Pintura realista
Majito_1D_RMTrabajo15 de Abril de 2017
849 Palabras (4 Páginas)167 Visitas
[pic 1]
NOMBRE: María José Ribera Merritt TEMA: Pintura realista[pic 2]
CURSO: 5to “B” OBRA: Tiempos difíciles
AÑO: 2015 AUTOR: Hubert von Herkomer[pic 3]
Íbamos caminando por un sendero, era interminable. Llevábamos tres horas buscando algo: una casa, una granja, algo. A mí me parecieron tres años, cada minuto que pasaba se tardaba más que el anterior. Parecía que nunca encontraríamos algo además de plantas y polvo. Ya perdíamos la esperanza.
Necesitábamos encontrar una casa, ahí tendrían comida; pues mis niños se quejaban de hambre cada seis minutos: Tengo hambre, mami.; Mami, quiero comer.; Quiero galletas, papi. Ya nos habíamos acabado el pan y solo quedaba media botella de agua, que tenía que durar las siguientes cuatro horas para nosotros cuatro. Si, cuatro horas más. No es la primera vez que nos pasa. Aquella vez debió ser la quinta, seguramente. Pero fue la peor, la más inolvidable experiencia de nuestras vidas.
Ya eran cinco horas, nos quedaban dos por recorrer. Estábamos exhaustos. El sol penetraba en nuestros rostros, haciendo caer gotas de sudor. La colina era empinada, lo cual no ayudaba; al contrario, nos destrozaba las rodillas. Nunca habíamos visto una colina en nuestros viajes, esa era señal que nos alejábamos de nuestra tierra natal. Mejor, ya no podía escuchar a las birlochas de la esquina inventando chismes y mentiras y creando conflictos entre el pueblo; ya no podía ver esas caras inmundas, que aspiraban tristeza y muerte; ya no podía oler ese aroma a abandono y descomposición; simplemente ya no podía vivir ahí. Prefería estar caminando kilómetros y kilómetros con mi familia a estar en ese mugriento pueblo.
Seguíamos caminando sin rumbo, siguiendo el camino de polvo trazado por las carretas y caballos. Una hora nos quedaba. El sol ya no brillaba detrás de las nubes, y el viento soplaba suavemente una brisa agradable. Decidimos descansar en una parte del camino. Era un espacio hermoso: el pasto era verde y alto y un árbol estaba cerca. Se asemejaba a un oasis en medio de un desierto. Además, una cerca estaba plantada por ahí, lo que significaba que había vida a poca distancia. Nos acomodamos y mis dos hijos se echaron a dormir de inmediato en mis brazos. Mi esposo miraba el paisaje, a ver si podía encontrar algo. Los miraba y me sentía la peor madre y esposa del mundo, por no poder darles educación o por lo menos un hogar. Sin embargo, los amaba con mi vida. Mi familia era la razón de mí existir.
Debimos descansar media hora, cuando apareció una nube negra en nuestro frente. Estamos acabados, pensé. La nube se acercaba rápidamente, tal vez porque nosotros corríamos en su dirección buscando algún refugio. Sabíamos que no tardaríamos mucho en encontrarlo. Yo llevaba en brazos a mi hijo menor, el mayor y su padre llevaban el equipaje, el cual no era demasiado.
Me llego la primera gota y mi ánimo decayó de inmediato. Las gotas comenzaban a caer, cada vez más y más, y todavía no había rastro de una casa, ni siquiera de un animal. Seguimos corriendo sin parar. La lluvia era intensa. La ropa se nos hacía más pesada y disminuíamos el paso.
Pensé que encontraríamos indicios de algo rápidamente; sin embargo, estábamos a horas de hallar refugio. La lluvia se convirtió en granizo. Estábamos empapados, ni caminar podíamos. Y para empeorar la situación, la humedad se hacía sentir cada vez más. El camino era puro lodo, apunto de convertirse en rio.
Las nubes liberaban luces y sonidos por doquier, el ruido asustaba a los niños y no paraban de llorar. Pero no podía hacer nada, no me podían escuchar si les cantaba las canciones para calmarlos. De repente, cayó un rayo muy cerca de nosotros. Demasiado la verdad. Nos tuvimos que detener un instante. Se volvió una tormenta eléctrica, la peor que había presenciado. Los rayos comenzaron a caer sin piedad, incendiando todo nuestro alrededor. Ya no podíamos hacer nada, nos quedamos paralizados. El fuego estaba por todas partes. Parecía el mismísimo infierno. Era nuestro fin. Pero no valía la pena morir incinerados, sería un fracaso. Así que comencé a pedir ayuda, mirando a todas partes. Sabía que alguien estaría ahí. Sin embargo, el calor del fuego ya se sentía, el humo nos asfixiaba y yo comencé a bajar el volumen de mis gritos. Pronto vi borroso. Todo se puso en negro y lo último que recuerdo fue sentir un fuerte golpe en el hombro.
...