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La Carcel

wiliwonca28 de Mayo de 2013

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Estos ladrones viejos, erosionados por los años en prisión, son los abuelos de un mundo que se extingue sin remedio, y al cuál contemplamos con una añoranza sorprendida.

Y estos ladrones viejos se lanzaban al mundo para arrebatarle sus riquezas por el puro hecho de que los relojes y las carteras estaban allí, esperando por la eficaz mano amiga, o, más que arrebatar, tomarle con delicadeza y elegancia sus alhajas, centenarios y prendas a la realidad, objetos que son el símbolo mismo del robo anterior que implica la propiedad privada. Y es que las casas estaban allí como un reto divertido y excitante, adrenalina de riesgo extremo, con puertas y ventanas que se abrían como mantequilla en sartén con el pase mágico de la chorla o las ganzúas. Sartén caliente, calientísimo, que podía llevarte de patitas y patotas a la cárcel.

Pero estos ladrones viejos no son los abuelos de los ladrones jóvenes. No, los ladrones viejos tenían rigurosos códigos de ética: jamás asaltar con violencia, nada golpes, sin cuchilladas, sin amedrentar a la víctimas porque para ellos no había víctimas, sólo poseedores que tenían en demasía. Si había que adueñarse de una billetera ajena Chiristian Dior o una pluma fuente Mont Blanc con puntera de oro, tu deber era hacerlo con la elegancia del dos de bastos, deslizar con suavidad los dedos índice y medio en el bolsillo interior del saco, sin hacer el menor ruido, sin que nadie se percatara, y para lograrlo había que entrenar largas horas, aprender de los mayores, estudiar el comportamiento del ser humano. Jamás un asesinato para llevar a cabo tu chamba, eso era inadmisible. Si tu trabajabas de costureara, un ladrón viejo jamás se llevaría tu máquina de coser, porque esa era tu herramienta para trabajar, para subsistir. Si eras músico jamás se llevaría tu guitarra. Un ladrón viejo jamás te llevaría a la ruina, jamás te quitaría el pan de la boca.

Y entre los ladrones viejos había categorías, había respeto entre colegas. Incluso la policía veía en estos maestros de la transacción minas de oro, retos criminalísticos. Y había alianzas, convenios, extorsión, favores que se pagaban con favores. Pero la policía no tiene ética, no respeta. No porque finalmente policías y ladrones son enemigos. Y los policías viejos traicionaban a los ladrones viejo, y los llevaban a Tlascoaque a sumergirlos en piletas de agua, amarrados como momias a tablas ásperas, el pocito, a ellos, a los que habían sido sus socios. ¿Qué otra cosa podíamos esperar de los policías? Porque ellos son apenas esbirros, golpeadores del poder, ratas miserables que buscan sólo el beneficio propio, que es el beneficio de un sistema basado en la explotación, en el robo sin elegancia, en el ejercicio de la violencia. La policía también son ladrones, pero sin dignidad, sin amor por sus prójimos. Como los políticos. Pinches policías. Pinches políticos. No, ellos no son ladrones, son rateros, que es muy distinto. Por ello es que los ladrones viejos terminan convirtiéndose en los vengadores de los desposeídos. Una suerte de Robin Hood que van y despojan a los ricos y, a veces, reparten entre los pobres, que los ladrones viejos de entrada se volvieron ladrones por haber nacido pobres.

En la maravillosa película Los ladrones viejos de Everardo González (creador de la también estupenda Canción del pulque) nos invita atisbar realidad y sueños de un grupo de ladrones profesionales, entre ellos los de El Carrizos, un hombre que se convirtió vengador de nosotros lo pobres, los estafados, los engañados, los violentados, al robar la casa de uno de los seres más nefastos que han cruzado la historia moderna de México, Luis Echeverría Álvarez, cuando el bastardo aún era presidente; o de José López Portillo, en un acto de revancha conciente y ofendida. Ladrón que roba a ladrón...

Pero Los ladrones viejos

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