La revolución de las impresoras 3D: esculpen, diseñan o fabrican en el hogar
AkihikomustTrabajo24 de Septiembre de 2013
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La revolución de las impresoras 3D: esculpen, diseñan o fabrican en el hogar
Orígenes Los aficionados a los productos de alta tecnología saben que cuando un dispositivo innovador llega al mercado, sus fabricantes han dedicado años -a veces décadas- en investigación y desarrollo. Como ejemplo, una técnica de diagnóstico médico relativamente reciente, como la Resonancia Magnética (los primeros equipos comerciales salieron en la década del 80) fue descubierta a mediados del siglo veinte. Las impresoras 3D, que recién están entrando en una etapa de madurez y masificación, no son la excepción. En 1981, el ingeniero japonés Hideo Kodama, del Instituto Industrial de Investigación de Nagoya, fue el primero en publicar un escrito proponiendo el empleo de polímeros líquidos fotosensibles para lograr un modelo final sólido. Charles W. Hull, inventor norteamericano, es considerado en forma unánime como el primero en implementar la idea de Nagoya. A mediados de los ochenta, Hull solicitó una patente para un proceso que denominó “Estereolitografía”. Consistía en ir “imprimiendo” finas capas de un polímero líquido que, al ser iluminado por un rayo ultravioleta, tomaba forma sólida. El equipo, controlado por una computadora provista de un software especializado, era capaz de “descomponer” el objeto a ser modelado en estas capas, que al ser “impresas” sucesivamente una sobre la otra iban conformando el modelo sólido final. Chuck Hull fundó la empresa 3D Systems, Inc. para explotar su invención, la cual tuvo una gran acogida en la industria, que vio el enorme potencial de esta técnica para su aplicación en el prototipado rápido, permitiendo una gran reducción de costos. También desarrolló el formato de archivos STL, que sigue siendo uno de los estándares utilizados por los equipos estereolitográficos.
Expansión: Los primeros equipos comerciales eran voluminosos, limitados en cuanto a sus capacidades, y su precio era elevado. Pronto aparecieron competidores en el mercado, y se desarrollaron otras técnicas que permitían el mismo resultado a través de otros procesos, capaces de “modelar” en distintos tipos de materiales, incluyendo metales. FDM (Fused Deposition Modeling), EBM (Electron beam melting), SLS (Selective laser sintering), LOM (Laminated object manufacturing) son algunas de las alternativas a la estereolitografía, cada una con sus virtudes y defectos. Uno de los puntos débiles de estos procesos de manufactura es el elevado costo de los materiales de modelado, a excepción de LOM, que puede trabajar con materiales más básicos, incluyendo el papel. De las primitivas impresoras 3D, que producían objetos monocromáticos, frágiles y de baja resolución, las prestaciones de los modelos industriales aumentaron rápidamente, al punto que pronto llegaron dispositivos capaces de “imprimir” en varios colores, y fabricar objetos lo suficientemente resistentes como para ser empleados no sólo en prototipos, sino también como partes integrantes de una manufactura comercial a gran escala. Hasta se lanzó un equipo conocido como “El Mamut”, que puede generar objetos de dos metros de longitud.La llegada al hogar De la cruza entre los aficionados a la informática y a la electrónica nace un género muy especial de hobbistas: los apasionados por la robótica. A menudo -aunque hay notables excepciones- sustentados en una importante base académica, estas personas fueron uno de los “targets” en los que pensó el ingeniero y matemático británico Adrian Bowyer, prestigioso profesor de la Universidad de Bath, ubicada en el sudeste de Inglaterra. A ellos apuntó cuando comenzó en 2005 con un proyecto que bautizó “RepRap”. El objetivo era desarrollar tanto los componentes de hardware como de software necesarios para que cualquier aficionado pudiera armar y operar su propia impresora 3D hogareña, liberando bajo la licencia pública GNU (GPL) tanto el
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