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Pensamientos


Enviado por   •  28 de Enero de 2014  •  6.809 Palabras (28 Páginas)  •  146 Visitas

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EL POSITIVISMO EN AMÉRICA LATINA EN LAS POSTRIMERÍAS DEL SIGLO XIX

A mediados del siglo XIX la sociedad y la educación en AméricaLatina seguían presentando esquemas coloniales, a pesar de la dura criticasurgida a partir de la ilustración. Por tanto, sé hacia necesario unpensamiento que atacara esas viejas formas coloniales y que propusieraun nuevo camino para llegar a la verdad, distinto del método escolástico.Una novedosa corriente filosófica, el positivismo, proporcionoentonces a los pensadores latinoamericanos los fundamentos teóricos parahallar la verdad de las cosas en los hechos y en los fenómenos.Los pensadores latinoamericanos asimilaron la doctrina positivista,creada por Comte, y la aplicaron a nuestra realidad. Con el positivismo selograron superar los rezagos coloniales y se creo una conciencia empírica.El país que recibió más influencia del positivismo fue México. Allí marcó la vida política, educativa y social, al punto que Gabino Barreda,discípulo de Comte, organizo la educación del país por encargo delgobierno.La evolución según Comte era dejar atrás la estructura totalmentepasiva que dejaba una época antigua y medieval; marcada por la imagende un ser, ente o organismo sobrenatural que explicara los hechos yacontecimientos del mundo. En cambio desea fomentar la explicación de

los hechos y buscar la tan anhelada y esquiva “verdad”: por la

experiencia, por lo tangible, observable y vivencial de esta manera crea enla modernidad un incentivo a la observación y por lo tanto de crítica sobrelos criterios del conocimiento.

Al experimentar y descubrir un mundo más “razonable” en donde

los acontecimientos son objetivos y menos mágicos, se deslumbra que latradición es refutable y que lo que jamás podrá negarse es lo que a losojos de todos sea verificable.Los avances que genera un pensamiento positivo son bastantesconsiderables, puesto que incentiva a la investigación importante en unespacio ideológico moderno donde el cambio y el descubrir el mundo sonla base de sociedad.El positivismo recibió duras críticos a comienzos del siglo XX, debidoa que hacia demasiado énfasis en lo experimental y rechazaba todaexpresión relacionada con la espiritualidad e interioridad del hombrelatinoamericano

IRRACIONALISMO

Suele llamarse así a la doctrina filosófica que comprende a todas aquellas teorías que niegan el primado de la razón (v.), entendiendo por tal al entendimiento (v.) humano en su función discursiva. En sus posturas más extremas, el i. sería con frecuencia una reacción al exagerado racionalismo (v.) dominante en muchos filósofos y pensadores a partir de Descartes (v.), y que perdura en diversos ambientes y corrientes hasta el s. xx (por ej., v. POSITIVISMO; EMPIRISMO; IDEALISMO; etc.), pero sin lograr el equilibrio y acierto de un verdadero realismo (v.). En realidad, se trata de un término de significado poco preciso y en el que se engloban posturas doctrinales de muy diversa índole y motivación. Así, dentro de lo irracional, como opuesto a lo racional, puede encuadrarse la inspiración poética, la intuición, el éxtasis místico, la visión profética, el instinto, lo subconsciente, etcétera, es decir, todas aquellas formas de conocer y de actuar que no parecen poder reducirse ni explicarse por la rígida y nítida estructura del discurso racional (v. coNOCIMIENTO; RACIOCINIO). Tomado en este amplio sentido, el i. es una constante del espíritu humano, cuyas manifestaciones, más o menos intensas, más o menos prevalentes, pueden detectarse a lo largo de toda la historia del pensamiento del hombre. La oposición entre racionalirracional puede hacerse equivalente a la de apolíneodionisiaco delineada por Nietzsche en su Die Geburt der Tragódie (1872) dentro de la cultura griega. Como ya había señalado con anterioridad Schelling, lo apolíneo es lo definido, lo ordenado, lo sistematizado; lo dionisiaco es lo impulsivo, lo instintivo, lo pasional (Philosophie der Of fenbarung, en Siimmtliche Werke, ed. por su hijo, Stutgart-Augsburg 1856-61, parte 11, vol. 4, 25).

Al efecto de dar una mayor precisión a la noción de i., se hace necesario distinguir entre lo que pudiéramos llamar i. no-racionalista e i. anti-racionalista.

Irracionalismo no-racionalista. Se caracteriza por negar el primado de la razón, pero reconociendo a lo racional un papel positivo en el orden del ser y del conocer; la razón es un valor, algo valioso, aunque no sea el valor superior; dentro de este tipo de i. hay que incluir al empirismo (v.) y al intuicionismo (v.) en algunas de sus formas.

