PACEM IN TERRIS
wendy_uribe41416 de Noviembre de 2012
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BIOGRAFIA DEL PAPA JUAN XXIII
Nació en Sotto di Monte en 1881, su nombre era Angelo Giuseppe Roncalli. Cursó estudios en su ciudad natal y Roma, ordenándose sacerdote en 1904. Dentro de la curia, fue destinado de nuevo a Bérgamo como secretario del obispo Giacomo Radini-Tedeschi, ejerciendo además como profesor de historia eclesiástica en el seminario diocesano. Fue también sargento médico y capellán durante la I Guerra Mundial, pasando en 1921 a trabajar en la Sociedad para la Propagación de la Fe, que ayudó a reorganizar. Su carrera ascendente dentro de la Iglesia le llevó a ser designado embajador del Papa en Bulgaria, siendo más tarde destinado como delegado apostólico en Turquía y Grecia. Presente en la Hungría ocupada por los nazis durante la II Guerra Mundial, ayudó a la evacuación de la población judía perseguida. Antes de acabar la Guerra, en 1944, fue nombrado Nuncio de Pío XII en Francia.
En 1953 figura como cardenal y arzobispo de Venecia, lo que le coloca en una situación inmejorable de cara a la sucesión de Pío XII. Efectivamente, sucede a éste tras su fallecimiento en 1958, cuando Juan XXIII cuenta 77 años de edad. Desde su puesto, observa con preocupación el distanciamiento surgido entre la Iglesia católica y buena parte de la sociedad, surgido del mantenimiento de una ortodoxia católica apenas renovada con el transcurso de los años. Además, la influencia del racionalismo, el positivismo y las ideologías de izquierdas ha cuestionado la validez del mensaje religioso, que es percibido como lejano y propio de épocas pasadas.
Piensa el papel de la Iglesia como institución necesita de una nueva reformulación, más acorde con una sociedad que ha sufrido una rápida evolución. Así, Juan XXIII promueve la realización de un Concilio Ecuménico que, con el nombre de Vaticano II, tendrá en el "aggionamiento" una de sus divisas. Son varias las labores que el Concilio aborda, como la modernización de la enseñanza, la reorganización de la Iglesia, la promoción del ecumenismo y el acercamiento a los creyentes mediante un ritual menos rígido y más moderno. Sin embargo, el propio Papa falleció durante la celebración del Conflicto, a pesar de lo cual aun tuvo tiempo de intervenir en algunas sesiones, siempre en apoyo de la reforma. Su sucesor, Pablo VI, pudo continuar la labor emprendida, dando como resultado una Iglesia y una religión de mayor contenido social y modernizada. Aparte de mediante el Concilio, dio a conocer su pensamiento mediante la elaboración de siete encíclicas, que mostraron su preocupación por la incardinación del individuo en la sociedad como partícipe de las instituciones (Mater et magistra, 1961) y por las relaciones internacionales, que habrían estar basadas en los principios de la paz, la solidaridad y la justicia (Pacem in terris, 1963).
Otro de sus postulados fue abogar por la participación de la Iglesia en las cuestiones y conflictos que afectan a la Humanidad, superando el alejamiento y la falta de protagonismo que fue característico de periodos anteriores. En este sentido, facilitó el diálogo con otras confesiones, para lo que creó el Secretariado para la Promoción de la Unidad de los Cristianos y promovió los contactos con ortodoxos, judíos y protestantes.
Hombre de vasta cultura, escribió un estudio sobre San Carlos Borromeo que le ocupó cinco volúmenes. Muy querido, muere en el Vaticano en 1963, tras ella se publicaron sus diarios, con los títulos de Diario de un alma (1965) y Cartas a su familia (1969).
“PACEM IN TERRIS”
CARTA ENCÍCLICA DE SU SANTIDAD
JUAN XXIII
Sobre la paz entre todos los pueblos que ha de fundarse en la verdad, la justicia, el amor y la libertad.
A los venerables hermanos Patriarcas, Primados, Arzobispos,
Obispos y otros Ordinarios en paz y comunión con la Sede Apostólica,
al clero y fieles de todo el mundo y a todos los hombres de buena voluntad
INTRODUCCIÓN
El orden en el universo
1. La paz en la tierra, suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia, es indudable que no puede establecerse ni consolidarse si no se respeta fielmente el orden establecido por Dios.
2. El progreso científico y los adelantos técnicos enseñan claramente que en los seres vivos y en las fuerzas de la naturaleza impera un orden maravilloso y que, al mismo tiempo, el hombre posee una intrínseca dignidad, por virtud de la cual puede descubrir ese orden y forjar los instrumentos adecuados para adueñarse de esas mismas fuerzas y ponerlas a su servicio.
