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EL PERFUME


Enviado por   •  5 de Marzo de 2014  •  14.993 Palabras (60 Páginas)  •  235 Visitas

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Patrick Süskind

El perfume

Historia de un asesino

Obra en 3 volúmenes

Volumen I

Patrick Süskind El perfume

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En la literatura alemana hace irrupción un monstruo sin precedentes desde "El tambor de hojalata". Un

acontecimiento literario.

Stern

En Gran Bretaña se habla de "El perfume" como la novela del año, en Francia se escribe que desde "El

nombre de la rosa" el mundo editorial internacional no se había sentido tan atraído por una novela...

Buchreport

Un libro grandioso... una novela irresistible... una pieza literaria que no aparece todos los días.

Kurier. Viena

Süskind lleva al lector, con sostenido interés y fuerza sensual, al centro del alucinante exotismo de una obra

de arte extremadamente auténtica y completamente ficticia.

Weltwoche. Zurich

Se ha descubierto un nuevo Walser, un nuevo Frisch, un nuevo Grass, opinan los profesionales, y huelen la

sensación literaria del año.

Süddeutsche Zeitung. Munich

El "gran libro" de la convención de la A.B.A. (American Book-sellers Association) de 1985 es una primera

novela, escrita por Patrick Süskind, titulada "El perfume".

New York Times

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Patrick Süskind nació en 1949 en la localidad bávara de Ambach, de Alemania. Hijo del escritor expresionista

W. E. Süskind, ha publicado el monólogo dramático "El contrabajo", estrenado en Munich en 1981. "El

perfume" es su primera novela. "El perfume" es la revelación de un narrador de primer orden. En la Francia

del siglo Xviii. desde el convento que lo acoge lactante hasta el cementerio donde conoce su funesta apoteosis

final, la vida del perfumista y asesino de muchachas Jean-Baptiste Grenouille nos propone, a la vez que una

sección transversal de una sociedad secretamente resquebrajada, un descenso a los más turbadores abismos

del espíritu humano. Fantasmagoría alucinante y obsesiva, al tiempo que cuadro impar de una época. "El

perfume" es una de las principales novelas europeas de los últimos tiempos.

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Primera Parte

1

En el siglo Xviii vivió en Francia uno de los hombres más geniales y abominables de una época en que no

escasearon los hombres abominables y geniales. Aquí relataremos su historia. Se llamaba Jean-Baptiste

Grenouille y si su nombre, a diferencia del de otros monstruos geniales como De Sade, Saint-Just, Fouchè

Napoleón, etcétera, ha caído en el olvido, no se debe en modo alguno a que Grenouille fuera a la zaga de estos

hombres célebres y tenebrosos en altanería, desprecio por sus semejantes, inmoralidad, en una palabra,

impiedad, sino a que su genio y su única ambición se limitaban a un terreno que no deja huellas en la historia:

al efímero mundo de los olores.

En la época que nos ocupa reinaba en las ciudades un hedor apenas concebible para el hombre moderno. Las

calles apestaban a estiércol, los patios interiores apestaban a orina, los huecos de las escaleras apestaban a

madera podrida y excrementos de rata, las cocinas, a col podrida y grasa de carnero; los aposentos sin

ventilación apestaban a polvo enmohecido; los dormitorios, a sábanas grasientas, a edredones húmedos y al

penetrante olor dulzón de los orinales. Las chimeneas apestaban a azufre, las curtidurías, a lejías cáusticas, los

mataderos, a sangre coagulada. Hombres y mujeres apestaban a sudor y a ropa sucia; en sus bocas apestaban

los dientes infectados, los alientos olían a cebolla y los cuerpos, cuando ya no eran jóvenes, a queso rancio, a

leche agria y a tumores malignos. Apestaban los ríos, apestaban las plazas, apestaban las iglesias y el hedor se

respiraba por igual bajo los puentes y en los palacios. El campesino apestaba como el clérigo, el oficial de

artesano, como la esposa del maestro; apestaba la nobleza entera y, si, incluso el rey apestaba como un animal

carnicero y la reina como una cabra vieja, tanto en verano como en invierno, porque en el siglo Xviii aún no

se había atajado la actividad corrosiva de las bacterias y por consiguiente no había ninguna acción humana, ni

creadora ni destructora, ninguna manifestación de vida incipiente o en decadencia que no fuera acompañada

de algún hedor.

Y, como es natural, el hedor alcanzaba sus máximas proporciones en París, porque París era la mayor ciudad

de Francia. Y dentro de París había un lugar donde el hedor se convertía en infernal, entre la Rue aux Fers y la

Rue de la Ferronnerie, o sea, el Cimetiére des Innocents. Durante ochocientos años se había llevado allí a los

muertos del hospital H4tel- Dieu y de las parroquias vecinas, durante ochocientos años, carretas con docenas

de cadáveres habían vaciado su carga día tras día en largas fosas y durante ochocientos años se habían ido

acumulando los huesos en osarios y sepulturas. Hasta que llegó un día, en vísperas de la Revolución Francesa,

cuando algunas fosas rebosantes de cadáveres se hundieron y el olor pútrido del atestado cementerio incitó a

los habitantes no sólo a protestar, sino a organizar verdaderos tumultos, en que fue por fin cerrado y

abandonado después de amontonar los millones de esqueletos y calaveras en las catacumbas de Montmartre.

Una vez hecho esto, en el lugar del antiguo cementerio se erigió un mercado de víveres.

Fue aquí, en el lugar más maloliente de todo el reino, donde nació el 17 de julio de 1738 Jean-Baptiste

Grenouille. Era uno de los días más calurosos del año. El calor se abatía como plomo derretido sobre el

cementerio y se extendía hacia las calles adyacentes como un vaho putrefacto que olía a una mezcla de

melones podridos y cuerno quemado. Cuando se iniciaron los dolores del parto, la madre de Grenouille se

encontraba en un puesto de pescado de la Rue aux Fers escamando albures que había destripado previamente.

Los pescados, seguramente sacados del Sena aquella misma mañana, apestaban ya hasta el punto de superar

el hedor de los cadáveres. Sin embargo, la madre de Grenouille no percibía el olor a pescado podrido o a

cadáver porque su sentido del olfato estaba totalmente embotado y además le dolía todo el cuerpo y el dolor

disminuía su sensibilidad a cualquier percepción sensorial externa. Sólo quería que los dolores cesaran, acabar

lo más rápidamente posible con el repugnante parto. Era el quinto. Todos los había tenido en el puesto de

pescado y las cinco criaturas habían nacido muertas o medio muertas, porque su carne sanguinolenta se

distinguía apenas de las tripas de pescado que cubrían el suelo y no sobrevivían mucho rato entre ellas y por

la noche todo era recogido con una pala y llevado en carreta al cementerio o al río. Lo mismo ocurriría hoy y

la madre de Grenouille, que aún era una mujer joven, de unos veinticinco años, muy bonita y que todavía

conservaba casi todos los dientes y algo de cabello en la cabeza y, aparte de la gota y la sífilis y una tisis

incipiente, no padecía ninguna enfermedad grave, que aún esperaba vivir mucho tiempo, quizá cinco o diez

años más y tal vez incluso casarse y tener hijos de verdad como la esposa respetable de un artesano viudo, por

ejemplo... la madre de Grenouille deseaba que todo pasara cuanto antes. Y cuando empezaron los dolores de

parto, se acurrucó bajo el mostrador y parió allí, como hiciera ya cinco veces, y cortó con elcuchillo el cordón

umbilical del recién nacido. En aquel momento, sin embargo, a causa del calor y el hedor,que ella no percibía

como tales, sino como algo insoportable y enervante -como un campo de lirios o un reducidoaposento

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demasiado lleno de narcisos-,cayó desvanecida debajo de la mesa y fue rodando hasta el centro del arroyo,

donde quedó inmóvil, con el cuchillo en la mano.

Gritos, corridas, la multitud se agolpa a su alrededor, avisan a la policía. La mujer sigue en el suelo con el

cuchillo en la mano; poco a poco, recobra el conocimiento.

¨Qué le ha sucedido?

--Nada.

¨Qué hace con el cuchillo?

--Nada.

¨De dónde procede la sangre de sus refajos?

--De los pescados.

Se levanta, tira el cuchillo y se aleja para lavarse.

Entonces, de modo inesperado, la criatura que yace bajo la mesa empiezaa gritar. Todos se vuelven,

descubrenal recién nacido entre un enjambre de moscas, tripas y cabezas de pescado y lo levantan. Las

autoridades lo entregan a una nodriza de oficio y apresan a la madre. Y como ésta confiesa sin ambages que lo

habría dejadomorir, como por otra parte ya hiciera con otros cuatro, la procesan, la condenan por infanticidio

múltiple y dos semanas más tarde la decapitan en la Place de Gréve.

En aquellos momentos el niño ya había cambiado tres veces de nodriza. Ninguna quería conservarlo más de

dosdías. Según decían, era demasiado voraz, mamaba por dos, robando así la leche a otros lactantes y el

sustento a las nodrizas, ya que alimentar a un lactante único no era rentable. El oficial de policía competente,

un tal La Fosse, se cansó pronto del asuntoy decidió enviar al niño a la central de expósitos y huérfanos de la

lejana Rue Saint-Antoine, desde donde el transporte era efectuado por mozos mediante canastas de rafia en las

que por motivos racionales hacinaban hastacuatro lactantes, y como la tasa de mortalidad en el camino era

extraordinariamente elevada, por lo que se ordenó a los mozos que sólo se llevaran a los lactantes bautizados

y entreéstos, únicamente a aquéllos provistosdel correspondiente permiso de transporte, que debía

estampillarse enRu n, y como el niño Grenouille no estaba bautizado ni poseía tampoco un nombre que

pudiera escribirse en la autorización, y como, por añadidura, no era competencia de la policía poneren las

puertas de la inclusa a una criatura anónima sin el cumplimiento de las debidas formalidades... por unaserie de

dificultades de índole burocr tico y administrativo que parecían concurrir en el caso de aquel niño

determinado y porque, por otra parte, el tiempo apremiaba, el oficial de policía La Fosse se retractó de su

decisión inicial y ordenó entregar al niño a una institución religiosa, previa exigencia de un recibo, para que

allí lo bautizaran y decidieran sobre su destino ulterior. Se deshicieron de él en el convento de Saint-Merri de

la Rue Saint-Martin, donde recibió en el bautismo el nombre de Jean-Baptiste. Y como el prior estaba

aquellos días de muy buen humory sus fondos para beneficencia aún no se habían agotado, en vez de enviar

alniño a Ru n, decidió criarlo a expensas del convento y con este fin lo hizo entregar a una nodriza llamada

Jeanne Bussie, que vivía en la Rue Saint-Denis y a la cual se acordó pagar tres francos semanales por sus

cuidados.

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2

Varias semanas después la nodriza Jeanne Bussie se presentó ante la puerta del convento de Saint-Merri con

una cesta en la mano y dijo al padre Terrier, un monje calvo de unoscincuenta años, que olía ligeramente

avinagre: "Ahí lo tiene!" y depositó la cesta en el umbral.

--¨Qué es esto? -preguntó Terrier,inclin ndose sobre la cesta y olfateando, pues presentía algo comestible.

--El bastardo de la infanticida de la Rue aux Fers!

El padre metió un dedo en la cesta y descubrió el rostro del niño dormido.

--Tiene buen aspecto. Sonrosado y bien nutrido.

--Porque se ha atiborrado de mi leche, porque me ha chupado hasta los huesos. Pero esto se acabó. Ahora

yapodéis alimentarlo vosotros con leche de cabra, con papilla y con zumo de remolacha. Lo devora todo, el

bastar do.

El padre Terrier era un hombre comodón. Tenía a su cargo la administración de los fondos destinados a

beneficencia, la repartición del dinero entre los pobres y necesitados, y esperaba que se le dieran las gracias

por ello y no se le importunara con nada más. Los detalles técnicos le disgustaban mucho porque siempre

significaban dificultades y las dificultades significaban una perturbación desu tranquilidad de nimo que no

estabadis puesto a permitir. Se arrepintió de haber abierto el portal y deseó queaquella persona cogiera la

cesta, se marchara a su casa y le dejara en paz con sus problemas acerca del lactante.Se enderezó con lentitud

y al respirar olió el aroma de leche y queso de oveja que emanaba de la nodriza. Era un aroma agradable.

