La tuberculosis en la Antigüedad
Gus_IbarraG7Tarea20 de Noviembre de 2015
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La tuberculosis en la Antigüedad
La tuberculosis es el prototipo de enfermedad infecciosa crónica. El género de las micobacterias, al que pertenece el organismo causal de la enfermedad, parece que se asoció por vez primera a los vertebrados antes del paso de estos animales de la vida acuática a la terrestre, hace más de 300 millones de años. El M. tuberculosis vendría de una forma bovina de micobacteria y su aparición en el hombre data del Neolítico, estando ligada a la domesticación de los bóvidos, mientras otros autores sitúan su origen en los cerdos, de cuya micobacteria patógena se habrían desarrollado tanto la causante de la tuberculosis como la responsable de la lepra.
La Paleopatología ha permitido encontrar las huellas más antiguas de la tuberculosis a partir del estudio de restos humanos. No se han encontrado lesiones tuberculosas en restos procedentes del Paleolítico. Los primeros hallazgos europeos datan del Neolítico. Paul Bartels, en 1907, describió el primer caso a partir de varias vértebras dorsales encontradas en un cementerio cerca de Heidelberg y pertenecientes a un adulto joven que vivió hacia el 5000 a.C. Se apreciaba la destrucción parcial de los cuerpos de las vértebras 4a y 5a, así como deformidad cifótica angular. El cuadro es el característico del mal de Pott.
En el Antiguo Egipto, algunas representaciones artísticas muestran deformidades que podrían deberse a tuberculosis vertebral. También se han encontrado en varias momias, lo que permite sospechar la presencia de tuberculosis pulmonar, aunque la práctica del embalsamamiento, en la que se extraían las vísceras, ha impedido comprobar su existencia.
En la Antigüedad clásica su presencia es constante. En la India se declaraba impuros a los tísicos y se prohibía a los brahmanes contraer matrimonio con una mujer en cuya familia hubiera algún enfermo de tuberculosis.
En los escritos de la Grecia clásica, el concepto de tisis desborda la tuberculosis pulmonar en su sentido actual y a veces se confunde con otras alteraciones respiratorias crónicas, sobre todo con el empiema y la pleuresía. En la medicina helenística y romana la tisis siguió siendo una enfermedad común y en este periodo encontramos ya descripciones muy precisas de la misma en Galeno: fiebre vespertina, sudoración, laxitud, dolor torácico y la hemoptisis como signo patognomónico. Como tratamiento se recomendaba reposo, dieta abundante y largos viajes por mar.
En la América precolombina, la presencia de la tuberculosis ha sido muy discutida y aún hoy los investigadores intentan comprobar si los europeos introdujeron una cepa de bacilo tuberculoso humano más virulenta que las existentes en el Nuevo mundo o llevaron este microorganismo por vez primera, no existiendo hasta entonces en aquellas tierras más que la tuberculosis bovina.
Hasta el siglo XVII, el conocimiento acerca de la tuberculosis apenas cambió.
Los médicos árabes consideraron esta enfermedad como una afección generalizada de carácter contagioso. En la Europa medieval, la incidencia de tuberculosis es difícil de concretar, aunque indirectamente puede deducirse que fue elevada debido a la difusión de la ceremonia del “toque real”, basada en la creencia del poder sanador del rey. Aunque sus comienzos se dirigía a todo tipo de enfermedades, pronto se restringió a la escrófula, término que englobaba varias formas de tuberculosis no pulmonar, especialmente la ganglionar cervical.
Por otra parte, se produjeron nuevos avances diagnósticos debidos a la práctica de autopsias. Silvio, el gran clínico holandés del XVII, asoció los tubérculos o nódulos descubiertos en varios tejidos durante las autopsias a los síntomas de la tisis que los pacientes habían padecido en vida y creyó erróneamente que eran ganglios linfáticos pulmonares que habían sufrido cambios degenerativos análogos a los observados en los ganglios cervicales en la escrófula. Sin embargo, Morgagni mantuvo que eran estructuras nuevas. La enfermedad avanzaba sin cesar a lo largo del XVIII, se desconocía su causa y su naturaleza contagiosa, por lo que las medidas profilácticas adoptadas, como la quema de enseres que hubieran pertenecido a un tísico eran ineficaces. Hubo que esperar al siglo XIX para que los descubrimientos producidos en torno a la enfermedad cambiaran su curso.
El mal del siglo
En el Romanticismo, la imagen de la tuberculosis es la de una enfermedad de moda. Esta enfermedad se abate sobre los jóvenes, que pasean por los salones su extrema sensibilidad, su melancolía y su hastío. Recordemos que esta profunda tristeza es la base de buena parte de la creación literaria de la época: Chateaubriand, Georges Sand, de Musset. La muerte, el suicidio, son vistos como una liberación. El ideal de belleza corresponde a una naturaleza enfermiza en la que destaca la palidez y la expresión de sufrimiento en el rostro. Buena prueba de ello son las heroínas de óperas como La Bohème o La Traviata. Se piensa que la tisis es un mal hereditario que afecta sobre todo a los ricos, los jóvenes, las mujeres.
