La novela - Generos literarios
Alba Bernal TondaApuntes14 de Diciembre de 2015
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Tema 3: La novela
En este tema nos encaminamos hacia una definición de la novela. Cuando Miguel de Cervantes escribía el Quijote, estaba en la misma situación con respecto al género que inauguraba; sin embargo, no sabía qué era una novela. Por su parte, nuestro escritor entreveía ciertos problemas que los teóricos intentaban resolver. En primer lugar, subsistía la idea de que la verdadera poesía era una expresión luminosa del conocimiento y pariente directo de la ciencia. No obstante, Cervantes resolvió el dilema entre creación y ciencia por el camino de la ironía en su prólogo. Por tanto, opta por la belleza, la originalidad y el entretenimiento en estado puro, además del saber narrar bien las cosas.
Tras esto, se planteó una segunda cuestión, la que concernía a los límites de la imaginación, que tenía ya una solución propicia: la verosimilitud. Los lectores no tendrían ningún interés por historias o por ambientes que fueran más allá de su comprensión, de lo que veían todos los días. Aristóteles ya lo visualizó mucho antes: la literatura era mímesis. Y la ficción no es cosa dispar de la Historia; la creación poética habla de lo general y la Historia se ve obligada a hablar de lo particular. Cervantes no se opuso a la ley de la verosimilitud, pero amplió los casos. Por supuesto, compartía la vieja creencia de que los orates poseen una forma extraña de verdad, pero nadie como él se dio cuenta de que pisaban a la par dos terrenos: el de la verdad ordinaria y el de la fantasía reveladora.
El tercer problema fue una cuestión de legitimidad artística. Para narrar peripecias existía la épica. Lo que iba a poner en práctica Cervantes pertenecía a una línea distinta. El elenco de «novelas» de la Antigüedad clásica es un cajón desastre. Entre ellas encontramos Dafnis y Cloe de Longo, El asno de oro de Apuleyo o El Satiricón de Petronio.
No se ha olvidado que es importante que toda narración «tire a la verdad» y no se ha olvidado que el arte instruye deleitando: la novela es el arte supremo de la inclusión y la divagación, pero sin que la erudición pesada avale cada noticia; ficción escrita en tono personal, sobre personajes privados y curiosos, llevada adelante por el mero gusto de narrar y hacerlo bien. Cervantes fue un hombre de su tiempo y a menudo fiel observante de sus convenciones; los creadores anduvieron muy cercanos de la autoconciencia artística, pues eran los dueños de su mundo de imaginación.
Pese a todo, el Quijote no se llamó novela. Los estudiosos del siglo XIX abusaron del término novela: toda forma narrativa era un anticipo de la fórmula definitiva de la novela, acuñada por Cervantes. Northrop Frye hace una diferenciación útil entre romance como género narrativo de la subjetividad y la imaginación más desbocadas y novela como forma de ficción analítica y reposada, así como la determinación de los cuatro modos de ficción que, además de los citados, vendrían a ser la confesión (autobiografía real o ficticia) y la anatomía (obra panorámica que describe pormenoriza un ambiente, situación o lugar). Por supuesto, pueden mezclarse entre sí.
De hecho, ni el nombre que hoy recibe la novela es universal: la designación de un relato extenso es la de romanzo o roman en italiano, francés y alemán; en español y en inglés es novela o novel. Para un francés o un italiano, una nouvelle o una novella es un relato más breve, lo que nosotros llamamos novela corta. Cervantes extendió que el término novela designaba una narración de mediano tamaño. Novela es un diminutivo de nova que es el plural de la forma neutra del adjetivo novu: ese plural latino viene a significar «lo nuevo». En el lenguaje jurídico altomedieval, las novellae eran adiciones legislativas hechas al corpus del derecho romano establecido por Justiniano y ese término fue el que se comenzó a usar en Italia en el siglo XIV para designar las relaciones breves de acontecimientos: «cuentos».
