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La Llorona De Cuncumen


Enviado por   •  5 de Mayo de 2012  •  1.337 Palabras (6 Páginas)  •  664 Visitas

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La Llorona de la Colina de Cuncumen

La pequeña niña Micaela, como todos los días, subía la suave colina llamada “La Campana”, denominada así porque en la cumbre se encuentra una roca enorme que tiene una forma de una campana y que si alguien la toca con un objeto metálico, se escucha como si realmente fuera una sonora campana de una gran catedral.

Micaela era pastora y cuidada una rebaño de ovejas y cabras, con su fiel amigo “Tambor”, un perro lanudo de color gris, de patas cortas, lo que le dada un aspecto voluminoso y por esto la niña lo llamo “Tambor”. Este, con agudos ladridos arriaba a las ovejas al corral.

La pastorcita cantaba alegremente el nombre de cada oveja: “Campanita”, “Monte”,”Regalona”,”Niñita”…”Vamos, vamos, es hora de ir al corral”, les decía corriendo de un lado para otro.

La tarde se teñía de maravillosos tonos rosados y el sol se veía como un gran girasol de fuego en el horizonte.

De pronto a Micaela le pareció escuchar que alguien lloraba.

Se detuvo.

El llanto se confundía con el valido del rebaño y los ladridos del perro.

¡Cállate “Tambor”, cállate! Ordeno la muchacha y puso atención.

¡Parece que alguien llora! … ¿Quién puede ser?.

El llanto se escucho con mayor claridad. La niña pudo darse cuenta que los lamentos venían de la gran roca que estaba en la cumbre del cerro.

Ágilmente la pastorcita comenzó a subir.

Con gran asombro vio a una joven sentada en la piedra, con su rostro oculto entre las manos, lloraba amargamente.

La niña que era muy tímida, asombrada se quedo mirando a la extraña joven de largos cabellos que continuaba llorando y que parecía ignorar su presencia.

Después de unos momentos, Micaela, sin saber qué hacer, se dio vuelta para alejarse.

“¡No te vayas! Espera. No temas”, escucho que le decían.

“Quiero pedirte que me ayudes a buscar algo que he perdido. Seamos amigas; acércate, no temas; tengo algo muy importante que decirte”, le dijo la desconocida.

Micaela, indecisa, permaneció donde estaba. No sabía que decir.

“Micaela, cuando tú te vas, yo cuido tus ovejas”, le dijo la joven. “Ahora espero que sepas que soy tu amiga y quiero confesarte un secreto. No le cuentes a nadie que me has visto ni debes contar que me has visto llorar. Si deseas que yo siga cuidando tu rebaño y sea tu amiga no dirás nada hasta que yo te lo diga. Puedo confiar en ti, ¿verdad?. Ven mañana y te contare lo que he perdido. Ya se hace tarde. Regresa a tu casa. ¡Hasta mañana!”.

Micaela comenzó a retroceder lentamente y de pronto se volvió para emprender una veloz carrera hasta el corral, donde ya se encontraban las ovejas, acostumbradas a llegar arriadas por “Tambor”.

La pastorcita, que por las tarde regresaba cantando detrás del rebaño, ahora lo hacía callada, pensativa, confundida. No sabía cómo contarles a sus padres lo que le había sucedido. Por otro lado pensaba que nadie se lo podía creer.

¡Oye “Tambor”, será mejor que guardemos el secreto hasta que la desconocida nos diga que fue lo que perdió.

Aquella noche la niña casi no durmió. Estaba tan inquieta, tan ansiosa por saber lo que sucedería el día siguiente que se preguntaba a cada instante ¿Cuál sería el secreto de la joven que lloraba en la colina?

Aquella tarde Micaela subió de prisa la colina, anhelante por llegar a la roca. Casi se ahogaba por el esfuerzo.

De pronto, el viento suave del atardecer le trajo desde lejos el llanto con toda claridad. Se acerco con lentitud a la gran roca y allí, nuevamente estaba la extraña joven con el rostro entre sus manos llorando amargamente. Micaela, suavemente, se atrevió a decirle como en un susurro: ¡No llores mas. No he contado que te vi!

Entonces la joven dejo de llorar y le respondió: “¡Eres una gran amiga! ¡Aquí tienes tu premio!”.

Y le paso dos hermosas y reluciente perlas blancas. “Estas son mis últimas lagrimas ya nunca más volveré a llorar, porque ya he encontrado

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