El reino de cervantes
jose_scEnsayo23 de Noviembre de 2012
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El reino de cervantes
Hay una evidente comunidad de historia y de cultura, en muchos aspectos única en el mundo, que se ha formado a lo largo de cinco siglos entre España y los países hispanoamericanos. Sin mucha distorsión se podría ampliar el concepto a lo iberoamericano, para incluir también a Portugal y el Brasil.
Caracterizan a esa comunidad rasgos muy definidos dentro del conjunto de Occidente, que comprenden desde la lengua hasta la fe, los valores culturales y la tradición. Lo que en la Península Ibérica tomó largos siglos para conformarse en el modelo dominante de la monarquía castellana y en su gran esfuerzo de unificación vino a darse en el espacio del Nuevo Continente, desde 1492, en forma continua y eficaz: una sola lengua, el castellano; una sola religión, el catolicismo a la española; una tradición dominante, un juego fundamental de valores, sin presiones internas ni guerras de religión, dentro de un sentimiento espontáneo y visible de ser una sola gente, con un pasado común y una visión básica del ser y el hacer. Esa comunidad, que se extiende hoy desde la Península Ibérica hasta las dos terceras partes del continente americano, comprende diecinueve naciones hermanas, con una numerosa presencia en los Estados Unidos. Se la puede estimar en cerca de cuatrocientos millones de seres humanos para el año 2000. Han resultado poco asimilables en el medio diferente, donde conservan y reafirman su identidad cultural, y el sentimiento de pertenencia va mucho más allá de un territorio o una frontera.
No se la ha estudiado ni apreciado adecuadamente en su compleja y rica totalidad. España lleva más de dos siglos de interrogarse angustiosamente sobre su propio ser sin hallar respuesta aceptada. Desde los próceres de la Ilustración, que no se consolaban de que España no fuera Francia o Inglaterra, hasta la muy hispánica polémica entre Américo Castro y Claudio Sánchez Albornoz, realidad o enigma del ser colectivo, pasando por la angustiosa reacción de protesta de los hombres del 98 hasta los seguidores de Ortega y el no muy claro presente de afirmación europea, la historia española y la apreciación de su peculiaridad han sido motivo constante de apasionada polémica. Sin embargo, es poco lo que ha figurado en ese debate el mundo hispanoamericano. Ha permanecido como en un horizonte mal percibido a pesar de que algunas de las más válidas respuestas a la interpretación de lo hispano puedan encontrarse allí. De cada diez personas que hablan hoy español como lengua materna no menos de nueve son hispanoamericanas, la misma proporción se mantiene en la busca de raíces y caminos propios. Considerar el caso hispánico reducido a la sola Península sin tomar en cuenta su prolongación y complemento en tierra americana es una peligrosa mutilación que no ayuda a la mejor comprensión del complejo hecho. [213]
Porque no se tiene suficiente claridad en la apreciación de la existencia de esa comunidad se llega casi a ignorarla o reducirla a algún aspecto parcial o pintoresco o, peor aún, a algún transitorio aspecto de interés político. No han faltad o esfuerzos serios para hacer comprensible esa fundamental situación.
No es banal que no tengamos un nombre aceptado para el conjunto. Se le ha llamado de tantas maneras que resulta casi como carecer de nombre: Hispanoamérica, Iberoamérica, América española, Indoamérica, la Raza, la Hispanidad, etc. La falta del nombre único ha hecho más difícil la comprensión del hecho y ha aumentado la dificultad de entenderlo cabalmente.
Para decirlo de una vez, creo que lo más característico que distingue a esa realidad cultural repartida en dos continentes en tantos estados y situaciones se dio primeramente y se definió de manera perdurable en el siglo XVI. Es la época en que la dimensión política alcanza su plenitud desde Carlos V hasta Felipe II, es, también, la ocasión en que se define cabalmente un juego de valores característicos, lengua, religión, moral, romancero, refranero, paradigmas, convicciones y metas de vida. La síntesis suprema de ese conjunto se expresó en la obra de Cervantes. Allí está recogido y expresado lo esencial, irrenunciable y persistente de esa manera de ser extendida a dos continentes, tan múltiple y dispersa, y tan semejante a sí misma. Constituye, para decirlo con las fórmulas viejas tan cargadas de sentido, un reino, un reino cultural y podríamos llamarlo, con toda propiedad, el reino de Cervantes.
La perplejidad y el inevitable malentendido que nos provocan los nombres se aumentan cuando se refieren a fenómenos culturales. Bernard Shaw, con sabia ironía, dijo una vez que Inglaterra y los Estados Unidos eran dos países separados por una lengua común.
