El Gigante Egoísta Oscar Wilde
JazminMoVe21 de Agosto de 2013
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Y entonces…
Todas las tardes, la salir del a escuela, los niños acostumbraban ir a jugar al jardín del gigante, era un jardín grande y deleitoso, recubierto de suave y verde césped. Aquí y allá, entre la hierba, crecían hermosas flores rosa y nácar y en otoño se cargaban de rico fruto. Los pájaros se posaban en lo árboles y cantaban tan dulcemente que los niños solían dejar sus juegos para escucharlos.
-¡Qué felices somos aquí!- se gritaban unos a otros.
Un día el Gigante volvió. Habría ido a visitar a su amigo el ogro de
Cornualles y había permanecido con él durante siete años. Pasados estos siete años, había resuelto volver a su propio castillo. Cuando llegó vio a los niños jugando en el jardín.
-¿Qué estáis haciendo aquí? –gritó con una voz muy áspera; y los niños huyeron a todo correr.
-Mi jardín es mi jardín –dijo el Gigante-; eso lo puede comprender cualquiera, y no permitiré que nadie juegue con él, excepto yo mismo.
De modo que levantó todo alrededor una tapia muy alta y colocó un cartel que decía; “prohibido el paso. Los infractores serán castigados.”
Era un Gigante muy egoísta.
Los pobres niños no tenían ahora donde jugar. Intentaron hacerlo en la carretera, pero era muy polvorienta y estaba llena de duras piedras y no les gustó. Se acostumbraron a vagar alrededor de la alta tapia, hablando del hermoso jardín que había detrás.
-¡Que felices éramos ahí! –se decían.
Después llegó la primavera y el campo entero se llenó de flores y pájaros. Sólo en el jardín del Gigante Egoísta seguía siendo invierno. Los pájaros no cantaban en él por qué no había niños, los árboles se olvidaron de florecer.
Una vez, una hermosa flor asomó la cabeza entre el césped, pero cuando vio el cartel le dio tanta pena de los niños que volvió a deslizarse en la tierra y se durmió de nuevo. Los únicos que estaban a gusta eran la nieve y la escarcha.
-la primavera se ha olvidado de este jardín – exclamaron-, así que viviremos aquí todo el año.
La nieve cubrió la hierba con su gran manto blanco y la escarcha pintó de plata todos los árboles. Después, invitaron al Viento Norte a que viviera con ellos, y el Viento norte vino. Iba envuelto en pieles y se pasó todo el día rugiendo por el jardín y derribando las chimeneas.
Este lugar es delicioso –dijo-; deberemos invitar al Granizo.
Llegó, pues, el Granizo. Todos los días tamborileaba sobre le tejado del castillo durante tres horas, hasta que rompió casi todas las pizarras, y luego corría y corría por el jardín lo más aprisa posible. Iba vestido de gris y y su aliento era como hielo.
-no comprendo por qué tarda en llegar tanto la primavera –decía el Gigante Egoísta cuando se sentaba en la ventana y miraba su jardín frio y blanco-. Espero que el tiempo cambie.
Pero la primavera no llegó nunca, ni el verano tampoco. El otoño dio frutos dorados a todos los jardines, pero al jardín del Gigante no le dio ninguno.
-es demasiado egoísta- dijo.
De modo que allí fue siempre invierno, y el viento norte y el granizo y la escarcha y la nieve bailaban entre los árboles. Una mañana que le Gigante estaba despierto en la cama oyó música encantadora. Era tan dulce a sus oídos que pensó que serían los músicos del Rey que pasaban. En realidad no era si no un jilguero que cantaba frente a su ventana, pero hacía tanto tiempo que no oía a un pájaro cantar en su jardín, que le pareció aquella la música más hermosa del mundo. Entonces el granizo dejó de bailar sobre su cabeza, el Viento Norte dejó de rugir y hasta él llegó un perfume delicioso que penetraba por la abierta ventana,
-me parece que por fin ha llegado la primavera- dijo el Gigante; y saltó del a cama y se asomó a mirar.
¿Qué fue lo que
...