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La Desesperación Del Amor

Ereskigal18 de Octubre de 2012

687 Palabras (3 Páginas)370 Visitas

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Me levanté a mitad de la noche, sin saber bien qué me había pasado. ¡Había sido tan real!

Intenté poner en orden mis ideas y tranquilizar esa sensación de no saber qué era real o qué era un sueño.

Me incorporé en la cama, cogí papel y bolígrafo, e intenté anotar todo lo que recordaba. Fuera real o no.

Busqué las palabras para describir la brisa fría de la playa en un día de septiembre. El suave viento que estremecía mi piel mientras observaba como él se sumergía en el mar. Me quedé sola, vacía, triste y esperando a que volviera a salir a la superficie. Pero no ocurrió.

Me senté en la arena, y los vaqueros se humedecieron al instante. Atardecía, y los colores me embriagaron hasta el punto de quedarme “dormida” y despertarme en la cama como cada noche.

CAPÍTULO 1

Esa mañana transcurrió sin muchas novedades. Tras intentar detener el mundo durante quince minutos, me levanté de la cama veloz sabiendo que ya llegaba tarde a la primera rueda de prensa.

Una ducha rápida para despejarme y un par de galletas en la mano eran mis únicos lujos de aquella mañana gris y rara.

Bajé corriendo por la escalera, ya que como siempre, el ascensor automático se paraba de planta en planta y aún no me había tocado el turno. Salí a toda prisa hacia el autobús de línea, pero no lo suficiente, porque lo vi salir de la parada justo cuando doblaba la esquina.

Un día más, tendría que coger el coche y dejarlo donde pudiera o en el parking privado si no m quedaba otro remedio.

Llegué a la rueda de prensa justo cuando el político de turno se sentaba y daba los buenos días.

De verdad, que ver esas malas caras cada mañana cada vez se me hacía más insoportable, pero no me quedaba otro remedio hasta que encontrara otro trabajo mejor donde me sintiera plenamente reconocida. Pero bueno, eso es sólo un sueño que no sé si podrá hacerse realidad.

Tras un par de ruedas de prensa y un desayuno rápido en el bar de siempre, subí a la redacción sabiendo lo que me esperaba ese día.

Cuatro páginas completas, dos reportajes para el fin de semana (¡Qué por fin libraba!) y una entrevista al típico personaje público que acaba dándonos de comer. Y con esta frase última me refiero al típico nuevo rico que para seguir triunfando, y controlando, un día se hizo con la mayoría de las acciones del diario en el que trabajo.

- “¿Dónde estás?”- me preguntó mi madre por teléfono.

- “¿Dónde voy a estar mamá? En la redacción, terminando el trabajo e intentando aguantarme a mí misma para no mandarlos a freír espárragos”.

- “Bueno, ten cuidado cuando vuelvas y no dejes el coche muy lejos que luego tienes que volverte sola” – sentenció mi madre.

- “Yaaaaaaaaaaaa… mamá, tendré cuidado. Un beso”.

Y colgué. Y miré el reloj y me quise morir. Eran las 22.40 horas y la gente seguía a lo suyo sin muchas prisas para terminar.

Para intentar relajarme y no chillarles: “¿No tenéis casa ni familia?!!” Decidí bajar al quiosco de enfrente a comprarme unos chicles y un chupa-chups para desahogarme con ellos.

- “¡No tardes!!”- me chilló el redactor jefe, que veía que era la única que realmente estaba haciendo algo, y encima me tomaba un descanso.

¡Un descanso! ¡Por favor! Era el primero de toda la tarde y encima me exigía que no tardara cuando mis compañeros (si se les puede llamar así) llevaban recreándose y haciendo el tonto por Internet todo el día.

Mientras me acercaba al quiosco, podía observar cómo los adolescentes se aglomeraban en la plaza en busca de entradas gratis a discotecas, o descuentos de copas. Ni siquiera me había dado

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