Para el empirista, el conocimiento racional tiene una misión positiva que cumplir; claro es que, frente al racionalismo (v.) gnoseológico, sostendrá que el papel de la razón está subordinado de cierta manera al de los sentidos, al de la experiencia, pero ello no es óbice para que la primera realice una función cognoscitiva de indudable positividad. Bien demostrativas de este aserto son las siguientes palabras de Locke: «Pues, del mismo modo que la razón percibe la necesaria e indudable conexión existente entre todas las ideas o pruebas en cada paso de una demostración que produzca el conocimiento, así también percibe la conexión probable entre todas las ideas o pruebas en cada paso de una disertación que juzgue merecedora de su asentimiento» (Essay, IV,17,2); y, a continuación añadirá: «Podemos considerar en la razón estos cuatro momentos: el primero y superior consiste en el descubrimiento y hallazgo de pruebas; el segundo en la ordenación metódica y regular de las mismas, y en su disposición en un orden claro y coherente que permita ver fácil y plenamente su conexión y vigor; el tercero consiste en la percepción de sus conexiones; el cuarto en obtener la conclusión adecuada» (o. c., IV,17,3).

Algo semejante es lo que sucede con algunas de las formas del intuicionismo. Para Platón, p. ej., el discurso racional, la diánoia, tiene una elevada misión, la de ser la vía del saber matemático, si bien el filósofo griego admita una forma más elevada de conocer, la intuición, la nóesis, por la que tenemos acceso al mundo de las ideas eternas e inmutables en su perfección. De igual modo, en el intuicionismo de Fichte, Schelling y Hegel, lo racional, en cuanto discurso de la mente, no es hipovalorado, sino únicamente se otorga a la intuición intelectual, al conocer inmediato una función superior; para Schelling, p. ej., sin intuición la filosofía sería un quehacer imposible, ya que todos sus conceptos son producto de ella, pero tal intuición no es obstáculo al elevado papel que tiene la razón en su sistema filosófico.

Para el i. no-racionalista, pues, la no-racionalidad hay que entenderla como opuesta al primado del discurso racional que establece el racionalismo (v.) clásico de la Edad Moderna, pero no como una postura en la que el poder cognoscitivo de la razón no exista o, incluso, sea nefasto. Sólo en un sentido muy impropio puede incluirse este modo de pensar, como de hecho se ha incluido, dentro del i.

Irracionalismo anti-racionalista. En sentido estricto, sólo es i. lo que hemos denominado como i. anti-racionalista, es decir, aquel conjunto de doctrinas para las que la razón y su poder discursivo son inadecuados para captar lo real. Según ellos, no sólo es que haya otras formas de conocer superiores al razonamiento; es que éste desvirtúa la misma esencia de la realidad. El discurso racional no es algo que deba ser superado por otras modalidades cognoscitivas; es algo que debe ser aniquilado, al menos como vía para la construcción de una Metafísica (v.) con la que se quiera captar la entraña de lo real. Filosóficamente hablando, la razón debe morir. La razón no es que dé una visión meramente aproximada de las cosas en su esencia; la razón es nociva para todo aquel que quiera penetrar en la misma entraña de la realidad (v.). Precisada así la noción de este i., es necesario distinguir entre dos manifestaciones del mismo.

Irracionalismo ontológico e irracionalismo epistemológico. Ha sido N. Hartmann el que ha insistido en la necesidad de distinguir entre los aspectos óntico y noético dentro del i. (Grundzüge einer Metaphysik der Erkenntnis, 2 ed., Berlín 1925, 219-275). El i. ontológico es aquel para el que la realidad, en su más amplio sentido, carece de todo fundamento racional; considera al mismo ser (v.), en su raíz, como contrario a cualquier tipo de modulación derivada de principios de la razón; el ser considerado en sí mismo, es contradictorio y en ninguna de sus formas o tipos -los que estudia la ontología regional- hay ninguna base para un análisis racional. Ser y razón serían tan opuestos como luz y tinieblas, que mutuamente se destruyen. A lo más, y esto en el i. más moderado, la razón podrá llegar al fenómeno (v.), a la apariencia -entendido, por tanto, fenómeno en su sentido peyorativo- del ser, pero nunca al reino de las esencias (v.), del ser ut sic. En síntesis, para el i. ontológico hay una contradicción, un desfasamiento por lo menos, entre las categorías reales y las mentales racionales. Y esta contradicción se debe -y esto es lo característico de este i.-, no a una limitación de la facultad racional que no aprehende una realidad de suyo aprehensible, sino a que considera a esta misma realidad, simpliciter et essentialiter, irracional.

El i. epistemológico, en cambio, considera que el desfase entre las categorías mentales de la razón y las categorías reales del ser se debe, fundamentalmente, a una limitación intrínseca a la propia facultad racional. Entre el conocimiento racional y el ser, ya en su totalidad, ya en alguna de sus regiones o tipos, hay una inconmensurabilidad; el ser, más que como irracional, se presenta como transinteligible, es decir, que la inteligibilidad que da el discurso racional no abarca a la totalidad del ser. Como es natural, mientras que el i. ontológico implica necesariamente un i. epistemológico, este último puede darse con independencia del primero (es interesante señalar, y así lo hace Hartmann, que lo irracional no se identifica plenamente con lo alógico; algo puede ser alógico sin ser irracional; tal es el caso del conocimiento, p. ej., místico, que no está sujeto a módulos estrictamente lógicos, pero que tampoco puede tildarse de irracional).

