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Gelinek, Joseph - El Violín Del Diablo


Enviado por   •  11 de Noviembre de 2011  •  10.435 Palabras (42 Páginas)  •  713 Visitas

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EL VIOLÍN DEL DIABLO

Joseph Gelinek

Primera edición: junio, 2009

© 2009, Joseph Gelinek

© 2009, Random House Mondadori, S. A.

Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 Barcelona

Printed in Spain - Impreso en España

ISBN: 978-84-01-33715-4

Depósito legal: B. 18.458-2009

Compuesto en Fotocomposición 2000, S. A.

Impreso en Limpergraf

Mogoda, 29. Barberà del Vallès (Barcelona)

Encuadernado en Lorac Port

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A Marcela

No soy bien parecido, pero cuando las mujeres me escuchan tocar, se arrastran a mis pies.

NICCOLÒ PAGANINI

En los ojos del espantoso intérprete brillaba un ansia de destrucción tan burlona, y sus delgados labios se movían de modo tan lúgubremente agitado, que parecía como si murmurara antiquísimas y malvadas palabras mágicas para conjurar la tempestad y desencadenar los espíritus malignos que yacen atrapados en las profundidades abismales del mar.

HEINRICH HEINE

Para triunfar en cualquiera de las artes hay que estar poseído por el diablo.

VOLTAIRE

Serás para el olfato de los otros como un espejo para los vampiros.

LEOPOLDO ALAS

Nota del autor

En esta novela se mezclan indistintamente personajes históricos con otros de ficción, por lo que me parece oportuno facilitar al lector las siguientes aclaraciones:

La violinista Ginette Neveu (1919-1949) existió realmente y falleció en un accidente aéreo en las islas Azores, junto al campeón de boxeo Marcel Cerdan, que se encontraba por entonces en el apogeo de su relación amorosa con Edith Piaf. Su violín Stradivarius nunca fue encontrado.

Niccolò Paganini (1782-1840) fue un virtuoso genovés del violín que está considerado todavía el más grande intérprete de este instrumento que ha habido nunca. Su técnica era tan deslumbrante que la mayoría de sus contemporáneos creían que había establecido un pacto con el diablo. Los rumores sobre este pacto satánico arraigaron tanto en la sociedad de la época, que la Iglesia se negó a que Paganini fuera enterrado en sagrado.

Las historias sobre maldiciones y en concreto sobre objetos malditos se pierden en la noche de los tiempos, y han inspirado un gran número de narraciones, desde La pata de mono de W. W. Jacobs hasta Las siete bolas de cristal de Hergé, por citar dos de las más populares. La creencia más extendida es que el objeto maldito resulta nefasto por haber sido robado a su legítimo propietario.

Jacqueline du Pré (1945-1987) fue una violonchelista británica, reconocida en el mundo entero como una de las más grandes virtuosas de este instrumento que hayan existido. Su carrera fue interrumpida a edad muy temprana por una enfermedad incurable, llamada esclerosis múltiple, que acabó ocasionándole la muerte después de una larga agonía.

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Claudio Agostini, el célebre director de orquesta milanés, llamó con dos ligeros golpes a la puerta del camerino de Ane Larrazábal, la primera solista de violín del país y una de las más renombradas en el mundo entero.

Faltaba una hora aún para el comienzo del concierto que ambos iban a ofrecer al público en la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional de Madrid. El programa iba a consistir en la obertura de Las bodas de Fígaro, seguida del Concierto para violín en si menor de Paganini, y en la segunda parte, el Concierto para orquesta de Bartok. Agostini iba a actuar, al frente de la Orquesta Nacional de España, en calidad de director invitado; era la primera vez que director y solista coincidían en una sala de conciertos.

Al otro lado de la puerta, Agostini, que ya se había embutido en su frac, pudo escuchar claramente cómo Larrazábal practicaba una y otra vez los pasajes más difíciles del Concierto de Paganini, apodado La Campanella porque en el rondó final interviene una campanita coincidiendo con cada nueva entrada del violín.

Al no escuchar respuesta alguna, el director volvió a llamar a la puerta del camerino y, esta vez sí, cesó por completo el sonido del instrumento.

Tras un silencio bastante prolongado, se escuchó la voz de la solista, en un tono que a Agostini le hizo desear no haberla interrumpido:

—¿Ocurre algo? Estoy ensayando.

El director estuvo

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