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Antología Poesía Peruana

Jharim19 de Junio de 2013

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Antología de poesía peruana

Carlos Garayar

José María Eguren

Lied I

Era el alba,

cuando las gotas de sangre en el olmo

exhalaban tristísima luz.

Los amores

de la chinesca tarde fenecieron

nublados en la música azul.

Vagas rosas

ocultan en ensueño blanquecino

señales de muriente dolor.

Y tus ojos

el fantasma de la noche olvidaron,

abiertos a la joven canción.

Es el alba;

hay una sangre bermeja en el olmo

y un rencor doliente en el jardín.

Gime el bosque,

y en la bruma hay rostros desconocidos

que contemplan el árbol morir.

El caballo

Viene por las calles,

a la luna parva,

un caballo muerto

en antigua batalla.

Sus cascos sombríos...

trepida, resbala;

da un hosco relincho,

con sus voces lejanas.

En la plúmbea esquina

de la barricada,

con ojos vacíos

y con horror, se para.

Más tarde se escuchan

sus lentas pisadas,

por vías desiertas

y por ruinosas plazas.

Abraham Valdelomar

Tristitia

Mi infancia que fue dulce, serena, triste y sola

se deslizó en la paz de una aldea lejana,

entre el manso rumor con que muere una ola

y el tañer doloroso de una vieja campana.

Dábame el mar la nota de su melancolía,

el cielo la serena quietud de su belleza,

los besos de mi madre una dulce alegría

y la muerte del sol una vaga tristeza.

En la mañana azul, al despertar, sentía

el canto de las olas como una melodía

y luego el soplo denso, perfumado del mar,

y lo que él me dijera aún en mi alma persiste;

mi padre era callado y mi madre era triste

y la alegría nadie me la supo enseñar...

El hermano ausente en la cena pascual

La misma mesa antigua y holgada, de nogal,

Y sobre ella la misma blancura del mantel

Y los cuadros de caza de anónimo pincel Y la oscura

alacena, todo, todo está igual…

Hay un sitio vacío en la mesa hacia el cual

mi madre tiende a veces su mirada de miel

y se musita el nombre del ausente;

pero él hoy no vendrá a

sentarse en la mesa pascual.

La misma criada pone, sin dejarse sentir,

la suculenta vianda y el plácido manjar;

pero no hay la alegría ni el afán de reir

que animaran antaño la cena familiar;

y mi madre

que acaso algo quiere decir,

ve el lugar del ausente

y se pone a llorar…

César Vallejo

Idilio muerto

Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce Rita de junco y capulí;

ahora que me asfixia Bizancio, y que dormita

la sangre, como flojo cognac, dentro de mí.

Dónde estarán sus manos que en actitud contrita

planchaban en las tardes blancuras por venir;

ahora, en esta lluvia que me quita

las ganas de vivir.

Qué será de su falda de franela; de sus

afanes; de su andar;

de su sabor a cañas de mayo del lugar.

Ha de estarse a la puerta mirando algún celaje,

y al fin dirá temblando: «Qué frío hay... Jesús!»

y llorará en las tejas un pájaro salvaje.

Los pasos lejanos

Mi padre duerme. Su semblante augusto

figura un apacible corazón;

está ahora tan dulce...

si hay algo en él de amargo, seré yo.

Hay soledad en el hogar; se reza;

y no hay noticias de los hijos hoy.

Mi padre se despierta, ausculta

la huida a Egipto, el restañante adiós.

Está ahora tan cerca;

Si hay algo en él de lejos, seré yo.

Y mi madre pasea allá en los huertos,

saboreando un sabor ya sin sabor.

Está ahora tan suave,

tan ala, tan salida, tan amor.

Hay soledad en el hogar sin bulla,

Sin noticias, sin verde, sin niñez.

Y si hay algo quebrado en esta tarde,

y que baja y que cruje,

son dos viejos caminos blancos, curvos.

Por ellos va mi corazón a pie.

Los heraldos negros (1918)

V

Grupo dicotiledón. Oberturan

desde él petreles, propensiones de trinidad,

finales que comienzan, ohs de ayes

creyérase avaloriados de heterogeneidad.

¡Grupo de los dos cotiledones!

A ver. Aquello sea sin ser más.

A ver. No trascienda hacia afuera,

y piense en son de no ser escuchado,

y crome y no sea visto.

Y no glise en el gran colapso.

La creada voz rebélase y no quiere

ser malla, ni amor.