Con motivo de la conmemoración del quinto centenario del Descubrimiento -denominación que por sí sola ha suscitado problemas no sólo semánticos, porque lo que ocurrió en 1492 no puede llamarse con propiedad el descubrimiento de América lo que, en materia de absurdo, sería lo mismo que afirmar que, en 1609, Henry Hudson descubrió a Nueva York- se ha hecho torneo de malentendidos y deformaciones hasta el punto de pensar que no se sabe cómo llamar el gran acontecimiento. Ni descubrimiento, que fue episódico, ni encuentro, que resulta no sólo incompleto, sino mezquino y deformante, porque a partir de allí se intensifica un gran impulso de expansión y mezcla cultural que venía de la Edad Media española y se inicia, a ambos lados del océano, el vasto proceso de la creación del Nuevo Mundo. Aquí volvemos a toparnos con el problema de la semántica. Constituye, desde luego, una comunidad, la más extensa y compacta que integran naciones independientes en el mundo junto a los angloparlantes hasta cierto punto. En el llamado Commonwealth británico entran culturas africanas y asiáticas, con otras lenguas, otras religiones y otros pasados históricos.
Forman más que regiones, reinos de la cultura, comunidades del espíritu, más [213] permanentes y duraderas que las que transitoriamente ha hecho y deshecho la historia política. No es fácil darles nombre porque no coinciden con la geografía política, la exceden o la fragmentan. Los imperios coloniales europeos del siglo XIX extendieron el uso de lenguas pero no de culturas en Asia y África. No se trata sólo del uso de una lengua, sino del ser, de la mentalidad, de los valores propios y de la manera de entender la vida y la sociedad.
España, fundamentalmente Castilla, de una parte, y la América hispana, de la otra, constituyen uno de los casos más completos e identificables de esos reinos.
Todo nombre deforma. Para decirlo en términos «saussureanos», todo «significante» contiene más de un «significado». En eso consiste, precisamente, la deficiencia comunicativa fundamental y la plena virtud creadora del lenguaje.
Sin duda existe una comunidad de cultura entre España y la América española, pero no se ha avanzado mucho en su definición. Los antecedentes históricos complican el problema. Durante la vigencia del Imperio español, los nacidos en los reinos y provincias de América eran súbditos del rey de Castilla. Las Indias estuvieron, desde el primer momento, incorporadas patrimonialmente a la Corona de Castilla y no a ninguna otra de las que poseía el rey común.
Con el advenimiento de la independencia política surge una nueva situación. Los nacidos en América habían dejado de ser súbditos del rey de Castilla o, posteriormente, del rey de España, con todas las consecuencias jurídicas y prácticas que el hecho implicaba, pero el problema de nombrarlos en conjunto persistió. El nombre de «criollos» siempre tuvo una resonancia despectiva que nunca ha llegado a perder.
Hace pocos años, el Instituto de Cooperación Iberoamericana decidió, como parte de la conmemoración del quinto centenario del 12 de octubre de 1492, preparar una obra de conjunto, de carácter divulgativo, destinada a presentar lo esencial del gran hecho histórico en todos los aspectos importantes, considerada en conjunto como una gran realización colectiva y unitaria a la vez, que se define, mantiene y conforma en una presencia solidaria. Tuve la fortuna de formar parte, junto con Enrique M. Barba, José Manuel Pérez Prendes, Joaquim Veríssimo Serráo y Silvio Zavala, del grupo de personalidades que elaboraron el plan y contribuyeron a la realización de la obra. La vista de conjunto comienza con la situación de la Península Ibérica y del desconocido continente americano en el siglo XV, para continuar, vista en su consistencia unitaria, al través de las grandes etapas históricas hasta hoy. Numerosos especialistas de distintos países y disciplinas redactaron en la forma más asequible pero, al mismo tiempo, más verídica y autorizada los textos divididos en más de ochenta temas específicos.
Aporta esa obra la suficiente y necesaria confirmación de la existencia cierta de ese gran hecho histórico-cultural, formado en cinco siglos de la actividad creadora de gentes de varias vertientes y unidas por un propósito común de unidad. Se hizo una sola historia y una sola situación humana, que le dio fisonomía y sentido de identidad a varios centenares de millones de seres humanos que la representan y prosiguen hoy. [214] He sentido y vivido, en las más variadas formas, la realidad de ser parte viviente de una comunidad cultural. Más que en los libros y en los estudios eruditos muy valiosos, que por lo menos desde los pensadores del 98 de una y otra parte del Atlántico
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