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MORIR CON DIGNIDAD

Hermilo072 de Julio de 2014

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La vida humana consiste en todo aquello para lo que nos vamos a preparar, de sus características, del significado de ser hombre o mujer y persona a la vez, del encuentro del hombre con el mundo y de las diversas formas de interactuar con él mismo, de las actitudes fundamentales que podemos asumir en la vida y de la concepción de que la vida humana no nos es dada hecha, sino que hay que hacerla día con día y consiste en el proceso continuo de hacer elecciones y tomar decisiones.

Respetables maestras y maestros.

Compañeras y compañeros.

Público presente.

Es para mí un honor presentarme ante esta tribuna para poner a su consideración un tema que hoy en día preocupa a todos los sectores de la sociedad, especialmente a los que están o estaremos involucrados en un futuro no muy lejano en el campo de la medicina; por lo que quiero llevarlos a la reflexión con el tema “el derecho a morir con dignidad”

¿Cuántas veces hemos visto y escuchado a través de las noticias sobre la existencia de personas que se encuentran en un estado vegetativo o con enfermedades terminales, que están conectados a aparatos para que puedan seguir viviendo?

Porque a todo esto surge la polémica en todos los ámbitos sociales, desde la política, hasta la medicina cuando se trata del término de la eutanasia o muerte asistida.

La idea que el hombre tiene del “derecho a morir con dignidad” ha dominado el debate bioético contemporáneo relacionado con el final de la vida humana. Muchos de los autores que abogan por el derecho a una “muerte digna”, entienden que éste incluye el derecho a disponer de la propia vida mediante la eutanasia o el suicidio médicamente asistido, basándose para ello en el respeto a la libertad individual o autonomía del paciente. Se afirma, así, que nadie tendría derecho a imponer la obligación de seguir viviendo a una persona que, en razón de un sufrimiento extremo, ya no lo desea. De acuerdo con esta línea de pensamiento, en situaciones verdaderamente extremas, la eutanasia y la asistencia al suicidio representarían actos de compasión; negarse a su realización podría suponer una forma de maleficencia.

Esta acción presupone un abordaje integral del enfermo terminal, en sus diferentes dimensiones: física, psicológica, espiritual y social. Supone, además, considerar el acto de morir como un “acto humano”. En este contexto, surgen algunos principios morales que parecen ser especialmente relevantes en la atención de pacientes moribundos, pues permiten resguardar la dimensión ética del morir.

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De este modo, en los debates médicos y jurídicos ya no se discute tanto sobre el carácter lícito o ilícito de la eutanasia, sino más bien sobre su mayor o menor conveniencia en casos concretos, sobre las normas que deberían regular su aplicación y sobre su mayor o menor aceptación social y política, poniendo en evidencia la conveniencia de evaluar la eutanasia en términos de un cálculo costo - beneficio. Así, frente a una vida sufriente, terceros deciden dar muerte a una persona como la solución que ella misma habría elegido. De este modo, la realización de la eutanasia ya no se justifica por referencia a la autonomía del paciente, sino que pasa a ser considerada como un acto virtuoso. Estas evidencias empíricas plantean la necesidad de reflexionar sobre lo que constituye la dignidad de la persona humana, especialmente en relación con el sufrimiento y la muerte, dos realidades que parecen poner a prueba nuestra concepción del sentido de la vida.

Lo que aquí se entiende por “derecho a una muerte digna” es el derecho a vivir humanamente la propia muerte. Esta afirmación lleva implícita la idea que ante la inevitabilidad de la muerte cabría un cierto ejercicio de nuestra libertad. La muerte no podría ser considerada

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