--No comprendo qué quieres. En verdad, no comprendo a dónde quieres ir a parar. Sólo sé que a este niño no

le perjudicaría en absoluto que le dieras el pecho todavía un buen tiempo.

--A él, no -replicó la nodriza-, sólo a mí. He adelgazado casi cinco kilos, a pesar de que he comido para tres.

¨Y por cu nto? Por tres francos semanales!

--Ah, ya lo entiendo -dijo Terrier, casi con alivio-, ahora lo veo claro. Se trata otra vez de dinero.

--No! -exclamó la nodriza.

--Claro que sí! Siempre se trata de dinero. Cuando alguien llama a esta puerta, se trata de dinero. Me gustaría

abrirla una sola vez a una persona que viniera por otro motivo. Para traernos un pequeño obsequio, por

ejemplo, un poco de fruta o un parde nueces. En otoño hay muchas cosas que nos podrían traer. Flores,

quiz .O solamente que alguien viniera a decir en tono amistoso: "Dios sea convos, padre Terrier, os deseo

muy buenos días!" Pero esto no me ocurrirá nunca. Cuando no es un mendigo, esun vendedor, y cuando no es

un vendedor, es un artesano, y quien no quierelimosna, presenta una cuenta. Ya no puedo salir a la calle. Cada

vez que salgo, no doy ni tres pasos sin verme rodeado de individuos que me piden dinero!

--Yo no -insistió la nodriza.

--Pero te diré una cosa: no eres laúnica nodriza de la diócesis. Hay centenares de amas de cría de primera

clase que competirán entre sí por dar el pecho o criar con papillas, zumos uotros alimentos a este niño

encantadorpor tres francos a la semana...

--!Entonces, d dselo a una de ellas

--...Pero, por otra parte, tanto cambio no es bueno para un niño. Quién sabe si otra leche le sentaría tan bien

como la tuya. Ten en cuenta que está acostumbrado al aroma de tu pecho y al latido de tu corazón.

Y aspiró de nuevo profundamente la cálida fragancia emanada por la nodriza, añadiendo, cuando se dio

cuenta deque sus palabras no habían causado ninguna impresión:

--!Llévate al niño a tu casa Hablaré del asunto con el prior y le propondré que en lo sucesivo te dé cuatro

francos semanales.

--No -rechazó la nodriza.

--Está bien. !Cinco

--No.

--¨Cu nto pides, entonces? -gritó Terrier-. !Cinco francos son un montón de dinero por el insignificante

trabajo de alimentar a un niño pequeño

--No pido dinero -respondió la nodriza-; sólo quiero sacar de mi casaa este bastardo.

--Pero ¨por qué, buena mujer? -preguntó Terrier, volviendo a meter el dedo en la cesta-. Es un niño precioso,

tiene buen color, no grita, duerme bien y está bautizado.

--Está poseído por el demonio.

Terrier sacó la mano de la cesta a toda prisa.

--!Imposible Es absolutamente imposible que un niño de pecho esté poseído por el demonio. Un niño de

pecho no es un ser humano, sólo un proyecto y aún no tiene el alma formada del todo. Por consiguiente,

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carecede interés para el demonio. ¨Acaso habla ya? ¨Tiene convulsiones? ¨Mueve las cosas de la habitación?

¨Despide mal olor?

--No huele a nada en absoluto -contestó la nodriza.

--¨Lo ves? Esto es una señal inequívoca. Si estuviera poseído por el demonio, apestaría.

Y con objeto de tranquilizar a la nodriza y poner a prueba el propio valor, Terrier levantó la cesta y la

sostuvo bajo su nariz.

--No huelo a nada extraño -dijo, después de olfatear un momento-, a nada fuera de lo común. Sólo el

pañalparece despedir algo de olor. -Y acercó la cesta a la nariz de la mujerpara que confirmara su impresión.

--No me refiero a eso -dijo la nodriza en tono desabrido, apartando la cesta-. No me refiero al contenidodel

pañal. Sus excrementos huelen. Es él, el propio bastardo, el que no huele a nada.

--Porque está sano -gritó Terrier-, porque está sano, !por esto nohuele Es de sobra conocido que sólo huelen

los niños enfermos. Todo el mundo sabe que un niño atacado por lasviruelas huele a estiércol de caballo y

el que tiene escarlatina, a manzanaspasadas y el tísico, a cebolla. Está sano, no le ocurre nada más. ¨Acaso

tiene que apestar? ¨Apestan acaso tuspropios hijos?

--No -respondió la nodriza-. Mis hijos huelen como deben oler los sereshumanos.

Terrier dejó cuidadosamente la cesta en el suelo porque sentía brotar ensu interior las primeras oleadas de ira

ante la terquedad de la mujer. Nopodía descartar que en el curso de la disputa acabara necesitando las dos

manos para gesticular mejor y no quería que el niño resultara lastimado. Ante todo, sin embargo, enlazó las

manos a la espalda, tendió hacia la nodriza su prominente barriga y preguntó con severidad:

--¨Acaso pretendes saber cómo debe oler un ser humano que, en todo caso (te lo recuerdo, puesto que está

bautizado), también es hijo de Dios?

--Sí -afirmó el ama de cría.

--¨Y afirmas además que, si no huele como tú crees que debe oler (!tú, la nodriza Jeanne Bussie de laRue

Saint-Denis ), es una criatura del demonio?

Adelantó la mano izquierda y la sostuvo, amenazadora, con el índice doblado como un signo de

interrogaciónante la cara de la mujer, que adoptó un gesto reflexivo. No le gustaba quela conversación se

convirtiera de repente en un interrogatorio teológico en el que ella llevaría las de perder.

--Yo no he dicho tal cosa -eludió-.Si la cuestión tiene o no algo que ver con el demonio, sois vos quien debe

decidirlo, padre Terrier; no es asunto de mi incumbencia. Yo sólo sé una cosa: que este niño me horroriza

porque no huele como deben oler los lactantes.

--!Aj -exclamó Terrier, satisfecho, dejando caer la mano-. Así que te retractas de lo del demonio. Bien.Pero

ahora ten la bondad de decirme: ¨Cómo huele un lactante cuando huele como tú crees que debe oler? Vamos,

dímelo.

--Huele bien -contestó la nodriza.

--¨Qué significa bien? -vociferó Terrier-. Hay muchas cosas que huelen bien. Un ramito de espliego

huelebien. El caldo de carne huele bien. Los jardines de Arabia huelen bien. Yo quiero saber cómo huele un

niño depecho.

La nodriza titubeó. Sabía muy biencómo olían los niños de pecho, lo sabía con gran precisión, no en balde

había alimentado, cuidado, mecido y besado a docenas de ellos... Era capaz de encontrarlos de noche por el

olor, ahora mismo tenía el olor de loslactantes en la nariz, pero todavía nolo había descrito nunca con

palabras.

--¨Y bien? -apremió Terrier, haciendo castañetear las uñas.

--Pues... -empezó la nodriza- no es fácil de decir porque... porque no huelen igual por todas partes, aunque

todas huelen bien. Veréis, padre, lospies, por ejemplo, huelen como una piedra lisa y caliente... no, más

biencomo el requesón... o como la mantequilla... eso es, huelen a mantequilla fresca. Y el cuerpo huele

como... una galleta mo jada en leche. Y la cabeza,en la parte de arriba, en la coronilla, donde el pelo forma un

remolino, ¨veis, padre?, aquí, donde vos ya no tenéis nada... -y tocó la calva de Terrier, quien había

enmudecido ante aquel torrente de necios detalles e inclinado, obediente, la cabeza-, aquí, precisamente aquí

es donde huelen mejor. Se parece al olor del caramelo, !no podéis imaginar, padre, lodulce y maravilloso que

es Una vez se les ha olido aquí, se les quiere, tanto si son propios como ajenos. Y así, y no de otra manera,

deben oler los niños de pecho. Cuando no huelen así, cuando aquí arriba no huelen a nada, ni siquiera a aire

frío, como este bastardo, entonces... Podéis llamarlo como quer is, padre, pero yo -y cruzó con decisión los

brazos sobreel pecho, lanzando una mirada de asco a la cesta, como si contuviera sapos-,!yo, Jeanne Bussie,

no me vuelvo conesto a casa

El padre Terrier levantó con lentitud la cabeza inclinada, se pasó dos veces un dedo por la calva, como si

quisiera peinársela, deslizó como por casualidad el dedo hasta la punta de la nariz y olfateó, pensativo.

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--¨A caramelo...? -preguntó, intentando encontrar de nuevo el tono severo-. !Caramelo ¨Qué sabes tú de

caramelo? ¨Lo has probado alguna vez?

--No directamente -respondió la nodriza-, pero una vez estuve en un gran hotel de la Rue Saint-Honorè yvi

cómo lo hacían con azúcar fundido ycrema. Olía tan bien, que nunca más lo he olvidado.

--Está bien, ya basta -dijo Terrier, apartando el dedo de la nariz-.!Ahora te ruego que calles Es muy fatigoso

para mí continuar hablando contigo a este nivel. Colijo que te niegas, por los motivos que sean, a seguir

alimentando al lactante que te había sido confiado, Jean-Baptiste Grenouille, y que lo pones de nuevo bajo la

tutela del convento de Saint-Merri. Lo encuentro muy triste, pero no puedo evitarlo. Estás despedida.

Cogió la cesta, respiró una vez más la cálida fragancia de la lana impregnada de leche, que ya se dispersaba,

ycerró la puerta con cerrojo, tras lo cual se dirigió a su despacho.

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El padre Terrier era un hombre culto. No sólo había estudiado teología, sino también leído a los filósofos y

profundizado además en la botánica y la alquimia. Confiaba en la fuerza de su espíritu crítico, aunque nunca

se habría aventurado, como hacían muchos, a poner en tela de juiciolos milagros, los or culos y la verdadde

los textos de las Sagradas Escrituras, pese a que en rigor la razón sola no bastaba para explicarlos y a veces

incluso los contradecía. Prefería abstenerse de ahondar en semejantes problemas, que le resultaban

desagradables y sólo conseguirían sumirle en la más penosa inseguridad e inquietud cuando, precisamente

para servirse de la razón, necesitaba gozarde seguridad y sosiego. Había cosas, sin embargo, contra las cuales

luchabaa brazo partido y éstas eran las supersticiones del pueblo llano: brujería, cartomancia, uso de

amuletos, hechizos, conjuros, ceremonias en díasde luna llena y otras prácticas. !Eramuy deprimente ver el

arraigo de talescreencias paganas después de un milenio de firme establecimiento del cristianismo La mayoría

de casos de las llamadas alianzas con Satanás y posesiones del demonio también resultaban,al ser

considerados más de cerca, un espectáculo supersticioso. Ciertamente, Terrier no iría tan lejos como para

negar la existencia de Satanás odudar de su poder; la resolución de semejantes problemas, fundamentales enla

teología, incumbía a esferas que estaban fuera del alcance de un simplemonje. Por otra parte, era evidente que

cuando una persona ingenua como aquella nodriza afirmaba haber descubierto a un espíritu maligno, no

podíatratarse del demonio. Su misma creencia de haberlo visto era una prueba segura de que no existía

ninguna intervención demoníaca, puesto que el diablo no sería tan tonto como para dejarse sorprender por la

nodriza Jeanne Bussie. !Y encima aquella historia de la nariz !Del primitivo órgano del olfato, el más bajo de

los sentidos !Como si el infierno olieraa azufre y el paraíso a incienso y mirra La peor de las

supersticiones,que se remontaba al pasado más remoto y pagano, cuando los hombres aún vivían como

animales, no poseían la vista aguda, no conocían los colores, pero se creían capaces de oler la sangre y de

distinguir por el olor entre amigos y enemigos, se veían a símismos husmeados por gigantes caníbales,

hombres lobos y Furias, y ofrecían a sus horribles dioses holocaustos apestosos y humeantes. !Qué espanto

"Ve el loco con la nariz" más que con los ojos y era probable que la luz del don divino de la razón tuviera que

brillar mil años más antesde que desaparecieran los últimos restos de la religión primitiva.

