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La creatividad de Julio Cortázar (1914-1984)


Enviado por   •  28 de Octubre de 2012  •  Informes  •  1.889 Palabras (8 Páginas)  •  374 Visitas

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La creatividad de Julio Cortázar (1914-1984) encontró de forma natural en el cuento su mayor plenitud. Y no es casualidad: ciertamente, por su concisión, por su exigencia de síntesis y su flexibilidad narrativa, este género se prestaba como ningún otro a las particulares premisas estéticas de Cortázar, tales como la enfatización del componente fantástico, el diálogo abierto con el lector o el juego hábilmente propiciado entre los diversos planos narrativos. Incluso la admirable Rayuela, esta vasta y monumental obra de más de 700 páginas, recuerda a menudo, en su planteamiento, más un cuento que una novela, si bien en definitiva no resulta ni lo uno ni lo otro (ni tampoco una antinovela, como tantos han pretendido, no se sabe muy bien por qué).

En cualquier caso, la obra de Cortázar ilustra, al menos en cierto sentido específico, la noción de literatura fantástica que tan fecunda fue a lo largo del pasado siglo, y que puede caracterizarse a grandes rasgos por el rompimiento de la lógica espaciotemporal de la narración, la introducción de fuerzas desconocidas cuya acción sobre los personajes (o sobre el lector) se intuye pero no llega a insinuarse, o bien la descripción de unas circunstancias que parecen violar el transcurso razonable de los acontecimientos. En este sentido, Julio Cortázar fue un escritor íntegramente comprometido con lo fantástico, no como mero recurso estilístico (aunque también) sino como un medio viable para reinventar la literatura desde dentro, demoler toda la tradición precedente y reconstruir desde allí un nuevo lenguaje que se reflexionara a sí mismo.

Por lo demás, Cortázar se preocupó de dotar el cuento de una entidad propia de la que hasta entonces demasiado a menudo careciera. Como él mismo sabía muy bien, el cuento es algo más que una novela de reducido tamaño, y por ello era imprescindible no limitarlo a los principios narrativos de aquella. Partiendo de este punto, el genial argentino se esforzó por afrontar la elaboración del cuento de un modo tan divergente al de la novela como fuera posible, de un modo que le fuera propio, lo que significaba en su caso llevar a sus últimas consecuencias el juego entre ficción y realidad, apremiar los equívocos del lenguaje hasta el límite del funambulismo y dejarse caer en el vértigo precipitado de la brevedad. Habilidades todas ellas que, de más está decirlo, nuestro autor dominaba a la perfección, y que justifican el hecho de que Julio Cortázar haya pasado a la historia como uno de los mejores cuentistas del S.XX.

Todos los fuegos el fuego (1966) ocupa un lugar significativo en la producción narrativa de Cortázar. Recoge el libro ocho magníficos relatos que proclaman la maestría del cuentista argentino en sus más variadas vertientes. Desde el tono marcadamente realista de «La autopista del sur» hasta el de corte más febril y delirante, desconcertantemente absurdo, de «Instrucciones para John Howell», demuestra Cortázar en diversos registros su preeminencia como narrador, al filo de una prosa fluida y profunda, asombrosamente inconfundible, que reclamaba para sí, como el autor confesó más de una vez, el ritmo asimétrico y el virtuoso escamoteo del jazz.

El primer cuento, «La autopista del sur», constituye un relato coral en el que se retrata uno de los más terribles infiernos de la sociedad moderna: el atasco automovilístico, un descomunal embotellamiento, de varios días de durada, en la entrada sur de París. Los propietarios de los vehículos paralizados, frente a la urgencia de la situación, no tardarán en organizarse y establecer las bases de un pacto social propio, y los improvisados organismos políticos que vayan conformando a lo largo de la carretera constituirán, en manos de Cortázar, una magnífica metáfora de la condición humana y de sus relaciones más básicas. De los personajes, de los conductores, apenas sabemos nada: son, como sentencia el epígrafe, personajes sin historia, sin pasado ni futuro, o siquiera nombre: lo único que conocemos de ellos es la marca del coche que conducen y que pasa a designarlos. Entre estas innombradas criaturas, se establecerá una microsociedad indiscutiblemente realista, con sus propias necesidades, diplomacias, tensiones sociales e incluso su mercado negro, y en la que también la regularidad de los ciclos, atentamente observada, se cumplirá con estricto rigor. Desde luego, no es preciso decir que esta sociedad construida con tanto esfuerzo, se desvanecerá para siempre (maravillosa metáfora de Cortázar, nuevamente) una vez los coches vuelvan a arrancar y el mundo se desdibuje tras las ventanillas.

«La salud de los enfermos», uno de los relatos mejor acabados y más conmovedores de la colección, cuenta los innumerables esfuerzos de la familia de una enferma para ocultarle, primero, la muerte de su hijo y, más tarde, el estado terminal de su hermana. De este modo, con el fin de no alterar con la desdicha la frágil salud de la mujer, sus parientes acordarán una patética farsa para hacerle creer que su hijo se desplazó al extranjero por cuestiones de trabajo, engaño que mantendrán con el regular envío de misivas redactadas por ellos mismos. El quebramiento de salud y posterior muerte de la hermana de la enferma les obligará a extender el artificio también a aquella, y el supuesto alivio que las cartas han de traer a la enferma supondrá un peso cada vez mayor para toda la familia. Otra vez más, pues, la mano maestra de Cortázar se hace patente en la construcción, dentro de los límites de un estricto realismo, de una ficción basada en la superposición de dos planos narrativos, real uno y ficticio el otro, que llegarán a converger en el extraordinario párrafo final.

El tercer cuento, «Reunión», es a primera vista el más convencional de los recogidos en el libro, si bien una lectura más detenida nos muestra que no

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