Implantacion Del Eurocentrismo En America
marirojoAL29 de Julio de 2013
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IMPLANTACION DEL EUROCENTRISMO EN AMERICA
Las repúblicas de la América del Sur son producto y testimonio vivo de la acción de la Europa en América. Lo que llamamos América independiente no es más que la Europa establecida en América; y nuestra revolución no es otra cosa que la desmembración de un poder europeo en dos mitades, que hoy se manejan por sí mismas…el salvaje esta vencido, en América no tiene dominio ni señorío.
El colonialismo es la influencia o la dominación de un país por parte de otro más poderoso de una forma violenta a través de una invasión militar, o sutil sin que intervenga la fuerza. Los motivos pueden ser poder, riqueza o dominio.
La colonización española de América es la administración española implantada en el Nuevo Mundo que pretendía ser una imitación o duplicado del modelo de la administración peninsular contemporánea.
A partir del siglo XV, los territorios y naciones indígenas fueron incorporados por la monarquía española a través del Descubrimiento y Conquista de América, formando parte de un proceso histórico más amplio denominado mercantilismo, dando lugar al Imperio español en América. A lo largo del siglo XIX, con la caída del absolutismo y la transformación de España en un Estado liberal, tiene lugar la independencia hispanoamericana.
En contraposición de otros colonizadores a lo largo de la historia, como ingleses, portugueses u holandeses, los colonizadores españoles desde un primer momento aceptaron a los indígenas como personas dotadas de alma, y por ello centraron parte de su esfuerzo en adoctrinarlos y convertirlos a su religión.
La iglesia como productora del conocimiento
El papa Alejandro VI, estableció la obligación de la Corona de Castilla de convertir a todos sus súbditos, incluidos los amerindios y afroamericanos, al cristianismo, en su vertiente católica romana. Las tareas para lograr la conversión se realizaron mediante una gran variedad de procedimientos y una considerable cantidad de misioneros de distintas órdenes partieron de la Península Ibérica hacia América a tal fin.
Los métodos adoptados para obtener la conversión fueron muy diversos. Una de las fórmulas empleadas fue la conocida como doctrina. Se trataba del compromiso adquirido por el conquistador para que fueran evangelizados todos los indígenas que le habían correspondido en sus repartimientos; los niños debían recibir las enseñanzas religiosas todos los días y los adultos tres días a la semana. El convento fue el centro neurálgico de la evangelización y a su alrededor se configuraron numerosas poblaciones. En él atendían los religiosos las necesidades espirituales de los nuevos cristianos al mismo tiempo que las materiales, ya que junto a las dependencias de culto y habitación de los frailes, disponían de enfermerías, escuelas y talleres. Los mismos misioneros desempeñaron un importante papel en la a culturización del indígena, al poner un especial empeño en su incorporación a las actividades artesanales de tradición europea como parte destacada de su educación. La escuela de San José de los Naturales, creada por los franciscanos en México, o las organizadas por el obispo Vasco de Quiroga en Pátzcuaro (Michoacán) son una referencia para comprender diferentes proyectos de vida para el indígena a partir de su incorporación al cristianismo. En ellos están presentes muchas de las ideas procedentes de los movimientos utópicos de la edad media y del renacimiento, que encontraron en América un terreno propicio para su puesta en práctica.
En algunas ocasiones los religiosos católicos se relacionaron estrechamente con los pobladores nativos, involucrándose en sus problemas y en los abusos que sufrían por parte de algunos conquistadores y encomenderos, trasmitiendo las injusticias a las autoridades de la Península. En muchos casos los misioneros católicos utilizaron las lenguas americanas, como el quechua, el náhuatl o el guaraní, contribuyendo a preservarlas al ser dotadas de sistemas de escritura.
La inquisición española.
Desde épocas tempranas del Descubrimiento y la Conquista la monarquía y las autoridades eclesiásticas española mostraron su empeño en extender las persecuciones religiosas que estaban en curso en la Península Ibérica a los nuevos territorios conquistados. El fin primordial era evitar que los judíos y judíos conversos de prácticas "judaizantes", así como cualquier tipo de "herejes", pasaran a América. También las autoridades recibían informes sobre la relajación de las costumbres y la disciplina cristiana en las colonias.
Por esta razón, el 22 de julio de 1511 el inquisidor general de España, el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros (figura política principal en la corte hispana), dio una orden para que los obispos americanos actuaran como inquisidores en sus territorios episcopales, ordenándoles que se afanaran en la persecución de los herejes.1 De manera que los obispos, sumaban el encargo a sus funciones habituales como representantes de la justicia eclesiástica "ordinaria", quedando en la categoría intermedia de "inquisidores ordinarios".