Los novios sean novios en eternidad.

Pues no deis 1, que resonará al infinito.

Y no deis 0, que callará tanto,

hasta despertar y poner de pie al 1.

Ah grupo bicardiaco.

XIII

Pienso en tu sexo.

Simplificado el corazón, pienso en tu sexo,

ante el hijar maduro del día.

Palpo el botón de dicha, está en sazón.

Y muere un sentimiento antiguo

Degenerado en seso.

Pienso en tu sexo, surco más prolífico

y armonioso que el vientre de la Sombra,

aunque la Muerte concibe y pare

de Dios mismo.

Oh Conciencia,

pienso, sí, en el bruto libre

que goza donde quiere, donde puede.

Oh, escándalo de miel de los crepúsculos.

Oh estruendo mudo.

¡Odumodneurtse!

Trilce (1922) (1930)

XXXII

999 calorías

Rumbbb... Trrraprrrr rrach... chaz

Serpentínica u del bizcochero

engirafada al tímpano.

Quién como los hielos. Pero no.

Quién como lo que va ni más ni menos.

Quién como el justo medio.

1,000 calorías

Azulea y ríe su gran cachaza

el firmamento gringo. Baja

el sol empavado y le alborota los cascos

al más frío.

Remeda al cuco; Roooooooeeeis...

tierno autocarril, móvil de sed,

que corre hasta la playa.

Aire, aire! Hielo!

Si al menos el calor (___________Mejor

no digo nada.

Y hasta la misma pluma

con que escribo por último se troncha.

Treinta y tres trillones trescientos treinta

y tres calorías.

La violencia de las horas

Todos han muerto.

Murió doña Antonia, la ronca, que hacía pan barato en el burgo.

Murió el cura Santiago, a quien le placía le saludasen los jóvenes y las mozas, respondiéndoles a todos, indistintamente: “Buenos días, José! Buenos días, María!”

Murió aquella joven rubia, Carlota, dejando un hijito de meses, que luego también murió, a los ocho días de la madre.

Murió mi tía Albina, que solía cantar tiempos y modos de heredad, en tanto cosía, en los corredores, para Isidora, la criada de oficio, la honrosísima mujer.

Murió un viejo tuerto, su nombre no recuerdo, pero dormía al sol de la mañana, sentado ante la puerta del hojalatero de la esquina.

Murió Rayo, el perro de mi altura, herido de un balazo de no se sabe quién.

Murió Lucas, mi cuñado en la paz de las cinturas, de quien me acuerdo cuando llueve y no hay nadie en mi experiencia.

Murió en mi revólver mi madre, en mi puño mi hermana y mi hermano en mi víscera sangrienta, los tres ligados por un género triste de tristeza, en el mes de agosto de años sucesivos.

Murió el músico Méndez, alto y muy borracho, que solfeaba en su clarinete tocatas melancólicas, a cuyo articulado se dormían las gallinas de mi barrio, mucho antes de que el sol se fuese.

Murió mi eternidad y estoy velándola.

Poemas en prosa (1923) (1924-1929)

En suma, no poseo para expresar mi vida

En suma, no poseo para expresar mi vida, sino mi muerte

Y, después de todo, al cabo de la escalonada naturaleza y del gorrión en bloque, me duermo, mano a mano con mi sombra.

Y, al descender del acto venerable y del otro gemido, me reposo pensando en la marcha impertérrita del tiempo.

¿Por qué la cuerda, entonces, si el aire es tan sencillo? ¿Para qué la cadena, si existe el hierro por sí solo?

César Vallejo, el acento con que amas, el verbo con que escribes, el vientecillo con que oyes, sólo saben de ti por tu garganta.

César Vallejo, póstrate, por eso, con indistinto orgullo, con tálamo de ornamentales áspides y exagonales ecos.

Restitúyete al corpóreo panal, a la beldad; aroma los florecidos corchos, cierra ambas grutas al sañudo antropoide; repara, en fin, tu antipático venado; tente pena.

¡Que no hay cosa más densa que el odio en voz pasiva, ni más mísera ubre que el amor!

¡Que ya no puedo andar, sino en dos harpas!

¡Que ya no me conoces, sino porque te sigo instrumental, prolijamente!

¡Que ya no doy gusanos, sino breves!

¡Que ya te implico tanto, que medio que te afilas!

¡Que ya llevo unas tímidas legumbres y otras bravas!

Pues el afecto que quiébrase de noche

...

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