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Entre Lo Público Y Lo Privado

rmunoz697 de Julio de 2014

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Por María de la Luz Casas

Número 55

Introducción

Una de las áreas más interesantes en la teoría política es la teoría sobre el consenso. La teoría del consenso surge ante todo de la reflexión filosófica, pero se relaciona sobre todo con la posibilidad de la praxis y los acuerdos políticos.

¿Qué significa obtener consenso? ¿Cómo obtener consensos? ¿Qué significado tiene esta palabrita tan difícil de definir y de obtener en los últimos tiempos? ¿Se trata de ceder? ¿Convencer al otro? ¿Articular posiciones diametralmente opuestas que en un momento dado puedan ser defendidas y respondan a las expectativas del otro? ¿Convencer al otro que desde luego pensamos y deseamos lo mismo, pero que los caminos a través de los cuales se puede llegar al objetivo pueden ser distintos?

Se nos olvida que la vida en sociedad requiere mucho más que la articulación de intereses diversos y el respeto a las garantías individuales, y que el liberalismo político, al que responden de alguna manera las libertades de expresión, asociación, prensa y otras, es solamente uno de los aspectos de la política emanados de una concepción específica acerca del papel que debe jugar el Estado en la vida social.

La democracia, que tanto pregonamos como uno de los valores fundamentales de la vida moderna, emanó directamente de una concepción de hombre que reposa sobre la organización efectiva de la vida en sociedad y sobre la institucionalidad. En ese sentido, la construcción de consensos depende del reconocimiento de la alteridad, y de la necesidad de encontrar un “lugar común” sobre el cual basar la convivencia humana.

Sobra decir entonces la importancia radical de la comunicación para el encuentro con el otro, para la construcción de consensos y, por ende, para el desarrollo de una sociedad democrática.

No obstante todo lo anterior, es importante recordar que, la construcción de consensos ha encontrado numerosas interpretaciones desde la filosofía política, y que cada una de ellas implica una visión distinta de lo que es el hombre, de su papel en la vida social y del papel del Estado como mediador en la construcción de una sociedad armónica en la que pueda desarrollarse la actividad humana.

Cuando construimos consensos buscando no encontrarlos, no solamente ignoramos la libertad del otro a poseer una independencia de pensamiento y de expresión, sino que estamos negándole su derecho a optar por un lugar común para la convivencia humana. Por tanto, la búsqueda de consensos debe iniciar por el reconocimiento de la diferencia entre los ámbitos de lo público y de lo privado, y de que buscar mecanismos para la articulación social implica acerarse al otro con una actitud tolerante, salir del espacio privado para encontrarse en un ámbito intermedio en donde pueda construirse una auténtica noción de lo público; es decir, aquella en donde sea factible la construcción conjunta de mundos posibles.

En busca de un espacio para la convivencia

La democracia requiere de la búsqueda de consensos, pero además, la democracia implica encontrar un espacio para la convivencia. Ser democrático, por definición, implica ser tolerante, aceptar que el conflicto y que el disenso es parte de la actividad política, pero también implica saber tender “puentes” para la construcción de una vida en común.

El mundo moderno se está enfrentando a problemáticas cada vez más complejas en la búsqueda de ese lugar en común. Es evidente que, tanto desde el terreno de lo nacional como de lo internacional, los seres humanos estamos teniendo problemas en reconocer que el planeta que tenemos es uno solo y que no podemos mudarnos a otro.

En ese sentido, la democracia en un contexto nacional o un contexto internacional implica la discusión, la generación de alternativas comunes y el reconocimiento de responsabilidades compartidas. No obstante, la posición que cada uno de nosotros, como sujetos esgrima en función de dichos acuerdos, será completamente distinta en la medida que nuestras soluciones emanen de posiciones ideológicas diversas.

Así por ejemplo, la construcción de espacios de relación se deriva necesariamente de una concepción distinta de los ámbitos de lo público y de lo privado, en el sentido de que privado es aquello que responde a lo individual y frente a lo cual el poder de decisión emana directamente de la constitución propia del sujeto, mientras que lo público implicaría una noción de conjunto, una referencia a lo que es de todos, pero sobre todo una construcción abstracta que no existe por sí sola, sino que requiere de la civilidad y de los acuerdos.