A mediados del siglo XIX se produce un cambio de actitud de la sociedad que se atemoriza ante ella y trata de ocultarla. Las familias, avergonzadas de tener en su seno a un tuberculoso, esconden la verdadera causa cuando muere. El tísico pasa a ser un marginado social, su tos, su sudor, sus palabras, aquello que toca, es considerado contagioso. La aparición de estadísticas fiables a partir de este periodo comprueban que la tuberculosis no es, como se creía, una enfermedad de ricos, sino que afecta sobre todo a la clase obrera. Sus rudimentarias condiciones de vida favorecieron su desarrollo y se convirtió en la principal causa de muerte entre 1850 y 1900. En las fábricas, surgidas en el seno de la Revolución Industrial, los niños mayores de ocho años y los hombres y mujeres trabajaban jornadas de 10 a 12 horas, sin vacaciones, sin ninguna protección frente a la enfermedad, los accidentes o la vejez.
La humedad, la falta de ventilación y de luz natural eran una constante tanto en sus viviendas como en sus lugares de trabajo. Los bajos salarios impedían una alimentación suficiente y favorecían el alcoholismo. Un claro ejemplo lo constituía París: la mortalidad por tuberculosis en los barrios insalubres donde se hacinaban los obreros era de 104 por diez mil habitantes, mientras que en los Campos Elíseos era tan solo de 11. Esta comprobación, idéntica en todas las grandes ciudades europeas, inspiró las primeras medidas de urbanismo (calles anchas para que la luz del sol entrara en las viviendas, limpieza de las calles), así como importantes reivindicaciones obreras.
En cuanto al diagnóstico, el primer método objetivo fue la percusión torácica, desarrollada por Leopold Auenbrugger en 1761. Ignorado en su época, fue redescubierto en 1797 por Jean Nicolas Corvisart, médico de Napoleón. Gracias a él, la percusión se adoptó con gran rapidez como método imprescindible en el examen del tórax.
El diagnóstico anatomopatológico todavía no permitía unificar diferentes lesiones como fases del desarrollo de una misma enfermedad, la tuberculosis, así como separarla de casos de bronquiectasias, abscesos pulmonares y carcinomas, tarea que llevó a cabo Laënnec. En la clínica de la Charité de París aprendió a percutir con Corvisart y se unió a los trabajos anatomopatológicos que se realizaban en el hospital. En 1818 descubrió el estetoscopio y al año siguiente publicó su Tratado de la auscultación mediata en el que analizaba todos los ruidos que escuchaba, acuñando términos que han llegado hasta nosotros: estertores, crepitantes, soplos, etc. A su vez describió aquellas lesiones anatómicas asociadas a los signos descritos. Su descubrimiento fue recibido con frialdad, pero diez años después, la auscultación fue considerada junto con la percusión el método diagnóstico más fiable para las enfermedades torácicas hasta el descubrimiento de los rayos X a finales de siglo. Laënnec elaboró también un concepto de la patocronia de este proceso, desde el pequeño tubérculo gris hasta la caverna tuberculosa y afirmó la unicidad de la enfermedad a través de lesiones de apariencia diferente. Sus estudios fueron confirmados por Pierre Louis, quien además hizo notar la existencia de formas extrapulmonares como la genital, la laríngea y la peritoneal, enunciando la ley que lleva su nombre: “Después de los 15 años, no existen tubérculos en ningún órgano si no los hay al mismo tiempo en el pulmón” Todo ello llevó a Johann Schönlein, profesor de medicina de Zurich, a sugerir en 1839 el término “tuberculosis” para englobar a todas aquellas manifestaciones de la tisis en las que el tubérculo estuviera presente.
La causa de la tisis seguía sin conocerse y la polémica sobre su contagiosidad permanecía abierta, por lo que el tratamiento era tan variado como ineficaz: sangrías, enemas, eméticos. Se prestó especial atención a una dieta fortificante, como en la época clásica: aceite de hígado de bacalao, carne ocasionalmente y leche, tenida como el remedio por excelencia.
El descubrimiento de Koch
El descubrimiento del bacilo tuberculoso se debe al microbiólogo alemán Robert Koch. En la tarde del 24 de marzo de 1882, en el Instituto de Fisiología de la Universidad de Berlín, impartió una conferencia en la que relató cómo había identificado el bacilo en material tuberculoso, su cultivo in vitro y la producción de la enfermedad cuando inoculó el cultivo puro en animales de experimentación, de cuyas lesiones tuberculosas pudo aislar de nuevo el bacilo. Cuando Koch terminó su lectura, un silencio absoluto se hizo en la sala. Nadie aplaudió ni preguntó nada, producto de la admiración hacia el trabajo que se acababa de presentar. Lentamente parte del auditorio se acercó a examinar las preparaciones microscópicas que Koch había traído. Paul Ehrlich, quien posteriormente mejoraría el método de tinción del bacilo, recordaría aquella sesión con estas palabras: “Asistí esa noche a la experiencia más importante de mi vida científica”.
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