--!Ah, y el pobre niño !La inocente criatura Yace en la canasta y dormita, ajeno a las repugnantes sospechas

concebidas contra él. Esa desvergonzada osa afirmar que no hueles como deben oler los hijos de los hombres.

¨Qué te parece? ¨Qué dices a esto, eh, chiquirrinín?

Y meciendo después con cuidado la cesta sobre sus rodillas, acarició conun dedo la cabeza del niño,

diciendo de vez en cuando "chiquirrinín" porquelo consideraba una expresión cariñosa y tranquilizadora para

un lactante.

--Dicen que debes oler a caramelo. !Vaya tontería ¨Verdad, chiquirrinín?

Al cabo de un rato se llevó el dedoa la nariz y olfateó, pero sólo olió ala col fermentada que había comido al

mediodía.

Vaciló un momento, miró a su alrededor por si le observaba alguien, levantó la cesta y hundió en ella su

gruesa nariz. La bajó mucho, hasta que los cabellos finos y rojizos del niño le hicieron cosquillas en la punta,

e inspiró sobre la cabeza con la esperanza de captar algún olor. No sabía con certeza a qué debían oler las

cabezas de los lactantes pero, naturalmente, no a caramelo, esto seguro, porque el caramelo era azúcar

fundido y un lactante que sólo había tomado leche no podía oler a azúcará fundido. A leche, en cambio, sí, a

leche de nodriza, pero tampoco olía a leche. También podía oler a cabellos,a piel y cabellos y tal vez un

poquitoa sudor infantil. Y Terrier olfateó,imagin ndose que olería a piel, cabellos y un poco a sudor infantil.

Perono olió a nada. Absolutamente a nada.Por lo visto, los lactantes no huelena nada, pensó, debe ser esto. Un

niñode pecho siempre limpio y bien lavado no debe oler, del mismo modo que no habla ni corre ni escribe.

Estas cosas llegan con la edad. De hecho, el ser humano no despide ningún olor hasta que alcanza la pubertad.

•sta es la razón y no otra. ¨Acaso no escribió Horacio: "Está en celo el adolescente y exhala la doncella la

fragancia de un narciso blanco en flor..."? !Y los romanos entendían bastante de estas cosas El olor de los

seres humanos es siempre un aroma carnal y por lo tanto pecaminoso, y, ¨a qué podría oler un niño de pecho

que no conoce ni en sueños los pecadosde la carne? ¨A qué podría oler, chiquirrinín? !A nada

Se había colocado de nuevo la cestasobre las rodillas y la mecía con suavidad. El niño seguía durmiendo

profundamente. Tenía el puño derecho,pequeño y rojo, encima de la colcha y se lo llevaba con suavidad de

vez en cuando a la mejilla. Terrier sonrió ysintió un hondo y repentino bienestar.Por un momento se permitió

el fantástico pensamiento de que era él el padre del niño. No era ningún monje, sino un ciudadano normal, un

h bil artesano, tal vez, que se había casadocon una mujer cálida, que olía a lechey lana, con la cual había

engendrado un hijo que ahora mecía sobre sus propias rodillas, su propio hijo, ¨eh, chiquirrinín? Este

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pensamiento le infundió bienestar, era una idea llenade sentido. Un padre mece a su hijo sobre las rodillas,

¨verdad chiquirrinín?, la imagen era tan vieja como el mundo y sería a la vez siempre nueva yhermosa

mientras el mundo existiera. !Ah, sí Terrier sintió calor en el corazón y su nimo se tornó sentimental.

Entonces el niño se despertó. Se despertó primero con la nariz. La naricilla se movió, se estiró hacia arriba y

olfateó. Inspiró aire y lo expiró a pequeñas sacudidas, como en un estornudo incompleto. Luego se arrugó y el

niño abrió los ojos. Los ojos eran de un color indefinido, entre gris perla y blanco opalino tirando a cremoso,

cubiertos por una especie de película viscosa y al parecer todavía poco adecuados para la visión. Terrier tuvo

la impresión de que no le veían. La nariz, en cambio,era otra cosa. Así como los ojos mates del niño

bizqueaban sin ver, la nariz parecía apuntar hacia un blanco fijo y Terrier tuvo la extraña sensación de que

aquel blanco era él, su persona, el propio Terrier. Las diminutas ventanillas de la nariz y los diminutos

orificios en el centro del rostro infantil se esponjaron como un capullo al abrirse. O más bien como las hojas

de aquellas pequeñas plantascarnívoras que se cultivaban en el jardín botánico del rey. Y al igual que éstas,

parecían segregar un misterioso líquido. A Terrier se le antojó que el niño le veía con la nariz, de un modo

más agudo, inquisidor y penetrante de lo que puede verse con los ojos, como si a través de su narizabsorbiera

algo que emanaba de él, Terrier, algo que no podía detener niocultar... !El niño inodoro le olía con el mayor

descaro, eso era !Le husmeaba Y Terrier se imaginó de pronto a sí mismo apestando a sudor y a vinagre, a

chucrut y a ropa sucia. Se vio desnudo y repugnante y se sintió escudriñado por alguien que no revelaba nada

de sí mismo. Le parecióincluso que le olfateaba hasta atravesarle la piel para oler sus entrañas. Los

sentimientos más tiernos y las ideas más sucias quedaban al descubierto ante aquella pequeña y vida nariz,

que aún no era una nariz de verdad, sino sólo un botón, un órgano minúsculo y agujereado que no paraba de

retorcerse, esponjarse y temblar. Terrier sintió terror y asco y arrugóla propia nariz como ante algo maloliente

cuya proximidad le repugnase. Olvidó la dulce y atrayente idea de que podía ser su propia carne y sangre.

Rechazó el idilio sentimentalde padre e hijo y madre fragante. Quedó rota la agradable y acogedora fantasía

que había tejido en torno a sí mismo y al niño. Sobre sus rodillas yacía un ser extraño y frío, un animal hostil,

y si no hubiera tenido un carácter mesurado, imbuido de temorde Dios y de criterios racionales, lohabría

lanzado lejos de sí en un arranque de asco, como si se tratase de una araña.

Se puso en pie de un salto y dejó la cesta sobre la mesa. Quería deshacerse de aquello lo más de prisa

posible, lo antes posible, inmediatamente.

Y entonces aquello empezó a gritar.Apretó los ojos, abrió las fauces rojas y chilló de forma tan estridenteque

a Terrier se le heló la sangre enlas venas. Sacudió la cesta con el brazo estirado y chilló "chiquirrinín"para

hacer callar al niño, pero éste intensificó sus alaridos y el rostro se le amorató como si estuviera a punto de

estallar a fuerza de gritos.

!A la calle con él, pensó Terrier, a la calle inmediatamente con este... "demonio" estuvo a punto de decir,

pero se dominó a tiempo... !a la calle con este monstruo, este niño insoportable Pero ¨a dónde lo

llevo?Conocía a una docena de nodrizas y orfanatos del barrio, pero estaban demasiado cerca, demasiado

próximos a su persona, tenía que llevar aquello más lejos, tan lejos que no pudieran oírlo, tan lejos que no

pudieran dejarlo de nuevo ante la puerta en cualquier momento; a otra diócesis, si eraposible, y a la otra orilla,

todavía mejor, y lo mejor de todo extramuros, al Faubourg Saint-Antoine, !eso mismo Allí llevaría al diablillo

chillón, hacia el este, muy lejos, pasada la Bastilla, donde cerraban las puertas de noche.

Y se recogió la sotana, agarró la cesta vociferante y echó a correr por el laberinto de callejas hasta la Ruedu

Faubourg Saint-Antoine, y de allí por la orilla del Sena hacia el este y fuera de la ciudad, muy, muy lejos,

hasta la Rue de Charonne y elextremo de ésta, donde conocía las señas, cerca del convento de la Made leine

de Trenelle, de una tal madame Gaillard, que aceptaba a niños de cualquier edad y condición, siempre que

alguien pagara su hospedaje, y allí entregó al niño, que no había cesado de gritar, pagó un año por adelantado,

regresó corriendo a la ciudady, una vez llegado al convento, se despojó de sus ropas como si estuvieran

contaminadas, se lavó de pies a cabeza y se acostó en su celda, se santiguó muchas veces, oró largo rato y por

fin, aliviado, concilió el sueño.

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Aunque no contaba todavía treinta años, madame Gaillard ya tenía la vida a sus espaldas. Su aspecto exterior

correspondía a su verdadera edad,pero al mismo tiempo aparentaba el doble, el triple y el céntuplo de sus

años, es decir, parecía la momia de una jovencita. Interiormente, hacía mucho tiempo que estaba muerta. De

niña había recibido de su padre un golpe en la frente con el atizador, justo encima del arranque de la nariz,y

desde entonces carecía del sentido del olfato y de toda sensación de fríoy calor humano, así como de cualquier

pasión. Tras aquel único golpe, la ternura le fue tan ajena como la aversión, y la alegría tan extraña como

ladesesperanza. No sintió nada cuando más tarde cohabitó con un hombre y tampoco cuando parió a sus hijos.

No lloró a los que se le murieron ni se alegró de los que le quedaron. Cuandosu marido le pegaba, no se

estremecía,y no experimentó ningún alivio cuando él murió del cólera en el H4tel- Dieu. Las dos únicas

sensaciones queconocía eran un ligerísimo decaimientocuando se aproximaba la jaqueca mensual y una

ligerísima animación cuandodesaparecía. Salvo en estos dos casos, aquella mujer muerta no sentía nada.

Por otra parte... o tal vez precisamente a causa de su total falta de emoción, madame Gaillard poseía un frío

sentido del orden y de la justicia. No favorecía a ninguno de sus pupilos, pero tampoco perjudicaba a

ninguno. Les daba tres comidas al díay ni un bocado más. Cambiaba los pañales a los más pequeños tres

veces diarias, pero sólo hasta que cumplían dos años. El que se ensuciaba los calzones a partir de entonces

recibía en silencio una bofetada y una comida de menos. La mitad justa del dinero del hospedaje era para la

manutención de los niños, la otra mitad se la quedaba ella. En tiempos de prosperidad no intentaba aumentar

sus beneficios, pero en los difíciles no añadía ni un "sou", aunque se presentara un caso de vida o muerte. De

otro modo el negocio no habría sido rentable para ella. Necesitaba el dinero y lo había calculado todo con

exactitud. Quería disfrutar de una pensión en suvejez y además poseer lo suficiente para poder morir en su

casa y no estirar la pata en el H4tel-Dieu, como su marido. La muerte de éste la habíadejado fría, pero le

horrorizaba moriren público junto a centenares de personas desconocidas. Quería poder pagarse una muerte

privada y para ella necesitaba todo el margen del dinero del hospedaje. Era cierto que algunosinviernos se le

morían tres o cuatro de las dos docenas de pequeños pupilos, pero aun así su porcentaje era mucho menor que

el de la mayoría de otras madres adoptivas, para no hablarde las grandes inclusas estatales o religiosas, donde

solían morir nueve de cada diez niños. Claro que era muy fácil reemplazarlos. París producía anualmente más

de diez mil niños abandonados, bastardos y huérfanos, así que las bajas apenas se notaban.

