Manual Teorico Practico De Visual Fox Pro
unetes19 de Septiembre de 2012
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Poder Por La Oración
Por E. M. Bounds
Al ser escrito más de 100 años atrás, este libro se encuentra libre de derechos reservados por el autor.
Sírvase copiarlo si le es útil en su ministerio. http://literaturabautista.com/estudios/oracion.htm
Índice
1. El hombre, instrumento del Espíritu
2. La letra mata, mas el Espíritu vivifica
3. Sermones que matan
4. La oración determina la predicación
5. La primacía de la oración
6. El ministerio fructífero
7. El secreto de la vida de oración
8. Valor para orar
9. El primer deber
10. La oración, creadora de devoción
11. Una vida de oración
12. El alma de la predicación
13. La unción y la predicación
14. La unción y la oración
15. Orad sin cesar
16. La dinámica espiritual
17. Perseverancia en la oración
18. Hombres de oración
El descanso para el ministro debe ser como la maquina de afilar para la hoz: que se usa solamente
cuando es necesario para el trabajo. ¿Puede un médico durante una epidemia descansar más de lo
indispensable para su salud mientras los pacientes están esperando su ayuda en casos de vida o muerte?
¿Puede el cristiano contemplar a los pecadores en las agonías de la muerte, y decir: "Dios no me pide
que me afane por salvarlos?" ¿Es esta la luz de la compasión ministerial y cristiana o más bien hablan la
pereza sensual o la crueldad diabólica?
Richard Baxter
1. El hombre, instrumento del Espíritu
Busca la santidad en todos los detalles de tu vida. Toda tu eficiencia depende de esto, porque tu sermón
dura solamente una o dos horas pero tu vida predica toda la semana. Si Satanás logra hacerte un
ministro codicioso, amante de las adulaciones, del placer, de la buena mesa, habrá echado a perder tu
ministerio. Entrégate a la oración para que tus textos, tus oraciones y tus palabras vengan de Dios.
Lutero pasaba en oración las mejores tres horas del día.
Robert Murray McChceyne
Constantemente nuestra ansiedad llega a la tensión, para delinear nuevos métodos,
nuevos planes, nuevas organizaciones para el avance de la iglesia y para la propagación
eficaz del evangelio. Esta tendencia nos hace perder de vista al hombre, diluyéndolo
en el plan u organización. El designio de Dios, en cambio, consiste en usar al hombre,
obtener de él más que de ninguna otra cosa. El método de Dios se concreta en los
hombres. La iglesia busca mejores sistemas; Dios busca mejores hombres. "Hubo un
hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan". La dispensación que anunció y
preparó el camino para Cristo estaba ligada al hombre Juan. "Niño nos es nacido, hijo
nos es dado." La salvación del mundo proviene de este hijo del pesebre. Cuando
Pablo recomienda el carácter personal de los hombres que arraigaron el evangelio en
el mundo nos da la solución del misterio de su triunfo. La gloria y eficiencia del
evangelio se apoyan en los hombres que lo proclaman. Dios proclama la necesidad de
hombres para usarlos como el medio para ejercitar su poder sobre el mundo, con
estas palabras: "Los ojos de Jehová contemplan toda la tierra, para mostrar su poder a
favor de los que tienen corazón perfecto para con él".
Esta verdad urgente y vital es vista con descuido por la gente de nuestra época, lo que
es tan funesto para la obra de Dios como sería arrancar el sol de su esfera, pues
produciría oscuridad, confusión y muerte. Lo que la iglesia necesita hoy día, no es
maquinaria más abundante o perfeccionada, ni nuevas organizaciones ni métodos más
modernos, sino hombres que puedan ser usados por el Espíritu Santo: hombres de
oración, poderosos en la oración. El espíritu Santo no pasa a través de métodos sino
de hombres. No desciende sobre la maquinaria, sino sobre los hombres. No unge a
los planes sino a los hombres: los hombres de oración.
Un historiador eminente ha dicho que los accidentes del carácter personal tienen una
parte más importante en las revoluciones de las naciones que la admitida por ciertos
historiadores filosóficos o políticos. Esta verdad tiene una aplicación plena en lo que se
refiere al evangelio de Cristo, porque el carácter y la conducta de sus fieles seguidores,
cristianizan al mundo y transfiguran a las naciones y a los individuos.
