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Sinopsis Diablo

lujuria.ucam10 de Enero de 2013

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La mejor coartada del diablo es hacernos creer que no existe (Baudelaire dixit). Pero gracias a renombrados cineastas se nos ha revelado su apariencia, advirtiéndonos, a través de filmes -curiosamente de culto- sobre la malevolencia de El Ángel Caído.

Así, el llamado Príncipe de las Tinieblas se instaló gratamente en la obscuridad de las salas de cine desde las primeras proyecciones: Georges Méliès, F. W. Murnau, Fritz Lang, D.W. Griffith, Carl Theodor Dreyer, René Clair y Benjamin Christensen, fueron partidarios, tempranamente, de la denuncia del Señor del Averno.

Otros grandes y diversos directores, desde su propio estilo y género preferido, han mostrado o sugerido la presencia del Maligno. A Jacques Tourner, maestro de la atmósfera, los productores de Una Cita con el Diablo (1957), le obligaron a insertar una gigantesca criatura que personificaba al demonio. Stanley Donen, desde la divertida sátira Un Fausto Moderno (1967), narraba la historia de un “pobre diablo” en la Inglaterra pop; la casa Hammer en Una Tumba en la eternidad (1967), demostraba que el demonio viene más allá de la estratosfera y puede manifestarse en forma de invasión extraterrestre. Roman Polanski, con El Bebé de Rosemary (1968), sorprendía evitando el truco fácil de evidenciar al bebé de Satanás, y sólo dejaba ver una cuna de velos negros.

Luego, el Chamuco prefirió omitir toda su iconografía creada por los artistas plásticos de la cristiandad, para introducirse en la vida monacal sustentada en los eventos ocurridos en Loudun, en la excesiva y provocadora cinta Los Demonios (1971), de Ken Russell; para enseguida, poseer púberes en El Exorcista (1973) de Friedkin, o de plano, apoderarse de inocentes cuerpos de niños representando al Anticristo en el ambiente del poder político mundial en La Profecía (1976), según Richard Donner.

Después, la maldad ya no tuvo a su enemigo perenne a mano, la bondad. A fin de milenio el hombre se había desbarrado en un cinismo que no le permitía ser bueno. Entonces, El Diablo decidió pasarse del lado del enemigo para comportarse generosamente violento contra, por ejemplo, el mal comportamiento juvenil; pero ahora se alejaba de la representación del bestiario bíblico, adquiriendo personificación de psicópata, demente o asesino serial, en filmes como: Pesadilla en la Calle del Infierno, Halloween, Viernes 13, y demás.

Ya con el gore (el cine de terror gráficamente descarado), El Señor de las Sombras no tenía mucho que hacer: la representación mítica de la sangre, agresivamente expulsada de sus canales normales, adquiría formas de ritual moral, o el sacrificio del cuerpo alcanzaba la espiritualidad a través del desmembramiento, desollamiento, linchamiento, mutilación, alteración bio genética y otras aberraciones.

No quedaba otra más que instalarse en este subgénero o en híbridos tales como, citando dos filmes peculiares: El Despertar del Diablo (1982), Corazón Satánico (1987); o adquirir todavía la imagen canónica en almibarado esteticismo de cuento de hadas en Leyenda (1985); para rematar con la más inteligente metáfora diabólica (los escuadrones de la muerte madrileños), de don Alex de la Iglesia en El Día de la Bestia (1995); pero regresando a la ciudadanía norteamericana del “pingo”, para denunciar la honorable (mucho tiempo ha) profesión del hombre de leyes en El Abogado del Diablo (1997).

La Bestia existe (partamos de esta hipótesis), su esencia es plural, su sustancia amplia. Ejerce su poder maléfico provocando desordenes en los humores corporales; incubo perverso, responsable del horror y la libertad; contrapunto necesario de Dios, a quien los exorcistas modernos, los psiquiatras, tratan de expulsar de los posesos; Huitzilopochtli (seamos precolombinos); fiel compañero de la histo(e)ria humana; recurrente y tránsfuga del fantástico fílmico.

Pero, si no hay nada más maligno que el hombre (“El Diablo es el que dice no“, Goethe), si su mundo es el infierno y él mismo es el paradigma diabólico, ¿En dónde quedará ésta ya romántica figura católica? ¿Quién cree todavía en el triunfo final del bien contra el mal? Si no tenemos el hueso satánico para roer sobrevendrá el vacío: líbranos del mal… de perder las penumbras del arte y los sueños, lo real y lo fantástico, la luz y las sombras, la pantalla demoniaca: el cine.

