El Hombre
pachekorkrdzz8 de Abril de 2013
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¿Qué es el hombre? ¿Quién soy yo? ¿Cuál es el sentido de la existencia humana? ¿Hacia dónde va el hombre? Estos y otros muchos interrogantes parecidos dominan el campo de la antropología filosófica; han sido en todas las épocas y en todos los niveles de cultura, bajo formas y medidas diversas, los inseparables compañeros de viaje del hombre. Hoy se plantean con mayor urgencia a la conciencia de todo el que quiere vivir su existencia de un modo plenamente humano.
Frente a esto, a primera vista, da la impresión de que en este momento la humanidad está más madura que en tiempos pasados para dar una respuesta a estos interrogantes debido al gran desarrollo de las ciencias del hombre (H.): biología, psicología, fisiología, medicina, sociología, economía, política, etc. que intentan aclarar la enorme complejidad del comportamiento humano. Incluso, se tiene la impresión de que los grandes problemas humanos tienden cada vez más a ser considerados. Paralelo a esto en la humanidad surge una explosión técnica y científica tan vertiginosa que los cambios ocurridos en décadas con facilidad son comparables con los cambios de siglos enteros de historia; los medios de comunicación social, cada vez más perfeccionados, y las modernas tecnologías de la información, contribuyen al conocimiento de las realidades y a una rapidísima y universal expansión de ideas y sentimientos, provocando con ello múltiples repercusiones simultáneas.
Muchos siguen sin duda soñando en que el progreso científico y técnico realizará casi automáticamente una existencia mejor, o que la elaboración científica de nuevas estructuras proporcionará la clave última y definitiva para superar todas las miserias del H. Por otra parte también aumenta cada día el número de los que toman sus distancias respecto a la fe absoluta en las ciencias; están convencidos de que en el H. hay ciertos problemas que jamás podrán comprenderse y menos todavía resolverse a través de unos cambios externos y puramente materiales. Sobre todo se comprueba que el aumento vertiginoso de los conocimientos técnicos y analíticos de la existencia humana van acompañados de una creciente incertidumbre de lo que constituye el ser profundo y último del H. Hoy muchas actitudes del H. ponen de manifiesto la ignorancia del sentido de su existencia. Quizá estemos asistiendo actualmente a la más amplia crisis de identidad que ha atravesado nunca el H., crisis en la que se ponen en discusión o quedan marginados muchos fundamentos de la existencia aceptados en épocas pasadas, en ninguna época el H. se ha vuelto tan problemático como la nuestra.
En este contexto de pérdida de identidad, de incertidumbre y desconcierto respecto a la imagen del H., la reflexión filosófica, crítica y sistemática, sobre el ser y el significado del H. se convierte en una de las tareas más urgentes de nuestro tiempo. La antropología filosófica no crea ni inventa los problemas del H.: se los encuentra, los reconoce, los asume, los examina críticamente; e intenta fatigosamente dar una respuesta que pueda iluminar la problemática concreta y existencial.
La problemática antropológica se asoma a la vida concreta de maneras muy distintas, podríamos agruparlas en torno a estos tres temas: admiración y maravilla, frustración y desilusión, lo negativo y el vacío.
- Admiración y maravilla: La reflexión puede nacer de la maravilla y de la admiración frente al universo o frente al H. y sus creaciones, ante sus conquistas, ante su genio artístico, admiración ante el hechizo de la amistad y del amor, de los ojos inocentes de un niño, de una acción noble, del sacrificio de la propia vida por una gran causa. La admiración está orientada hacia el reconocimiento de la grandeza y del misterio que hay en el H. independientemente de la obra humana y anterior a ella.
- Frustración y desilusión: A veces la reflexión antropológica no surge de una contemplación serena, muchos hombres entran dentro de sí sólo en choque con la realidad: en la experiencia de la frustración, del fracaso o de la derrota; el infortunio, un accidente de tránsito, la muerte de los seres queridos, la guerra, el genocidio, la soledad, la dureza del trabajo, las incomprensiones, los campos de concentración, el contraste entre lo que uno es y lo que le gustaría ser... nos arrancan cruelmente de la dispersión para ponernos frente al problema del significado fundamental de la propia existencia.