Para el pequeño Grenouille, el establecimiento de madame Gaillard fue una bendición. Seguramente no

habría podido sobrevivir en ningún otro lugar. Aquí, en cambio, en casa de esta mujer pobre de espíritu, se

crió bien. Era de constitución fuerte; quien sobrevive al propio nacimiento entre desperdicios, no se deja echar

de este mundo así como así. Podía tomar día tras día sopas aguadas, nutrirse con la leche más diluiday digerir

las verduras más podridas y la carne en mal estado. Durante su infancia sobrevivió al sarampión, la

disentería, la varicela, el cólera, una caída de seis metros en un pozo y la escaldadura del pecho con agua

hirviendo. Como consecuencia de todo ello le quedaron cicatrices, arañazos,costras y un pie algo estropeado

que le hacía cojear, pero vivía. Era fuerte como una bacteria resistente, yfrugal como la garrapata, que se

inmoviliza en un árbol y vive de una minúscula gota de sangre que chupó años atr s. Una cantidad mínima de

alimento y de ropa bastaba para su cuerpo. Para el alma no necesitaba nada. La seguridad del hogar, la

entrega, la ternura, el amor -o como se llamaran las cosas consideradas necesarias paraun niño- eran

totalmente superfluas para el niño Grenouille. Casi afirmaríamos que él mismo las había convertido en

superfluas desde el principio, a fin de poder sobrevivir. El grito que siguió a su nacimiento, el grito exhalado

bajo el mostrador dondese cortaba el pescado, que sirvió parallamar la atención sobre sí mismo y enviar a su

madre al cadalso, no fue un grito instintivo en demanda de compasión y amor, sino un grito bien calculado,

casi diríamos calculado con madurez, mediante el cual el recién nacido se decidió "contra" el amor y "a favor"

de la vida. Dadas las circunstancias, ésta sólo era posible sinaquél, y si el niño hubiera exigido ambas cosas,

no cabe duda de que habría perecido sin tardanza. En aquel momento habría podido elegir la segunda

posibilidad que se le ofrecía,callar y recorrer el camino del nacimiento a la muerte sin el desvío de lavida,

ahorrando con ello muchas calamidades a sí mismo y al mundo, pero tan prudente decisión habría

requeridoun mínimo de generosidad innata y Grenouille no la poseía. Fue un monstruo desde el mismo

principio. Eligió la vida por pura obstinación ypor pura maldad.

Como es natural, no decidió como decide un hombre adulto, que necesita una mayor o menor sensatez y

experiencia para escoger entre diferentes opciones. Adoptó su decisión de un modo vegetativo, como decide

una judía desechada si ahora debe germinar o continuar en su estado actual.

O como aquella garrapata del árbol,para la cual la vida es sólo una perpetua invernación. La pequeña y fea

garrapata, que forma una bola con su cuerpo de color gris plomizo para ofrecer al mundo exterior la menor

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superficie posible; que hace su piel dura y lisa para no secretar nada, para no transpirar ni una gota de sí

misma. La garrapata, que se empequeñece para pasar desapercibida, paraque nadie la vea y la pise. La

solitaria garrapata, que se encoge y acurruca en el árbol, ciega, sorda y muda, y sólo husmea, husmea durante

añosy a kilómetros de distancia la sangre de los animales errantes, que ella nunca podrá alcanzar por sus

propias fuerzas. Podría dejarse caer; podría dejarse caer al suelo del bosque, arrastrarse unos milímetros con

sus seis patitas minúsculas y dejarse morir bajo las hojas, lo cual Dios sabeque no sería ninguna l stima. Pero

lagarrapata, terca, obstinada y repugnante, permanece acurrucada, vive y espera. Espera hasta que la

casualidad más improbable le lleve la sangre en forma de un animal directamente bajo su árbol. Sólo entonces

abandonasu posición, se deja caer y se clava, perfora y muerde la carne ajena...

Igual que esta garrapata era el niño Grenouille. Vivía encerrado en sí mismo como en una c psula y esperaba

mejores tiempos. sus excrementos eran todo lo que daba al mundo; ni unasonrisa, ni un grito, ni un destello en

la mirada, ni siquiera el propio olor. Cualquier otra mujer habría echado de su casa a este niño monstruoso.

No así madame Gaillard. No podía oler la falta de olor del niño y no esperaba ninguna emoción de él porque

su propia alma estaba sellada.

En cambio, los otros niños intuyeron en seguida que Grenouille era distinto. El nuevo les infundió

miedodesde el primer día; evitaron la caja donde estaba acostado y se acercaron mucho a sus compañeros de

cama, como si hiciera más frío en la habitación. Los más pequeños gritaron muchas ve ces durante la noche,

como si una corriente de aire cruzara el dormitorio. Otros soñaron que algo les quitaba el aliento. Un día los

mayores se unieron para ahogarlo y le cubrieron la cara con trapos, mantas y paja y pusieron encima de todo

ello unos ladrillos. Cuando madame Gaillard lodesenterró a la mañana siguiente, estaba magullado y azulado,

pero no muerto. Lo intentaron varias veces más, en vano. Estrangularlo con las propias manos o taponarle la

boca o lanariz habría sido un método más seguro, pero no se atrevieron. No queríantocarlo; les inspiraba el

mismo asco que una araña gorda a la que no se quiere aplastar con la mano.

Cuando creció un poco, abandonaron los intentos de asesinarlo. Se habíanconvencido de que era

indestructible. En lugar de esto, le rehuían, corríanpara apartarse de él y en todo momentoevitaban cualquier

contacto. No lo odiaban, ni tampoco estaban celosos de él o ávidos de su comida. En casa de madame

Gaillard no existía el menor motivo para estos sentimientos. Les molestaba su presencia, simplemente. No

podían percibir su olor. Le tenían miedo.

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Y no obstante, visto de manera objetiva, no tenía nada que inspirase miedo. No era muy alto -cuando crecióni

robusto; feo, desde luego, pero no hasta el extremo de causar espanto. No era agresivo ni torpe ni taimado y

no provocaba nunca; preferíamantenerse al margen. Tampoco su inteligencia parecía desmesurada. Hasta los

tres años no se puso de piey no dijo la primera palabra hasta loscuatro; fue la palabra "pescado", que

pronunció como un eco en un momento derepentina excitación cuando un vendedor de pescado pasó por la

Rue de Charonne anunciando a gritos su mercancía. Sus siguientes palabras fueron "pelargonio", "establo de

cabras","berza" y "Jacqueslorreur!, nombre este último de un ayudante de jardine ro del contiguo convento de

las Filles de la Croix, que de vez en cuando realizaba trabajos pesados paramadame Gaillard y se distinguía

por no haberse lavado ni una sola vez en su vida. Los verbos, adjetivos y preposiciones le resultaban más

difíciles. Hasta el "sí" y el "no" -que, por otra parte, tardó mucho en pronunciar-, sólo dijo sustantivos o,

mejor dicho, nombres propios de cosas concretas, plantas, animales y hombres, y sólo cuando estas cosas,

plantas, animales u hombres, le sorprendían de improviso por su olor.

Sentado al sol de marzo sobre un montón de troncos de haya, que crujíanpor el calor, pronunció por primera

vez la palabra "leña". Había visto leña más de cien veces y oído la palabra otras tantas y, además,

comprendíasu significado porque en invierno le enviaban muy a menudo en su busca. Sin embargo, nunca le

había interesado lo suficiente para pronunciar su nombre, lo cual hizo por primera vez aquel día de marzo,

mientras estaba sentado sobre el montón de troncos, colocados como un banco bajo el tejadosaliente del

cobertizo de madame Gaillard, que daba al sur. Los troncos superiores tenían un olor dulzón de madera

chamuscada, los inferiores olían a musgo y la pared de abeto rojodel cobertizo emanaba un cálido aroma de

resina.

Grenouille, sentado sobre el montónde troncos con las piernas estiradas yla espalda apoyada contra la pared

delcobertizo, había cerrado los ojos y estaba inmóvil. No veía, oía ni sentía nada, sólo percibía el olor de la

leña, que le envolvía y se concentrababajo el tejado como bajo una cofia. Aspiraba este olor, se ahogaba en

él,se impregnaba de él hasta el último poro, se convertía en madera, en un muñeco de madera, en un Pinocho,

sentado como muerto sobre los troncos hasta que, al cabo de mucho rato, tal vez media hora, vomitó la

palabra "madera", la arrojó por la boca como si estuviera lleno de madera hasta lasorejas, como si pugnara por

salir de su garganta después de invadirle la barriga, el cuello y la nariz. Y esto le hizo volver en sí y le salvó

cuandola abrumadora presencia de la madera, su aroma, amenazaba con ahogarle. Se despertó del todo con un

sobresalto, bajó resbalando por los troncos y se alejó tambale ndose, como si tuviera piernas de madera. Aún

varios días después seguía muy afectado por la intensa experiencia olfatoria y cuandosu recuerdo le asaltaba

con demasiada fuerza, murmuraba "madera, madera", como si fuera un conjuro.

Así aprendió a hablar. Las palabras que no designaban un objeto oloroso, o sea, los conceptos abstractos,ante

todo de índole ética y moral, le presentaban serias dificultades. No podía retenerlas, las confundía entre sí, las

usaba, incluso de adulto, a lafuerza y muchas veces impropiamente: justicia, conciencia, Dios, alegría,

responsabilidad; humildad, gratitud, etcétera, expresaban ideas enigmticaspara él.

Por el contrario, el lenguaje corriente habría resultado pronto escaso para designar todas aquellas cosas que

había ido acumulando como conceptos olfativos. Pronto, no olió solamente a madera, sino a clases de madera,

arce, roble, pino, olmo, peral, a madera vieja, joven, podrida, mohosa, musgosa e incluso a troncos y astillas

individuales y a distintas clases de serrín y los distinguía entre sí como objetos claramente diferenciados,

como ninguna otra persona habría podido distinguirlos con los ojos. Y lo mismo le ocurría con otrascosas.

Sabía que aquella bebida blanca que madame Gaillard daba todas lasmañanas a sus pupilos se llamaba sólo

leche, aunque para Grenouille cada mañana olía y sabía de manera distinta, según lo caliente que estaba la

vaca de que procedía, el alimento de esta vaca, la cantidad de nata que contenía, etcétera..., que el humo,

aquella mezcla de efluvios que constaba de cien aromas diferentes y cuyo tornasol se transformaba no ya cada

minuto, sino cada segundo, formando una nueva unidad, como el humo del fuego, sólo tenía un nombre,

"humo"...que la tierra, el paisaje, el aire, que a cada paso y a cada aliento eran invadidos por un olor distinto y

animados, en consecuencia, por otra identidad, sólo se designaban con aquellastres simples palabras... Todas

estas grotescas desproporciones entre la riqueza del mundo percibido por el olfato y la pobreza del lenguaje

hacían dudar al joven Grenouille del sentido de la lengua y sólo se adaptaba a su uso cuando el contacto con

otras personas lo hacía imprescindible.

A los seis años ya había captado por completo su entorno mediante el olfato. No había ningún objeto en casa

de madame Gaillard, ningún lugaren el extremo norte de la Rue de Charonne, ninguna persona, ninguna

piedra, ningún árbol, arbusto o empalizada, ningún rincón, por pequeño quefuese, que no conociera,

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reconociera yretuviera en su memoria olfativamente,con su identidad respectiva. Había reunido y tenía a su

disposición diez mil, cien mil aromas específicos, todos con tanta claridad, que no sólo seacordaba de ellos

cuando volvía a olerlos, sino que los olía realmente cuando los recordaba; y aún más, con su sola fantasía era

capaz de combinarlos entre sí, creando nuevos oloresque no existían en el mundo real. Eracomo si poseyera

un inmenso vocabulario de aromas que le permitiera formara voluntad enormes cantidades de nuevas

combinaciones olfatorias... a una edad en que otros niños tartamudeaban con las primeras palabras

aprendidas, las frases convencionales, a todas luces insuficientes para la descripción del mundo. Si acaso, lo

único con que podía compararse su talento era la aptitud musical de un niño prodigio que hubiera captado en

las melodías y armonías el alfabeto de los distintos tonos y ahora compusiera él mismo nuevas melodías y

armonías, con la salvedad de que el alfabeto de los olores era infinitamente mayor y más diferenciado que el

de los tonos, y también de que la actividad creadora del niño prodigio Grenouille se desarrollaba únicamente

en su interior y no podía ser percibida por nadie más que por él mismo.

Se fue volviendo cada vez más introvertido. Le gustaba vagar solo ysin rumbo por la parte norte del

Faubourg Saint-Antoine, cruzando huertos, viñas y prados. Muchas vecesno regresaba a casa por la noche y

estaba días enteros sin aparecer. Luego sufría el correspondiente castigo de los bastonazos sin ninguna

expresión de dolor. Ni el arresto domiciliario ni el ayuno forzoso ni eltrabajo redoblado podían cambiar su

conducta. La asistencia espor dica de un año y medio a la escuela parroquialde Notre Dame de Bon Secours

no produjo un efecto aparente. Aprendió a deletrear y a escribir el propio nombre, pero nada más. Su maestro

le tenía por un imbécil.

