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Enviado por   •  16 de Febrero de 2015  •  1.611 Palabras (7 Páginas)  •  151 Visitas

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Para enamorarte de cualquiera, haz esto

Una escritora narra en The New York Times cómo puso en práctica un experimento que hace 20 años logró que dos desconocidos se enamoraran

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Ilustración: Mireia Pérez

Mandy Len Catron 23/01/2015 - 07:43

Hace más de 20 años, el psicólogo Arthur Aron consiguió que dos extraños se enamoraran en su laboratorio. El verano pasado apliqué esta técnica a mi vida, y por eso acabé de pie en un puente a medianoche, mirando a un hombre a los ojos durante exactamente cuatro minutos.

Dejad que me explique. Unas horas antes este hombre me dijo: “Sospecho que, dadas unas cuantas cosas en común, podríamos enamorarnos de cualquiera. Si es así, ¿cómo elegimos a alguien?”

Era un conocido de la universidad con el que me cruzaba de vez en cuando en el rocódromo y que me había llevado a pensar “¿y si?”. Había echado un vistazo a su día a día en Instagram. Pero esta era la primera vez que nos habíamos visto a solas.

“En realidad, hay psicólogos que han intentado hacer que la gente se enamore”, dije, recordando el estudio del doctor Aron. “Es fascinante. Siempre he querido probarlo”.

Supe por primera vez del estudio cuando estaba en mitad de una ruptura. Cada vez que pensaba en irme, mi corazón anulaba la decisión de mi cerebro. Me sentía atrapada. Así que como una buena académica, me volqué en la ciencia con la esperanza de que hubiera una forma más inteligente de amar.

Le expliqué el estudio a mi conocido de la universidad. Un hombre y una mujer heterosexuales entran el laboratorio desde puertas diferentes. Se sientan cara a cara y contestan a una serie de preguntas cada vez más personales. Después se miran a los ojos durante cuatro minutos. El detalle más cautivador: seis meses después, dos de los participantes estaban casados. Invitaron a todo el laboratorio a la ceremonia.

“Probémoslo”, dijo.

Dejadme admitir que nuestro experimento no se ajusta al estudio. Primero, estábamos en un bar, no en un laboratorio. Segundo, no éramos extraños. No sólo eso, sino que ahora me doy cuenta de que una persona ni sugiere ni está de acuerdo en probar un experimento diseñado para crear un amor romántico si esa persona no está abierta a que suceda.

Busqué las preguntas del doctor Aron en Google; son 36. Pasamos las dos horas siguientes pasándonos el iPhone en la mesa, haciendo las preguntas de forma alternativa.

Comenzaron de forma inocua: “¿Te gustaría ser famoso? ¿De qué forma?”. Y “¿cuándo fue la última vez que cantaste a solas? ¿Y para alguien?"

Pero rápidamente se volvieron más inquisitivas.

En respuesta a la provocadora “nombra tres cosas que tú y tú compañero tengáis aparentemente en común”, me miró y dijo: “Creo que los dos estamos interesados el uno en el otro”.

Sonreí y di un trago a mi cerveza mientras enumeró otras dos cosas que olvidé en seguida. Intercambiamos historias acerca de la última vez que lloramos y confesamos una pregunta que nos gustaría hacerle a un adivino. Explicamos nuestras relaciones con nuestras madres.

Las preguntas me recordaron al famoso experimento de la rana en el que el animal no nota cómo el agua se va calentando hasta que es demasiado tarde y está hirviendo. En nuestro caso y como el nivel de vulnerabilidad aumentaba gradualmente, no noté que habíamos entrado en terreno íntimo hasta que ya estábamos dentro, un proceso que típicamente puede llevar semanas o meses.

Me gustó aprender acerca de mí a través de mis respuestas, pero me gustó aún más aprender cosas de él. El bar, que estaba vacío cuando llegamos, se había llenado para cuando hicimos una pausa para ir al baño.

Me senté sola en la mesa, consciente del entorno por primera vez en una hora, y me pregunté si alguien había estado escuchando nuestra conversación. Si lo habían hecho, no me había dado cuenta. Y tampoco me fijé en que la multitud se fue desvaneciendo a medida que se hacía cada vez más tarde.

Todos tenemos una narrativa sobre nosotros mismos que ofrecemos a extraños y conocidos, pero las preguntas del doctor Aron hacen que sea imposible recurrir a ella. Se creó esa especie de intimidad acelerada que recuerdo del campamento de verano: quedarme despierta toda la noche con un amigo nuevo, intercambiando los detalles de nuestras cortas vidas. Con 13 años, lejos de casa por primera vez, parecía natural conocer a alguien tan deprisa. Pero la vida adulta nos ofrece estas circunstancias muy raramente.

Los momentos en los que me sentí más incómoda no fue cuando tuve que hacer confesiones acerca de mí, sino cuando tenía que aventurar opiniones sobre mi compañero. Por ejemplo: “Compartid alternativamente algo que consideréis una característica positiva de vuestro compañero; un total de cinco cosas” (pregunta 22), y “dile a tu compañero

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