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Los Mandamientos


Enviado por   •  23 de Abril de 2015  •  1.325 Palabras (6 Páginas)  •  143 Visitas

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La Renovación en el Espíritu Santo ha ofrecido durante el Año de la Fe una relectura de los diez mandamientos a través de la iniciativa “10 plazas para 10 mandamientos”, con diez grandes eventos –cada uno de ellos dedicado a un precepto- de oración, alabanza, música, danza y testimonios de fe en las principales plazas de diez ciudades italianas.

Los actos congregaron a 120.000 asistentes, y un millón y medio de personas los siguieron por televisión a través del canal TV2000.

El proyecto llamado también “Cuando el amor da sentido a tu vida…” mostró “el arte de vivir los diez mandamientos que Dios dio no sólo a Moisés, sino también a nosotros, a los hombres y mujeres de todos los tiempos”, como destacó el Papa Francisco en un vídeo mensaje a sus participantes.

La iniciativa ha concluido con un manifiesto final en el que cada mandamiento se ha asociado a una categoría social (obreros, agentes sanitarios, sacerdotes, familias,…), a la que se invita con propuestas concretas a vivir y practicar el contenido del precepto. Los promotores están recogiendo firmas de adhesión al documento para llevarlo al debate público.

Esta es su interesante “traducción” de las tablas de la ley al lenguaje actual para mostrar al hombre de hoy el camino de libertad trazado en esos diez preceptos:

Yo soy el Señor tu Dios. La crisis del hombre moderno es crisis de Dios, eclipse de Dios, ignorancia de Dios, aversión a Dios. La esperanza de los hombres es decepcionada por estar la respuesta fuera de Dios. El hombre subordina su propia vida, su futuro, todo lo que posee de bueno, a otros “señores”. Larga sería la lista de todos los “falsos señoríos” propuestos por el espíritu del mundo opuesto al Espíritu de Dios.

No tendrás otro Dios fuera de mí. Los ídolos parecen disfrutar de una salud óptima, Dios parecería en cambio suscitar menos fascinación en el hombre moderno. Sin embargo se trata de “ídolos mudos”, que no pueden salvar el corazón del hombre en su más recóndita necesidad de amar y ser amado. ¡Cuántas imitaciones, cuántos falseamientos del verdadero rostro de Dios! Se hace la guerra en nombre de Dios, pero Dios es uno. Si es “uno” no puede estar en conflicto, en perenne conflicto entre generaciones y pueblos.

No tomarás el nombre de Dios en vano. De cuántas maneras de insulta a Dios, se blasfema, se altera su verdadera esencia. Es fácil usar el nombre de Dios, doblegándolo a las propias necesidades. Cuántos falsos profetas abusan de los demás, especialmente de los “débiles” en nombre de Dios. Cuántos creyentes se “autosalvan” dando a Dios el nombre “misericordia” olvidando que su nombre es también “verdad” y “justicia”.

Santificarás las fiestas. La fiesta, y por tanto el reposo del trabajo, es el espacio ofrecido a la intimidad con Dios. Es tiempo reservado al descubrimiento de uno mismo en relaciones de verdadera fraternidad con los demás. Asistimos a la desnaturalización de esta verdad: la fiesta no alimenta en el hombre la necesidad de Dios, más bien la olvida, haciéndose cada vez más sinónimo de consumismo, de placer, de adquisición y disfrute de los bienes materiales.

Honrarás a tu padre y a tu madre. Los hijos nacen de un padre y de una madre, no de donantes de esperma o de úteros prestados en insignia de una nueva ética social. ¡Cuántos hijos huérfanos de paternidad negada o rechazada incluso por las mismas legislaciones humanas! ¿Cómo podrán los hijos honrar a sus padres y a sus madres si estos permanecen “anónimos”? Quien honra al padre y a la madre respeta su propia historia, las memorias familiares que dan identidad social.

No matarás. Se puede matar de muchas maneras, no sólo con las armas: matan también la lengua, la ignorancia, el silencio. No matar es también defender la vida. Siempre, no sólo cuando se puede o conviene. La vida: en su inicio, en su desarrollo, en su final. La vida no debe ser mortificada. En tiempos de crisis no se pueden favorecer nuevos asesinos: los suicidios son a menudo hijos de una pobreza provocada o de un bienestar desenfrenado que desaparece de repente.

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