En cambio, madame Gaillard se percató de que poseía determinadas facultades y cualidades que eran

extraordinarias, por no decir sobrenaturales. Por ejemplo, parecía totalmente inmune al temor infantil de la

oscuridad yla noche. Se le podía mandar a cualquier hora con algún encargo al sótano, o donde los otros niños

no se atrevían a ir ni con una linterna, o al cobertizo a buscar leña en una noche oscura como boca de lobo. Y

nunca llevaba consigo una luz, a pesarde lo cual encontraba lo que buscaba yvolvía en seguida con su carga,

sin dar un paso en falso ni tropezar ni derribar nada. Y aún más notable era algo que madame Gaillard creía

haber comprobado: daba la impresión de que veía a través del papel, la tela o la madera y, sí, incluso a través

de las paredes y las puertas cerradas. Sabíacu ntos niños y cu les de ellos se hallaban en el dormitorio sin

haber entrado en él y también sabía cuándo se escondía una oruga en la coliflor antes de partirla. Y una vez

que ellahabía ocultado tan bien el dinero, queno lo encontraba (cambiaba el escondite), señaló sin buscar un

segundo un lugar detrás de la viga de la chimeneay en efecto, allí estaba! Incluso podía ver el futuro, pues

anunciaba lavisita de una persona mucho antes de su llegada y predecía infaliblemente la proximidad de una

tormenta antes deque apareciera en el cielo la más pequeña nube. Madame Gaillard no habría imaginado ni

en sueños, ni siquiera aunque el atizador le hubiera dejado indemne el sentido del olfato, que todo esto no lo

veía con los ojos,sino que lo husmeaba con una nariz quecada vez olía con más intensidad y precisión: la

oruga en la col, el dinero detrás de la viga, las personas através de las paredes y a una distancia de varias

manzanas. Estaba convencida de que el muchacho -imbécil o no- era un vidente y como sabía que los videntes

ocasionaban calamidades eincluso la muerte, empezó a sentir miedo, un miedo que se incrementó antela

insoportable idea de vivir bajo el mismo techo con alguien que tenía el don de ver a través de paredes y

vigasun dinero escondido cuidadosamente, por lo que en cuanto descubrió esta horrible facultad de Grenouille

ardióen deseos de deshacerse de él y dio lacasualidad de que por aquellas mismas fechas -Grenouille tenía

ocho años- el convento de Saint-Merri suspendiósus pagos anuales sin indicar el motivo. Madame Gaillard no

hizo ninguna reclamación; por decoro, esperó otra semana y al no llegar tampoco entoncesel dinero

convenido, cogió al niño de la mano y fue con él a la ciudad.

En la Rue de la Mortellerie, cerca del río, conocía a un curtidor llamado Grimal que tenía una necesidad

notoria de mano de obra joven, no de aprendices u oficiales, sino de jornaleros baratos. En el oficio había

trabajos -limpiar de carne las pieles putrefactas de animales, mezclar líquidos venenosos para curtir y teñir,

preparar el tanino c ustico para el curtido- tan peligrosos que un maestroresponsable no los confiaba, si podía

evitarlo, a sus trabajadores especializados, sino a maleantes sin trabajo,vagabundos e incluso niños sin amo

porlos cuales nadie preguntaba en caso de una desgracia. Como es natural, madame Gaillard sabía que en el

taller deGrimal, el niño Grenouille tendría pocas probabilidades de sobrevivir, pero no era mujer para

preocuparse porello. Ya había cump lido con su deber;el plazo del hospedaje había tocado a su fin. Lo que

pudiera ocurrirle ahora a su antiguo pupilo no le concernía en absoluto. Si sobrevivía, mejor para él, y si

moría, daba igual; lo importante era no infringir la ley. Exigió a monsieur Grimal una declaración por escrito

de que se hacía cargo del muchacho, firmó por su parteel recibo de quince francos de comisión y emprendió

el regreso a su casa de la Rue de Charonne, sin sentir lamenor punzada de remordimiento. Por el contrario,

creía haber obrado no sólo bien, sino además con justicia, puesto que seguir manteniendo a un niño por el que

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nadie pagaba redundaría en perjuicio de los otros niños e incluso de sí misma y pondría en peligro el futuro de

los demás pupilos y su propio futuro, es decir, su propia muerte privada, que era el único deseoque tenía en la

vida.

Dado que abandonamos a madame Gaillard en este punto de la historiay no volveremos a encontrarla más

tarde, queremos describir en pocas palabras el final de sus días. Aunque muerta interiormente desde niña,

madame Gaillard alcanzó para su desgracia una edad muy avanzada. En 1782, con casi setenta años, cerró su

negocio y se dedicó a vivir de renta en su pequeña vivienda, esperando la muerte. Pero la muerte no llegaba.

En su lugar llegó algo con lo que nadie en el mundo habría podido contar y que jamás había sucedido en el

país, a saber, una revolución, o sea una transformación radical del conjunto decondiciones sociales, morales y

trascendentales. Al principio, esta revolución no afectó en nada al destino personal de madame Gaillard. Sin

embargo, con posterioridad -cuando casi tenía ochenta años-, sucedió que el hombre que le pagaba la renta se

vio obligado a emigrar y sus bienes fueron expropiados y pasaron a manos de un fabricante de calzas. Durante

algún tiempo pareció que tampoco este cambio tendría consecuencias fatales para madame Gaillard, ya que el

fabricante de calzas siguió pagando puntualmente la renta. No obstante, llegó un día en que le pagó el dinero

no en monedas contantes y sonantes, sino en forma de pequeñas hojas de papel impreso, y esto marcó el

princi pio de su fin material.

Pasados dos años, la renta ya no llegaba ni para pagar la leña. MadameGaillard se vio obligada a vender la

casa, y a un precio irrisorio, además,porque de repente había millares de personas que, como ella, también

tenían que vender su casa. Y de nuevo le pagaron con aquellas malditas hojasque al cabo de otros dos años

habían perdido casi todo su valor, hasta que en 1797 -se acercaba ya a los noventa- perdió toda la fortuna

amasada consu trabajo esforzado y secular y fue aalojarse en una diminuta habitación amueblada de la Rue

des Coquelles. Y entonces, con un retraso de diez o veinte años, llegó la muerte en forma de un lento tumor

en la garganta que primero le quitó el apetito y luego learrebató la voz, por lo que no pudo articular ninguna

protesta cuando se la llevaron al Hotel-Dieu. Allí la metieron en la misma sala atestada de moribundos donde

había muerto su marido, le acostaron en una cama con otrascinco mujeres totalmente desconocidas,que yacían

cuerpo contra cuerpo, y la dejaron morir durante tres semanas a la vista de todos. Entonces la introdujeron en

un saco, que cosieron, la tiraron a las cuatro de la madrugada auna carreta junto con otros cincuenta cadáveres

y la llevaron, acompañada por el repiqueteo de una campanilla, al recién inaugurado cementerio de Clamart, a

casi dos kilómetros de laspuertas de la ciudad, donde la enterraron en una fosa común bajo una gruesa capa de

cal viva.

Esto sucedió el año 1799. Graciasa Dios, madame Gaillard no presentíanada de este destino que tenía

reservado cuando aquel día del año 1747 regresó a casa tras abandonar al muchacho Grenouille y nuestra

historia. Es probable que hubiese perdido su fe en la justicia y con ella el único sentido de la vida que era

capazde comprender.

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Después de la primera mirada que dirigió a monsieur Grimal o, mejor dicho, después del primer husmeo con

que absorbió el aura olfativa de Grimal, supo Grenouille que este hombre sería capaz de matarle a palos a la

menor insubordinación. Su vida valía tanto como el trabajo que pudiera realizar, dependía únicamente de la

utilidad que Grimal le atribuyera, demodo que Grenouille se sometió y no intentó rebelarse ni una sola vez.

Día tras día concentraba en su interior toda la energía de su terquedad yespíritu de contradicción emple ndola

solamente para sobrevivir como una garrapata al período glacial que estaba atravesando; resistente, frugal,

discreto, manteniendo al mínimo, pero con sumo cuidado, la llama de la esperanza vital. Se convirtió en un

ejemplo de docilidad, laboriosidad y modestia, obedecía en el acto, se contentaba con cualquier comida. Por

la noche se dejaba encerrar en un cuartucho adosado al taller donde se guardaban herramientas y pieles

saladas. Allí dormía sobre el suelo gastado por el uso. Durante el día trabajaba de sol a sol, en invierno ocho

horas yen verano catorce, quince y hasta dieciséis; limpiaba de carne las hediondas pieles, las enjuagaba,

pelaba,blanqueaba, cauterizaba y abatanaba, las impregnaba de tanino, partía leña,descortezaba abedules y

tejos, bajaba al noque, lleno de vapor c ustico, y colocaba pieles y cortezas a capas, tal como le indicaban los

oficiales, esparcía agallas machacadas por encimay cubría la espantosa hoguera con ramas de tejo y tierra.

Años después tuvo que apartarlo todo para extraer de su tumba las pieles momificadas, convertidas en cuero.

Cuando no enterraba o desenterraba pieles, acarreaba agua. Durante mesesacarreó agua desde el río, cada

vez dos cubos, cientos de cubos al día, pues el taller necesitaba ingentes cantidades de agua para lavar,

ablandar, hervir y teñir. Durante meses vivió con el cuerpo siempre húmedo de tanto acarrear agua; por las

noches laropa le chorreaba y tenía la piel fría, esponjada y blanda como el cuerolavado.

Al cabo de un año de esta existencia más animal que humana, contrajo el ntrax maligno, una temida

enfermedad de los curtidores que suele producir la muerte. Grimal ya le había desahuciado y empezado a

buscar un sustituto-no sin lamentarlo, porque no había tenido nunca un trabajador más frugal y laboriosocuando

Grenouille, contra todo pronóstico, superó la enfermedad. Sólo le quedaron cicatrices de los grandes

ntrax negros que tuvo detrás de las orejas, en el cuello y en las mejillas, que lo desfiguraban, afe ndolo

todavía más. Aparte de salvarse, adquirió -ventaja inapreciable- la inmunidad contra el mal, demodo que en lo

sucesivo podría descarnar con manos agrietadas y ensangrentadas las pieles más duras sin correr el peligro de

contagiarse. En esto nosólo se distinguía de los aprendices yoficiales, sino también de sus propiossustitutos

potenciales. Y como ahora ya no era tan fácil de reemplazar comoantes, el valor de su trabajo se incrementó y

también, por consiguiente, el valor de su vida. De improvisoya no tuvo que dormir sobre el santo suelo, sino

que pudo construirse una cama de madera en el cobertizo y obtuvo paja y una manta propia. Ya no le

encerraban cuando se acostaba y la comida mejoró. Grimal había dejado deconsiderarle un animal cualquiera;

ahora era un animal doméstico útil.

Cuando tuvo doce años, Grimal le concedió medio domingo libre y a los trece pudo incluso disponer de una

hora todas las noches, después del trabajo, para hacer lo que quisiera. Había triunfado, ya que vivía y poseía

una porción de libertad que le bastaba para seguir viviendo. Había terminado el invierno. La garrapata

Grenouille volvió a moverse; oliscó el aire matutino y sintió la atracciónde la caza. El mayor coto de olores

del mundo le abría sus puertas: la ciudad de París.

