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DILEMAS ETICOS

Romina199121 de Abril de 2013

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DILEMAS ÉTICOS EN LA SOCIEDAD DE LA INFORMACIÓN: APUNTES PARA UNA DISCUSIÓN

Javier Bustamante Donas

Universidad Complutense de Madrid

En este artículo pretendo resumir algunas de las cuestiones que han ocupado mi trabajo en los últimos años en relación a las cuestiones éticas planteadas a partir de la implantación cada vez más profunda y extensa de un conjunto de avances en informática, matemática aplicada y tecnología de telecomunicaciones que hoy en día se agrupan bajo la etiqueta nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC). Será mi propósito plantear problemas más que aportar soluciones, y recorrer un panorama no exhaustivo de las dimensiones humanas que estas tecnologías presentan. La velocidad que caracteriza su evolución hace que la obsolescencia se convierta en un riesgo inminente para cualquier análisis que pretenda reflexionar sobre una realidad en continuo movimiento, y este es un análisis que quiere simplemente servir de punto de partida de una discusión. Como tal, busca la provocación antes que el cierre, con la esperanza de que los interrogantes aquí abiertos encuentren respuestas tranquilizadoras en los análisis de mis colegas.

Como todavía queda en entredicho la posibilidad de una visión neutra, objetiva y desapasionada de la realidad, creo que es mi obligación hacer explícitas las sospechas que guían mi punto de vista sobre el papel de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. En primer lugar, el título de mi primer libro Sociedad informatizada, ¿sociedad deshumanizada? expresa claramente la preocupación por los efectos perniciosos, deshumanizadores, que la informática pueda traer a la sociedad. En segundo lugar, creo que hasta ahora se ha considerado dicha tecnología como un conjunto de sofisticados instrumentos. Es decir, como medios que pueden ser utilizados para diferentes fines, en función de los cuales adquieren un valor determinado. En contra de esta visión instrumentalista, creo que la informática – y, por extensión, las TIC – cobran un poderoso papel como creadoras de metáforas y modelos para entender al hombre, a la sociedad, y para otorgar nuevos significados a su acción social.

En este punto parece necesario distinguir dos niveles de impacto de la tecnología, según se considere la esfera de lo macrosocial o esa intrahistoria que constituye el ámbito de lo microsocial, la vivencia de lo cotidiano. Quiero poner en duda la visión tradicional sobre la sabiduría y capacidad de control que la tecnología trae a nuestras vidas. Esta capacidad es innegable cuando se considera en un nivel macrosocial. La tecnología más avanzada, ejemplificada en el armamento y las tecnologías de uso militar, impone la razón de la fuerza en las disputas internacionales, y en este mismo sentido la humanidad en su conjunto demuestra un poder imparable de transformación y adaptación a su hábitat natural. Como afirma Ortega en su Meditación sobre la técnica, la técnica es un inmenso aparato ortopédico que necesitamos para andar por el mundo. Es nuestro mecanismo de avance evolutivo, la victoria de la evolución humana, que no se produce como adaptación de la naturaleza del hombre a su entorno, sino transformando el mundo a través de la técnica.

Sin embargo, si consideramos los términos de dicha victoria en el nivel de las biografías particulares de los ciudadanos de las últimas décadas, cabe preguntarse si la victoria de la tecnología es tan clara y definida. Es cierto que la vida actual, al menos para una parte significativa de la población en los países desarrollados, está plagada de una serie de comodidades por las que el ser humano ha venido luchando durante miles de años. Sin embargo, cabría preguntarse si somos más dueños de nuestra propia existencia de lo que lo eran los hombre de otras épocas, o los ciudadanos de sociedades menos privilegiadas por la gracia del progreso. ¿Somos más sabios que antes, al contar con más información que ninguna otra generación precedente? Quizá se da aquí la paradoja de que la avalancha de información no es la solución para superar la ignorancia, justo lo contrario de lo que ocurre con otras necesidades humanas, que se sacian con una mayor afluencia de aquello de lo que se carece. Arthur C. Clarke defendía que cuanto más complejas y sofisticadas eran la ciencia y la tecnología, más tendían a confundirse con la magia. Con ello expresaba la posibilidad de que la simple posesión del conocimiento científico-técnico no garantice una dimensión humana más profunda, ni una ética que nos recomiende en qué dirección y con qué ritmo debe ser empleado.

