El Rol Del Educador
caos_leviatan8 de Noviembre de 2012
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Rol del educador y sus expectativas sociales
Hoy día la educación se encuentra en un debate constante, en cuanto a su calidad y a los aportes que debe dar a la sociedad. Dentro de este debate se encuentran los docentes y su papel en los necesarios cambios sociales que hoy reclama el país.
Cada día existe la interrogante, si la formación que se les está dando a los estudiantes de educación se está orientando realmente a promover un docente que tenga las herramientas adecuadas para ejercer su rol de manera efectiva y transformadora.
La educación social en realidad constituye una parte de la educación moral, aquella que se refiere especialmente a la relación de los individuos entre si y con la sociedad misma. Ya se han estudiado algunos aspectos de la vida social en relación con la educación.
Como explica la sociología de la educación el tema del rol del educador y sus expectativas sociales
Se pretende aislar al sistema educativo de la realidad social, la escuela se convierte en una isla dentro de la realidad social, en un centro de pensamiento universal y creador; sus actividades se reducen a lo académico; y su fin, a la formación de profesionales competentes en las diversas ramas del saber.
La escuela como institución y el profesor como agente socializador enfrentan el reto de abrir las puertas del siglo XXI introduciendo cambios en su organización, en su quehacer y lograr que estos no se operen sólo en el discurso sino en el accionar cotidiano del profesor.
Asistimos a un período de cambio a nivel mundial, en el que para muchos el futuro se presenta incierto: cambian las demandas de la sociedad y de los individuos, la situación internacional es otra, aparecen nuevas reglas de juego y se modifican los roles de las instituciones, los agentes y surgen nuevos actores sociales. Los sistemas educativos no se mantienen inertes, se han iniciados procesos de reformas y transformaciones, derivadas de la concientización del agotamiento de un modelo tradicional que no ha conciliado el crecimiento cuantitativo con niveles satisfactorios de calidad y equidad, ni de satisfacción de las nuevas demandas sociales. El funcionamiento óptimo de los sistemas educacionales se convierte en una prioridad de los países para garantizar la preparación de ciudadanos para sobrevivir en sociedades complejas.
En este marco, la escuela emerge como una institución abierta a las demandas de su contexto y con grados crecientes de autonomía, manifestación de uno de los cambios más significativos que se sucedieron en los sistemas educativos.
En respuesta a estas transformaciones la reconceptualización del rol del profesor es una exigencia de los procesos de descentralización, de autonomía en la gestión de las escuelas y de los cambios que están ocurriendo en los procesos de enseñanza y aprendizaje.
Así en la recomendación del Comité de Ministros de Educación de América Latina relativa a la ejecución del Proyecto Principal de Educación considera que la profesionalización de la actividad educativa es el concepto central y debe caracterizar las actividades de esta nueva etapa del desarrollo educativo.
Desde el discurso, todos coinciden en considerar que al rol del maestro le son propia la creatividad y la innovación pero, estas características no devienen en el desempeño del quehacer profesional del maestro por arte de magia ya que, al encapsularlo en ámbitos escolares formales y burocráticos el resultado es todo lo opuesto, la actividad se hace monótona, estereotipada y se limita el despliegue de sus potencialidades.
En su cotidiano de vida el profesor debe adoptar diferentes decisiones que transitan desde estimular "el aprendizaje de un currículo que no ha sido diseñado para heterogeneidad" (Avalos B.1994), complementar procederes para mantener la disciplina en el salón de clase y buscar soluciones ante la carencia de recursos materiales.
En las conceptualizaciones del rol profesional se observan diferentes posiciones que transitan desde definirlo por las acciones observables del maestro en la consecución de los fines esperables de los procesos de enseñanza que se refiere a las "competencias" del maestro para lograr un aprendizaje efectivo en los alumnos hasta otra en que el acento se pone en la profesionalización del rol.