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Era como el país de Jauja. Sólo el vecino barrio de Saint-Jacques-de-la-Boucherie y de Saint Eustache eran

Jauja. En las calles adyacentes a la Rue Saint-Denis y la Rue Saint-Martin la gente vivía tan apiñada, las casas

estaban tan juntas una de otra, todas de cinco y hasta seis pisos, que no se veía el cielo y el aire se

inmovilizaba sobre el suelo como en húmedos canales atiborrados de olores que se mezclaban entre sí: olores

de hombres y animales, de comida y enfermedad, de agua, piedra, cenizas y cuero, jabón, pan recién cocido y

huevos que se hervían en vinagre, fideos y latón bruñido, salvia, cerveza y lágrimas, grasa y paja húmeda y

seca. Miles y miles de aromas formaban un caldo invisible quellenaba las callejuelas estrechas y rara vez se

volatilizaba en los tejados y nunca en el suelo. Los seres humanos que allí vivían ya no olían a nada especial

en este caldo; de hecho,había surgido de ellos y los había empapado una y otra vez, era el aire que respiraban

y del que vivían, era como un ropaje cálido, llevado largo tiempo, que ya no podían oler y ni siquiera sentían

sobre la piel. En cambio, Grenouille lo olía todo como por primera vez y no sólo olía el conjunto de este

caldo, sino que lo dividía analíticamente en sus partes más pequeñas y alejadas. Su finísimo olfato

desenredaba el ovillo de aromasy tufos, obteniendo hilos sueltos de olores fundamentales indivisibles.

Destramarlos e hilarlos le causaba unplacer indescriptible.

Se detenía a menudo, apoy ndose en la pared de una casa o en una esquina oscura, con los ojos cerrados, la

bocaentreabierta y las ventanas de la nariz hinchadas, como un pez voraz en aguas caudalosas, oscuras y

lentas. Ycuando por fin un h lito de aire le traía el extremo de un fino hilo odorífero, lo aprisionaba y ya no lo

dejaba escapar, ya no olía nada más que este aroma determinado, lo retenía confirmeza, lo inspiraba y lo

almacenaba para siempre. Podía ser un olor muy conocido o una variación, pero tambiénpodía tratarse de uno

muy nuevo, sin ninguna semejanza con ningún otro de los que había olido hasta entonces y, menos aún, visto:

el olor de la seda planchada, por ejemplo; el olor de un té de serpol, el de un trozo de brocado recamado en

plata, el del corcho de una botella de vino especial, el de unpeine de carey. Grenouille iba a la caza de estos

olores todavía desconocidos para él, los buscaba con la pasión y la paciencia de un pescador y los almacenaba

dentro de sí.

Cuando se cansaba del espeso caldo de las callejuelas, se iba a lugares más ventilados, donde los olores eran

más débiles, se mezclaban con el viento y se extendían casi como un perfume; en el mercado de Les Halles,

porejemplo, donde en los olores del atardecer aún seguía viviendo el día, invisible pero con gran claridad,

comosi aún se apiñaran allí los vendedores, como si aún continuaran allí las banastas llenas de hortalizas y

huevos, las tinajas llenas de vino y vinagre, los sacos de cereales, patatas y harina, las cajas de clavos y

tornillos, los mostradores de carne, las mesas cubiertas de telas, vasijas y suelas de zapatos y centenares de

otras cosas que se vendían durante el día... toda la actividad estaba hasta el menor detalle presente en el aire

que había dejado atr s. Grenouille veía el mercado entero con el olfato, si se puede expresar así. Y lo olía con

más exactitud de la que muchos lo veían, ya que lo percibía en su interior y por ello de manera más

intensa:como la esencia, el espíritu de algo pasado que no sufre la perturbación delos atributos habituales del

presente,como el ruido, la algarabía, el repugnante hacinamiento de los hombres.

O se dirigía allí donde su madre había sido decapitada, la Place de Gréve, que se metía en el río como una

gran lengua. Había barcos embarrancados en la orilla o atracados, que olían a carbón, a grano, a heno y a

sogas húmedas.

Y desde el oeste llegaba por esta vía única trazada por el río a través de la ciudad una corriente de aire más

ancha que traía aromas del campo, de las praderas de Neuilly, de los bosques entre Saint- Germain y

Versalles, de ciudades muy lejanas como Ru n o Caen y muchas veces incluso del mar. El mar olía como una

vela hinchada que hubiera aprisionado agua,sal y un sol frío. El mar tenía un olor sencillo, pero al mismo

tiempo grande y singular, por lo que Grenouille no sabía si dividirlo en olor a pescado, a sal, a agua, a algas, a

frescor, etcétera. Prefería, sin embargo, dejarlo entero para retenerloen la memoria y disfrutarlo sin divisiones.

El olor del mar le gustaba tanto, que deseaba respirarlo puro algún día y en grandes cantidades, a fin de

embriagarse de él. Y más tarde, cuando se enteró de lo grande que era el mar y que los barcos podían navegar

durante días sin ver tierra, nada le complacía tanto como imaginarse a sí mismo a bordo de un barco,

encaramado a una cofa en el mástil máscercano a la proa, surcando el agua a través del olor infinito del mar,

que en realidad no era un olor, sino un aliento, una exhalación, el fin de todos los olores, y disolviéndose de

placer en este aliento. No obstante, esto no se realizaría nunca porque Grenouille, que en la orilla de la Place

de Gréve inspiraba y expiraba de vez en cuando un pequeño aliento deaire de mar, no vería en su vida el

auténtico mar, el gran océano que se encontraba al oeste, y por lo tanto jamás podría mezclarse con esta clase

de olor.

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Pronto conoció con tanta exactitud los olores del barrio entre Saint- Eustache y el H4tel de Ville, dondepodía

orientarse hasta en la noche más oscura. Entonces amplió su coto, primero en dirección oeste hacia el

Faubourg Saint-Honorè, luego la Rue Sanint-Antoine hasta la Bastilla y finalmente hasta la otra orilla del río

y el barrio de la Sorbona y el Faubourg Saint-Germain, donde vivían los ricos. A través de las verjas de

entrada olía a piel de carruaje y al polvo de las pelucas de los lacayos y desde el jardín flotaba por encima de

los altos muros el perfume de la retama y de las rosas y la alheña recién cortada. También fue aquí donde

Grenouille olió por primera vez perfume en el verdadero sentidode la palabra: sencillas aguas de espliego y de

rosas con que se llenaban en ocasiones festivas los surtidores de los jardines, pero asimismo perfumes más

valiosos y complejos comotintura de almizcle mezclada con esencia de neroli y nardo, junquillo, jazmín o

canela, que por la noche emanaban de los carruajes como una pesada estela. Registró estos perfumes como

registraba los olores profanos, con curiosidad, pero sin una admiración especial. No dejó de observar que el

propósito del perfume era conseguir unefecto embriagador y atrayente y reconocía la bondad de las diferentes

esencias de las que estaban compuestos, pero en conjunto le parecían más bien toscos y pesados, chapuceros

más que sutiles, y sabía que él podría inventar otras fragancias muy distintas si dispusiera de las mismas

materias primas.

Muchas de estas materias primas ya las conocía de los puestos de flores yespecias del mercado; otras eran

nuevas para él y procedió a separarlas de las mezclas para conservarlas, sin nombre, en la memoria: mbar,

algalia,pachulí, madera de s ndalo, bergamota,vetiver, opopónaco, tintura de benjuí,flor de lúpulo, castóreo...

No tenía preferencias. No hacía distinciones, todavía no, entre lo quesolía calificarse de buen olor o mal olor.

La avidez lo dominaba. El objetivo de sus cacerías era poseer todo cuanto el mundo podía ofrecer en olores y

la única condición que ponía era que fuesen nuevos. El aroma de uncaballo sudado equivalía para él a la

fragancia de un capullo de rosa y el hedor de una chinche al olor del asadode ternera que salía de una cocina

aristocr tica. Todo lo aspiraba, todolo absorbía. Y tampoco reinaba ningúnprincipio estético en la cocina

sintetizadora de olores de su fantasía, en la cual realizaba constantemente nuevas combinaciones odoríferas.

Eran extravagancias que creaba y destruía en seguida como un niño que juega con cubos de madera,

inventivo y destructor, sin ningún principio creador aparente.

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El 1 de septiembre de 1753, aniversario de la ascensión al trono del rey, en el Pont Royal de la ciudad de

París se encendió un castillo de fuegos artificiales. No fueron tan espectaculares como los de la boda delrey ni

como los legendarios fuegos de artificio con motivo del nacimiento del Delfín, pero no por ello dejaron de ser

impresionantes. Se habían montado ruedas solares en los mástiles delos buques y desde el puente caían al río

lluvias de estrellas procedentes de los llamados toros de fuego. Y mientras tanto, en medio de un ruido

ensordecedor, estallaban petardos y por el empedrado saltaban los buscapiés y centenares de cohetes se

elevaban hacia el cielo, pintando lirios blancos en el firmamento negro. Una muchedumbre de muchos miles

de personas, congregada en el puente y en los "quais" de ambas orillas del río, acompañaba el espectáculo con

entusiasmados "ahs", "ohs", "bravos" e incluso "vivas", aunque el rey ocupabael trono desde hacía treinta y

ocho años y había rebasado ampliamente el punto culminante de su popularidad. Tal era el poder de unos

fuegos artificiales.

Grenouille los presenciaba en silencio a la sombra del Pavillon de Flore, en la orilla derecha, frente al Pont

Royal. No movió las manos para aplaudir ni miró una sola vez hacia arriba para ver elevarse los cohetes.

Había venido con la esperanza de oler algo nuevo, pero pronto descubrió que los fuegos no tenían nada que

ofrecer, olfatoriamente hablando. Aquel gran despilfarro de chispas, lluvia de fuego, estallidos ysilbidos

dejaba tras de sí una monótona mezcla de olores compuesta de azufre, aceite y salitre.

Se disponía ya a alejarse de la aburrida representación para dirigirse a su casa pasando por las Galerías del

Louvre, cuando el viento le llevóalgo, algo minúsculo, apenas perceptible, una migaja, un tomo de fragancia,

o no, todavía menos, el indicio de una fragancia más que una fraganciaen sí, y pese a ello la certeza de queera

algo jamás olfateado antes. Retrocedió de nuevo hasta la pared, cerró los ojos y esponjó las ventanas de la

nariz. La fragancia era de una sutileza y finura tan excepcionales, que no podía captarla, escapaba una y otra

vez a su percepción, ocultándose bajo el polvo húmedo de los petardos, bloqueada por las emanaciones de la

muchedumbre y dispersada en mil fragmentos por los otros mil olores de la ciudad. De repente, sin embargo,

volvió, pero sólo en diminutos retazos, ofreciendo durante un breve segundo una muestra de su magnífico

potencial... y desapareció de nuevo. Grenouille sufría un tormento. Por primera vez no era su carácter ávido el

que se veía contrariado, sino su corazón el que sufría. Tuvo el extraño presentimiento de que aquella fragancia

era la clave del ordenamiento de todas las demás fragancias, que no podía entender nada de ninguna si no

entendía precisamente ésta y que él, Grenouille, habría desperdiciado su vida si no conseguía poseerla. Tenía

que captarla, no sólo por la mera posesión, sino para tranquilidad de su corazón.

La excitación casi le produjo malestar. Ni siquiera se había percatado de la dirección de donde procedía la

fragancia. Muchas veces, los intervalos entre un soplo de fraganciay otro duraban minutos y cada vez le

sobrecogía el horrible temor de haberla perdido para siempre. Al final se convenció, desesperado, de que la

fragancia provenía de la otra orilla del río, de alguna parte en dirección sudeste.

Se apartó de la pared del Pavillonde Flore para mezclarse con la multitud y abrirse paso hacia el puente.

Acada dos pasos se detenía y ponía de puntillas con objeto de olfatear por encima de las cabezas; al principio

laemoción no le permitió oler nada, pero por fin logró captar y oliscar la fragancia, más intensa incluso que

antes y, sabiendo que estaba en el buen camino, volvió a andar entre la muchedumbre de mirones y

pirotécnicos, que a cada momento alzaban sus antorchas hacia las mechas de los cohetes; entonces perdió la

fragancia entre la humareda acre de la pólvora, le dominó el pánico, se abrió paso a codazos y empujones,

alcanzó tras varios minutosinterminables la orilla opuesta, el H4tel de Mailly, el Quai Malaquest, el final de la

Rue de Seine...