El origen del roman fue distinto. La voz primitiva francesa era romanz y provenía de un adverbio bajolatino: romanice, o sea, «románicamente». Directamente, de ese romanz francés viene la voz «romance» que designa dos cosas: los poemas narrativos breves que se integraron en el romancero oral y la modalidad de sus versos, pues «romance» es también una forma estrófica. De la misma voz francesa vino el término británico «romance», que todavía hoy designa una forma especial de novel: una narración de aventuras o de tono más o menos legendario que busca el entretenimiento.
En cuanto a los romances, inicialmente se llamó así a poemas extensos de carácter narrativo que en el siglo XII compitieron con los cantares de gesta de signo heroico que habían conocido su florecimiento a partir de mediados de la centuria anterior. Los nuevos poemas narrativos no tenían finalidades patrióticas. Sin embargo, hablaban de una sociedad que prefería la aventura fantástica, la peripecia amorosa, la intriga imaginaria. Se leían en voz alta sobre un texto escrito, sin necesidad de aquellas melopeas y fórmulas recitativas que habían servido a los juglares para memorizar sus textos.
A todo ello, el Romanticismo fue mucho más de lo que pensamos. Añadió a la sensibilidad de Europa el gusto por lo imperfecto. Vino a concluirse que cualquier arte del pasado, si estaba animado de pasión y espíritu, era también clásico y podía competir con el legado de Grecia y Roma. Todos esos iban a ser los legados que los románticos dejaron a los novelistas del siglo XIX: una nómina de temas nuevos por explorar, una actitud nueva. La novela era el arte del porvenir. Novalis afirmaba que «una novela es una vida en forma de libro porque la novela trata de la vida, representa la vida. Contiene acontecimientos propios de una mascarada. Levántense las máscaras y resultarán hechos conocidos. La novela no es imagen y representación de una sola frase. Es la realización de una idea. Una idea es una consecuencia de un número ilimitado de frases».
Ya Schlegel escribió que una novela no es una forma derivada del género épico; su unicidad y su intención la asocian más con lo dramático. El mejor comentario de una novela es escribir otra novela; la mejor manera de entender un relato es volver a contarlo. Por eso, por reflejar las pautas de su tiempo, la novela es el género del porvenir. Casi todos los novelistas dejaron alguna huella escrita de sus ideas sobre la novela, pero la respuesta más clara a la demanda de Schlegel vio de Georg Lukács: La novela es la epopeya de un tiempo donde la totalidad extensiva de la vida no se nos presenta de manera inmediata, de un tiempo para el cual la inmanencia del sentido de la vida se ha convertido en un problema pero que no ha cesado de contemplar a totalidad. La novela es la virilidad madura; eso significa que el carácter cerrado de su mundo es imperfección (objetivo) y resignación (subjetivo).
El arte narrativo busca la solución de ese conflicto abierto y una novela, una creación ética. «La intención ética es perceptible en el corazón miso de la estructuración de cada detalle. Así, la novela aparece como algo que se está haciendo. Al fin y al cabo, la novela es la epopeya se un mundo sin dioses: la psicología del héroe romántico es demoníaca; la objetividad de la novela resulta ser la viril y madura comprobación de que jamás el Sentido atravesará de cabo a rabo la realidad que esta podría sucumbir ante la Nada y la ausencia de valores».
El paradigma más elemental de la novela es el que denomina de «idealismo absoluto»: el clima espiritual del relato es la oposición de la creencia y la práctica, como por ejemplo, el Quijote, Dickens, Balzac… El segundo paradigma narrativo, el «romanticismo de la desilusión» abarca el conjunto de la ficción romántica: el alma del personaje no es un a priori conceptual sino un cosmos complejo y la negociación entre la realidad y las aspiraciones conduce a la melancolía o al refugio de la intimidad, como La educación sentimental de Gustave Flaubert. Un carácter más sintético tiene el tercer tipo, la «novela de aprendizaje»: se propone un compromiso entre la violencia del «idealismo absoluto» y la derrota aceptada del «romanticismo de la desilusión»; el proceso de formación de una personalidad suele ser una mediación entre lo posible y lo deseado, como sucede en Goethe o en el Lazarillo. Así mismo, Lukács concede un valor excesivo a la conciencia individual del mundo: nuestro yo frente a la realidad.
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