Límites del ejercicio docente
He reparado en la urgencia con la que debe acometerse una investigación que determine los límites de las facultades que intervienen en la educación, sobre todo, tras la invasión social del credo psicopedagógico que continuamente nos reprocha a los docentes nuestra incapacidad de estimular y potenciar el aprendizaje de nuestros alumnos. En este sentido, si no lo hay ya, sería interesante un examen crítico y sistemático de las posibilidades efectivas de que disponemos en nuestro ejercicio como docentes, con el fin de orientar nuestros esfuerzos hacia metas alcanzables y acallar definitivamente aquellos reproches. De otra forma, si no reparamos en dicho examen, corremos además el riesgo añadido de orientar nuestro esfuerzo hacia cometidos imposibles de llevarse a buen término, como ocurre, por ejemplo, cada vez que tratamos vanamente de excitar o despertar en los alumnos alguna motivación por nuestra asignatura. Parece que debemos contar con algo de pasión en esos espíritus adolescentes para que efectivamente acontezca el fenómeno de la educación:
Relaciones profesor alumno
Woolfolk (1990), sostiene que la edad y características de los adolescentes señalan las pautas para las relaciones profesor alumno. En la adolescencia el joven ha llegado al desarrollo cognitivo; es más autónomo y tiende a interiorizar más las normas de su grupo que las del adulto con quien trata. A esta edad, agrega Woolfolk, el joven tiende a simpatizar con los compañeros suplantando el deseo de agradar a la maestra propia de los años de primaria.
Por su parte, González y Mitjáns (1999), afirman que desde su ingreso por primera vez a la escuela, el niño está involucrado de forma simultánea al aprendizaje de distintas formas de organización escolar, tanto en actividades programadas como las interacciones informales, así como en las exigencias y resultados de las diferentes actividades en las cuales participa.
En este sentido precisa Jackson (1975), la vida en las aulas escolares está llena de lo cotidiano ocurriendo a un ritmo monótono, que lleva a olvidar la cultura de la escuela y los significados de las experiencias tanto 27 para los educadores como para los alumnos. Esto explica el cansancio y aburrimiento de los alumnos al final de la jornada escolar, a veces tan poco comprendida por los educadores en su necesidad de cumplir sus objetivos planeados para el día.
La importancia de la vida escolar para el niño y el joven es destacado por Bozhovich (en cita de Rodríguez y Bermúdez 1996 p: 64), cuando expresa: “...La vida escolar constituye para los adolescentes como una parte orgánica de su propia vida”. Estar en la escuela significa mucho para el joven porque como afirman Vásquez y Martínez (1996), los intercambios sociales que allí se realizan satisfacen necesidades de relación de los jóvenes.
En este sentido, la conducta del alumno está caracterizada por la formación de nexos interpersonales con los compañeros y los profesores como partes del mundo escolar. González y Mitjáns (1999) añaden que de esas interacciones producen emociones de distinta naturaleza que afectan el mundo subjetivo del alumno. Este sentido subjetivo es esencial en su significación de sí y de los otros en forma general.
El rol del afecto
De acuerdo a Rogers (1983), la mayoría de los maestros tienden a mostrarse simplemente como roles ante sus alumnos “para volver a ser ellos mismo cuando dejan la escuela” por ello, enfatiza en el concepto de persona. Es persona tanto el maestro como el alumno; ser persona significa alguien que tiene algo más que conocimiento para dar.
Rogers (1983), define el aprecio del educador como la apreciación de los sentimientos, las opiniones y la persona del alumno en su totalidad, es, agrega, la aceptación del otro individuo como persona independiente con sus derechos propios. El maestro que adopta esta actitud, afirma, podrá aceptar la apatía ocasional del alumno, aunque para él esa experiencia resulte perturbadora, podrá también estimular el aprendizaje aunque el alumno muestre el rechazo a la autoridad o bien en aquellos que no alcanzan de una vez los objetivos de la clase.
Van Mannen (1998), comprende importancia del afecto, esperanza, confianza y responsabilidad en la relación educador-alumno bajo una perspectiva paternal que vislumbra el potencial de llegar a ser del alumno, y lo ve como un ser en proceso de aprender y madurar. Por ello, la confianza del adulto o maestro, afirma, lo encamina a lograr el desarrollo del sentido de su propia capacidad y a confiar en sus propias posibilidades.
También para Ayala (1999), el educador es una fuente de afectos que en cada alumno puede tener diferentes facetas, de acuerdo a las diferencias individuales; por esto corresponde al educador tratarlos con naturalidad, igualdad, respeto, señalando al alumno los límites de la relación.
Vásquez y Martínez (1996), resaltan que el afecto de la maestra es importante porque valoriza o desvaloriza al niño lo cual influye en su autoimagen, su sentimiento de bienestar y su deseo de participar en las lecciones. Carlson y Thorpe (1987) dicen que la formula del éxito del maestro es tratar a los alumnos con amabilidad y firmeza. La amabilidad, porque significa respeto por el alumno y firmeza porque despierta el respeto
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