Irracionalismo ontológico. Esté tipo de i. es, fundamentalmente, un producto del s. xix que se ha continuado en el actual. En gran parte como reacción frente al idealismo (v.) hegeliano (v. HEGEL), cuya síntesis es la afirmación de que todo lo real es racional y todo lo racional es real, surgirán una pluralidad de filosofías, de muy diversa motivación, y cuya tesis básica será la irracionalidad de lo real y, en consecuencia, la incapacidad de la razón para captar dicha realidad. En este sentido podría muy bien hablarse del i. de Kierkegaard (v.). No obstante, y en un significado más preciso, hay que decir que el i. ontológico se inicia con el pantelismo de Schopenhauer, se continúa en E. ven Hartmann y desemboca en las llamadas «filosofías de la vida». Para Schopenhauer, el ser es la voluntad (v.); la esencia de la realidad es una tendencia o impulso (thélema) universal, que se objetiva, mediante el espacio y el tiempo, en una pluralidad de cosas, las cuales no son sino mera representación fenoménica -dando al fenómeno el significado de apariencia- de la voluntad. La razón sólo es capaz, por tanto, de captar los aspectos fenoménicos de lo real, de conocer al mundo como representación (Vorstellung), pero nunca de aprehenderle como voluntad (Wille) -tesis en la que se pone de manifiesto el i. epistemológico de Schopenhauer-; pero esta incapacidad de la razón se debe a que desacertadamente considera el ser, en su misma raíz y entraña, en su esencia, como irracional, pues irracional considera a esa voluntad o impulso primordial que lo constituye -i. ontológico primero y principal del que se deriva el anterior i. epistemológico-. Con E. von Hartmann se llega a un i. análogo al de Schopenhauer, ya que, si bien no es la voluntad sino el inconsciente (v.) el principio de lo real, de los dos atributos del mismo, la voluntad y la idea, es la primera la que tiene la primacía, lo que lleva consigo un i. de matiz análogo al de Schopenhauer.

En las denominadas «filosofías de la vida» es donde el i. va a encontrar su mejor y más apropiado cauce. Para ellas, que se pueden considerar nacidas con Nietzsche (v.), la realidad originaria y fundamental, el Urgrund, es la vida; pero no la vida (v.) en sentido biológico, sino en cuanto actividad instintiva, impulso no sometido a cánones dictados por la razón. En este vitalismo (v.), del que como principales representantes se han de citar, junto con Nietzsche, a Dilthey (v.), Bergson (v.), Simmel (v.), Sprengler (v.) y Klages (v.), la actividad de la razón, el discurso racional, es sustituido por otras formas de conocer, dada la inoperancia del mismo para captar la intimidad de lo real. Para Bergson (v.), p. ej., la realidad, producto del élan vital, es algo fluyente, inespacial, transido de duración; la inteligencia, la razón, adultera lo real, transformándolo en algo inmovilizado, espacializado, descuartizado, en una pluralidad de seres separados y anquilosados; es el célebre morcelage; la razón es, únicamente, el medio del que se sirve el homo faber, es la facultad de producir utensilios, pero nunca podrá llegar a la entraña de lo real, porque la realidad es, en sí misma, irracional. Para penetrar en lo más íntimo de ese élan vital originario hemos de acudir a otra modalidad del conocer, a la intuición (v.), que es «conciencia, pero conciencia inmediata, visión que apenas se distingue del objeto visto, conocimiento que es contacto y, por último, coincidencia» (La pensée et le mouvant, París 1934, 35 ss.). Para Dilthey (v.), y por causa de la radical irracionalidad de lo real, el alto papel que se había asignado anteriormente al razonamiento debe ser otorgado a la vivencia (Erlebnis), entendida como «la unidad estructural de actitud y contenido. Mi actitud perceptiva, junto con su relación con el objeto, es una vivencia, lo mismo que mi sentimiento por algo o mi voluntad para algo. La vivencia tiene siempre certeza de sí misma» (Fundación de las ciencias del espíritu, trad. esp. México 1944, 31). Pero el que ha acentuado más la oposición entre razón y realidad ha sido Ludwig Klages (18721956); en diversas obras, pero especialmente en Der Geist als Widersacher der Seele, defiende la irreductible oposición entre el alma y el espíritu a lo largo de una concepción vitalista e irracionalista de la realidad; para Klages, por alma (v.) hay que entender la vida, lo irracional, lo dionisiaco, una fuerza que constituye lo más profundo de la naturaleza, que es el principio originario de lo real; por espíritu, lo racional, lo apolíneo, lo destructor de la vida creadora del alma; entre alma y espíritu hay la misma relación que entre la luz y las tinieblas, la vida y la muerte, lo perfecto y lo imperfecto, lo creador y lo aniquilador; en este dualismo, casi mágico, encontramos la más nítida expresión del i. contemporáneo.

Irracionalismo epistemológico. Se pueden distinguir en él dos tipos, uno que llamaremos total, representado por J. Vaihinger (1852-1933), y otro parcial, defendido por N. Hartmann (v.). El primero, en su Die Philosophie des Als Ob, mantiene un ficcionalismo irracionalista basado en la noción del como si (als ob) ; el conocimiento racional, por su limitación estructural, no puede captar la esencia de lo real; no obstante, por razones de utilidad, la razón crea una serie de ficciones que nos sirven para poder actuar como si fuesen algo real; así, las ficciones de causa, sustancia, etc., e incluso, la de Dios; así, el hombre actúa como si las causas fuesen reales -y esto es la base de todo el saber científico- o como si Dios existiese -fundamento del orden ético-moralaunque sobre su real existencia, ya de la causa, ya de Dios, nada podamos conocer. Para Hartmann, siempre hay en la realidad un sustrato que escapa a las categorías racionales, una parcela del ser que es transinteligible, aunque, en líneas generales, haya una correlación entre dichas categorías y las propias de lo real

AMERICA LATINA Y EL CARIBE EN EL SIGLO XX (PENSAMIENTO POLITICO)

Los cambios ambientales en América Latina y el Caribe durante los últimos siglos fueron dramáticos. Durante ese período, el continente experimentó un ocupación generalizada y creciente de amplias zonas acompañada de una urbanización acelerada que aumentó el tamaño de varias de sus pequeñas ciudades al de grandes metrópolis de varios millones de habitantes.

