El agua del molino
guno2 de Septiembre de 2013
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El agua del molino
Raúl Carrancá y Rivas
Energía, educación y democracia
Organización Editorial Mexicana
29 de agosto de 2013
Dos capítulos fundamentales en la agenda del actual gobierno son, sin duda, los relativos a la reforma energética y a la reforma educativa. La buena voluntad del Presidente parece manifiesta en el tema, al que aludió desde que era candidato. Tocan aquéllos, por supuesto, puntos neurálgicos del interés nacional y obviamente del particular o de ciertos grupos de poder. Lo evidente es sin embargo la imperiosa necesidad de darle impulso al patrimonio energético del país y a la educación que imparte el Estado, en crisis desde hace mucho tiempo. No es posible negar que nuestra riqueza petrolera, administrándose con honradez y patriotismo, explotándose al máximo con nuevas técnicas, debe darnos mayor bienestar económico. Y tampoco lo es ignorar la falta de preparación, cultura y valores, de un importante número de maestros que a cargo del propio Estado enseñan en educación preescolar, primaria, secundaria y media superior. Es prácticamente letra muerta en la realidad lo dispuesto en el artículo 3º de la Constitución, que se puede resumir en lo que dice su párrafo segundo: "La educación que imparta el Estado tenderá a desarrollar armónicamente todas las facultades del ser humano y fomentará en él, a la vez, el amor a la Patria y la conciencia de la solidaridad internacional, en la independencia y en la justicia". Pocas palabras pero mucho contenido. ¿Se cumple cabalmente con este precepto? En los dos capítulos fundamentales a los que he aludido al principio de mi artículo se concentran las necesidades básicas de México, a saber, administración de nuestra riqueza y educación de nuestro pueblo. Éstos son los motores del progreso y de la consolidación social.
Ahora bien, vivimos en una democracia, desde luego no perfecta, y en un Estado de Derecho, por lo menos nominalmente hablando; siendo que ambos reclaman ciertas reglas esenciales a cumplir. Me refiero al respeto a la Constitución y a los derechos de terceros; pero no nada más respeto formal, de mera locución, sino real, efectivo. Las protestas en la calle, cerrando arterias de circulación de vehículos e impidiendo el libre tránsito, son acciones que evidentemente caen fuera del marco del derecho. Pero al mismo tiempo son algo más. A mi juicio no se dan gratuitamente aunque en ellas intervengan personas con intereses ajenos a los manifestantes, en el caso los relativos al petróleo y a la reforma educativa. Son síntomas de que desde arriba se tomó una decisión que hiere, lastima e incluso agravia a muchos. Se dirá que en una democracia así sucede, o sea, que no hay uniformidad sino variedad y que por ello manda lo que decida la mayoría. En efecto, tal pasa en una democracia cuantitativa, aunque lo ideal es que ésta corresponda a la cualitativa para tener el equilibrio propio de un Estado de Derecho. El Secretario de Gobernación ha sostenido lo siguiente a propósito de esas manifestaciones en la calle: "somos tolerantes, pero también hay límites. Lo que lastima a terceros no puede ser admitido". Bien dicho. Sin embargo, repito, la llamada sensibilidad política debe percibir la luz del más pequeño foco rojo que se encienda, sobre todo cuando se trata del patrimonio energético de México y del problema educativo. Jaime Torres Bodet, educador y poeta magnífico, pensaba que enseñar es la piedra angular del progreso, la chispa que lo impulsa y enciende. Nada más que cuidado con que el encendido no provoque un incendio. Se reconoce por supuesto que el Presidente debe, a los nueve meses de iniciado su mandato, "acelerar los motores" en aquellos renglones que beneficien a los mexicanos. He allí, pues, la razón de ser de las iniciativas de ley energética y educativa, lo que se ha dado en llamar "reformas
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