Fe, Satanismo y Cine

Así como hay que despertarse cada mañana, como cada doce meses las manchas solares impiden la comunicación y echan a perder las cosechas, o como cada seis años cambiamos de gobierno; así, parece que cada vez que la gente está mas escasa de fe, la industria hollywoodense aprovecha el momento para bombardear con imágenes y provocaciones por igual, a los crédulos e incrédulos en cualquier ámbito religioso. Películas como Rosemary’s Baby (La semilla del diablo, 1968) de Roman Polanski, A Clockwork Orange (Naranja mecánica, 1973) de Stanley Kubrick, The Exorcist (El Exorcista, 1973) de William Friedkin, The Texas Chainsaw Massacre (Masacre en Cadena, 1974) de Tobe Hooper, Shivers (Parásitos asesinos, 1975) de David Cronenberg, Tetsuo (1989) de Shinya Tsukamoto, Bad Lieutenant (Corrupción judicial, 1994) de Abel Ferrara, y un largo etcétera, han sido producto y reflejo de las carencias que de tiempo en tiempo sufren las desencantadas generaciones.

Pero cuando la apatía humana sufre de estos ataques, se ha coincidido con el surgimiento de camadas de realizadores cuyas fijaciones se alinean con las frustraciones del momento, produciendo relatos de celuloide que, a veces, traspasan el tiempo por lo punzante de su opinión.

De esa forma, así como a finales de los setenta y principios de los ochenta impactaron realizadores como David Lynch, George A. Romero, John Carpenter, Tobe Hooper, Sam Raimi o David Cronenberg con sus opiniones sobre la descomposición de la sociedad, del cuerpo y las creencias, temáticas que los convirtieron en especialistas del horror cinematográfico; es a finales de los noventa, y quizá principios del nuevo milenio, cuando una nueva generación de directores, cuyos gustos no comulgan del todo con el género de horror, ha comenzado de nueva cuenta a reflejar ese miedo por lo desconocido y la carencia de creencias, de fe, que hasta a confrontaciones con la institución de la Iglesia Católica han llegado.

Los últimos años han sido sumamente prolíficos para la producción de películas de horror en Hollywood, con la popularidad y el estrellato que desde tiempos atrás se le fue preparando a los serial killers, y que hoy ha desembocado en temáticas que lo emparientan con el cine juvenil produciendo un subgénero poco visceral pero altamente estético.

En la cartelera comercial hemos encontrado desde películas que hablan del miedo a lo desconocido, como The Blair Witch Project (El proyecto de la Bruja Blair, Eduardo Sánchez y Daniel Myrick, 1998) y The Sixth Sense (Sexto sentido, M. Night Shyamalan, 1999) hasta títulos aún más sintomáticos del momento, como Stigmata (Estigma, Rupert Wainwright, 1999) o p (Pi, el orden del caos, Darren Aranofsky, 1997) que le cuestionan al público acerca de su fe y su cordura.

Ya sea como simples productos hollywoodenses o verdaderas crónicas de nuestro tiempo, lo cierto es que dichas realizaciones están generando grandes ganancias y un interés que parece intensificarse con la llegada del nuevo milenio. Daniel Muñoz Tovar, periodista investigador de lo paranormal y el fenómeno OVNI, y asesor en México del grupo Nonsiamosoli -el cual es encabezado mundialmente por el estigmatizado italiano Giorgio Bongiovanni-, está seguro de que esta serie de películas no son más que un reflejo de la crisis que actualmente padece la sociedad.

“Este es el momento preciso en el que este tipo de películas se pueden filmar, porque la gente no le teme a casi nada; ahora tenemos en el mundo de la televisión más de 500 programas abiertos al sexo, porque se ha generado una fuerza a partir del mismo momento histórico y de la situación política que es propicia”.

Pero Muñoz Tovar también asegura que en el nuevo milenio se espera que la fe sea un factor determinante “Como sucede en la película Estigma, estamos viviendo la pérdida de la fe y la denuncia por la manipulación de la información. Esto nos ha llevado a un estado de peligrosidad en el que la pérdida de valores y la disolución familiar han aumentado el nivel de criminalidad; por eso es que Hollywood no es más que un reflejo de lo que estamos viviendo”.

En Estigma, Patricia Arquette personifica a Frankie Paige una joven atea cuya existencia se ve trastocada cuando comienzan a brotarle en el cuerpo fulminantes estigmas sangrantes, como los sufridos por Jesús durante la crucifixión. De esa anécdota se valen los guionistas Tom Lazarus y Rick Ramage para desarrollar un discurso en el cual se discute sobre cuestiones de fe y de los alcances y manipulaciones de la Iglesia católica.

Sin embargo, aunque está película levantó polémicas en el vecino país del norte, parece que estas no se comparan con las provocadas por la película Dogma (1999) de Kevin Smith, la cual como su nombre lo indica, discute sobre las reglas de la iglesia católica, las confronta y juega con ellas, a costa de millones de creyentes pusieron el grito en el cielo, aún cuando no se trate de una película de horror.

Para el crítico de cine Rafael Aviña, la coyuntura temática y temporal radica en la importancia que toma el miedo a fin de siglo: “En los noventa el cine de la paranoia, del miedo, ha sido el punto en el que culminan varios géneros cinematográficos. Vemos que la comedia, el western, el thriller o el mismo cine de horror están explotando los mecanismos que generan el miedo en el público, pues

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