Como resultado de estos cambios, gran parte de los ecosistemas nativos fueron profundamente transformados: los bosques se volvieron sabanas y zonas agrícolas; los pastizales fueron absorbidos por las tierras de cultivos y en algunos casos, plantados con monocultivos arbóreos; algunas zonas desérticas fueron irrigadas; numerosos acuíferos sobreexplotados; los ríos, lagos y aguas costeras contaminados; la biodiversidad bajo ataque constante; y la calidad de vida deteriorada. De ese modo, uno de los continentes más ricos en diversidades naturales y culturales, que poseía una de las bases de recursos más importantes del mundo, la ha venido perdiendo aceleradamente en forma alarmante. La preocupación más seria es que el proceso no se está enlenteciendo sino que, por el contrario, parece aumentar su ritmo cada día.

¿Cuál es la causa de esta situación? ¿Donde se plantean los problemas más agudos? ¿Cuáles son los efectos de la globalización? ¿Que puede hacerse para prevenir nuevas degradaciones? Las respuestas a estas preguntas no son simples dado que la situación de América Latina y del Caribe es el resultado de una geografía natural única y una evolución histórica peculiar.

Culturas nativasLa ocupación humana del continente americano tuvo lugar en un período relativamente tardío de la evolución de la humanidad, tal vez hace menos de 25,000 años. Las especies animales de los ecosistemas africanos y eurasiáticos, donde los humanos habían estado evolucionando por largo tiempo, tuvieron tiempo para adaptarse a este mamífero tan “efectivo”, y en la mayoría de los casos se las ingeniaron para sobrevivir. En el continente americano, en cambio, los humanos se encontraron con un panorama diferente. La fauna americana estaba compuesta por animales que no estaban adaptados a la presencia humana y frecuentemente, constituían una presa fácil para los nuevos “inmigrantes”, que eran excelentes cazadores e inteligentes recolectores. Algunos de los mamíferos más grandes (varias especies de Glyptodon, Toxodon, Mylodon, Mastodon y los mamut s, entre otros) fueron cazados hasta su extinción algunos milenios más tarde.

Desde su llegada a las nuevas tierras los seres humanos provocaron una profunda transformación en los ecosistemas americanos. Debido a los cambios que ellos mismos habían producido, los grupos “paleo-indios” se vieron forzados a desarrollar estrategias de adaptación. Después de muchas generaciones de migraciones y desarrollo social y tecnológico, las nuevas sociedades fueron desarrollando modelos sociales y ambientales sostenibles, que en general, conservaron los principales eco sistemas con pocos cambios durante varios milenios. Con el tiempo evolucionó un espectro variado de culturas y para la época en que llegaron los conquistadores europeos estaban bien adaptados a los diversos ambientes a través del continente y de las islas vecinas.

En los altos valles de los Andes Centrales y en Mesoamérica numerosas sociedades agrícolas habían organizado reinos o estados de gran tamañio y población, como fue el caso de los aztecas en México

o el Tahuantisuyu en Perú. Las sociedades mexicanas basaban su economía en el cultivo del maíz, del tomate, los pimientos, los frijoles, las calabazas y la cría de pavos (guajolotes) y perros (escuincles). En la época de la llegada de los europeos la capital era la gran ciudad-isla de Tenochtitlán. Los estados peruanos del oeste de América del Sur, en cambio, dependían del cultivo de la quinoa, la papa y otros tubérculos, frutas y cereales y la cría de los cuises1 y las llamas.2

En el norte de los Andes, los altos valles estaban ocupados por sociedades agrícolas (los chibchas) quienes habían desarrollado una tecnología muy compleja en el dominio de la metalurgia. Los grupos chibchas estaban organizados en pequeños estados gobernados por un jefe (Zita). A la llegada de los españoles el zipa más poderoso era el de Bacatá (hoy ciudad de Bogotá).

En Yucatán, Chiapas y Guatemala, estaban establecidos los mayas, quienes habían desarrollado sociedades agrícolas prósperas, construido ciudades monumentales en varios puntos del territorio y creado complejos sistemas matemáticos, astronómicos y filosófico-religiosos.

Las islas del Caribe habían sido ocupadas por numerosas comunidades de agricultores y pescadores, originalmente de cultura ciboney y guanatabey, luego arawak, los taínos, y en las islas surorientales, de cultura caribe. Estos pueblos disponían de numerosos cultivos, como el maíz, la mandioca y el tabaco.

