ECONOMIA EN UNA LECCION
mercuvm19 de Febrero de 2012
9.388 Palabras (38 Páginas)464 Visitas
La economía en una lección
Henry Hazlitt
Traducción: Adolfo Rivero
PREFACIO
Este libro contiene un análisis de los sofismas económicos que han alcanzado en los
últimos tiempos preponderancia suficiente hasta convertirse casi en una nueva ortodoxia.
Tan sólo hubo de impedirlo sus propias contradicciones internas, que han dividido, a
quienes aceptan las mismas premisas, en cien «escuelas» distintas, por la sencilla razón
de que es imposible, en asuntos que tocan a la vida práctica, equivocarse de un modo
coherente. Pero la única diferencia entre dos cualesquiera de las nuevas escuelas consiste
en que unos u otros de sus seguidores se dan cuenta antes de los absurdos a que les
conducen sus falsas premisas y desde ese momento se muestran en desacuerdo, bien por
abandono de tales premisas, bien por aceptación de conclusiones menos nocivas o
fantásticas que las que la lógica exigiría.
Con todo, en este momento no existe en el mundo un gobierno importante cuya política
económica no se halle influida, cuando no totalmente determinada, por la aceptación de
alguna de aquellas falacias. Quizá el camino más corto y más seguro para el
entendimiento de la Economía sea una previa disección le los aludidos errores y
singularmente del error central del que todos parten. Tal es la pretensión del presente
volumen y de su título un tanto ambicioso y beligerante.
El libro ofrece, ante todo, un carácter expositivo, y no pretende ser original en cuanto a
las principales ideas que contiene. Trata más bien de evidenciar cómo muchos de los que
hoy pasan por brillantes avances e innovaciones son, de hecho, mera resurrección de
antiguos errores y prueba renovada del aforismo según el cual quienes ignoran el pasado
se ven condenados a repetirlo.
Sospecho que también el presente ensayo es vergonzosamente «clásico», «tradicional» y
«ortodoxo». Al menos, éstos son los epítetos con los que, sin duda, intentarán
desvirtuarlo aquellos cuyos sofismas se analizan aquí. Pero el estudioso, cuya intención
es alcanzar la mayor cantidad posible de verdad, no ha de sentirse intimidado por tales
adjetivos ni creer que ha de andar siempre buscando una revolución, un «lozano
arranque» en el pensamiento económico. Su mente debe, desde luego, estar tan abierta a
las nuevas como a la viejas ideas; y se complacerá en rechazar lo que es puro afán de
inquietud y sensacionalismo por lo nuevo y original. Tal vez, como Morris R. Cohen ha
apuntado, «la idea de que podemos desentendernos de las opiniones de cuantos
pensadores nos han precedido, quita todo fundamento a la esperanza de que nuestra obra
sea de algún valor para los que nos sucedan» (1).
(1) Reason and Nature (1931), pag. X.
Por tratarse de una obra expositiva, me he valido libremente de ideas ajenas sin indicar su
origen, con la salvedad de raras notas y citas Esto es inevitable cuando se escribe sobre
materia que ha sido ya tratada por muchas de las más esclarecidas mentes del mundo.
Pero mi deuda para con un mínimo de tres escritores es de naturaleza tan especial que no
puedo pasar por alto su mención. En primer lugar, y por lo que atañe al tipo de
argumentación expositiva empleado en mi obra, mi deuda es con el ensayo de Federico
Bastiat Ce qu'on voit et ce qu'on ne voit pas, con casi un siglo de antigüedad. El presente
trabajo puede, en efecto, ser considerado como una modernización, ampliación y
generalización de lo contenido en aquel opúsculo.
Mi segunda deuda es con Philip Wicksteed; y particularmente los capítulos sobre salarios
y el resumen final deben mucho a su Commonsense of Political Economy. La tercera
alude a Ludwig von Mises. Además de todo lo que en este tratado elemental pueda deber
al conjunto de sus escritos, lo que de una manera más específica me obliga a él es su
exposición de la forma como se ha extendido el proceso de inflación monetaria.
He considerado todavía menos procedente mencionar nombres en el análisis de los
sofismas. El hacerlo hubiera requerido una especial justicia para cada escritor criticado,
con citas exactas y teniendo en cuenta la particular importancia que concede a este o al
otro punto, las limitaciones que señala y sus personales ambigüedades, incoherencia, etc.
