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Ola A Todos

makebueno2 de Febrero de 2014

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Cuánto nos alegramos de aquel encuentro, no hay para qué decirlo. Ella, por el contrario, pareciome

sorprendida desagradablemente, coma persona que no quiere ser vista en lugares impropios de su jerarquía.

Sus primeras palabras, dichas a tropezones y entremezcladas con las fórmulas del saludo, confirmaron aquel

mi modo de pensar.

«No les ruego que pasen, porque esta no es mi casa... Me he instalado aquí provisionalmente, mientras se

arregla la habitación de abajo donde estaba la generala. Es esto un horror, una cosa atroz... Su Majestad se

empeñó en que había de aposentarme en Palacio y no he podido negarme a ello... «Candidita, no puedo vivir

lejos de ti... Candidita, vente conmigo... Candidita, dispón de todo lo que esté desocupado arriba...» Nada,

nada, pues a Palacio. Meto mis muebles en siete carros de mudanza, y me encuentro con que el cuarto de la

generala está lleno de albañiles... ¡Es un horror!... se cae un tabique... el estuco perdido... los baldosines

teclean bajo los pies... En fin, que tengo que meter mis queridos trastos en este aposento, bastante grande, sí,

pero incapaz para mí... Verían ustedes las dos tablas de Rafael tiradas por el suelo, revueltas con la vajilla; el

gran lienzo de Tristán contra la pared; las porcelanas metidas en paja todavía; las mesas patas arriba; las

lámparas y los biombos y otras muchas cosas en desorden, esperando sitio, todo hecho una atrocidad, un

horror... Créanlo, estoy nerviosa. Acostumbrada a ver mis cosas arregladas me abruma la estrechez, la falta de

espacio... Y esta vecindad de mozas de retrete, de porteros de banda, pinches y casilleres me enfada lo que

ustedes no pueden figurarse. Su Majestad me perdone; pero bien me podía haber dejado en mi casa de la calle

de la Cruzada, grandona, friota, eso sí; pero de una comodidad... No me faltaba sitio para nada y todos los

tapices estaban colgados. Aquí no sé, no sé... Creo que en la habitación que voy a ocupar ha de faltarme

también sitio para todo... ¡Qué hemos de hacer!... allá van leyes do quieren reyes».

Dijo esto en tono de jovial conformidad, cual persona que sacrificaba sus gustos y su bienestar al amistoso

capricho de una Reina. Guiábanos por el corredor, y cuando salimos a la terraza para acortar camino, señaló

con aire imponente a una fila de puertas diciendo:

«Esta parte es la que voy a ocupar. La de Porta se mudó al lado de allá para dejarme sitio... Derribo

tabiques para unir dos habitaciones y ponerme en comunicación con la escalera de Cáceres, por la cual puedo

bajar fácilmente a la galería principal y entrar en la Cámara... Mando poner tres chimeneas más y una serie de

mamparas...».

D. Manuel, como hombre muy político, apoyaba estas razones; pero demasiado sabía con quién hablaba y

el caso que debía hacer de aquellas cacareadas grandezas. Por mi parte, como la viuda de García Grande me

era aún punto menos que desconocida, pues mi familiar trato con ella se verificó más tarde, en los tiempos de

Máximo Manso, mi amigo, todo cuanto aquella señora dijo me lo tragué, y lo menos que me ocurría era que

estaba hablando con el más próximo pariente de S. M. Aquel derribar de tabiques y aquel disponer obras y

mudanzas, hicieron en mi candidez el efecto de un lenguaje regio hablado desde la penúltima grada de un

trono. El respeto me impedía desplegar los labios.

Llegamos por fin a las habitaciones de Bringas. Comprendimos que habíamos pasado por ella sin

conocerla, por estar borrado el número. Era una hermosa y amplia vivienda, de pocos pero tan grandes

aposentos, que la capacidad suplía al número de ellos. Los muebles de nuestro amigo

...

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