La grandes selvas sudamericanas habían sido ocupadas por diversos grupos de raíz arawak, caribe y tupi-guaraní, que gradualmente se habían adaptado a estos complejos ecosistemas. Los tupi-guaranís se extendían desde el río Amazonas al Río de la Plata y del pie de monte andino al Océano Atlántico, los arawaks, desde el mar Caribe hasta el río de la Plata, y los caribes desde el delta del Orinoco hasta la desembocadura del río Amazonas.

La subsistencia de estos pueblos estaba basada en agricultura itinerante de la mandioca, el boñato (camote) y otros cultivos análogos, así como varias actividades extractivas: la recolección de plantas y pequeños animales, la pesca y la caza.

Las praderas de América del Sur templada estaban habitadas por naciones de agricultores, pescadores y cazadores, que además de plantar maíz, frijoles y zapallos, practicaban la recolección y la pesca y cazaban los numerosos rebaños de venados, las piaras de pecaríes y los bandos de ñandúes que recorrían las zonas de pastizales.

Estas sociedades estaban organizadas políticamente en pequeños grupos y confederaciones, en forma análoga a las naciones de las praderas de América del Norte, cuya subsistencia estaba basada en la caza del búfalo, la pesca, el cultivo del maíz, los frijoles y las calabazas, y la recolección de plantas y pequeños animales silvestres.

Finalmente, las zonas más frías de los extremos del continente, estaban habitadas por varios grupos de pescadores, recolecto res y cazadores, como los tehuelches, los onas y los yaganes en Patagonia y Tierra del Fuego en América del Sur, y los inuit, los dene y los algonquinos en las regiones boreales de América del Norte.

Las Primeras Naciones americanas estaban bien adaptadas a las condiciones específicas de los ecosistemas locales. Aquellas que no se adaptaron, desaparecieron. En los ecosistemas de la selva húmeda, se desarrollaron complejos sistemas de uso de la tierra basados en el cultivo itinerante de pequeñas parcelas (los conucos orozas), en donde se clareaba la selva, reservándose áreas específicas para las plantas y animales medicinales y algunas zonas para las actividades sociales y ceremoniales. El sistema representaba una enfoque integrado y sostenible a la gestión del bosque.

En las praderas, las prácticas de caza incluían tabúes y una actitud de respeto a los espíritus que protegían a los animales (tótems) y que impedían su matanza indiscriminada coadyuvando a la protección de las especies. Tanto en las praderas del sur como en las del norte, los grupos de cazadores seguían o guiaban los rebaños para asegurar su migración cíclica. Hay muchas referencias históricas acerca del enorme número de búfalos que pastaban en los llanos centrales de América del Norte. Se encuentran referencias similares acerca de la abundancia del venado de las praderas uruguayas. De acuerdo a un explorador portugués, Pero de Sousa, en 1532 los rebaños “cubrían la tierra hasta el horizonte”. Su población era más o menos estable.

Las actividades agrícolas de las sociedades de la montaña también eran llevadas a cabo en forma sostenible. Los sistemas de cultivo del Altiplano eran (y todavía son) muy complejos. Utilizaban sistemas de terrazas, camellones para facilitar el drenaje y evitar las heladas (los waru waru) y sistemas de alta diversidad con rotación periódica para asegurar una producción máxima sin pérdidas irreversibles de fertilidad o incidencia de plagas.

El período colonialDespués de 1492, cuando llegó la primera expedición europea a las islas del Caribe, se produjo un cambio dramático. Los “exploradores” españoles recién llegados se transformaron en “conquistadores” estableciéndose en varias islas del Caribe, Santo Domingo (Haití), Cuba, Puerto Rico, Jamaica. Pocos años más tarde los portugueses habrían de hacer otro tanto en Brasil.

En Santo Domingo, los españoles esclavizaron a la población nativa, violaron a las mujeres y no dudaron en exterminar comunidades enteras cuando ofrecían alguna resistencia. La población original de las islas ascendía a varios millones. Después de 50 años de ocupación española, solo sobrevivieron unos pocos cientos de individuos. Las prácticas genocidas, las mortales enfermedades europeas y el suicidio generalizado habían dado cuenta del resto. Hechos similares tuvieron lugar en las otras islas “españolas” del Caribe.

En Brasil, el comportamiento de los colonos portugueses no fue muy diferente. Miles de indígenas fueron forzados a trabajar como esclavos en las plantaciones de caña de azúcar, organizándose expediciones al interior para obtener más esclavos que reemplazaran a los muertos debido a las terribles condiciones de vida a las que se veían sometidos.

En el siglo XVI el principal propósito de los europeos era la obtención de metales y piedras preciosas: oro, plata, perlas y esmeraldas. Los españoles invirtieron mucho esfuerzo en explotar las minas existentes y en abrir nuevas. Desarrollaron minas de plata y oro en Potosí, en el Alto Perú (actual Bolivia), en Taxco, México y en muchas otras áreas. Al igual que sucediera con el azúcar, las ganancias económicas que produjeron estas actividades mineras financiaron gran parte del esfuerzo de colonización.

Los españoles y portugueses reprodujeron el sistema feudal europeo en sus colonias americanas. Los colonos recibieron concesiones de tierra y “siervos” nativos llamadas encomiendas, que eran en cierto modo equivalentes a los señoríos europeos. Los sistemas de producción introducidos por los conquistadores fueron destructivos y degradatorios. La explotación mineral indiscriminada, la deforestación, los cultivos inadecuados, el sobrepastoreo fueron la regla. El impacto fue severo en muchas áreas y algunos ecosistemas fueron destruidos en forma irreversible. Sin embargo, debido a que los colonos eran poco numerosos en relación a las extensiones “conquistadas”, una gran parte del ambiente natural permaneció relativamente intocado.

