientos y evitar las consecuencias. Resulta interesante considerar que una norma debe ser puesta en vigor para ser una ley. En el libro del profeta Ezequiel 18:4, dice que "El alma que peque, ésa morirá". Esta norma tiene fuerza de ley y el que la quebrante, debe pagar la pena impuesta y ser castigado.

Hay otro punto de vista que debe corregirse; es el de confundir la ley y la gracia colocándolas en un solo sisTema, con lo cual se priva a la ley de su majestad y significado. No hay amor en la ley ni hay gracia en la ley. Cuando a la gracia se la mezcla con la ley, se la priva de la bondad de su carácter gratuito y de su gloria. Así, la gracia es despojada de su maravilla, atractivo y del anhelo de ser poseída. Las necesidades del pecador no son satisfechas cuando la ley y la gracia son vinculadas de esta manera. La ley expone lo que el ser humano debería ser. La gracia expone lo que Dios es. La majestad de la ley es una realidad que tenemos que reconocer.

La ley revela el inmenso y profundo abismo que existe entre Dios y el ser humano. En su carta a los Gálatas 4:21, el apóstol Pablo formulaba la siguiente pregunta: Decidme, los que deseáis estar bajo la ley, ¿no oís a la ley? Sería mejor escuchar lo que dice la ley, porque el ser humano ha sido pesado en las balanzas de los Diez Mandamientos y su peso ha resultado deficiente. Los seres humanos no pueden medirse recíprocamente. Sería fácil para un hombre situado sobre un monte decirle a otro que se encontrase en una colina baja "Yo estoy más alto que tu". Pero aquel hombre, siempre estaría por debajo de alguien que, por ejemplo, hubiese llegado a la luna. Simplemente, ningún ser humano está a la altura de Dios.

La ley también revela la incapacidad del ser humano para tender un puente que le permita cruzar ese profundo abismo que le separa de Dios. La carta a los Romanos 3:19, nos dice:

"Ahora bien, sabemos que cuanto dice la ley, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se calle y todo el mundo sea hecho responsable ante Dios;"

Y también dice el apóstol Pablo en Romanos 8:3,

"Pues lo que la ley no pudo hacer, ya que era débil por causa de la naturaleza del hombre pecador, Dios lo hizo: enviando a su propio Hijo en condición semejante a la del hombre pecador y como sacrificio por el pecado, condenó al pecado en la propia naturaleza humana."

Es que el defecto no radica en la ley, sino en nosotros mismos.

Como ya hemos visto, la ley era como un espejo que revela al ser humano su condición pecaminosa. Mucha gente se contempla en el espejo y piensan que se encuentran bien. Esto me recuerda la antigua historia de hadas en la que la reina se puso frente a un espejo y le dijo: "espejo, espejo que estás en la pared, ¿quien es la más bella del reino? Ella esperaba que el espejo le respondiese que era ella, pero el espejo le dijo la verdad y resulta que no era ella, sino otra. Resulta interesante que muchas personas hoy se colocan frente al espejo de los Diez Mandamientos para formular la misma pregunta, para comprobar quién es la mejor. La diferencia estriba en que ellas contestan su propia pregunta diciendo, "soy yo", porque piensan que están cumpliendo la ley. El ser humano de nuestro tiempo necesita situarse frente a ese espejo y permitir que sea el espejo el que responda.

La ley nunca convirtió al ser humano en un pecador; sino que reveló que ese ser era un pecador. La ley fue dada para traer a las personas a Cristo, como ya hemos dicho. Fue como nuestro ayo o custodio para llevarnos de la mano, guiándonos a la cruz para decirnos a cada uno: "necesitas un Salvador, porque eres un pecador."

Llegamos ahora a la exposición de

Los diez

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