El usual dulce café colombiano de las mañanas se evaporaba, como las nubes grises
Heidy GarzonApuntes27 de Octubre de 2015
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Mientras el usual dulce café colombiano de las mañanas se evaporaba, como las nubes grises de ese 8 de abril, me enfocaba en inventar cómo llevar a cabo mis habilidades como artista, con ellas, elaborar un regalo para mi madre, quien cumplía 27 años. Elaborando trazos con fin de darle forma a una rosa, y manchándome los dedos con colores pastel; escuché en esa vieja radio de proveniencia europea, que las elecciones para presidencia serían al día siguiente, el viernes 9 de abril; mi familia poseía una inmensa fe de que Gaitán ganaría el mandato de presidencia, por sus propuestas y tantas acciones que le parecían excepcionales a la mayoría de gente colombiana.
Esa semana de elecciones fue muy agitada, empezaban las campañas, los hombres engrudaban panfletos con caras de los candidatos a blanco y negro, en las cuadras cercanas a mi domicilio -en el centro de Bogotá- se alcanzaban a percibir las voces de los seguidores casi afónicas, con gotas de sudor en su rostro y cuello, y un acento de puro cachaco; daban a sus oyentes ideas de que el hombre al que seguían sería el mejor en cuanto a correcto mandato se trata. Cuando me cansé de oír voces inescrupulosas, de tener mi dedo índice difuminando el color rojo de la rosa; fui a mi cuarto, el cual poseía un escritorio de madera de roble, lleno de escritos míos, algunos originados por una inspiración realista y otros, muchos en más en cantidad, contenían fantasías, metáforas y prosas remitidos a personajes con el mismo carácter. El sueño de ser escritora me mantenía leyendo libros, forzando mi máquina de escribir tres veces al día, acortándole la punta de los lápices de grafito, llenando hojas de papel blancas con sucesos ilusorios que salían gracias a la poca cordura que mantenía a mis 16 años y haciendo que mi tabique soportara esos lentes que me permitían ver con más claridad el entorno que me rodeaba a eso del año 1948.
El reloj provocó el sonido que hacía todos los días a las seis de la tarde; ya estaba lista la rosa de color rojo rubí, con sombras, volumen y reflejos de luz que yo hacía perfectamente gracias a mi autonomía al ver los libros de arte, y mi talento -tal vez innato- que me hacía sobresalir en compañía de mi gran habilidad en escritura, era motivo de orgullo y que cada vez repetían mis allegados cuando ojeaban y leían mis obras. Mi madre llegó dieciocho minutos después, la recibí con un abrazo y un beso -acciones que nunca llevaba a cabo por eso de mi frialdad objetiva- los cuales sirvieron para verle en sus pequeños ojos marrones el brillo de alegría, su sonrisa totalmente blanca y sentir sus brazos huesudos, similares a los míos, rodeando mi torso. Fuimos a la cama después del típico café de la cena, las dos amábamos esta bebida tan característica de Colombia, la cual era mi favorita; después, coloqué en mi cuerpo algodón ya tratado por la industria en forma de suéter y pantalón, los cuales eran mi prenda favorita por eso de la comodidad en esos días donde el frío de las noches, los cólicos hirientes y mis ideas surrealistas me llevaban al mundo de mis letras transformadas en algo perceptible y sustancial.
El sol me tocaba ya el rostro, con su luz hizo que levantara a las 7:47 de la mañana, le di gracias a Dios por un ese día tan espectacular mediante mis oraciones, y me dirigí a la cocina, a preparar el desayuno después de mi café mañanero. Posteriormente, encendí la radio, y ya se manifestaban noticias con relación a la política, informes de una estación radial nacional, publicidad de los aspirantes al voto y también de remedios contra los dolores musculares; al llevar el desayuno a la mesa, oler las fresas e imaginarme más historias para plasmar en mi máquina de escribir, decidí higienizarme, salir a ver cómo iban las elecciones, después de que mi madre ya se había dirigido a su trabajo; yo observaba el cielo azul color celeste, tropezando con gente, vestida con largueros de paño, caminando en tropel por la avenida principal cuando de repente, vi a Jorge Eliecer Gaitán, caminado por la avenida Jiménez con séptima, el hombre iba acompañado por la soledad vacía, rodeado de muchedumbre de distintas clases sociales, mirándolo, saludándole con gestos de amabilidad, diciéndole que él era el ganador y que no cabía duda de aquello.
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