En las áreas agrícolas andinas, los propietarios de tierras controlaban muchos campesinos nativos, que, en parte, continuaron practicando la agricultura de acuerdo a sus sistemas tradicionales, sobre todo en las zonas más apartadas de las minas3. En las praderas, la tierra fue otorgada a los colonos para dedicarla a la cría de ganado que había sido introducido en el continente sudamericano a fines del siglo XVI. El ganado reemplazó a los venados y otros animales herbívoros de la pradera, que gradualmente se fueron haciendo más escasos hasta resultar prácticamente extinguidos.

Explotación de los recursos naturales luego de la independenciaA principios del siglo XIX, aprovechando la ocupación napoleónica de la península ibérica, la mayoría de las colonias españolas declararon su independencia. Como resultado de este proceso se formaron una veintena de estados nominalmente independientes. Unos pocos años más tarde, en 1822, las colonias portuguesas de Brasil también se independizaron asumiendo un estatuto constitucional monárquico. Cuba y Puerto Rico permanecieron bajo poder colonial hasta fines del siglo XIX.

A pesar de estos cambios la explotación al estilo feudal de los tiempos coloniales persistió en los nuevos estados. Las élites criollas estaban constituídas generalmente por los latifundistas más poderosos y mantuvieron prácticamente intactas las viejas estructuras sociales. Las grandes plantaciones y estancias eran sucesoras de las antiguas encomiendas y por varias décadas habrían de continuar produciendo en forma muy similar a los antiguos establecimientos españoles o portugueses.

Las selvas de Brasil, como la Mata Atlántica en Rió Grande do Sul, están siendo eliminadas a un ritmo alarmante. Hoy solo existen pequeños remanentes de este ecosistema que en tiempos antiguos cubría casi toda la región costera de Brasil.

Durante el siglo XIX los países de América Latina y del Caribe se transformaron en productores de materias primas y productos alimenticios para la exportación a los principales centros de poder, al principio a Europa, y a partir de fines del siglo XIX y el siglo XX, para Estados Unidos. La explotación de los recursos naturales fue brutal, sin ninguna preocupación por los efectos ambientales. En las zonas de elevada densidad de población, como los valles de las montañas o las zonas costeras, la deforestación fue intensa, la extracción mineral prosiguió a un ritmo aún más acelerado, la caza indiscriminada provocó la extinción casi total de muchos animales y la erosión de suelos se transformó en un fenómeno común y generalizado.

Ya en pleno siglo XX, estas tendencias recrudecieron. Las tierras que aún permanecían en poder de las comunidades nativas fueron ocupadas sin preocupación por los derechos de éstos. El degradación ambiental continuó haciendo estragos en todos los ecosistemas. Como resultado del tendido de vías férreas y al crecimiento de los principales puertos las economías de los países latinoamericanos y del Caribe, que estaban orientados a la exportación desde los tiempos coloniales, se volvieron aún más exportado ras.

En Argentina y Uruguay, el crecimiento económico se basó en la carne, los cueros, la lana y el trigo. El sistema ferroviario de Argentina convergía en el principal puerto de exportación: Buenos Aires. Esta ciudad había crecido rápidamente tanto en población como en actividad comercial. En 1870 albergaba más de 100,000 habitantes; en 1950 había crecido a 8 millones. En Uruguay el sistema ferroviario irradiaba a partir de Montevideo, que era el único centro exportador. Esta ciudad creció de unos 50,000 habitantes en 1860 a 300,000 en 1900 y 1 millón en 1960. Este aumento demográfico fue el resultado del influjo constante de inmigrantes, sobre todo europeos, quienes en gran medida habrían de modificar sustancialmente la composición étnica de estas ciudades.

En Brasil, el mercado de exportación estaba basado en la capital, Rió de Janeiro4 y Sáo Paulo y su puerto, Santos. Las principales exportaciones de Sáo Paulo eran el café, la caña de azúcar y la madera (el pino Brasil). De Bahía y del nordeste se exportaba cacao, copra, caña de azúcar y bananas, a través de los puertos de Salvador y Recife. La región amazónica se había especializado en la producción de caucho, especialmente cerca de Manaos. Este producto fue una fuente importante de ingresos por varias décadas, hasta que el árbol del caucho fue trasplantado a Malasia por los británicos, dando lugar a una competencia ruinosa para las plantaciones amazónicas.

Recientemente, la Amazonia experimentó una corrida del oro generalizada. Los garimpeiros (pequeños mineros) ocuparon varias áreas potencialemente ricas en este metal, afectando seriamente ambientes anteriormente prístinos y a las poblaciones que allí vivían. Los sedimentos de los ríos son dragados y tratados con mercurio para separar el oro. El mercurio es arrastrado por los ríos y eventualmente se concentra en los tejidos vegetales y animales. En varios ríos amazónicos, los peces muestran altos niveles de mercurio en forma sistemática, al igual que los consumidores humanos de las comunidades de pescadores vecinas. En la comunidad de Rainha, sobre el río Tapajoz, las muestras de cabellos de los aldeanos locales han registrado niveles de mercurio mucho más elevados que el máximo de 6 ppm establecido por la OMS (Serril 1994). Condiciones similares se encuentran en los ríos Madeira, Xingú y Negro. Los grupos indígenas amazónicos, que dependen fundamentalmente del pescado para su sobrevivencia, son a menudo las primeras víctimas de este proceso de contaminación y envenenamiento.

