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Monografia Del Destino


Enviado por   •  12 de Octubre de 2012  •  3.185 Palabras (13 Páginas)  •  847 Visitas

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Y nosotros ¿quiénes somos después de todo?

PLOTINO

Nosotros estamos hechos, en buena parte, de nuestra propia memoria. Esa memoria está hecha, en buena parte, de olvido.

J.L. BORGES

¿Dónde está el conocimiento que hemos perdido en la información?

T.S. ELIOT

Tú mismo haces el tiempo. Tu reloj son tus sentidos.

ANGELUS SILESIUS

EN EL siglo IV de nuestra era, san Agustín declaraba que él sabía lo que es el tiempo, salvo que alguien se lo preguntara y tuviera que explicarlo. Trece siglos más tarde, el místico polaco Angelus Silesius afirmaba: "Tú mismo haces el tiempo. Tu reloj son tus sentidos." Sin embargo, Silesius no dijo lo que es el tiempo, ni cómo lo generan nuestros sentidos. Aún hoy, en los umbrales del siglo XXI, tampoco podemos explicar qué es el tiempo pero, ante la dificultad en llevar a cabo un experimento físico que demuestre el paso del tiempo, se va acentuando una sospecha: puede ser que el tiempo sea "hecho por nosotros mismos", es decir, que sería un atributo de nuestra mente. En consecuencia, debemos ocuparnos de la mente humana que, como se sabe, es considerada el aparato más complejo, delicado y reciente que ha producido el desarrollo de las especies biológicas. La mente se maneja con un lenguaje y produce conceptos tales como los de vida, tiempo y muerte, que, precisamente, queremos considerar en este libro.

Si bien el aparato psíquico se basa en la estructura neural, la mente no puede ser entendida como si sólo fuera una función entre otras de lo neuronal, sino como un nuevo orden jerárquico que, como tal, requiere una descripción y un lenguaje propios. La experiencia diaria nos indica que en la mente humana hay por lo menos dos niveles: un nivel consciente, mediante el cual razonamos, nos comprometemos y damos justificaciones y excusas, y un nivel inconsciente, que atesora informaciones diversas sobre hechos y emociones. Mientras la conciencia ha sido objeto de estudios y reflexiones filosóficas desde la más remota antigüedad, los fenómenos del inconsciente fueron en general considerados como carentes de lógica, caóticos, inútiles o, a lo sumo, místicos.

En relación con esto, podríamos recordar que en cierta ocasión Viktor Meyer, uno de los padres de la química moderna, fue tomado por loco porque, entre sus rarezas, se ocupaba de formalizar el concepto de energía. Gente muy cuerda, que finalmente logró internarlo en un manicomio, trataba de volver a Meyer a sus cabales explicándole que el concepto de energía, como el de belleza y el de maldad, no se puede formalizar, ni mucho menos poner en ecuaciones. Hoy, que el concepto de energía está rigurosamente formalizado, el trato que recibió Meyer puede ser calificado de deplorable, y aun de grotesco. Ahora bien, cuando tratamos de explicar procesos psíquicos nos enfrentamos a problemas tan formidables que el tipo de críticas hechas a Meyer pareciera resurgir de un pasado tercamente escéptico. Sobre todo cuando, entre las variables importantes de dichos procesos, se cuentan los deseos, el trato que recibimos de nuestra madre en los tempranos días de la infancia, las relaciones con la familia y otros factores, los cuales evidentemente desempeñan un papel fundamental en la constitución y funcionamiento del aparato psíquico.

Apenas a fines del siglo pasado, el inconsciente empieza a ser objeto de estudios sistemáticos y, en base a las consideraciones sobre la organización jerárquica de la vida que hemos hecho en los capítulos anteriores, no nos sorprende que la descripción de este nuevo nivel haya requerido, por lo tanto, de un conjunto particular de leyes. Actualmente, en las distintas escuelas que tratan de explicar el funcionamiento del aparato psíquico, reina un clima de apasionada discordia, cuyos fundamentos y méritos no corresponde analizar aquí. Nosotros escogemos los modelos que brinda el psicoanálisis, razón por la cual recurriremos, un tanto indirectamente, a conceptos cuya fundamentación rebasa los propósitos de este libro.

El humorista español Gila afirma que "los niños son locos bajitos". Hasta no hace mucho se tenía la sospecha de que, en realidad, el hombre llegaba a la edad de la razón de repente, algo así como si nuestra nueva computadora pasara un tiempo generando tonterías hasta que, un buen día, ¡albricias!, empezara a hacer funcionar sus programas correctamente. Sabemos ya que la conducta adulta de un sujeto es la consecuencia de una larga programación, en la cual participan la atención, el amor y las prohibiciones de los padres, y la forma en que los cuidados y la educación son brindados. El psicoanálisis ha tratado de desentrañar el modo en que estos factores gravitan en las diversas etapas de la formación del sujeto, y de construir un modelo de la polarización del aparato psíquico en dos regiones: consciente e inconsciente. De entre las observaciones que ha hecho, las que aquí nos interesan son: 1) el inconsciente parece formarse a raíz de ciertas restricciones que se imponen al niño; 2) en ese inconsciente no parece regir la temporalidad "del sentido común"; 3) incluso a nivel consciente esta temporalidad no existe en los primeros momentos de la vida, sino que se va instalando paulatinamente, y 4) la adquisición de la temporalidad coincide con la inserción del niño en el lenguaje. Éstos son, pues, los tópicos que desarrollaremos a continuación.

Al nacer el niño se encuentra en una situación de indefensión (Hilflosigkeit), en la que su sobrevivencia depende por completo del deseo de otro. Alguien, habitualmente la madre, debe desear que el recién nacido viva. Esta dependencia respecto de los cuidados maternales es una prolongación de la vida intrauterina, y determina que el recién nacido se sienta uno con su madre. El psicoanálisis supone que, en las primeras etapas de la vida, el niño no posee una noción clara de su yo ni, por consecuencia, de sus límites en relación con el mundo. Muchos han tratado de entender el proceso de identificación a través del cual se constituye ese yo que pensará en función del tiempo y que temerá a la muerte. Para Lacan (1971), la identificación comienza durante la llamada fase del espejo, momento en que el niño se identifica con la imagen visual de sí mismo. Más tarde, el niño tomará como propia la imagen de un semejante. Esta identificación es imaginaria, es decir, que se hace con una imagen que no es la de él mismo, sino la de otro que posee una hipotética perfección (el ser maduro) que el

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