TAREAS PENDIENTES DE LA ÉTICA Y LA TECNOLOGÍA

La primera de las tareas pendientes que aún no se han abordado es la definición de marcos conceptuales que permitan mejorar la comprensión de los problemas éticos en que la tecnología está implicada. La otra tarea es la identificación de aquellas áreas en las que la relación entre seres humanos y artefactos es esencialmente problemática. ¿Cómo identificar estas áreas en las que la intervención de la ética es posible e incluso deseable? La marca que caracteriza las áreas donde esta interacción es problemática aparece en aquellos contextos en que el ordenador crea nuevas posibilidades de acción, o cuando los modelos y metáforas extraídos del mismo perfilan nuestra experiencia del mundo. En ambos casos tendríamos que hacer frente a la emergencia de nuevos valores sociales y nuevos patrones de comportamiento social.

En el primer caso podemos encontrar ejemplos como las biotecnologías, las tecnologías reproductivas y el Proyecto Genoma Humano en particular, a través del cual se amplía la posibilidad de intervención del ser humano sobre sus propias características genéticas, creando así un poder de autotransformación de la especie. Aquí el tratamiento automático de la información genética da a la acción humana un extraordinario alcance, para cuyo control responsable se precisa un nuevo marco ético.

También corremos el riesgo de pasar por alto los verdaderos cambios que las TIC causan en nuestras vidas, tan inmateriales como el núcleo mismo de la transformación social: la información. El detonante de estos impactos es la profunda asincronía existente entre un ritmo de innovación tecnológica con una tasa exponencial de crecimiento y la capacidad humana de asimilación, de reflexión, de comprensión de las nuevas situaciones y adaptación a ellas mediante la creación de nuevos valores, normas y estilos de vida renovados, que crece en proporción aritmética -- si es que crece. Esta asincronía provoca una divergencia cada vez mayor entre el entorno de la información, que evoluciona tan rápidamente, y la adecuación de las respuestas vitales de los individuos, al quedar obsoletos tanto los sistemas normativos como las estructuras educativas. Esta anomia permanente será una característica fundamental de la sociedad de la información, acompañada quizá de un nuevo escepticismo. Esta actitud escéptica nacería de dos factores. En primer lugar, la multiplicidad y fragmentación de las fuentes de información, ofreciendo frecuentemente descripciones o interpretaciones contrapuestas de un mismo hecho. En segundo lugar, la volatilidad de dichos medios, la velocidad con que nuevas empresas mediáticas nacen y mueren, su carácter meramente empresarial, los cambios de orientación en función de la titularidad del accionariado. Todo ello hará cada vez más difícil la creación de una historia de experiencia en la cual se fundamente la credibilidad de los medios por parte de los ciudadanos.

En el segundo caso tenemos la aparición de la llamada realidad virtual, fenómeno tecnológico por el cual la vivencia de lo que es originariamente un simple videojuego se hace más y más cercana a los mecanismos de percepción, de tal manera que el concepto de medio se diluye, hasta llegar al ideal de una realidad simulada indistinguible de cualquier patrón físico. La realidad virtual crea así un nuevo espacio de actuación y percepción, una realidad transformada por el ordenador, que puede hacer que acabemos olvidando cómo digerir la realidad cruda. De alguna forma, esta tendencia ya se puede observar en las vivencias de la conciencia pura de los espectadores de telenovelas y culebrones, para muchos de los cuales las aventuras y desventuras de personajes de cartón piedra generan más emociones que lo que le ocurre a la gente de carne y hueso en su vida cotidiana, y se sufre más la tragedia de opereta de los protagonistas de turno que la miseria humana que podemos contemplar día a día con nuestros propios ojos.

Si contemplamos la naturaleza de la tecnología desde el punto de vista antropológico, podremos ver que las máquinas han sido tradicionalmente contempladas como extensiones artificiales de las capacidades naturales del hombre, como proyecciones de nuestros órganos corporales. Desde Aristóteles, y aún en las obras de comienzo de este siglo de Kapp y Lafitte, esta idea se ha esquematizado en diferentes tipologías de órganos naturales humanos y extensiones no humanas. En la segunda parte del siglo XX la idea de órgano humano se ha extendido hasta abarcar, en términos ya empleados por McLuhan, medios electrónicos como extensiones de nuestro sistema nervioso. De esta forma, los aparatos que nos rodean quizá nos dicen más de lo que somos que otro tipo de textos en sentido más tradicional. Leer la tecnología como texto nos permite descubrir lo que cuenta de nosotros mismos, y a la vez pone en evidencia lo que oculta, ya que sólo se muestra habitualmente el producto tecnológico acabado, casi siempre sin referencia alguna a las biografías de aquellos que

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