Los países costeros del océano Pacífico y Bolivia, que eran exportadores de metales preciosos (principalmente plata) en tiempos coloniales, continuaron produciendo minerales, como cobre y nitratos en Chile y estaño en Bolivia. En esta región, la centralización era menos marcada. Ello se debió primordialmente a la geografía regional, largas cadenas montañosas longitudinales bordeando llanuras costeras angostas y valles. Las principales salidas de la exportación eran los puertos coloniales más antiguos: Valparaíso en Chile y Lima en Perú.

En América Central, el Caribe y la costa norte de Colombia, los principales productos eran las bananas, el café y la copra. A menudo, las actividades de exportación las llevaban a cabo compañías de propiedad estadounidense que controlaban la producción y el acceso a los mercados extranjeros. La United Fruit Company, que era extremadamente poderosa en Cuba, Guatemala, Nicaragua, El Salvador y Costa Rica, utilizó su influencia para cambiar los gobiernos o inducir intervenciones militares de EE.UU. en varias oportunidades. Las repúblicas centroamericanas de la época eran llamadas a veces, irónicamente, las “repúblicas bananeras”.

En México, el impulso para la exportación fue detenido en alguna medida por la revolución de la década de 1910, cuando el dictador Porfirio Díaz fue derrocado por una revolución campesina encabezada por Emiliano Zapata en el sur y Pancho Villa en el norte. Esta revolución cambió radicalmente la estructura de la propiedad de la tierra en el país creándose los “ejido s” que fueron, de un cierto modo, una réplica de los sistemas de tenencia nativos. A fines de la década de 1930, con la nacionalización de la industria del petróleo por Lázaro Cárdenas, el principal producto de exportación de México pasó a ser de propiedad estatal.

Al mismo tiempo, las principales ciudades del continente comenzaron a desarrollar una importante base industrial. En Argentina, Uruguay y sur de Brasil se desarrollaron un gran número de empresas exportadoras relacionadas con la ganadería: textiles, frigoríficas y curtiembres. En otros casos las industrias estaban orientadas a los mercados nacionales, siendo protegidas de la competencia extranjera mediante políticas proteccionistas. Las principales ciudades industriales eran Buenos Aires, Sáo Paulo y México. También se establecieron áreas industriales en La Habana, Montevideo, Santiago, Bogotá y Lima.

Esta tendencia económica generalizada hacia la exportación y el aumento de las actividades industriales tuvieron un impacto muy fuerte en el ambiente latinoamericano ya intensamente dañado en el pasado. Continuaron los procesos de eliminación de bosques y la plantación de cultivos monoespecíficos aumentando la vulnerabilidad de los suelos a la erosión acuática y eólica, los regímenes hidrológicos cambiaron, y se hicieron más frecuentes las inundaciones y las sequías.

El crecimiento de las actividades humanas e industriales produjo un deterioro acumulativo en los sistemas hídricos naturales. Los pequeños ríos cerca de las ciudades se volvieron “cloacas abiertas”, los grandes ríos y lagos recibieron volúmenes considerables de contaminantes y muchos acuíferos se volvieron inutilizables debido a la salinización y la polución.

Efectos de la globalización sobre el ambienteLos procesos de globalización recientes intensificaron la tendencia histórica hacia la degradación ambiental del continente. Los ciudades mayores poseen poblaciones de 10 a 20 millones de habitantes; las actividades industriales, previamente confinadas al sector agro-exportador, se han expandido o se están expandiendo a otros sectores, tales como la producción automovilística o química. En México, Costa Rica, Guatemala, la República Dominicana y otros países está teniendo lugar una invasión a gran escala de maquiladoras, con efectos negativos sobre el ambiente local debido a la ausencia de un marco legal apropiado o a la falta de controles.

Las tendencias macroeconómicas están produciendo deforestación en Mato Grosso, en Santa Cruz (Bolivia) y en Paraguay como resultado de la expansión de las plantaciones de árboles exóticos destinados a la producción de madera o pulpa de papel. Estas nuevas plantaciones monoespecíficas son responsables por un gran número de efectos colaterales sobre los ecosistemas nativos y los regímenes hidrológicos, resultando en pérdidas de diversidad y conmociones sociales.

Los ecosistemas de pastizales y las tierras de cultivo asociadas también están siendo invadidos por plantaciones de árboles exóticos monoespecíficas, que resultan en el desarrollo de nuevas plagas, reducción de la competitividad agrícola y daños al potencial futuro de los suelos. Debido a la destrucción de los ecosistemas que protegen sus cabeceras los ríos se cargan de sedimentos y cambian sus regímenes hídricos.

Estos problemas ambientales están teniendo efectos perjudiciales sobre la calidad de vida de la población. Antiguas enfermedades relacionadas con la contaminación del agua, que habían desaparecido o que eran prácticamente inexistentes, como el cólera, han vuelto con suma intensidad por todas partes. La pobre calidad del aire en las principales áreas metropolitanas está aumentando la incidencia de las enfermedades respiratorias. Los riesgos geológicos, tales como deslizamientos y crecientes, se están volviendo más frecuentes debido al establecimiento de poblaciones numerosas en las zonas peligrosas.