- Lo negativo y el vacío: Muchos hombres intentan vivir conforme con una filosofía o una visión de mundo o se ven obligados a vivir dentro de estas estructuras que no tienen en cuenta las dimensiones profundas y personales del H. A veces el H. vive alienado en medio de una masa impersonal, que lo explota sin considerar sus problemas personales, o bien corre tras valores engañosos o tras la simple publicidad; y sucede que todo este conjunto no sólo no ofrece ninguna satisfacción sino que se hunde él mismo, dejando aparecer el vacío y la nada: levantarse, tomar el autobús, trabajo, tomar el autobús, comer, tomar el autobús, trabajo, tomar el autobús..., lunes, martes, miércoles...; de pronto todo se derrumba, se revela en toda su crudeza el absurdo y el vacío de semejante existencia, y surge el interrogante: ¿Vale la pena vivir? Para muchos la solución es el suicido. El H. no vive solamente de economía, de política, de tensiones sociales. La experiencia del vacío y de la nada no es más que un modo negativo de protesta y de repulsa a una civilización que debería servir al H., pero que lo ahoga en sus aspiraciones más profundas y más personales.
I. DIMENSIONES FUNDAMENTALES DE LA EXISTENCIA HUMANA.
1. Ser hombre significa "ser con los demás": ¿El H. es un ser (individual) orientado en primer lugar hacia el mundo (en el que hay también otros hombres), o bien es ante todo un ser en comunión con otras personas en el mundo?. Según la respuesta que se dé la concepción antropológica será profundamente distinta.
Una antropología centrada en una conciencia individual y autosuficiente, orientada hacia el conocimiento objetivo y el dominio del mundo material mediante la ciencia y la técnica, corre el riesgo constante de no poder reconocer las dimensiones personales, éticas y religiosas del H. El individuo es visto a la luz de cierta totalidad (racional, material, social) y es sacrificado a ella, por ejemplo: en el idealismo de Descartes la verdad primera e indudable es "Pienso, luego, existo", esto conduce a ciertas dificultades profundas a la hora de concebir la comunión con los demás; en el empirismo de Hume el yo es un haz o colección de percepciones que se siguen unas a otras a gran velocidad en eterno movimiento y con leyes propias, tal como las leyes físicas. No se toma en cuenta al otro y se pierde el sentido profundo del sujeto. Ante estas tendencias individualistas surgieron corrientes colectivistas que afirmaron que la esencia del H. es colectivista (Marx, Feuerbach), no son los individuos los que forman la sociedad, es la sociedad la que forma los individuos; pero de nuevo la totalidad tiene primacía sobre el individuo.
Al contrario, una antropología que concede la primacía a la comunión inmediata con el otro H. en el mundo, rechaza la autosuficiencia del yo y se siente totalmente polarizada por la responsabilidad frente al otro y por la necesidad de realizarse en comunión con él. Aquí el conocimiento y el dominio del mundo están sometidos al reconocimiento del H. por parte del H. El encuentro con el otro constituye un dinamismo concreto que abre al H. a la trascendencia y a la esperanza religiosa. Tenemos por ejemplos: la visión existencial de Buber, que rechaza que en el H. haya una única relación: con las cosas, y se afirma en la presencia de otra relación: con el otro H. (con el tú); estas dos relaciones las llama respectivamente experiencia y encuentro, o bien, saber y diálogo; la relación con el otro es más evidente e inmediata que la relación con el mundo. La aportación de Levinás critica la egología (primacía del yo individual) la cual reduce la realidad a un único sistema: la racionalidad, y en el ámbito ético conlleva a la afirmación de sí mismo incluso a costa de los demás. Levinás llama a la dimensión interpersonal "manifestación del rostro": cada H. conoce las cosas objetivamente y las va descifrando, sin embargo al encontrarse con el otro, éste se presenta como "otro", es decir, alguien que no es constituido por mi razón sino que también tiene razón.
El ser con los demás y para los demás pertenece al núcleo mismo de la existencia humana: el mundo lleva por todas partes huellas de otros seres humanos y existen otros "semejantes" con los que nos toca compartir el mismo espacio de terreno. El H. nunca está solo, su existencia personal está siempre orientada hacia los demás, está ligada a los demás, en comunión con los demás: el otro se revela y se impone a mi existencia y me pide que le reconozca y que sea alguien ante él y para él.
La palabra (el lenguaje, el hablar) es una de las manifestaciones humanas que revelan la estructura dialogal e interpersonal de la existencia: toda palabra está inserta en el ámbito de las relaciones sociales y la inteligencia personal no logra realizarse fuera de la palabra. Existe también un conjunto de actitudes prácticas que se aprenden con el contacto con los demás: manejar bicicleta, jugar al fútbol, usar un martillo, aprender una receta de cocina (aunque falten las palabras), el dominio cultural y técnico del mundo está estrechamente ligado al contacto con los demás.
La estructura interpersonal resalta con mayor claridad cuando se considera la función del amor
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