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BORGES, FLANEUR ATEMPORAL


Enviado por   •  1 de Julio de 2014  •  618 Palabras (3 Páginas)  •  223 Visitas

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Borges: el flâneur atemporal

Recuerdo cuando me mudé de barrio (apenas a quince cuadras de mi casa natal), todas las tardes (o casi todas) iba a tomar mate con mi mamá. Con el transcurrir de los años el barrio fue cambiando su fisonomía: sus veredas, arboles, vecinos jóvenes (descendientes de los históricos habitantes del lugar), jardines, muros,… De pronto, en un instante, me encontré con esa calle en pendiente que comunica dos avenidas troncales por la que había transitado durante tantos lustros, y ahora, después de algunos años (pocos o muchos, según el parámetro nostálgico que se utilice), me busco en ese andar, y, a esa niña, joven mujer, ya no la visualizo fácilmente.

En los primeros años del siglo XX Borges presenta a la literatura “Fervor de Buenos Aires”. Con este poemario, él, nos introduce en territorios conocidos: la ciudad, su ciudad de la infancia y juventud, Buenos Aires. Mario Goloboff, en su ensayo Leer Borges, en referencia a la obra, desarrolla esta reflexión: “La ciudad poblada de enigmas; la indagación se manifestará en los aspectos más anecdóticos, expresos en cuanto a la actividad de buscar,… que esencial y productoramente genera las búsquedas anecdóticas”.

Los poemas escritos en verso libre durante el periodo ultraísta del autor, presentan a un paseante fervoroso de Buenos Aires que, en su deambular, va evocando personajes, calles, características, sucesos o circunstancias personales y familiares. Goloboff determina el escenario con estas palabras: “… el libro abunda en descripciones de caminatas, de andanzas, de retornos a la casa y los lugares queridos, y hasta los propios títulos de algunos de los poemas ilustran estos desplazamientos: “Las calles”, “Calle desconocida”, “Barrio reconquistado”, “Arrabal”, “La vuelta”, “Ausencia”, “Caminata”.

Recordemos que hacia 1901 Borges vivió en el barrio de Palermo, en una casa grande y vieja con jardín y aljibe, cuyo recuerdo dejará en el poema “Un patio”: “…El patio es el declive/por el cual se derrama el cielo en la casa./Serena,/la eternidad espera en la encrucijada de estrellas./Grato es vivir en la amistad oscura/de un zaguán, de una parra y de un aljibe.

Borges construye un “yo” flâneur que, para su deambular, elige las horas del atardecer y describe en “Calle Desconocida” una especie de recorrido en el camino al Calvario. La metáfora poética transforma el paisaje cotidiano en ese “…todo inmediato paso nuestro camina sobre Gólgotas”, como rememoración del tránsito histórico sobre el que caminamos.

Estela Canto en “Borges a contraluz” expresa: “Estaba prisionero en el damero interminable de Buenos Aires y creía que nunca iba a salir de él. …Suyas eran las calles de Palermo, la manzana donde estaba su casa, el cementerio de la Recoleta, donde sus huesos iban a descansar para siempre.”

En este poemario Borges habla de sí mismo desde su particular percepción del mundo. La ciudad es el escenario atesorador que revela la transformación de su infancia y juventud a la madurez intelectual. Además, presagia la característica circular de la historia, de la vida, en sus palabras: “…he sentido que aquel muchacho que en 1923 lo escribió ya era esencialmente -¿qué significa esencialmente?- el señor que ahora se resigna y corrige. Somos el mismo; los dos descreemos del fracaso y del éxito, de las escuelas literarias y de sus dogmas; los dos somos devotos de Schopenhauer, de Stevenson y de Whitman. Para mí, Fervor de Buenos Aires prefigura todo lo que haría después”.

Aquella percepción se actualiza 1969 cuando en su prólogo el autor manifiesta: “En aquel tiempo buscaba los atardeceres, los arrabales y la desdicha; ahora las mañanas, el centro y la serenidad”.

Borges nos sumerge en su cosmovisión magnética y universal, nos convoca en ese espacio atemporal que alguna vez recorrimos.

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