Por ello creo que a nadie le importará demasiado la ausencia en estas páginas de nombres
tales como Carlos Marx, Thorstein Veblen, Mayor Douglas, Lord Keynes, profesor Alvin
Hansen y tantos otros. El objeto de este libro no es exponer los errores propios de
determinado escritor, sino los errores económicos en su forma más frecuente, extendida e
influyente. Las falsedades, una vez pasan al dominio público, se hacen anónimas,
perdiendo las sutilezas o vaguedades que pueden observarse en los autores que más han
cooperado a su propagación. La doctrina se simplifica; y el sofisma, enterrado en una
maraña de distingos, ambigüedades o ecuaciones matemáticas, surge a plena luz. En su
consecuencia, espero no se me acuse de injusto ante el hecho de que cualquier doctrina en
boga, en la forma en que la presento, no coincida exactamente tal y como la formulara
Lord Keynes o algún otro autor determinado Lo que aquí nos interesa son las creencias
sostenidas por grupos políticamente influyentes o que deciden la acción gubernamental y
no sus orígenes históricos.
Espero, finalmente, ser perdonado por las escasas referencias estadísticas contenidas en
las siguientes páginas.
He tratado de escribir este libro con cuanta sencillez y ausencia de tecnicismo eran
compatibles con la necesaria precisión, de modo que pueda ser perfectamente
comprendido por el lector que carece de una previa preparación económica.
Aunque fue compuesto de un modo unitario, tres de los capítulos de este libro se
publicaron como artículos sueltos, y desde aquí deseo expresar mi agradecimiento a The
New York Times, The American Scholar y The New Leader por su autorización para
reproducir lo anteriormente aparecido en sus páginas. Quedo reconocido al profesor Von
Mises por la lectura del manuscrito y sus sugerencias, que tan útiles me han sido. Y,
naturalmente, asumo la responsabilidad de las opiniones que aquí se expresan.
H. H.
1. LA LECCIÓN
La Economía se halla asediada por mayor número de sofismas que cualquier otra
disciplina cultivada por el hombre. Esto no es simple casualidad, ya que las dificultades
inherentes a la materia, que en todo caso bastarían, se ven centuplicadas a causa de un
factor que resulta insignificante para la Física, las Matemáticas o la Medicina: la marcada
presencia de intereses egoístas. Aunque cada grupo posee ciertos intereses económicos
idénticos a los de todos los demás, tiene también, como veremos, intereses contrapuestos
a los de los restantes sectores; y aunque ciertas políticas o directrices públicas puedan a la
larga beneficiar a todos, otras beneficiarán sólo a un grupo a expensas de los demás. E1
potencial sector beneficiario, al afectarle tan directamente, las defenderá con entusiasmo
y constancia; tomará a su servicio las mejores mentes sobornables para que dediquen
todo su tiempo a defender el punto de vista interesado, con el resultado final de que el
público quede convencido de su justicia o tan confundido que le sea imposible ver claro
en el asunto.
Además de esta plétora de pretensiones egoístas existe un segundo factor que a diario
engendra nuevas falacias económicas. Es éste la persistente tendencia de los hombres a
considerar exclusivamente las consecuencias inmediatas de una política o sus efectos
sobre un grupo particular, sin inquirir cuáles producirá a largo plazo no sólo sobre el
sector aludido, sino sobre toda la comunidad. Es, pues, la falacia que pasa por alto las
consecuencias secundarias.
En ello consiste la fundamental diferencia entre la buena y la mala economía. E1 mal
economista sólo ve lo que se advierte de un modo inmediato, mientras que el buen
economista percibe también más allá. El primero tan sólo contempla las consecuencias
directas del plan a aplicar; el segundo no desatiende las indirectas y más lejanas. Aquél
sólo considera los efectos de una determinada política, en el pasado o en el futuro, sobre
cierto sector; éste se preocupa también de los efectos que tal política ejercerá sobre todos
los grupos.
El distingo puede parecer obvio. La cautela de considerar todas las repercusiones de
cierta política quizá se nos antoje elemental. ¿Acaso no conoce todo el mundo, por su
vida particular, que existen innumerables excesos gratos de momento y que a la postre
resultan altamente perjudiciales? ¿No sabe cualquier muchacho el daño que puede
ocasionarle una excesiva ingestión de dulces? ¿No sabe el que se embriaga que va
despertarse con el estómago revuelto y la cabeza dolorida? ¿Ignora el dipsómano que está
destruyendo su hígado y acortando su vida? ¿No consta al don Juan que marcha por un
camino erizado de riesgos,
...