3. Pero el progreso científico y los adelantos técnicos lo primero que demuestran es la grandeza infinita de Dios, creador del universo y del propio hombre. Dios hizo de la nada el universo, y en él derramó los tesoros de su sabiduría y de su bondad, por lo cual el salmista alaba a Dios en un pasaje con estas palabras: ¡Oh Yahvé, Señor nuestro, cuán admirable es tu nombre en toda la tierra![1]. Y en otro texto dice: ¡Cuántas son tus obras, oh Señor, cuán sabiamente ordenadas![2] De igual manera, Dios creó al hombre a su imagen y semejanza[3], dotándole de inteligencia y libertad, y le constituyó señor del universo, como el mismo salmista declara con esta sentencia: Has hecho al hombre poco menor que los ángeles, 1e has coronado de gloria y de honor. Le diste el señorío sobre las obras de tus manos. Todo lo has puesto debajo de sus pies[4].
El orden en la humanidad
4. Resulta, sin embargo, sorprendente el contraste que con este orden maravilloso del universo ofrece el desorden que reina entre los individuos y entre los pueblos. Parece como si las relaciones que entre ellos existen no pudieran regirse más que por 1a fuerza.
5. Sin embargo, en lo más íntimo del ser humano, el Creador ha impreso un orden que la conciencia humana descubre y manda observar estrictamente. Los hombres muestran que los preceptos de la ley están escritos en sus corazones, siendo testigo su conciencia[5]. Por otra parte, ¿cómo podría ser de otro modo? Todas las obras de Dios son, en efecto, reflejo de su infinita sabiduría, y reflejo tanto más luminoso cuanto mayor es el grado absoluto de perfección de que gozan[6].
6. Pero una opinión equivocada induce con frecuencia a muchos al error de pensar que las relaciones de los individuos con sus respectivas comunidades políticas pueden regularse por las mismas leyes que rigen las fuerzas y los elementos irracionales del universo, siendo así que tales leyes son de otro género y hay que buscarlas solamente allí donde las ha grabado el Creador de todo, esto es, en la naturaleza del hombre.
7. Son, en efecto, estas leyes las que enseñan claramente a los hombres, primero, cómo deben regular sus mutuas relaciones en la convivencia humana; segundo, cómo deben ordenarse las relaciones de los ciudadanos con las autoridades públicas de cada Estado; tercero, cómo deben relacionarse entre sí los Estados; finalmente, cómo deben coordinarse, de una parte, los individuos y los Estados, y de otra, la comunidad mundial de todos los pueblos, cuya constitución es una exigencia urgente del bien común universal.
I PARTE.
ORDENACIÓN DE LAS RELACIONES CIVILES
8. Hemos de hablar primeramente del orden que debe regir entre los hombres.
La persona humana, sujeto de derechos y deberes.
9. En toda convivencia humana bien ordenada y provechosa hay que establecer como fundamento el principio de que todo hombre es persona, esto es, naturaleza dotada de inteligencia y de libre albedrío, y que, por tanto, el hombre tiene por sí mismo derechos y deberes, que dimanan inmediatamente y al mismo tiempo de su propia naturaleza. Estos derechos y deberes son, por ello, universales e inviolables y no pueden renunciarse por ningún concepto[7].
10. Si, por otra parte, consideramos la dignidad de la persona humana a la luz de las verdades reveladas por Dios, hemos de valorar necesariamente en mayor grado aún esta dignidad, ya que los hombres han sido redimidos con la sangre de Jesucristo, hechos hijos y amigos de Dios por la gracia sobrenatural y herederos de la gloria eterna.
Los derechos del hombre.
Derecho a la existencia y a un decoroso nivel de vida.
11. Puestos a desarrollar, en primer término, el tema de los derechos del hombre, observamos que éste tiene un derecho a la existencia, a la integridad corporal, a los medios necesarios para un decoroso nivel de vida, cuales son, principalmente, el alimento, el vestido, la vivienda, el descanso, la asistencia médica y, finalmente, los servicios indispensables que a cada uno debe prestar el Estado. De lo cual se sigue que el hombre posee también el derecho a la seguridad personal en caso de enfermedad, invalidez, viudedad, vejez, paro y, por último, cualquier otra eventualidad que le prive, sin culpa suya, de los medios necesarios para su sustento[8].
Derecho a la buena fama, a la verdad y a la cultura.
12. El hombre exige, además,, por derecho natural el debido respeto a su persona, la buena reputación social, la posibilidad de buscar la verdad libremente y, dentro de los límites del orden moral y del bien común, manifestar y difundir sus opiniones y ejercer una profesión cualquiera, y, finalmente, disponer de una información objetiva de los sucesos públicos.
13. También es un derecho natural del hombre el acceso a los bienes de la cultura. Por ello, es igualmente necesario que reciba una instrucción fundamental
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