Allí detuvo sus pasos, se concentróy olfateó. Ya lo tenía. Lo retuvo con fuerza. El olor bajaba por la Rue de

Seine, claro, inconfundible, pero fino y sutil como antes. Grenouille sintió palpitar su corazón y supo que no

palpitaba por el esfuerzo de correr, sino por la excitación de su impotencia en presencia de este aroma. Intentó

recordar algo parecidoy tuvo que desechar todas las comparaciones. Esta fragancia tenía frescura, pero no la

frescura de las limas olas naranjas amargas, no la de la mirra o la canela o la menta o los abedules o el

alcanfor o las agujas depino, no la de la lluvia de mayo o el viento helado o el agua del manantial... y era a la

vez cálido, pero nocomo la bergamota, el ciprés o el almizcle, no como el jazmín o el narciso, no como el palo

de rosa o el lirio... Esta fragancia era una mezcla de dos cosas, lo ligero y lo pesado; no, no una mezcla, sino

una unidad y además sutil y débil y sólidoy denso al mismo tiempo, como un trozode seda fina y

tornasolada... pero tampoco como la seda, sino como la leche dulce en la que se deshace la galleta... lo cual no

era posible, por más que se quisiera: seda y leche! Una fragancia incomprensible, indescriptible, imposible de

clasificar; de hecho, su existencia era imposible. Y no obstante, ahí estaba, en toda su magnífica rotundidad.

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Grenouille la siguió con el corazón palpitante porque presentía que no era élquien seguía a la fragancia, sino

la fragancia la que le había hecho pri sionero y ahora le atraía irrevocablemente hacia sí.

Continuó bajando por la Rue de Seine. No había nadie en la calle. Las casas estaban vacías y silenciosas.

Todos se habían ido al río a verlos fuegos artificiales. No estorbabaningún penetrante olor humano, ningún

potente tufo de pólvora. La calle olía a la mezcla habitual de agua, excrementos, ratas y verduras en

descomposición, pero por encima de todo ello flotaba, clara y sutil, la estelaque guiaba a Grenouille. A los

pocospasos desapareció tras los altos edificios la escasa luz nocturna del cielo y Grenouille continuó

caminandoen la oscuridad. No necesitaba ver; la fragancia le conducía sin posibilidad de error.

A los cincuenta metros dobló a la derecha la esquina de la Rue des Marais, una callejuela todavía más

tenebrosa cuya anchura podía medirse con los brazos abiertos. Extrañamente, la fragancia no se intensificó,

sólo adquirió más pureza y, a causa deesta pureza cada vez mayor, ganó una fuerza de atracción aún más

poderosa. Grenouille avanzaba como un autómata.En un punto determinado la fragancia le guió bruscamente

hacia la derecha, al parecer contra la pared de una casa. Apareció un umbral bajo que conducía al patio

interior. Como en un sueño, Grenouille cruzó este umbral, dobló un recodo y salió a un segundo patio interior,

de menor tamaño que elotro, donde por fin vio arder una luz:el cuadril tero sólo medía unos cuantos pasos. De

la pared sobresalía un tejadillo de madera inclinado y debajode él, sobre una mesa, parpadeaba una vela. Una

muchacha se hallaba sentadaante esta mesa, limpiando ciruelas amarillas. Las cogía de una cesta quetenía a su

izquierda, las despezonaba y deshuesaba con un cuchillo y las dejaba caer en un cubo. Debía tener trece o

catorce años. Grenouille se detuvo. Supo inmediatamente de dónde procedía la fragancia que había seguido

durante más de media milla desdela otra margen del río: no de este patio sucio ni de las ciruelas amarillas.

Procedía de la muchacha.

Por un momento se sintió tan confuso que creyó realmente no haber visto nunca en su vida nada tan

hermoso comoesta muchacha. Sólo veía su silueta desde atr s, a contraluz de la vela. Pensó, naturalmente, que

nunca había olido nada tan hermoso. Sin embargo, como conocía los olores humanos, muchos miles de ellos,

olores de hombres, mujeres y niños, no quería creer que una fragancia tan exquisita pudiera emanar de un ser

humano. Casisiempre los seres humanos tenían un olor insignificante o detestable. El de los niños era insulso,

el de los hombres consistía en orina, sudor fuerte y queso, el de las mujeres, en grasa rancia y pescado

podrido. Todossus olores carecían de interés y eran repugnantes... y por ello ahora ocurrió que Grenouille, por

primera vez en su vida, desconfió de su nariz y tuvo que acudir a la ayuda visual paracreer lo que olía. La

confusión de sus sentidos no duró mucho; en realidad, necesitó sólo un momento para cerciorarse ópticamente

y entregarse de nuevo, sin reservas, a las percepciones de su sentido del olfato. Ahora "olía" que ella era un

ser humano, olía el sudor de sus axilas, la grasa de sus cabellos, el olor a pescado de su sexo, y lo olía con el

mayor placer. Su sudor era tan fresco como la brisa marina, el sebo de sus cabellos,tan dulce como el aceite

de nuez, su sexo olía como un ramo de nenúfares, su piel, como la flor de albaricoque... y la combinación de

estos elementos producía un perfume tan rico, tan equilibrado, tan fascinante, que todo cuanto Grenouille

había olido hasta entonces en perfumes, todos los edificios odoríferos que había creado en su imaginación, se

le antojaron de repente una mera insensatez. Centenares de miles de fragancias parecieron perder todo su

valor ante esta fragancia determinada. Se trataba del principio supremo, del modelo según el cual debía

clasificar todos los demás.Era la belleza pura.

Grenouille vio con claridad que su vida ya no tenía sentido sin la posesión de esta fragancia. Debía conocerla

con todas sus particularidades, hasta el más íntimo y sutil de sus pormenores; el simple recuerdo de su

complejidad no era suficiente para él.Quería grabar el apoteósico perfume como con un troquel en la negrura

confusa de su alma, investigarlo exhaustivamente y en lo sucesivo sólo pensar, vivir y oler de acuerdo con las

estructuras internas de esta fórmula m gica.

Se fue acercando despacio a la muchacha, aproxim ndose más y más hasta que estuvo bajo el tejadillo, a un

paso detrás de ella. La muchacha no le oyó.

Tenía cabellos rojizos y llevaba unvestido gris sin mangas. Sus brazos eran muy blancos y las manos

amarillaspor el jugo de las ciruelas partidas. Grenouille se inclinó sobre ella y aspiró su fragancia, ahora

totalmente desprovista de mezclas, tal como emanaba de su nuca, de sus cabellos y delescote y se dejó invadir

por ella comopor una ligera brisa. Jamás había sentido un bienestar semejante. En cambio, la muchacha sintió

frío.

No veía a Grenouille, pero experimentó cierta inquietud y un singular estremecimiento, como sorprendida de

repente por el viejo temor ya olvidado. Le pareció sentir una corriente fría en la nuca, como si alguien hubiera

abierto la puerta de un sótano inmenso y helado. Dejó el cuchillo, se llevó los brazos al pecho y se volvió.

El susto de verle la dejó pasmada, por lo que él dispuso de mucho tiempo para rodearle el cuello con las

manos.La muchacha no intentó gritar, no se movió, no hizo ningún gesto de rechazoy él, por su parte, no la

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miró. No vio su bonito rostro salpicado de pecas, los labios rojos, los grandes ojos verdes y centelleantes,

porque mantuvo bien cerrados los propios mientras la estrangulaba, dominado poruna única preocupación: no

perderse absolutamente nada de su fragancia.

Cuando estuvo muerta, la tendió en el suelo entre los huesos de ciruela, le desgarró el vestido y la fragancia

se convirtió en torrente que le inundócon su aroma. Apretó la cara contra su piel y la pasó, con las ventanas de

la nariz esponjadas, por su vientre, pecho, garganta, rostro, cabellos y otra vez por el vientre hasta el sexo,los

muslos y las blancas pantorrillas.La olfateó desde la cabeza hasta la punta de los pies, recogiendo los últimos

restos de su fragancia en la barbilla, en el ombligo y en el hueco del codo.

Cuando la hubo olido hasta marchitarla por completo, permaneció todavíaun rato a su lado en cuclillas para

sobreponerse, porque estaba saturado de ella. No quería derramar nada de su perfume y ante todo tenía que

dejarbien cerrados los mamparos de su interior. Después se levantó y apagó la vela de un soplo.

Momentos más tarde llegaron los primeros trasnochadores por la Rue deSeine, cantando y lanzando vivas.

Grenouille se orientó olfativamente por la callejuela oscura hasta la Ruedes Petits Augustins, paralela a la Rue

de Seine, que conducía al río. Poco después descubrieron el cadáver.Gritaron, encendieron antorchas y

llamaron a la guardia. Grenouille estaba desde hacía rato en la orilla opuesta.

Aquella noche su cubil se le antojóun palacio y su catre una cama con colgaduras. Hasta entonces no había

conocido la felicidad, todo lo más algunos raros momentos de sordo bienestar. Ahora, sin embargo temblaba

de felicidad hasta el punto de no poder conciliar el sueño. Tenía la impresión de haber nacido por segunda

vez, no, no por segunda, sino por primera vez, ya que hasta la fecha había existido como un animal, con sólo

una nebulosa conciencia de sí mismo. En cambio, hoy le parecía saber por fin quién era en realidad: nada

menos que un genio; y que su vida tenía un sentido, una meta y un alto destino: nadamenos que el de

revolucionar el mundo de los olores; y que sólo él en todo el mundo poseía todos los medios para ello: a

saber, su exquisita nariz, su memoria fenomenal y, lo más importantede todo, la excepcional fragancia de esta

muchacha de la Rue des Marais en cuya fórmula m gica figuraba todo lo que componía una gran fragancia, un

perfume: delicadeza, fuerza, duración,variedad y una belleza abrumadora e irresistible. Había encontrado la

brújula de su vida futura. Y como todos los monstruos geniales ante quienes un acontecimiento externo

abreuna vía recta en la espiral caótica desus almas, Grenouille ya no se apartóde lo que él creía haber

reconocido como la dirección de su destino. Ahora vio con claridad por qué se aferraba a la vida con tanta

determinación yterquedad: tenía que ser un creador deperfumes. Y no uno cualquiera, sino el perfumista más

grande de todos los tiempos.

Aquella misma noche pasó revista, primero despierto y luego en sueños, al gigantesco y desordenado tropel

de sus recuerdos. Examinó los millones ymillones de elementos odoríferos y losordenó de manera sistem tica:

bueno con bueno, malo con malo, delicado condelicado, tosco con tosco, hedor con hedor, ambrosíaco con

ambrosíaco. En el transcurso de la semana siguiente perfeccionó este orden, enriqueciendo y diferenciando

más el cat logo de aromas y dando más claridad a las jerarquías. Y pronto pudo dar comienzo a los primeros

edificios planificados de olores: casas, paredes, escalones, torres, sótanos, habitaciones, aposentos secretos...

una fortaleza interior, embellecida y perfeccionada a diario, de las más maravillosas comp osiciones de

aromas.

El hecho de que esta magnificencia se hubiera iniciado con un asesinato le resultaba, cuando tenía

conciencia de ello, por completo indiferente. Yano podía recordar la imagen de la muchacha de la Rue des

Marais, ni surostro ni su cuerpo. Pero conservaba y poseía lo mejor de ella: el principio de su fragancia.

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En aquella época había en París una docena de perfumistas. Seis de ellos vivían en la orilla derecha, seis en

la izquierda y uno justo en medio, en el Pont au Change, que unía la orilla derecha con la 3Le de la Citè. En

ambos lados de este puente se apiñaban hasta tal punto lascasas de cuatro pisos, que al cruzarlono se podía ver

el río y se tenía la impresión de andar por una calle normal, trazada sobre tierra firme, que era, además, muy

elegante. De hecho, el Pont au Change pasaba por ser el centro comercial más distinguido de laciudad. En él

se encontraban las tiendas más famosas, los joyeros y ebanistas, los mejores fabricantes de pelucas y bolsos,

los confeccionistas de las medias y la ropa interior más delicada, los comercios de marcos, botas de montar y

bordado de charreteras, los fundidores de botones de oro y los banqueros. También estaba aquí el negocio y la

vivienda del perfumista y fabricante de guantes Giuseppe Baldini. Sobre su escaparate pendía un magnífico

toldo esmaltado en verde y al lado podía verse el escudo de Baldini, todo en oro, con un frasco dorado del que

salía un ramillete de flores doradas, y ante la puerta una alfombra roja que igualmente llevaba el escudo de

Baldini bordado en oro. Cuando se abrían las puertas, sonaba un carillón persa y dos garzas de plata

empezaban a lanzar por los picos agua de violeta que caía en un cuenco dorado que tenía la misma forma de

frasco que el escudo de Baldini.

detrás del mostrador de clara madera de boj se hallaba el propio Baldini, viejo y rígido como una estatua,

con peluca empolvada de plata y levitaribeteada de oro. Una nube de agua defranchipán, con la que se rociaba

todas las mañanas, le rodeaba de modo casi visible y relegaba su persona a una difusa lejanía. En su

inmovilidad, parecía su propio inventario. Sólo cuando sonaba el carillón y escupían las garzas -lo cual no

sucedía muy a menudo- cobraba vida de repente, su figura se encogía, pequeña einquieta, y después de

muchas reverencias detrás del mostrador, salía precipitadamente, tan de prisa que la nube de agua de

franchipán apenas podía seguirle, para pedir a los clientes que se sentaran a fin de elegir entre los más selectos

perfumes y cosméticos.

