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Carta a quien no se ha ido del todo


Enviado por   •  26 de Noviembre de 2017  •  Ensayos  •  1.445 Palabras (6 Páginas)  •  194 Visitas

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Cartas a quien no se ha ido del todo

Domingo…

Despierto como de costumbre, voy a trotar a las seis de la mañana. Al regresar a casa hago lo habitual: me dirijo a la ducha, tomo un baño de agua caliente, muy breve pero reconfortante, salgo y aún envuelto en la toalla me dirijo hacia la cocina a preparar un poco de café. Mientras la cafetera hace lo suyo, pongo un poco de “Cigarettes after sex” a todo volumen. Vivo en departamento un tanto pequeño, así que la música suena en todas las habitaciones, voy a mi cuarto a ponerme algo cómodo y un poco abrigado, ya que por mi ventana puedo ver que el cielo se ha llenado de nubes grises y pronto comenzará a llover. Regreso a la cocina, me sirvo una taza de café muy cargada y voy rumbo a mi estudio. La música continúa, y por toda la casa puedo escuchar “nothing´s gonna hurt you baby…” –mentiras pienso yo-, me doy cuenta de que es tu aparatito ese que tanto te gustaba conectar a la consola. Nunca supe cómo utilizarlo, así que solo dejo que la música fluya, sea lo que sea que hayas tenido ahí, recuerdo que tenías buenos gustos, así que escucharlo completamente no será molestia alguna. No importa, continúo con lo mío, así que tomo un sorbo de café, el cual calienta hasta lo más recóndito de mi alma –por así decirlo- y solo pienso en escribir o mejor dicho escribirte una carta como todos los domingos desde el día en el que te fuiste.

Han transcurrido varios minutos desde que decidí escribirte, en los cuales la inspiración no ha florecido. Varias hojas arrugadas se encuentran alrededor de mi escritorio, la taza de café se ha enfriado de tanto tiempo que ha transcurrido desde que tomé el primer y único sorbo. Verdaderamente, creo que soy muy consciente del porqué no he sabido cómo empezar con ésta carta. ¿Es muy difícil, sabes? Pero no, no por el hecho de no saber que escribirte, sino por saber que será la última carta que escribiré para ti, la última de treinta y un cartas, las cuales las he escrito cada día, sin falta alguna. Podría hablar de tantas cosas, pero creo que harían falta más hojas y no quiero hacer muy larga ésta despedida.

Muchas veces he querido empezar con esta carta en especial, pero me doy cuenta que las treinta anteriores a esta han sido muy necesarias para poder superar ésta ruptura, ya que me han ayudado mucho en este periodo de dolor querido mío. Créeme no se me ha hecho fácil escribirte, tengo la certeza de que será la última gota de tinta que daré en tu nombre, y no por falta de amor hacia tu persona y a tu recuerdo, sino por las simples ganas de no querer hundirme en la depresión que todo esto me ha ocasionado. Admito que a pesar del tiempo transcurrido no me gusta reconocer que ya no volverás a mis brazos… pienso y me doy cuenta que algo quedó pendiente entre los dos. Quedaron pendientes los besos de buenos días y el diario de las mañanas, quedó pendiente la cena en una noche estrellada, quedó pendiente el “día más feliz de nuestras vidas”, quedó pendiente “…contigo el mundo”.

Siento saudade de ti, de nosotros… y es que el hecho de saber que junto a ti conocí el amor, pero no ese amor trillado y aburrido, moldeado por la televisión y manoseado por el consumo capitalista que lo domina todo, no, ese amor no. El que conocí no tenía un rostro sacado de revista, no tenía etiquetas, ni nombre alguno con el que llamarlo, no era un estereotipo de los que tantos existen, era un amor libre. Podíamos dejarnos ir sin temor, porque siempre regresabas a mis brazos y yo a los tuyos. Reconozco  que no fue una relación perfecta, pero nene, sabías ser paciente, esperar por mí y recomponerme. Tenías palabras, besos, abrazos y dedicación ferviente. Tu alegría era como un inmenso y profundo lago en el que no sabía qué tanto podía sumergirme para ver su fin. Estabas loco, porque solo un loco amaría  con tanto apego a una loca como yo.

Poseías unos hermosos ojos cafés claros, tan claros que cuando la luz se reflejaba en ellos tenía un color más claro que cualquier otra cosa, y cariño mío que adicta era yo a esos ojos que me empujaban a un estado de locura que no podía ni puedo explicar aún hoy, ni con poesía. De esos ojos que te hacen llegar al punto en el que no puedes ni hablar, hasta el punto de gritar y explotar en forma de galaxia en el cielo nocturno que sabía cobijarnos, hasta el punto de caerme y encontrar mi cuerpo abrazado al tuyo, explicándome “eternidad efímera” con encontrarme rodeada por tus brazos.

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