Los monarcas españoles continuaron durante todo el siglo XVI distribuyendo cédulas que les ordenaban a los obispos no cejar en su labor como inquisidores. Es el caso de la real cédula del 13 julio de 1559, dirigida al arzobispo de Lima y a todos los obispos del Perú, para que si se hubiesen pasado a esos territorios "algunos hombres luteranos o de casta de moros o judíos, los castigasen".
En 1519, el cardenal Adriano de Utrecht, nueva cabeza de la Inquisición en España, designaba a los dos primeros comisionados especiales del Santo Oficio en el continente. Eran Alonso Manso, obispo de San Juan de Puerto Rico, y el fraile domínico residente en La Española, Pedro de Córdoba, más conocido por su defensa de los indígenas en causa común con Bartolomé de Las Casas.2 Ambos recibían el grado de "inquisidor apostólico general de Indias".
Pronto otros religiosos irían siendo designados como comisionados de la Inquisición, o "inquisidores apostólicos", con potestad de abrir investigaciones en lugares que apenas estaban siendo conquistados.
Las primeras crónicas sobre los sucesos del Nuevo Mundo y especialmente sobre el escenario sobrecogedor que se ofreció a los ojos de los conquistadores, se deben a los propios protagonistas del gran encuentro entre dos mundos, hasta entonces solamente presentido. El que inicia la secuencia es sin duda el Almirante Cristóbal Colón. Sus cartas a los Reyes Católicos en las que expresa su admiración por el paisaje y sus habitantes de las tierras por él descubiertas abren una tradición y toda una corriente descriptiva del Nuevo Mundo, que contará en lo adelante con extraordinarios cultivadores, muchos de los cuales nos toca enumerar en esta reseña. Como cronistas de la nueva realidad histórica de Tierra Firme.
Es indudable que ante los sucesos singulares de los que los Conquistadores son testigos con frecuencia, surge la expresión asombrada del Cronista. En vez de la historia reflexiva, sujeta a ciertos cánones de tipo académico, como dijera Luis Alberto Sánchez, la función del cronista fue la de «ver y contar». Se extasiaron en la soberbia naturaleza americana, para entonces de una virginidad a toda prueba, e impelidos por el reclamo de lo maravilloso convirtieron en relatos fantásticos muchos de los sucesos que les tocó narrar.
Cronistas de Indias: Bartolomé de Las Casas, Oviedo y Baños.
La lista de los llamados Cronistas de Indias es verdaderamente numerosa. La lista comprende los siguientes nombres: Cristóbal Colón, Gonzalo Fernández de Oviedo, Fray Bartolomé de las Casas, Pedro Mártir de Anglería, Francisco López de Gómara, Juan de Castellanos, Fray Pedro de Aguado, Fray Pedro Simón, José Oviedo y Baños, José Gumilla y Fray Antonio Caulin.
Estas crónicas se inician con el famoso Diario de a bordo de Cristóbal Colón, en el que describe de manera pormenorizada sus primeras impresiones de las Antillas. Estas descripciones inician una larga serie de crónicas dedicadas a la descripción de múltiples aspectos de la naturaleza y de las culturas americanas, entrelazados con los propios hechos de los españoles en el largo proceso de colonización de los reinos de Indias.
Hay dos grupos de cronistas: los que habían estado en América o habían sido protagonistas de alguna de las hazañas de la conquista, y transmitían vivencias personales o noticias adquiridas en el entorno americano, y los que elaboraron sus propias obras reuniendo la información a través de las noticias de otros o lecturas de escritos oficiales o privados, sin haber estado nunca en el Nuevo Mundo.
Al primer grupo pertenecen descubridores, soldados, religiosos y funcionarios que desempeñaron algún papel en este proceso, junto con los indígenas y mestizos que se incorporaron a él. El segundo está formado por la mayoría de los representantes de la historia oficial, que escribieron desde sus despachos, aunque manejaran un caudal inmenso de información de segunda mano, acumulado por los centros de la administración, como el Consejo de Indias, creado en 1524 para atender los temas relacionados con el gobierno de los territorios españoles en América. Fue este Consejo el que creó la figura del cronista mayor de Indias. En 1744, Felipe V decidió que el cargo de cronista mayor debía pasar a la Real Academia de la Historia, sin embargo, se sucedieron algunos nombramientos más al margen de esta institución.
La publicación de las crónicas fue, en muchos casos, tardía. Muchos autores no alcanzaron
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