El buen nombre y el éxito del evangelio están confiados al predicador, pues o entrega
el verdadero mensaje divino, o la leche a perder. Él es el conducto de oro para el
aceite divino. El tubo no sólo debe ser de oro, además tiene que estar limpio para que
nada obstruya el libre paso de aceite, y sin agujeros para que nada se pierda.
El hombre hace al predicador, Dios tiene que hacer al hombre. El mensajero, si se
nos permite la expresión, es más que el mensaje. El predicador es más que el sermón.
Como la leche del seno de la madre no es sino la vida de la madre, así todo lo que el
predicador dice está saturado por lo que él es. El tesoro está en vasos de barro y el
sabor de la vasija impregna el contenido y puede hacerlo desmerecer.
El hombre --el hombre entero-- está detrás del sermón. Se necesitan veinte años para
hacer un sermón, porque se requieren veinte años para hacer un hombre. El
verdadero sermón tiene vida. Crece juntamente con el hombre. El sermón es
poderoso cuando el hombre es poderoso. El sermón es santo cuando el hombre es
santo.
Pablo solía decir "Mi Evangelio", no porque lo había degradado con excentricidades
personales o desviadas con fines egoístas, sino porque el evangelio estaba en el
corazón y en la sangre del hombre Pablo como un depósito personal para ser dado a
conocer con sus rasgos peculiares, para que impartiera al mismo el fuego y el poder de
su alma indómita. ¿Qué se ha hecho de los sermones de Pablo? ¿Dónde están? ¡Son
esqueletos, fragmentos esparcidos, flotando en el mar de la inspiración! Pero el
hombre Pablo, más grande que sus sermones, vive para siempre, con la plenitud de su
figura, facciones y estatura, con su mano modeladora puesta sobre la iglesia. La
predicación no es más que una voz. La voz muere en el silencio, el texto es olvidado,
el sermón desaparece de la memoria; el predicador vive.
El sermón con su poder vivificador no puede elevarse sobre el hombre. Los hombres
muertos producen sermones muertos que matan. Todo el éxito depende del carácter
espiritual del predicador. Bajo la dispensación judía el sumo sacerdote inscribía con
piedras preciosas sobre el frontal de oro las palabras: "Santidad a Jehová". De una
manera semejante todo predicador en el ministerio de Cristo debe ser modelado y
dominado por el mismo lema santo. Es una vergüenza para el ministerio cristiano
tener un nivel más bajo en santidad de carácter y de aspiración que el sacerdocio judío.
Jonathan Edwards decía:
"Perseveré en mi propósito firme de adquirir más santidad y vivir más de acuerdo con
las enseñanzas de Cristo. El cielo que yo deseaba era un cielo de santidad". El
evangelio de Cristo no progresa por movimientos populares. No tiene poder propio
de propaganda. Avanza cuando marchan los hombres que lo llevan. El predicador
debe personificar el evangelio, incorporarse sus características más divinas. El poder
compulsor del amor ha de ser en el predicador una fuerza ilimitada y dominadora; la
abnegación, parte integrante de su vida. Ha de conducirse como un hombre entre los
hombres, vestido de humildad y mansedumbre, sabio como serpiente, sencillo como
paloma; con las cadenas de un siervo, pero con el espíritu de un rey; su porte
independiente y majestuoso, como un monarca, a la vez que delicado y sencillo como
un niño. El predicador ha de entregarse a su obra de salvar a los hombres, con todo el
abandono de una fe perfecta y de un celo consumidor. Los hombres que tienen a su
cargo formar una generación piadosa, han de ser mártires valientes, heroicos y
compasivos. Si son tímidos, contemporizadores, ambiciosos de una buena posición, si
adulan o temen a los hombres, si su fe en Dios y su Palabra es débil, si su espíritu de
sacrificio se quebranta ante cualquier brillo egoísta o mundano, no podrán conducir ni
a la iglesia ni al mundo hacia Dios.
La predicación más enérgica y más dura del ministro ha de ser para sí mismo. Esta
será su tarea más difícil, delicada y completa. La preparación de los doce fue la obra
grande, laboriosa y duradera de Cristo.
Los predicadores no son tanto creadores de sermones como forjadores de hombres y
de santos, y el único bien preparado para esta obra será aquel que haya hecho de sí
mismo un hombre y un santo. Dios demanda no grandes talentos, ni grandes
conocimientos, ni grandes predicadores, sino hombres grandes en santidad, en fe, en
amor, en fidelidad, grandes para con Dios. Hombres que prediquen siempre por
medio de
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