La vocación

Ya sé que “vocación” es una palabra casi tabú entre los docentes y que, cuando alguien la sugiere como necesaria para el ejercicio de la profesión, muchos suelen interpretarlo poco menos que como un ataque personal, argumentando que lo verdaderamente importante es ser un buen profesional. Y puede que no les falte razón pero, ¿cómo se es un buen profesional de la educación?

Si realizáramos esta pregunta refiriéndonos a cualquier otra profesión, tal vez podríamos decir que un buen profesional es aquel que cumple con su horario de trabajo, posee los conocimientos adecuados, domina la técnica requerida, respeta la jerarquía establecida, y cumple con las reglas de actuación que especifica el manual de empresa. Pero cuando hablamos de educación (educere), de sacar afuera lo que los alumnos llevan dentro y debe ser descubierto por ellos mismos y los demás, contribuyendo a su formación como personas, parece que esto no es suficiente. Los docentes no podemos ser sólo saber, habilidad y técnica, aunque todo esto nos resulte necesario; ni debemos conformarnos con cumplir un horario, aunque la puntualidad sea una obligación para nosotros. Necesitamos amar lo que hacemos, y transmitir amor por lo que hacemos, demostrando ser algo más que burócratas de nueve a dos. Y esto, tal como señala Diego Gracia en el artículo que indico, sólo pueden conseguirlo quienes trabajan en aquello en lo que habían soñado, y para lo que creen estar predestinados: es cuestión de vocación.

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