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LA EUTANASIA

judithrosas3 de Junio de 2015

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Docenas de pacientes acudieron a Lucano al día siguiente. Eran nuevos para él. Habían sufrido una fuerte impresión, estaban muy pálidos y algunos de ellos casi sin habla. Les aseguró, sonriendo, que nada incapaz de ser explicado por hombres sabios había ocurrido el día anterior; posiblemente un eclipse. Sólo los niños se sentían aterrorizados por ello. ¿Acaso los astrónomos egipcios no habían previsto, hacía mucho tiempo, eclipses que tendrían lugar no sólo en el futuro inmediato, sino en edades aún no concebidas? Se debía confiar en los sabios, los hombres que comprendían, que podían hacer mapas de los cielos, de las fases de la luna y del movimiento de las estrellas con toda exactitud.

Lucano, mientras sus pacientes se apiñaban a su alrededor, demostró lo que era un eclipse con una manzana y una nuez. Se sintieron muy interesados y siguieron su demostración con boca y ojos abiertos y, como él había hecho el día anterior, afirmaron con gestos y palabras que habían sabido todo aquello durante todo el tiempo. Son más sabios que yo, pensó Lucano con cierta ironía.

Lucano no había visto nunca nada como aquello. Estaba escribiendo un tratado sobre la enfermedad. Había descartado las causas corrientes de la aparición de granos. La dieta del enfermo queda reducida rígidamente. A causa de su mal genio, en lo que su esposa no era menos que él, y su reputación de usurero, era odiado por todos quienes le conocían, incluso Lucano. El médico estaba empezando a formular una teoría en la que afirmaba que era el propio temperamento del hombre la causa de las erupciones. Tenía la carne enjuta como vieja piedra y uno de sus ojos dañado completamente.

Los ojos arteros se estrecharon. Cleón sabía todo lo que tenía que saber acerca de Lucano. Conocía las críticas de la ciudad. Aquel tonto, aunque inteligente médico, era un hombre rico. Si estaba tan loco como para cuidar a la plebe por nada y adquirir una reputación de semidiós, debía pagar su locura y su reputación. Por lo

tanto Cleón nombró una suma exorbitante, más allá de las posibilidades inmediatas de Lucano. Lucano se sintió enfurecido y preocupado. Come con Ramus en casa, es sordo y se comunica gracias a una pizarra, y empieza a hablar extraño acerca de que siente que él lo ayudara a liberar a los hijos de Cam, es decir, a la raza negra de la maldición que tienen desde generaciones atrás.

Lucano tomó una delgada hoja afilada. Debía trabajar rápidamente. Examinó de nuevo la marca. A pesar de su feo aspecto no era una cicatriz vieja; la piel estaba todavía tierna y flexible a su alrededor porque Samos era joven. Quitaría la marca cuidadosamente, sin herir los tejidos de debajo y uniría los dos extremos. Cuando la herida se curase tan sólo podría verse una larga y delgada cicatriz desde la línea del pelo hasta las cejas y en unos cuantos meses curaría y apenas sería notada. Lucano explicó lo que estaba a punto de hacer y Samos asintió; su boca había palidecido anticipadamente, estaba rígido.

Lucano deslizó la hoja de arriba abajo con un gesto delicado y abrió un corte que se ensanchó como una boca y empezó a sangrar. Pero debajo no había vasos sanguíneos importantes. Samos no se estremeció; permanecía muy quieto y Lucano secó la sangre que caía y quitó la marca. Samos se quedó tan blanco como la muerte; los nudillos de sus manos apretadas con fuerza, resaltaban blanquecinos, pero no se movió.

Recibe una carta en donde Sara le comunica la muerte de Ben y Keptha, ademas Sara le cuenta sobe un encuentro con Jesús. Mientras Lucano se siente extraño en tierras extrañas a pesar de estar en su tierra Grecia, y su único consuelo es curar.

Más tarde en su camino se encuentra con una venta de esclavos y “compra” a uno de ellos, un negro llamado Ramus, inmediatamente lo libera, pero él decide quedarse con

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