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Cartilla Moral


Enviado por   •  2 de Marzo de 2013  •  7.160 Palabras (29 Páginas)  •  429 Visitas

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A solicitud de Jaime Torres Bodet, entonces Secretario de Educación Pública, Alfonso Reyes (1889-1959), redactó en 1944 un ensayo que llamó Cartilla Moral.

La cartilla resume algunas de las más ilustres opiniones sobre la materia y está escrita con sencillez, cortesía y claridad.

Además, la cartilla se ofrece al maestro, no tanto como un cuerpo de doctrina, sino como testimonio pedagógico de uno de nuestros mejores escritores, de quien se ha dicho que fue "la versión mexicana de la cultura universal".

Lea a continuación el texto completo o descárguelo en PDF

Cartilla Moral.

LECCIÓN I

EL HOMBRE debe educarse para el bien. Esta educación, y las doctrinas en que ella se inspira constituyen la moral o ética. (La palabra «moral» procede del latín; la palabra «ética» procede del griego.) Todas las religiones contienen también un cuerpo de preceptos morales, que coinciden en lo esencial. La moral de los pueblos civilizados está toda contenida en el Cristianismo. El creyente hereda, pues, con su religión, una moral ya hecha. Pero el bien no sólo es obligatorio para el creyente, sino para todos los hombres en general. El bien no sólo se funda en una recompensa que el religioso espera recibir en el cielo. Se funda también en razones que pertenecen a este mundo. Por eso la moral debe estudiarse y aprenderse como una disciplina aparte.

Podemos figurarnos la moral como una Constitución no escrita, cuyos preceptos son de validez universal para todos los pueblos y para todos los hombres. Tales preceptos tienen por objeto asegurar el cumplimiento del bien, encaminando a este fin nuestra conducta.

El bien no debe confundirse con nuestro interés particular en este o en el otro momento de nuestra vida. No debe confundírselo con nuestro provecho, nuestro gusto o nuestro deseo. El bien es un ideal de justicia y de virtud que puede imponernos el sacrificio de nuestros anhelos, y aun de nuestra felicidad o de nuestra vida. Pues es algo como una felicidad más amplia y que abarcase a toda la especie humana, ante la cual valen menos las felicidades personales de cada uno de nosotros.

Algunos han pensado que el bien se conoce sólo a través de la razón, y que, en consecuencia, no se puede ser bueno si, al mismo tiempo, no se es sabio. Según ellos, el malo lo es por ignorancia. Necesita educación.

Otros consideran que el bien se conoce por el camino del sentimiento y, como la caridad, es un impulso del buen corazón, compatible aun con la ignorancia. Según ellos, el malo lo es por mala inclinación. Necesita redención.

La verdad es que ambos puntos de vista son verdaderos en parte, y uno a otro se completan. Todo depende del acto bueno de que se trate. Para dar de beber al sediento basta tener buen corazón, ¡y agua! Para ser un buen ciudadano o para sacar adelante una familia hay que tener, además, algunos conocimientos.

Aquí, como en todo, la naturaleza y la educación se completan. Donde falta la materia prima, no puede hacerse la obra. Pero tampoco puede hacerse donde hay materia y falta el arte. Los antiguos solían decir: «Lo que natura no da, Salamanca no lo presta». Se referían a la Universidad de Salamanca, famosa en la España de los siglos xvi y xvii, y querían decir que, si se es estúpido, poco se aprende con el estudio. Casi lo mismo hay que decir con respecto al bien. Pero, por fortuna, el malo por naturaleza es educable en muchos casos y, por decirlo así, aprende a ser bueno. Por eso el filósofo griego Aristóteles aconsejaba la «ejercitación en la virtud para hacer virtuosos» (ethismos).

LECCIÓN II

EL HOMBRE tiene algo de común con los animales y algo de exclusivamente humano.Estamos acostumbrados a designar lo uno y lo otro, de cierta manera fácil, con los nombres de cuerpo y alma, respectivamente. Al cuerpo pertenece cuanto en el hombre es naturaleza; y al alma, cuanto en el hombre es espíritu.

Esto nos aparece a todos como evidente, aun cuando se reconozca que hay dificultad en establecer las fronteras entre los dos campos.

Algunos dicen que todo es materia; otros, que todo es espíritu. Algunos insisten en que cuerpo y alma son dos manifestaciones de alguna cosa única y anterior. Aquí nos basta reconocer que ambas manifestaciones son diferentes.

Luego se ve que la obra de la moral consiste en llevarnos desde lo animal hasta lo puramente humano. Pero hay que entenderlo bien. No se trata de negar lo que hay de material y de natural en nosotros, para sacrificarlo de modo completo en aras de lo que tenemos de espíritu y de inteligencia. Esto sería una horrible mutilación que aniquilaría a la especie humana. Si todos ayunáramos hasta la tortura, como los ascetas y los fakires, acabaríamos por suicidarnos.

Lo que debe procurarse es una prudente armonía entre cuerpo y alma. La tarea de la moral consiste en dar a la naturaleza lo suyo sin exceso, y sin perder de vista los ideales dictados por la conciencia. Si el hombre no cumple debidamente sus necesidades materiales se encuentra en estado de ineptitud para las tareas del espíritu y para realizar los mandamientos del bien.

Advertimos, pues, que hay siempre algo de tacto, de buen sentido en el manejo de nuestra conducta; algo de equilibrio y de proporción. Ni hay que dejar que nos domine la parte animal en nosotros, ni tampoco debemos destrozar esta base material del ser humano, porque todo el edificio se vendría abajo.

Hay momentos en que necesitamos echar mano de nuestras fuerzas corporales, aun para los actos más espirituales o más orientados por el ideal. Así en ciertos instantes de bravura, arrojo y heroicidad.

Hay otros momentos en que necesitamos de toda nuestra inteligencia para poder atender a las necesidades materiales. Así cuando, por ejemplo, nos encontráramos sin recursos, en medio de una población extranjera que no entendiese nuestro lenguaje, y a la que no supiésemos qué servicio ofrecer a cambio del alimento

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