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La Mujer.

biisteamooInforme20 de Noviembre de 2012

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De pequeño eran un páramo remoto esos seres rubios, castaños, rojos y morenos. Yo les tenía mucho pudor, porque me miraban como si me conociesen mejor que yo. A veces hasta me los imaginaba mostrándome, con un gesto burlesco y triunfal, las llaves que abrirían las puertas de mis nacientes secretos sensuales. Así se forjó la mujer de mi infancia, la que fingía existir desligada de mí. Pretendían ser una compañía, digamos opcional, pero no muy pronto lamentablemente, me percaté, que únicamente cuando la soledad la definía su ausencia, me quedaba realmente solo. Ella viene conmigo desde el fondo de los tiempos, desde un origen que no alcanzo ni con el recuerdo.

Crecí negándoles mi sexualidad; como si mantuviera una lucha privada en un mundo invisible y paralelo. Ellas expertas en las distancias cortas, desplegaron todas sus virtudes, que no eran menos despiadadas que un arsenal medieval: espadas subliminales, palabras de tonos como flechas; ballestas de labios carnosos haciendo puntería en el blanco de un instante preciso, el engaño de un movimiento que finge ser imprevisto, mientras te cortan el aire con un suspiro de doble filo, una insinuación sin dueño y luego te bailan vestidas con el vapor que ciñe su cintura. Reconozco que me causaron heridas profundas, aunque no de muerte. Entonces no sabía de qué debía resguardarme. Pero a juzgar por la inversión de recta a curva, la línea de sus miradas; el creciente adiestramiento en la lucha cuerpo a cuerpo y el destello premeditado en la comisura de sus labios; da a prevenir.

En aquel entonces, ellas, tan impúberes como yo, sabían perfectamente qué hacer conmigo y cómo, sin siquiera haberlo hecho jamás. Verdaderas infantas personas adultas. Y puesto que audaces, a mis candorosos años, las hube de afrontar con negativas incómodas y rotundas… y recién convencidas, depositaban a mis pies -con la facilidad de un dios que acomoda circunstancias futuras- promesas de disposición permanente: “cuando tú quieras, no importa si me ves en pareja o no Germán, tú búscame igual… cuando quieras”

Y así, sin perder el encanto, cual adonis lacero experto al que se le escapa una presa; con poca o casi ninguna inquietud, ¡ahí mismo! echaban las redes al horizonte, como quien reconoce que para presa todos los hombres somos iguales; ya danzaban en dirección; que de mirarlas no las reconocía, en cambio estaban llenas de ternura e inocencia, cual afán de protección incluso en mí se volvía, y con franca decisión ellos le ofrecían, sin saberse presas del insaciable cazador.

Así, de pequeño, creció mi recelo hacia esos seres tornadizos y amenazantes. Sin embargo yo las veía cobijar un bebé en brazos formando un fulgor, que aunque ante mí, no se dejaba comprender. Y los vi conectarse, él por la boca, ella por el pecho, y dar de beber la leche que fabrica su química entrañable, y que extrae del centro, cual útero que succiona las entrañas del núcleo candente de la madre tierra. Cuando así, cambia su semblante, cambia el de él. Y el mundo y yo, nos convertimos en intrusos que observamos, desde muy lejos -quizás desde los recuerdos- el enigma pérfido que consuman las féminas, cuando paren el destino.

Sin embargo, si no eres mujer, que sepas que nunca son lo que significan. Y bien se ha conservado, para salvaguardar su pericia, su auténtica naturaleza. La historia le ha destinado una apartada posición -nunca secundaria- cual refugio, máscara o caparazón, donde urdieron el exitoso arcano. Ajenas al voto gubernativo escogieron la estirpe. Es de su elección el sujeto, el hombre, los ejemplares de su secreción, y mientras las supusimos casuales; en soledad y sin consenso, trazaron las directrices del universo. Porque sabrás, que su elección precede siempre, aunque en caso tal, viniese después en el tiempo.

Y pronto descubrirás que

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