Los modelos de desarrollo de América Latina y del Caribe han mostrado ser insostenibles. Las nuevas políticas deberan promover que las actividades económicas y la distribución de la población sean descentralizadas, que solo se adopten los sistemas de producción demostradamente sostenibles, y que estos sistemas estén basados, en la medida de lo posible, en plantas y animales nativos.

La explotación de los recursos naturales no debe continuar indiscriminadamente; la diversidad biológica de los ecosistemas nativos debe ser protegida. Se deben formular y aplicar políticas que aseguren estándares y controles estrictos de los residuos sólidos, efluentes y emisiones gaseosas.

Estos serían los primeros pasos para implementar otras alternativas de desarrollo, que defiendan los ecosistemas, los recursos naturales y las culturas en forma concreta y eficaz.

El fenómeno de las maquiladorasLas maquiladoras son industrias que realizan parte o todas las fases del proceso industrial fuera de las fronteras del país de origen de la compañía principal. Los derechos de aduana cobrados por el estado de origen son normalmente calculados en base al valor agregado en el exterior. El país anfitrión (en donde las maquiladoras están situadas) otorga condición de puerto libre a las industrias que desean invertir en esa actividad. En la mayor parte de los casos, esto quiere decir que el país anfitrión no cobra derechos aduaneros (o sólo cobra derechos nominales) sobre las materias primas y los productos parcialmente o totalmente industrializados que se relacionan con el proceso industrial específico cuando cruzan la frontera en cualquier dirección. La realización de operaciones industriales offshore bajo este estatuto reduce costos de producción para el empresario. En situaciones apropiadas, el sistema de maquiladoras permite reducir los costos de mano de obra, energía, agua, materias primas, costos ambientales y/o impuestos. Si bien este mecanismo comercial está siendo utilizado de diversas formas en varios países del mundo, la región maquiladora más activa del mundo es la situada a ambos lados de la frontera entre Estados Unidos y México.

Desarrollo en la región fronterizaLa frontera entre México y Estados Unidos (la linea) se extiende por más de 1,500 quilómetros abarcando un territorio de estepas y desiertos donde, tradicionalmente, la densidad de población era muy baja. Originalmente, esta zona estaba ocupada en forma muy limitada debido a que el clima era inapropiado para la agricultura de secano y a que los recursos hídricos superficiales eran insuficientes para el desarrollo de cultivos irrigados.

Antes de 1900, con un par de excepciones (Ciudad Juárez y Monterrey) había sólo unos pocos pueblos, diseminados a lo largo de la frontera, dedicados a la agricultura de baja productividad, a las actividades de producción animal marginales y al comercio transfronterizo (tanto legal como ilegal).

Durante el siglo XX, el crecimiento económico y democráfico en el área estaba primordialmente relacionado con el aumento del comercio y tráfico entre los dos países. Del lado mexicano, el gobierno federal apoyaba las perforaciones y el bombeo de aguas subterráneas mientras que en Estados Unidos se desarrollaban nuevas fuentes de agua a partir de la construcción de sistemas de acueductos en los ríos vecinos. La disponibilidad de mano de obra y tierra barata, el fácil acceso al agua subsidiada y la cercanía de los mercados, dio lugar al desarrollo de una agricultura activa y poderosa.

El desarrollo industrial comenzó en la década de 1950 en la ciudad mexicana de Monterrey y como resultado del fenómeno de las maquiladoras, en otras áreas a ambos lados de la línea (durante las décadas de 1970 y 1980). Desde el comienzo, estas fábricas tuvieron profundos efectos sobre la economía y demografía de la región fronteriza. La población de las ciudades aumentó rápidamente. Pueblos “somnolientos” se volvieron grandes urbes en unos pocos años. El impacto social y ambiental de este crecimiento continúa todavía.

La pequeña localidad de Tijuana (que a principios de siglo tenía unos pocos miles de habitantes) multiplicó su población en pocos años llegando a 461,000 en 1980. En 1990 su número había aumentado a 748,000 habitantes (Secretaría de Desarrollo Social 1993, p. 301). En 1998 se estima que el área metropolitana tijuanense ha superado el millón y medio de habitantes. En el período 1980–1990 la vecina ciudad de Mexicali aumentó de 511,000 a 620,000 habitantes; Reynosa de 295,000 a 377,000; Matamoros de 239,000 a 303,000 y Ciudad Juárez de 567,000 a 798,000. Durante la década de 1980, el número total de personas que habitaban las zonas urbanas fronterizas se incrementó de 2.8 a 3.8 millones de habitantes (Secretaría de Desarrollo Social 1993 pp. 197–198).

La evolución del fenómeno de las maquiladoras se ilustra en el Cuadro 7. En 1994 había más de 2,500 fábricas que suministraban empleo a 1 millón de personas o sea un 15% de todos los trabajadores industriales de México. En 1975, el valor agregado anual total de las industrias maquiladoras era de US$ 332.4 millones; este valor aumentó a más de 2.500 millones de dólares en 1989 ya unos 5,000 millones en 1994.

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