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Catequesis Sobre Poi IX

mexalbert8 de Febrero de 2015

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CATEQUESIS II

INVITACIÓN A LA CONVERSIÓN

Pronunciada en Jerusalén, trata sobre la conversión y el perdón de los pecados, y acerca del enemigo. La lectura de base es de Ezequiel 18,20b-21: AI justo se le imputará su justicia y al malvado su maldad. En cuanto al malvado, si se aparta de todos los pecados que ha cometido, observa todos mis preceptosy practica el derecho y la justicia, vivirá sin duda, no morirá»1

Realidad del pecado

1. P/ORIGEN: Realidad temible es el pecado y gravísima enfermedad del alma es la iniquidad: le secciona los nervios y además la dispone al fuego eterno. La maldad se da cuando hay delectación libre, un germen que lleva voluntariamente al mal. Ya el profeta señala con claridad que el pecado se comete de modo espontáneo y libre: «Yo te había plantado de la cepa selecta, toda entera de simiente legítima. Pues ¿cómo te has mudado en sarmiento de vid bastarda?» (Jer 2,21). La plantación es buena, pero el fruto es malo, malo por la libre voluntad: el que plantó está libre de culpa, pero la viña será aniquilada por el fuego; plantada para el bien, produjo el mal por su propio deleite. Pues, según el Eclesiastés, «Dios hizo sencillo al hombre, pero él se complicó con muchas razones» (Ecl 7,29). Y el Apóstol dice: «Hechura suya somos, creados... en orden a las buenas obras» (Ef 2,10). Pues siendo bueno el creador, creó «en orden a las buenas obras», pero la creatura se volvió al mal por su propio arbitrio. Grave mal es, según esto, el pecado. Pero no es irremediable: es grave para quien permanece en él. Pero es fácil de sanar a aquel que lo rechaza en la conversión. Imagínate que alguien tiene fuego en sus manos. Sin duda se abrasará mientras retenga el carbón, pero si lo arroja fuera de sí, suprime la causa de su quemadura. Pero si alguien piensa que no se quema al pecar, a ese tal le dice la Escritura: «¿Puede uno meter fuego en su regazo sin que le ardan los vestidos?» (Prov 6,27). Así pues, el pecado abrasa los nervios del alma.

El origen del pecado en el interior del hombre

2. Pero dirá alguno ¿Qué es el pecado? ¿Es un animal, un ángel o un demonio? ¿Qué es lo que lo produce?2. Atiende bien: no es un enemigo que te invada desde fuera, sino algo que brota de ti mismo. «Miren de frente tus ojos» (Prov 4,25) y no experimentarás la pasión. Ten lo tuyo, no te apoderes de lo ajeno y no existirá en ti la rapiña. Acuérdate del juicio y no existirán en ti la fornicación ni el adulterio ni el homicidio ni nada que sea pecaminoso. Pero si te olvidas de Dios, comenzarás a pensar en el mal y a realizar lo ilícito.

El diablo y el pecado

3. Pero no sólo tú eres origen y autor de lo que haces: hay también un depravado instigador, el diablo3. El tienta a todos, pero no puede con los que no consienten. Por ello dice el Eclesiastés: «Si el espíritu del que tiene poder se abate sobre ti, no abandones tu puesto»4. Cierra tu puerta y hazlo huir lejos de ti para que no te cause daño. Pero si das entrada con indiferencia al pensamiento libidinoso, oponiéndose a tu ánimo, plantará en ti sus raíces, atará tu mente y te arrastrará hasta la cueva de los malvados. Y si acaso dices: Soy fiel, no podrán conmigo los malos deseos, aunque frecuentemente los tenga en mi ánimo. ¿Ignoras tal vez que la raíz que permanece tiempo ligada a la piedra acaba siempre rompiéndola? No aceptes siquiera el germen, porque hará añicos tu fe. Arranca de raíz el mal antes de que florezca, no sea que, actuando negligentemente desde un comienzo, tengas luego que pensar en el fuego (cf. Jer 23,29) y en el hacha (Mt3,10). Cúrate a tiempo la inflamación de ojos, para que no te quedes ciego y busques entonces médico.

4. Causante primero del pecado es el diablo, origen de la maldad. Esto no lo he dicho yo, sino el Señor: «Porque el diablo peca desde el principio»5. Antes que él nadie pecó. Pero no pecó por fuerza de la naturaleza6, como si hubiese estado obligado al pecado (en ese caso, habría incurrido en pecado quien le hubiese hecho tal), sino que, creado bueno, se convirtió en diablo tomando nombre de su actuación7. Pues, habiendo sido arcángel8, se le ha llamado posteriormente diablo (o calumniador, Satanás), habiéndosele considerado después así en virtud de la cosa misma. Satanás es, pues, lo mismo que adversario9. Las pruebas no las aporto yo, sino el profeta Ezequiel: «Eras el sello de una obra maestra y corona de hermosura, engendrado en el paraíso divino» (Ez 28,12 var.). Y poco más abajo: «Fuiste perfecto en tu conducta desde el día de tu creación, hasta el día en que se halló en ti iniquidad» (28,15)10. Esto no te vino de fuera, sino que tú mismo engendraste el mal. Poco más abajo señala la causa: «Tu corazón se ha pagado de tu belleza, has sido herido por la muchedumbre de tus pecados, sí, por tus pecados. Yo te he precipitado en tierra» (28,17 var.). Lo mismo dice el Señor en el Evangelio en el mismo sentido: «Veía a Satanás caer del cielo como un rayo» (Lc 10,18). Ya ves la consonancia entre ambos Testamentos. Al caer aquél, arrastró a muchos consigo. A quienes le siguen les sugiere malos deseos, de lo que se siguen el adulterio, la fornicación y cualquier clase de mal. Por causa suya fue expulsado nuestro primer padre Adán del paraíso y cambió éste, del que brotaban frutos admirables, por una tierra que le ofrecía espinas.