Para su existencia, incluso lo privado requiere de la existencia de lo público, es decir del reconocimiento de aquellos que viven en sociedad de que los bienes pueden es de naturaleza privada, pero también de naturaleza pública. Y es que los sujetos únicamente se constituyen en individuos públicos en tanto que se convierten en ciudadanos y en tanto que son capaces de tomar decisiones como tales.

Por lo mismo, tanto la idea de sociedad civil como las características propias del comportamiento ciudadano, son claves para entender la vida en sociedad, al menos dentro de un sistema democrático.

Ahora bien, esta noción de lo público por contraposición a lo privado no existió siempre. Según Weber, la separación entre el patrimonio público y la hacienda personal fue un proceso gradual cuyo propósito fundamental fue la separación de los bienes domésticos de los del presupuesto público, la formación de la burocracia estatal y el ejército (Weber, 1969). En ese sentido, como también lo señala Bockelmann (1983), la estructura social y especialmente las clases burguesas fueron las que determinaron la noción de lo público con referencia clara a la naturaleza de su propiedad privada, pero además en relación directa a su poder de clase. Como bien señala Locke entonces, el concepto de propiedad privada aparece asociado al de sociedad civil (Locke, 1997).

Posteriormente, la idea de lo privado va a desarrollarse junto con toda una construcción cívica y ciudadana hasta evolucionar en una progresiva diferenciación entre la sociedad civil y el Estado. Así, el concepto de lo público va ir adquiriendo una de sus connotaciones actuales, vinculándolo más con la noción de lo estatal. (Rabotnikoff, 2005).

Por otra parte está la noción del mercado. Su aparición tiene que ver por supuesto con el liberalismo pero también con el origen del capitalismo como derecho fundamental a la acumulación de la riqueza.

En realidad, como conceptos el origen del Estado y el desarrollo del mercado son paralelos. Ambos se vinculan en el momento en el poder aparece sustentado en un valor de cambio acordado. Resulta por tanto natural, que los límites entre la sociedad civil y el Estado, o entre lo privado y lo público se entiendan de manera diferente, ya que sus límites están en función de una definición o redefinición de aquello que es de la competencia del ámbito privado, y de aquello que es de naturaleza pública. Desde luego cualquier definición en ese sentido implica la construcción de consensos.

Existen, sin embargo, diversas perspectivas respecto de cuáles son las mejores formas de alcanzar consensos. Por su parte, la búsqueda de consensos requiere de una articulación particular entre el Estado y la sociedad civil, y la participación que cada uno de ellos tenga en la vida social dependerá en mayor o menor medida de la asignación que se le haga, ya sea al Estado o a la sociedad civil, en la responsabilidad de llegar a acuerdos y ponerlos en práctica.

Así por ejemplo, desde la teoría política el funcionalismo abogaría por la aplicación de procesos de socialización que serían en un momento dado los responsables de aminorar el conflicto y asegurar los consensos; el historicismo retomaría el problema de la legitimidad en términos de garantizar la convivencia entre los sujetos, así como la necesidad de lograr la legitimidad en la toma de decisiones a través de la elección libre; mientras que el materialismo histórico nos recordaría la eterna tensión entre las clases dominantes y las subalternas indicando que, de manera inevitable, los consensos son impuestos a través de los aparatos ideológicos del Estado con propósitos claramente hegemónicos. En esta reflexión desde luego estaría presente la discusión filosófica acerca de la moralidad y del papel del sujeto en la búsqueda por un espacio de relación con otros.

Las formas de alcanzar el consenso dependen, por tanto, de visiones diferentes de la sociedad civil y del Estado.

Para unos, desde el liberalismo político y desde la teoría democrática, el sujeto es capaz de tomar decisiones libres y racionales; de manera que la discusión racional y libre con otros, le llevará necesariamente a los consensos. El consenso por tanto, es alcanzable solo y en la medida en que se privilegien la lógica, el diálogo, la argumentación y la discusión racional. La discusión racional no puede sino emanar de una argumentación libre. (Habermas, 1989).

Para otros, en cambio, el diálogo no es posible porque el sujeto no es libre, sino que su racionalidad se encuentra limitada por la manipulación y la extorsión de la que ha sido históricamente ha sido víctima. En este sentido, el hombre entonces es incapaz de tomar decisiones por sí mismo. Su racionalidad está impedida por tanto de una argumentación sólida, ha sido víctima de la manipulación y la propaganda y por tanto no es

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