Baldini los tenía a millares. Su oferta abarcaba desde las "essences absolues", esencias de pétalos, tinturas,

extractos, secreciones, b lsamos,resinas y otras drogas en forma sólida, líquida o cérea, hasta aguas para el

baño, lociones, sales vol tiles, vinagres aromticos y un sinnúmero de perfumes auténticos, pasando por

diversas pomadas, pastas, polvos, jabones, cremas, almohadillas perfumadas, bandolinas, brillantinas,

cosmético para los bigotes, gotas para las verrugas y emplastos de belleza. Sin embargo, Baldini no se

contentaba conestos productos cl sicos del cuidado personal. Su ambición consistía en reunir en su tienda todo

cuanto olierao sirviera para producir olor. Y así,junto a las pastillas olorosas y los pebetes y sahumerios, tenía

también especias, desde semillas de anís a canela, jarabes, licores y jugos de fruta, vinos de Chipre, M laga y

Corinto, mieles, cafés, tés, frutas secas y confitadas, higos, bombones, chocolates, castañas e incluso

alcaparras, pepinos y cebollas adobados y atún en escabeche. Y además, lacre perfumado, papel de cartas

oloroso, tinta para enamorados que olía a esencia de rosas, carpetas de cuero español, portaplumas de madera

de s ndalo blanca, estuches y cofres de madera de cedro, ollas y cuencos para pétalos, recipientes de latón

para incienso, frascos y botellas de cristal con tapones de mbar pulido, guantes y pañuelos perfumados,

acericos rellenos de flores de nuez moscada y papeles pintados con olor a almizcle que podían llenar de

perfume una habitación durante más de cien años.

Como es natural, no todos estos artículos tenían cabida en la pomposa tienda que daba a la calle (o al

puente), por lo que, a falta de un sótano,tenían que guardarse no sólo en el almacén propiamente dicho, sino

también en todo el primero y segundo pisoy en casi todas las habitaciones de laplanta baja orientadas al río. El

resultado era que en casa de Baldini reinaba un caos indescriptible de fragancias. Precisamente por ser tan

selecta la calidad de cada uno de los productos -ya que Baldini sólo compraba lo mejor-, el conjunto de

olores era insoportable, como una orquesta de mil músicos que tocaran "fortissimo" mil melodías diferentes.

El propio Baldini y sus empleados eran tan insensibles a este caos como ancianos directores de orquesta

ensordecidos por el estruendo, y también suesposa, que vivía en el tercer piso y defendía encarnizadamente su

vivienda contra cualquier ampliación del almacén, percibía los múltiples olores sinmuestras de saturación. No

así el cliente que entraba por primera vez enla tienda de Baldini. La mezcla de fragancias le salía al paso

como un puñetazo en la cara y, según su constitución, le exaltaba o aturdía y en cualquier caso confundía de

tal modo sus sentidos que a menudo olvidaba por qué había venido. Los chicos de recados olvidaban sus

encargos. Los caballeros altivos se volvían suspicaces y alguna que otra dama sufría un ataque mitad

histérico, mitad claustrofóbico, se desmayaba y sólo podía ser reanimada con las salesvol tiles más fuertes,

compuestas de esencia de claveles, amoníaco y alcohol alcanforado.

En semejantes circunstancias no erade extrañar que el carillón persa de la puerta de Giuseppe Baldini

sonaracada vez con menos frecuencia y las garzas de plata escupieran a intervalos cada vez más largos.

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--Chènier! -gritó Baldini desde detrás del mostrador, donde había pasado horas inmóvil como una estatua,

mirando fijamente la puerta-. Poneosla peluca!

Y entre jarras de aceite de oliva yjamones de Bayona colgados del techo,Chènier, el encargado de Baldini,

algo más joven que éste pero también un hombre viejo, apareció en la parte elegante del establecimiento. Se

sacóla peluca del bolsillo de la levita y se la encasquetó.

--¨Salís, señor Baldini?

--No -respondió el interpelado-, me retiraré unas horas a mi despacho y nodeseo ser molestado bajo ningún

concepto.

--Ah, comprendo! Pens is crear unnuevo perfume.

Baldini. Así es. Destinado a perfumar un cuero español para el conde Verhamont. Me ha pedido algo nuevo,

algo como... como... creo que ha mencionado algo llamado "Amor y Psique", obra de ese... ese chapucero de

la Rue Saint-Andrè-des-Arts, ese...ese... Chènier. Pèlissier. Baldini. Eso, Pèlissier. Eso es.

Así se llama el chapucero. "Amor y Psique", de Pèlissier. ¨Lo conocéis?

Chènier. Sí, claro. Se huele ya por todas partes. Se huele en todas las esquinas. Aunque, si dese is saber mi

opinión... nada especial! Desde luego no puede compararse en modo alguno con lo que vos compondréis,

señor Baldini.

Baldini. Naturalmente que no.

Chènier. Ese "Amor y Psique" tiene un olor en extremo vulgar.

Baldini. ¨Vulgar?

Chènier. Completamente vulgar, como todo lo de Pèlissier. Creo que contiene aceite de lima.

Baldini. ¨De veras? ¨Y qué más?

Chènier. Esencia de azahar, tal vez. Y posiblemente tintura de romero, aunque no puedo afirmarlo con

seguridad.

Baldini. No me importa nada en absoluto.

Chènier. Naturalmente.

Baldini. Me importa un bledo lo que ese chapucero de Pèlissier ha echado en su perfume. No me pienso

inspirar en él!

Chènier. Con toda la razón, monsieur.

Baldini. Como sabéis, nunca me inspiro en nadie. Como sabéis, elaboro siempre mis propios perfumes.

Chènier. Lo sé, monsieur.

Baldini. La idea nace siempre de mí!

Chènier. Lo sé.

Baldini. Y tengo intención de crear para el conde Verhamont algo que hará verdaderamente furor.

Chènier. Estoy convencido de ello, señor Baldini.

Baldini. Encargaos de la tienda.

Necesito tranquilidad. No dejéis

que nadie se acerque a mí, Chènier...

Dicho lo cual salió, arrastrando los pies, ya no como una estatua, sinocomo correspondía a su edad,

encorvado, incluso como apaleado, y subió despacio la escalera hasta el primer piso, donde estaba su

despacho.

Chènier se colocó detrás del mostrador en la misma posición que adoptara antes el maestro y se quedó

mirando fijamente la puerta. Sabía qué ocurriría durante las próximas horas: nada en la tienda y arriba, en el

despacho, la catástrofe habitual. Baldini se quitaría la levita impregnada de agua de franchipán, se sentaría

ante su escritorio y esperaría unainspiración. Esta inspiración no llegaría. Entonces se dirigiría a toda prisa al

armario donde guardaba centenares de frascos de ensayo y haría unamezcla al azar. Esta mezcla no daría el

resultado apetecido. Con una maldición, abriría de par en par la ventana y tiraría el frasco al río. Haría otra

prueba, que también fracasaría, y entonces empezaría a gritar yvociferar y acabaría hecho un mar de lágrimas

en la habitación de ambiente casi irrespirable. Hacia las siete de la tarde bajaría desconsolado, temblando y

llorando, y confesaría: "Chènier, ya no tengo olfato, no puedo crear el perfume, no puedo entregar el cuero

español para el conde, estoy perdido, estoy muerto por dentro, quiero morirme, Chènier, ayudadme a morir!"

Y Chènier le propondría enviar a alguien por un frascode "Amor y Psique" y Baldini accedería con la

condición de que nadie seenterase de semejante vergüenza; Chènier lo juraría y por la noche perfumarían el

cuero del conde Verhamont con la fragancia ajena. Así sería y no de otro modo y el único deseo de Chènier

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era que toda la escena ya se hubiera desarrollado. Baldini ya no era un gran perfumista. Antes, sí;en su

juventud, treinta o cuarenta años, había creado la "Rosa del sur" y el "Bouquet galante de Baldini", dos

perfumes realmente grandes a los que debía su fortuna. Pero ahora era viejo y se había consumido; ya no

conocía las modas de la época y los gustos nuevos de la gente y cuando lograba componer una fragancia

inédita, erauna mezcla pasada de moda, invendible,que al año siguiente diluían en una décima parte y

malvendían como agua perfumada para surtidor. Lo siento por él, pensó Chènier, arreglándose la peluca ante

el espejo, lo siento por el viejo Baldini y también por subonito negocio, porque lo arruinar, ylo siento por mí,

que ya seré demasiado viejo para remontarlo cuando lo haya arruinado...

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Giuseppe Baldini se despojó efectivamente de la perfumada levita, perosólo por costumbre. Hacía mucho

tiempo que ya no le molestaba el olor del agua de franchipán porque había vividoimpregnado de él durante

décadas y ya no lo percibía en absoluto. También cerró la puerta del despacho, deseandoestar tranquilo, pero

no se sentó anteel escritorio a cavilar y esperar una inspiración porque sabía mucho mejor que Chènier que

esta inspiración no vendría; en realidad, nunca había tenido ninguna. Era cierto que estaba gastado y viejo y

ya no era un gran perfumista; pero sólo él sabía que no lo había sido en su vida. La "Rosa del sur" era

herencia de su padre y lareceta del "Bouquet galante de Baldini" la había comprado a un comerciante de

especias genovés a su paso por París. Sus otros perfumes eran mezclas ya conocidas. •l no había creado

nunca ninguno; no era un creador, sólo un mezclador concienzudo de olores acreditados, como un cocinero

que, con rutina y buenas recetas, prepara buenas comidas pero nunca ha inventado ningún plato propio. Si

continuaba todavía con toda aquella comedia del laboratorio, los experimentos, la inspiración y el secreto era

porque formaban parte de la imagenprofesional de un "Ma3tre Parfumeur et Gantier". Un perfumista era una

especie de alquimista que realizaba milagros y si la gente así lo quería, qué remedio! Sólo él sabía que su arte

era una artesanía como cualquier otra y esto constituía su orgullo. Noquería ser ningún inventor. Para él

inventar era muy sospechoso porque siempre significaba quebrantar alguna regla. No tenía la menor intención

decrear un nuevo perfume para el conde Verhamont. En todo caso, cuando más tarde bajara a la tienda no se

dejaríaconvencer por Chènier para procurarseel "Amor y Psique" de Pèlissier. Ya lo tenía. Allí estaba, sobre

el escritorio situado ante la ventana, enun pequeño frasco de cristal de tapón pulido. Lo había comprado hacía

ya dos días. No personalmente, claro. No podía ir en persona a casa de Pèlissier a comprar un perfume! Lo

había hecho a través de un intermediario, que había actuado a través de otro intermediario... Se imponía ser

precavido, porque Baldini no quería el perfume simplemente para impregnar el cuero español; para eso no

habría bastado aquella cantidad tan pequeña. Su intención era peor: quería copiarlo.

No se trataba de nada prohibido, desde luego, pero sí de algo muy poco delicado. Imitar secretamente el

perfume de un competidor y venderlo con la propia firma era una indelicadeza flagrante. Aún era peor, sin

embargo,ser sorprendido haciéndolo y por esa razón Chènier no podía saber nada, porque Chènier era un

charlatán.

Ah, qué triste

...

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