Esperanza para el pecador

5. Entonces, dirá alguno, ¿hemos perecido engañados? ¿no habrá salvación alguna? Caímos, ¿podremos levantarnos? (Jer 8,4). Hemos quedado ciegos ¿podremos recuperar la vista? Estamos cojeando, ¿no hay esperanza de que caminemos correctamente alguna vez? Diré en resumidas cuentas: ¿No podremos alzarnos después de haber caído? (cf.Sal 41,9) ¿Es que acaso quien resucitó a Lázaro, con hedor ya de cuatro días (Jn 11,39), no te resucitará vivo también a ti? Quien derramó su preciosa sangre por nosotros nos liberará del pecado para que no claudiquemos de nosotros mismos (cf. Ef 4,19)11, hermanos, cayendo en un estado de desesperación. Mala cosa es no creer en la esperanza de la conversión. Quien no espera la salvación acumula el mal sin medida; pero el que espera la curación, fácilmente es misericordioso consigo mismo. Igualmente el ladrón que no espera que se le haga gracia llega hasta la insolencia; pero, si espera el perdón, a menudo termina por hacer penitencia. Si incluso una serpiente puede mudar la piel, ¿no depondremos nosotros el pecado? También la tierra que produce espinas se vuelve feraz si se la cultiva con cuidado: ¿Acaso podremos obtener nosotros de nuevo la salvación? La naturaleza es, pues, capaz de recuperación, pero para ello es necesaria la aceptación voluntaria.

Misericordia y amor de Dios hacia el pecador

6. Dios ama a los hombres, y no en escasa medida. No digas tú entonces: He sido fornicario y adúltero, he cometido grandes crímenes, y ello no sólo una vez sino con muchísima frecuencia. ¿Me perdonará, o más bien se olvidará de mí? Escucha lo que dice el salmista: «¡Qué grande es tu bondad, Señor!» (Sal 31,20). Tus pecados acumulados no vencen a la multitud de las misericordias de Dios. Tus heridas no pueden más que la experiencia del médico supremo. Entrégate sencillamente a él con fe; indícale al médico tu enfermedad; di tú también con David: «Sí, mi culpa confieso, acongojado estoy por mi pecado» (Sal 38,19). Y se cumplirá en ti lo que también se dice: «Y tú has perdonado la malicia de mi corazón» (Sal 32,5)12.

7. ¿Quieres ver el amor de Dios al hombre tú, que hace poco que vienes a las catequesis? ¿Quieres contemplar la benignidad de Dios y la enormidad de su paciencia? Mira el caso de Adán. Es el primer hombre que Dios creó, y pecó: ¿no pudo advertirle de que a continuación moriría? Pero mira lo que hace el Dios que tanto ama a los hombres. Lo arroja del paraíso (pues por el pecado no era digno de vivir allí). Y lo coloca en cualquier lugar fuera de allí (cf. Gén 3,24), para que, al ver de dónde ha caído y a dónde ha sido arrojado, consiga luego la salvación mediante la conversión. Caín, primer hombre dado a la luz, se convirtió en fratricida; maquinador del mal, autor y causante de asesinatos, y primer envidioso, quitó después de en medio a su hermano. ¿A qué pena se le condena?: «Vagabundo y errante serás en la tierra» (Gén 4,12). Grande fue el pecado, pero leve el castigo.

8. Y ésta fue verdaderamente la clemencia de Dios, pero pequeña todavía con respecto a lo que siguió. Pues piensa en lo que sucedió en tiempo de Noé. Pecaron los gigantes y la maldad se extendió grandemente sobre la tierra (cf. Os 4,2)13. Por ella se provocó el diluvio: en el año quinientos profirió Dios su amenaza (cf. Gén 6,13)14. ¿No crees que la benignidad de Dios se extendió durante cien años cuando se podía haber infligido el castigo al momento? Todo lo alargó para dar lugar a la conversión. ¿Acaso no ves la bondad de Dios? Ni siquiera aquellos hombres, si hubiesen recobrado entonces el buen sentido, habrían notado que les faltaba la clemencia divina.

La bondad de Dios es mayor que el pecado

9. Hablemos ahora de aquellos que se han salvado a través de la conversión. Habrá entre las mujeres quien diga: soy una prostituta, he sido adúltera, manché mi cuerpo con toda clase de lujuria. ¿Qué posibilidad existe de salvación? Observa, mujer, el caso de Rahab, que también para ti hay salvación. Pues si la que se dedicaba a la prostitución abierta y públicamente obtuvo su salvación mediante la conversión, ¿acaso quien abusó de su cuerpo alguna vez antes de haber recibido la gracia no obtendrá la salvación por la penitencia y el ayuno? Date cuenta de cómo se salvó, pues simplemente

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