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Balistica Forense

genom143 de Enero de 2014

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Desde los tiempos más antiguos de la historia humana, el tema del sepulcro constituye unas de las claves del desarrollo de nuestra civilización, siempre unido a las normas higiénicas que son las consecuencias más directas de enfermedades y epidemias. No es fácil calcular la cantidad de vapores despedidos por los sepulcros y menos el riesgo de infección que representan, pero es innegable el daño que producen y que varía según las circunstancias de la calidad de la tierra, la profundidad de la fosa, de la cantidad de los cadáveres y de la ventilación.

Para evitar, por tanto, los daños provocados por una posible infección u otras causas a las que se pudiesen exponer los habitantes de una población respirando aire impuro y mezclado con los efluvios y las partículas infecciosas que emanan los cadáveres, los hombres intentaron desde los tiempos mas antiguos alejar de los centros habitados los cadáveres para darles sepultura.

Resulta extraordinario comprobar cómo, desde los tiempos más antiguos, el tema de la tumba y las medidas higiénicas adoptadas al respecto marcan el inicio de la civilización. La veneración de los restos humanos y de la inhumación está unida a tradiciones muy antiguas. El enterramiento del cadáver humano se remonta a la edad más remota de la historia humana; casi ciertamente, se manifestaba, como expresión de un rito religioso, mientras que el culto de los muertos era un reflejo del misterio de la vida. Piénsese en los Egipcios, cuya religión estaba toda impregnada por el sentido del culto de los muertos. La certeza de una vida trascendente llevaba, por un lado, a la conservación del cadáver, por el otro, suscitaba el máximo respeto hacia los difuntos.

La obligación de enterrar a los cadáveres, que desde el primer momento fue considerada como una obligación familiar, se convierte en un deber jurídico. Los sepulcros, que llegan a ser considerados como tales con el enterramiento del cadáver, se trataban como res divini juris; el locus se volvía religioso con el entierro.

Algunos antecedentes de los que se tienen conocimiento acerca de la cultura de los sepulcros de fosa o inhumación se establecieron en Cataluña hacia el año 4000 a. C. a la vez que en la zona de Valencia se mantenía la cultura neolítica oriental anterior.

Era un pueblo de campesinos que vivía de sus cosechas. No vivían en cuevas sino en cabañas, cerca de los campos. Se cree que vinieron de Suiza y el norte de Italia, donde se practicaba la realización fosas para inhumar a sus muertos muy similares a las halladas en Cataluña; No se conocen poblados o cabañas pero sí tumbas: cada tumba tenía una fosa cavada en el suelo con unas losas protegiendo los cadáveres, a veces formando una caja llamada cista. En cada tumba hay dos individuos, nunca más de dos, y que son un hombre y una mujer. Están colocados en la tumba con los brazos y las piernas flexionadas, pero no se cree que esto quisiera decir que era una posición fetal buscada expresamente. Las tumbas y las ofrendas que se encontraron son todas muy similares, lo que indica la inexistencia de clases sociales. Las ofrendas consisten en cerámicas lisas sin decoraciones, puntas de flecha de sílex, cuchillos, punzones de hueso y alguna otra herramienta de piedra, y collares hechos con una piedra verde llamada callaita, quizá portada de lejos (ya que no se encuentra en las cercanías).

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